domingo, octubre 04, 2015

EL LIDERAZGO DEL ESTADO Y LA FUERZA PARA EL CAMBIO



Mientras la Nación entera se mantiene a la expectativa acerca de quién será el candidato que triunfe en las próximas elecciones presidenciales de octubre como si eso determinara fatalmente el destino de la Nación,  perdemos de vista enfocar el hito electoral como un acontecimiento más en el cual dos variables tomarán diferentes proporciones, sin por ello definir ningún destino. El destino nacional, en verdad, está en proceso y determinado sobre todo por la calidad de las preguntas que pueblo y dirigentes se hagan acerca de éste. Las dos variables a considerar, el liderazgo del estado determinado por la elección presidencial, por un lado, y la construcción de la fuerza necesaria para cambiar el presente estado de la Nación y de su pueblo, por el otro, forman parte del trabajo aún no terminado de formular las preguntas correctas acerca de los diversos problemas argentinos y sus soluciones.

Gane quien gane en octubre,  obteniendo así el liderazgo del Estado, la construcción de la fuerza necesaria para cambiar será el objeto de una elección menos explícita, posterior a la elección presidencial,  y determinada por la capacidad e inteligencia política de los dirigentes políticos y comunitarios, y la siempre imprevisible suerte que acompaña a unos en desmedro de otros. Existe así un doble panorama que no se limita sólo al poder conjunto o enfrentado que un nuevo liderazgo de gobierno pueda ejercer desde los poderes Ejecutivo, Judicial o Legislativo, sino del poder organizado de un vasto conjunto de actores sociales, conjunto móvil y aleatorio, siempre abierto al talento de quienes tengan voluntad de liderazgo comunitario.

Podemos imaginar infinitos escenarios: a) que gane Scioli el liderazgo del Estado y lo pierda inmediatamente a manos del kirchnerismo, que gane y lo conserve a costo de inmensas concesiones a sus deseos originarios de liberalización de la economía y descentralización federal, o que gane y se apoye en una fuerza exógena construida por la oposición para generar el cambio; b) que gane Macri y concentre a la vez el liderazgo del Estado y aumente su ya organizada fuerza para el cambio de la macroeconomía; o, finalmente, c) que gane Massa concentrando el liderazgo del Estado pero con la tarea pendiente de organizar a la sociedad desencantada y dispersa que pueda votarlo.  En los tres casos, más que obtener el liderazgo del Estado, lo que importará será la capacidad para alinear a los argentinos detrás de un objetivo y construir la fuerza necesaria para sostener y alimentar el cambio, aún en los reveses que todo camino pueda proveer. En los tres casos, el liderazgo del Estado no asegura de ningún modo el liderazgo de la comunidad.

Por lo tanto, es más bien desde el lado de la comunidad desorganizada donde cualquiera sea el líder del Estado, éste y otros aspirantes deberán trabajar con más ahínco. En principio, destruyendo las múltiples falacias del invento kirchnerista con una propuesta real de cambio que no se limite a los habituales reclamos de mayor institucionalidad y republicanismo—cambios imprescindibles pero no suficientes—sino que plantee una solución comprensible y global a la reorganización de la comunidad argentina.

Para esto, es necesario, en esta primera y urgente etapa,  estimular las preguntas y respuestas acerca de:
1) Organización de la macroeconomía con el objetivo de abrir el mercado para una mayor inversión y productividad y eliminar la inflación.
2) Federalización impositiva y descentralización hasta el nivel municipal.
3) Utilización de los sindicatos como instrumento de contención y formación de los millones de jóvenes mayores de 13 años con empadronamiento obligatorio a modo de seguimiento y ayuda a éstos.
4) Reforma educativa que incluya a todos los niños por debajo de 13 años de modo obligatorio, subsidiado, y con alta exigencia de presencia y rendimiento, y programa especial de capacitación docente.
5) Reorganización y reentrenamiento de las fuerzas de seguridad.
Estos cinco temas abarcan los temas sintomáticos del cepo, la inseguridad, el narcotráfico, la decadencia laboral y profesional de la población, la baja calidad educativa y la delicuencia juvenil, y el lugar perdido de la Argentina en Latinoamérica y el mundo. Se trata de que los argentinos no sólo se sensibilicen con los síntomas de una sociedad terriblemente desorganizada, sino de que entiendan bien la causa de estos síntomas para que acepten las posibles soluciones realistas que eliminen esas causas y creen, esta vez sí y en forma real y no sólo en el imaginario de un pequeño grupo de dirigentes, nuevas y mejores condiciones de vida.

El buen líder se conocerá por el sentimiento instintivo de la enorme fuerza de voluntad hoy paralizada en el seno de la comunidad, y por el potencial de inteligencia y conocimiento de causa que aplique a la explicación y resolución de los problemas. En definitiva, éste es el tema que hoy debería apasionar a observadores y argentinos de a pie, y no la obsesión con quién va a liderar el Estado. La Argentina no está mal por culpa del gobierno kirchnerista, ni quiera por la baja calidad de muchos de los dirigentes políticos, sino por la baja calidad de la comunidad en su conjunto. Somos una comunidad desorganizada, desorientada e incapaz de pensar por sí misma el qué, el dónde, el cómo, el por qué, que se confunde permanentemente, por falta de elementos confiables de juicio, acerca del quién, aunque—necesitada y angustiada al extremo—tenga siempre en claro que el cuándo es ahora.

Lidere quien lidere, es la comunidad la que tendrá la última palabra y es a ésta a la cual hay que entrenar y preparar para que gestione su propio cambio, más allá de quien lidere, mejor o peor, el Estado.