jueves, julio 21, 2005

PUEBLO Y ESTADO: EL PODER DEL VOTO

Uno de los efectos más notables de la crisis de fines de 2001 fue la promoción de la discusión sobre la relación entre el pueblo y los políticos y, en particular, acerca del modo en que el pueblo puede participar en la construcción del Estado. Desde el desencanto con el voto como único instrumento capaz de garantizar le elección de personal idóneo para la gestión pública, hasta el agónico grito “Que se vayan todos” dirigido a políticos incapaces de liderar a un pueblo en dificultades, muchas palabras han corrido en la búsqueda de un renacimiento democrático.

Algo ha quedado en claro: el Estado no es un asunto de los políticos, sino una responsabilidad del pueblo. En primer término, ha terminado por reconocerse que es, de todos modos, el voto de cada argentino el que decide finalmente, en las internas partidarias o en las elecciones generales, quiénes son los representantes encargados de la gestión de los órganos de gobierno de la Nación, a pesar de que resulte hoy también evidente, para la gran mayoría de los argentinos, que las listas sábanas no permiten una verdadera elección, al elegir a un conjunto de candidatos y no a candidatos individuales. En segundo término, en el tránsito al deseable Estado moderno y a una adecuada legislación electoral despojada de las múltiples intervenciones y presiones de carácter feudal sobre la justicia electoral, se han revalorizado las Organizaciones no Gubernamentales o los pequeños nuevos partidos políticos, transformados hoy en los nuevos y preferidos instrumentos para fomentar la participación ciudadana y alentarla a impulsar leyes, proyectos y nuevos dirigentes.

Este tipo de actividad popular, menos efímera que el simple voto bianual, no ha resultado sin embargo suficiente para lograr que las próximas elecciones de octubre sucedan bajo un nuevo y justo régimen electoral. Las listas sábanas siguen allí, desafiando al votante y expresando la voluntad de los caciques partidarios, más que la voluntad de los afiliados e independientes. Los calendarios electorales, la organización aleatoria de internas partidarias, y la misma justicia electoral continúan también siendo manipulados en beneficio de un sector político y en detrimento de otro. Igualmente, los medios de comunicación han persistido en contribuir a la confusión general, toda vez que sirven a un interés político específico y limitan la expresión de proyectos por parte de los candidatos opositores.

¿Qué poder real le queda entonces al pueblo para decidir sobre el Gobierno? Aunque acotado, presionado y acorralado, el del hoy menospreciado voto. Es menos de lo que los argentinos nos merecemos, pero mucho más de lo que tuvimos en otros momentos de nuestra historia. Un poder pequeño pero, sin embargo, definitorio a la hora de decidir, por ejemplo, si se quiere el proyecto de país vigente o se prefiere considerar otro proyecto más sensato, moderno y eficaz para mejorar la vida de todos.

¿Cómo usar esa pequeña porción de poder en Octubre? Por medio de la intuición, de la corazonada o del más racional de los juicios, la o las papeletas elegidas van a orientar el timón del país en un sentido o en otro. La creación de una mayoría coherente con uno de los dos proyectos en ambas cámaras del Congreso, debería constituir el objetivo primario del pueblo al optar por un proyecto u otro, en una elección que más que enfrentar candidatos, enfrenta dos proyectos antagónicos de país.

La falta de confrontación de candidatos por la Presidencia, parece siempre transformar a las elecciones legislativas en un hecho menor. En esta elección, sin embargo, el Presidente Kirchner ha llamado a la población a apoyar su proyecto anticuado, continuidad del proyecto duhaldista, y con el mismo gesto, ha logrado que el proyecto moderno que desde diferentes partidos políticos se le opone, haya comenzado a tomar una forma cada vez más nítida y consistente, dispuesta a predominar en las urnas en el próximo Octubre.

