sábado, julio 29, 2006

LA ARGENTINA SIN FORMA

No se trata tanto de que el actual gobierno argentino organice un inconveniente giro a la izquierda, sino de la pérdida absoluta de la Argentina como entidad política y cultural diferenciada de las demás naciones del Continente Americano y del mundo. La total incultura de la clase dirigente en el poder ha terminado por licuar los restos de lo que aún no totalmente estable, fue siempre la identidad diferenciada de la Argentina: un país en permanente organización para una sociedad democrática próspera y feliz, modelo para las demás naciones en desarrollo de América y esperanza para un mundo donde democracia, libertad y prosperidad no siempre van de la mano.

Inútil repetir que este gobierno que llegó gracias al peronismo lo desobedece ahora no creando un sostén estable de prosperidad, lo deshonra destruyendo toda posibilidad de internas partidarias libres y lo usa de mala manera para perpetuarse en un poder que el peronismo siempre conquistó por acierto propio o por cansancio de la población frente a los infinitos errores de la oposición.

Al gobierno de Duhalde y a este Gobierno, la Argentina les debe -y ya les pasará la factura- su pérdida de prestigio internacional, la pérdida de su moderno esquema económico emparejado con el de las naciones más desarrolladas del planeta y la pérdida de su rol conductor en los asuntos latinoamericanos como el mejor intérprete de las tendencias globales. También como el interlocutor respetado por los Estados Unidos en la asistencia a la solución de los problemas mundiales, lo cual se transmite a una pérdida de influencia internacional. La aparente prosperidad, que no es sino crecimiento reprimido después de una abrupta amputación en 2002 de los parámetros económicos aceptados por la Argentina y el mundo durante más de una década, apenas disimula el desastre de la total pérdida de identidad y de rumbo. Que un Chávez dicte la política exterior de la Argentina, omite la necesidad de citar mayores pruebas de la decadencia.

Pero la Argentina ya circuló por peores crisis y conoció gobiernos aún más lamentables, violadores ya no de su identidad sino de sus más elementales derechos. El problema que preocupa hoy es el de la falta de liderazgo para una sustitución democrática de las presentes políticas. La pérdida de la formas ha alcanzado también a la prensa, que se mueve dentro de un acotado espacio de discusión, y a los desorganizados partidos políticos, a la democrática reorganización de los cuales tampoco ayudan las autoridades de la Justicia Electoral.

Si este gobierno no sabe lo que lo son las formas, y mucho menos, se siente identificado con la más tradicional forma de la Argentina, capitalista, liberal, democrática y rebelde a toda distorsión de su más íntima y creativa libertad, alguien fuera de él deberá saberlo y construir una oposición que no sea más de lo mismo. Hay un claro haz de luz que atraviesa la oscuridad, aunque nadie se haya ubicado dentro de él para ser visto como el restaurador de las formas, que la Argentina eterna perdió en un momento de confusión colectiva y de desesperación ante una crisis que no se confió en poder resolver desde el mismo centro de su forma.

La Argentina sin forma es el doble mentiroso y fracasado de la Argentina real. De esa Argentina con forma que a lo largo de su historia ha prevalecido, triunfado y creado para los argentinos un seguro refugio emocional de orgullosa pertenencia. La forma está. Falta quien la restablezca.