En el tiempo preelectoral, antes de entrar en la campaña, los dos proyectos opuestos van a quedar iluminados frente al pueblo, que deberá elegir entonces, entre uno y otro. Es posible que el voto no logre elegir todos los candidatos que merecerían ser elegidos y que muchos inútiles obtengan poder sólo por estar colgados de una lista sábana. Pero es imposible que el pueblo se confunda en la elección de un proyecto. La opción es clara. Se elegirá el proyecto de Kirchner- Duhalde, se vote a uno o se vote a otro, o se elegirá el proyecto de la modernidad, se vote a López Murphy, a Cavallo, a Macri o a Bullrich, alternativas de un centro creativo y vigoroso, con muchos otros candidatos en las diferentes provincias. A modo de ejemplo y como irrefutable prueba de la vitalidad de este nuevo centro, se pueden observar sus dos alas capitalinas: la pintoresca derecha de Moria Casán y la inconfesada aspiración a la modernidad económica de la izquierdista Carrió, al nombrar como ladero a Enrique Olivera.

Por el proyecto anticuado o por el proyecto de la modernidad. Por uno o por otro. No hay confusión posible: en las elecciones de octubre, el Estado volverá, por un único día, a las manos del pueblo, absoluto responsable de su destino.

jueves, julio 14, 2005

EL PROYECTO QUE LOS ARGENTINOS NO CONOCEN

A la vista está el proyecto de Duhalde y Kirchner, con leves diferencias políticas y una férrea unidad en la política exterior y en la economía. A consideración de todos, está la Argentina que ellos, sobre todo el primero, han logrado.

En la vereda opuesta, se encuentra lo que por comodidad se llama el proyecto de centro derecha y que los argentinos asocian sin reflexionar demasiado al proyecto de la década de los noventa y que en el imaginario colectivo ha quedado inscripto como un proyecto fracasado, tanto por sus fallas como por el interesado golpe institucional de Diciembre de 2001

Más allá de lo que se ve y de lo que el público -insuficientemente alimentado por los dirigentes políticos y el periodismo- opina, existe una alternativa: el proyecto que los argentinos no conocen porque no ha sido expresado en forma integral. Un proyecto formulado en partes separadas por los diversos dirigentes del centro-derecha, por algunos dirigentes del centro-izquierda y por aquellos que, por tradición peronista, se han sentido siempre en el centro mediador de tendencias. Un proyecto que adquiere una extraordinaria coherencia cuando se unen conceptualmente las partes dispersas y que, poco a poco, va tomando su forma política en diferentes alianzas, sumando hombres que se descubren parte de una vigorosa y unificada alternativa política, al servicio del pueblo argentino.

El proyecto que los argentinos no conocen, disperso como está en la cabeza de los dirigentes, podría bien llamarse el proyecto Argentina o proyecto A, con la primera letra latina del alfabeto (¿por qué usar la griega?), indicando su vocación de proyecto predominante y con la inicial de la Argentina marcando su condición de proyecto nacional. El proyecto Argentina expresa la vanguardia creativa y progresista de la Nación y se propone insertar de pleno al pueblo argentino en la modernidad a partir de un plan sencillo y comprensible para todos. Se trata del proyecto de una modernidad integral que reformule los grandes y los pequeños temas de la Nación y lance a la Argentina a su lugar justo en el siglo XXI.

El proyecto que los argentinos no conocen tiene objetivos claros: 1) crear el marco legal para la inversión, el trabajo y el respeto a la propiedad privada, base del desarrollo capitalista, promoviendo las leyes necesarias y revisando y precisando aspectos oscuros de la Constitución del 94 de modo que ésta sirva a este fin; 2) reformar y aplicar la legislación para crear el marco impositivo y económico para un auténtico federalismo como el modo más eficiente de aumentar la productividad y el crecimiento argentinos; 3) reorganizar en forma integral la administración pública argentina de modo que ayude con eficiencia y eficacia al desarrollo de la comunidad argentina en vez de dificultarla; 4) aplicar todas las políticas activas necesarias para lograr capitalizar a los marginados del sistema e incluirlos en la producción y el consumo; 5) insertar a la Argentina en el ALCA para lograr un desarrollo federalista a escala continental que multiplique las exportaciones argentinas a la vez que eleve la calidad institucional y la calidad de vida de todos los latinoamericanos postergados; y, por último, 6) desde esta unión americana, favorecer el federalismo a escala planetaria, promoviendo la misma calidad institucional, aumentando el comercio, elevando la calidad de vida de los pueblos rezagados y facilitando la cooperación para la seguridad global.

El proyecto A es una exacta mezcla de liberalismo y peronismo. Es, a la vez, liberal y peronista. Liberal, en su modernidad económica y en su modernidad cultural. Peronista, en la heredada misión de rescatar a los excluidos para incluirlos en el proyecto común, en la promoción hacia arriba de los sumergidos por la falta de educación y de trabajo y en la energía y decisión para aplicar políticas activas con este fin. El liberalismo mundial aplicado al uso de las necesidades argentinas es imposible sin la sustancial responsabilidad peronista hacia los postergados y la responsabilidad peronista exige, además y desde hace ya bastante tiempo, una gran sofisticación y creatividad en las políticas activas para tener trabajadores, no sólo con trabajo sino capitalizados, en consonancia con las necesidades de supervivencia dentro de la modernidad global.

Si los argentinos comprenden la orientación y la médula doctrinaria del proyecto A que busca las mejores condiciones posibles de vida para todos los argentinos, con toda la tecnología intelectual del liberalismo y el espíritu popular y ecuménico del peronismo, quizá puedan leer mejor las décadas pasadas y comprender el origen de los traspiés y de los fracasos, los errores de los bienintencionados y las fallas saboteadoras de los pícaros y egoístas. Los argentinos precisan una vara técnica y precisa con la cual evaluar los resultados, para no equivocarse a la hora de su análisis político y de otorgar su voto a quien no lo merece.

Con esta vara, los argentinos pueden comprender que los aspectos de este proyecto que ya fueron intentados, fracasaron no por desacertados, sino por la falta de una aplicación integral y simultánea de todas las medidas y por la falta de un apoyo explícito de los argentinos a la totalidad del proyecto. Ejecutado a medias en la primera parte del gobierno de Menem, mantenido en piloto automático y sin otra creatividad que la de gastar a cuenta de una reelección que jamás tuvo lugar, en su segundo gobierno, y retomado ya marchito en la última etapa del gobierno de de La Rua por un Cavallo que no alcanzó a revivirlo, el proyecto de los noventa es como un ensayo del proyecto que los argentinos no conocen y que recién ahora comienza a ser formulado, en partes a articularse, como un todo integral.

El Presidente Kirchner ha insistido mucho con su proyecto K, con una letra que alude tanto a su nombre como al mundo kafkiano, lleno de interminables procesos al pasado y de situaciones agobiantes de las que resulta difícil salir, ya sean el Mercosur funcional a Chávez o la legislación anticuada en materia económica y social, que persiste en mantener a los argentinos como cucarachas devaluadas. La cuota de apoyo que aún hoy tiene el Presidente Kirchner no proviene en absoluto de una confianza del pueblo en su oscuro proyecto sino que nace del miedo a lo desconocido y a quebrar una estabilidad que, aunque mediocre y sin futuro a la vista, parece más tranquilizadora que los últimos malos años que pasaron. Conocer y difundir la opción del proyecto A alternativo, avanzará la conciencia política de los argentinos y les permitirá transformarse en dueños de su destino y no en sujetos pasivos de dirigentes con una anticuada vocación totalitaria.

El proyecto A, opuesto en su claridad conceptual a los vericuetos kafkianos del proyecto K que pretende ser plebiscitado, ha estado pujando por prevalecer desde mediados de los años 80, encontró su primer oportunidad en los 90 y nunca fue formulado como hoy por una pléyade de brillantes dirigentes de extraordinaria formación intelectual y gran experiencia que aspiran a expresarlo, en toda su plenitud y coherencia, en el Congreso de la Nación. Las próximas elecciones les pertenecen y el pueblo argentino debería dar la señal de su propio renacimiento, apoyándolos y renovando así su esperanza en el gran país posible, que sólo espera pensamiento calificado, decisión política y acción, para existir.



viernes, julio 08, 2005

EL LARGO RECORRIDO DEL SIGLO XXI

La última noche del siglo XX y la primera del siglo XXI en la ciudad de Buenos Aires, pasó sin pena ni gloria. Mientras en las demás capitales del mundo la fiesta, el lujo popular y la alegría sin clases mostraban el rostro de un mundo con vocación de felicidad, en la capital de la Argentina, la recién estrenada administración de la Alianza decretó una noche austera. En hipócrita luto por la algarabía menemista, los únicos signos de vida fueron unos pocos curiosos en el Obelisco, una marcha fantasmal por la Avenida de Mayo reclamando por los desaparecidos y los espontáneos y modestos festejos barriales de vecinos con bríos, rebeldes al programa de tristeza. Mientras, para sólo mencionar un par de las capitales importantes, Paris hacía honor a su tradición de brillo con una velada deslumbrante y en Washington, Bill Clinton entregaba a los jóvenes el nuevo siglo, la resentida Buenos Aires detenía el pulso de su propio tiempo.

Esa vocación mortífera que cada tanto anida en la psiquis colectiva persiste hasta la fecha en el abandono y dejadez que se percibe en las calles y en muchas de las más tradicionales instituciones de la ciudad, como si la última noche del siglo XX aún perdurase y como si los porteños, cabeza formal de los argentinos, no hubiésemos decidido aún nuestro ingreso en el siglo XXI. La semejanza entre esta actitud de rebelión al tiempo que pasa con la negación a toda modernidad y la regresión de la economía a los tiempos pre-reforma de los noventa, es quizá el dato que mejor nos define como argentinos, tan confundidos en el sentido de nuestro trayecto histórico como en el tiempo en que vivimos.

Las metas de corto plazo absorben las energías de políticos y ciudadanos y no permiten echar una mirada sobre el largo plazo. La Argentina es una nación que existe desde hace doscientos años y que en un breve lustro ingresará en su tercer centenario. Un proyecto fracasado en partes, logrado en otras y con un capital acumulado del cual, en tiempos de pobreza, escasez y deudas, no somos demasiado conscientes aunque constituya la base del posible despliegue argentino durante el siglo XXI y aún más allá. Nacimos, como argentinos, hace mucho tiempo y viviremos, como argentinos, mucho tiempo más del que nos permitimos imaginar. Sólo tenemos que decidir cómo y para qué queremos vivir.

El siglo XXI ya comenzó y queda un largo recorrido hasta completarlo. Muchas de nuestras preocupaciones actuales vienen de un problema puntual y sencillo: la mala administración del Estado. Nuestros problemas de bajo rendimiento en salud pública, en seguridad y en educación, así como de falta de inversión en el sector privado, de creación de trabajo y riquezas y de organización productiva en general, provienen de ese exclusivo problema irresuelto. Un problema que no resolverán los políticos que hablen mejor ni los más simpáticos, sino los más profesionales a la hora de reorganizar la administración pública. Confiando en que los argentinos podrán por fin resolver el más sencillo de sus problemas, el siglo XXI plantea desafíos más complejos a la Argentina.

¿Participará la Argentina en el desarrollo federalista del continente americano? ¿Volverá a dar el ejemplo al continente con un Estado reformado y en permanente modernización? ¿Se atreverá a dar una nueva orientación a sus fuerzas militares y a prepararlas para la exploración del espacio en una clara ampliación de sus bien conocidas aptitudes aeroespaciales? ¿Explotará el caudal multicultural de su mágica ciudad puerto para crear una impronta industrial novedosa en América? ¿Organizará sus múltiples saberes en medicina, biología, psicología y psiquiatría para ofrecer al mundo servicios novedosos para el desarrollo humano? ¿Aprovechará sus inmensos y desdeñados recursos espirituales para canalizarlos en la construcción de una mejor aldea global?

La granja del siglo XIX y la revolución social del siglo XX deberían ser la introducción a la explosión democrática y creativa del siglo XXI. Que no nos perdamos, entre la soja y las peleas de los restos del peronismo por una revolución que ya fue hecha, los auspiciosos comienzos del nuevo tiempo. A pesar de las bombas, del horror y de la vocación de los rezagados por la muerte, el siglo XXI, el de la batalla por la modernidad a escala planetaria, está consagrado a la alegría.