lunes, octubre 03, 2005

LOS SESENTA AÑOS: TREINTA Y TREINTA

El General Perón y Eva Perón decían que los peronistas tenían que hablar, siempre, en la primera persona del plural. ¿Cómo usar el nosotros, sin embargo, cuando aquel nosotros no quiere decir ya casi nada y en vez de identificar, confunde? Antes de que los recordatorios, festivos, nostálgicos o aún críticos, del memorable 17 de Octubre de 1945 ocupen, en la prensa y en nuestros pensamientos, un espacio aún mayor que el de la discusión mediática acerca de si los peronistas seguirán gobernando el país hasta el fin de los tiempos, conviene reflexionar sobre un hecho no por obvio más claro. Los sesenta años son en realidad treinta y treinta. Treinta años de peronismo y treinta de post peronismo. Treinta años de peronistas conducidos por Perón y treinta años de peronistas tratando de conducirse entre sí y de conducir al resto de los argentinos, incluidos además por el mismo Perón en la categoría de herederos.

El peronismo, como tal, existió hasta la muerte de Perón, con una ligera prolongación en el tiempo debido a que Isabel Perón llevaba el mismo apellido y ejerció su particular liderazgo espiritual para evitar que nadie, ni siquiera ella, pudiera adueñase de una herencia que según Perón, sólo pertenecía al pueblo, a los argentinos en su totalidad y no a los militantes de su movimiento. Muerto Perón, quedaron, eso sí, muchos peronistas. Como Perón no era Jesucristo ni quería tampoco serlo, se preocupó de que su doctrina fuera algo muy separado de él y de su nombre, y le dio el nombre de Justicialismo, en homenaje a una de las aspiraciones más auténticas del rebelde pueblo argentino, al cual él sirvió hasta el día de su muerte. Al General le agradaba, eso sí, que los que lo seguían se llamasen a sí mismos peronistas, porque dicha identificación le parecía una prueba de lealtad. Eva Perón hizo mucho para que peronista fuera sinónimo de soldado en combate, ofreciendo ella misma la vida por Perón, que era lo mismo que darla por los argentinos más humildes y desposeídos. Ser peronista significaba así, en tiempos de Perón, entregarse a la lucha de Perón, tratando de ayudarlo en la tarea de ubicar a una inmensa mayoría de argentinos sin acceso a condiciones dignas de trabajo, de salud, de educación y de vivienda, en justa paridad con los otros argentinos más favorecidos. Esta parte de la revolución peronista se completó cuando después de dieciocho años de lucha entre peronistas y antiperonistas, la sociedad argentina entera dio la razón a Perón y lo votó por tercera vez como su presidente. Así, con la muerte del entonces Presidente Perón terminó la era de los primeros treinta años de peronismo y con la intensificación de la guerra comenzada inmediatamente antes de su muerte entre los peronistas que reivindicaban por anticipado su herencia, se inició la segunda era de treinta años, la de los peronistas con sus interminables batallas, que durará mientras los dos últimos peronistas sigan vivos, si es que antes no logran ponerse de acuerdo.

Si bien Perón había declarado que el peronismo se terminaba con él y que su único heredero era el pueblo, a los peronistas les resultó difícil, desde el comienzo, comprender el alcance de esa sencilla verdad. Usando el nombre emblemático de Perón, en los últimos treinta años han peleado por el predominio en tres campos diferentes: 1) en el de la conducción de los afiliados y simpatizantes peronistas del institucionalizado y nunca más proscrito partido peronista, 2) en la reinterpretación histórica de la doctrina justicialista y 3) en el liderazgo de la Argentina y de los argentinos, tratando de ser un líder hegemónico como Perón, igual a Perón o mejor que Perón. El modelo paterno amado, odiado o corregido por una generación de hijos que hoy cuenta con algo menos o algo más de sesenta años, hijos simbólicos de Perón y Evita.

Del peronismo no quedó peronismo en sí mismo, sino lo que hoy inquieta a muchos por su imprevisibilidad: peronistas, hijos del peronismo, hoy con nombres diversos e incluso con sus propias crías que ya llevan otros nombres. Movimientos surgidos de batallas ganadas en el campo del PJ, en el campo de la revitalización doctrinaria o en el del mandato de una amplia mayoría de argentinos. Para nombrar sólo los dos movimientos más notables: el Menemismo, con los desprendimientos posteriores del Chachismo y del Cavallismo, y el Duhaldismo con su desprendimiento actual del Kirchnerismo. Casi todos han tenido la oportunidad de liderar, de un modo u otro, a los argentinos y de torcer, en un sentido o en otro, el destino de la Argentina, pero ninguno hasta ahora ha logrado completar el ciclo doctrinario de Perón: proponer una revolución, sostenerla y recorrer sus etapas hasta institucionalizar definitivamente la propuesta.

Resulta así absurdo seguir hablando de peronismo, cuando éste no existe más, en vez de hablar de peronistas, y más absurdo aún que no se defina a éstos en el único campo de batalla que es relevante para el futuro de la Argentina: el de la reinterpretación de la doctrina. Los peronistas, que de modo personal creen haber recibido un legado de parte de su jefe histórico, pueden predominar, con cierta maña y sin mucho esfuerzo, en el aparato partidario y, con mañas también, han sido capaces de ganar elecciones nacionales. Pero eso no basta para cumplir objetivos profundos: si pretenden, como Perón, servir a la grandeza de la Nación y a la felicidad del pueblo, no pueden eludir el honesto trabajo de comprender el mundo moderno y de actualizar los instrumentos doctrinarios según éste. Por otra parte, a lo largo del tiempo, los no peronistas de la misma generación, partes del pueblo heredero, han desposeído a los peronistas de su única ventaja comparativa, aprovechando ellos también el patrimonio público de la valiosa lección de interpretación del pueblo argentino y de conducción política. Por esto el peronismo y los peronistas aparecen además, en tanto generación, como derramados sobre todo el espectro político y por eso mismo la discusión del futuro, además de llevar otros nombres que el de Perón, no se centra en la guerra por la posesión de un aparato partidario sino en la reformulación de la doctrina argentina.

Esta democratización de la experiencia peronista hace también que la división electoral soñada por algunos analistas políticos, en las cuales un “no peronismo” unido se opusiese a un “peronismo” reagrupado en el PJ, resulta, además de anacrónica y gorila, irreal. La división actual de los argentinos está más bien en el irresuelto campo doctrinario, allí donde doctrinas de interpretaciones políticamente antagónicas en el pasado, pueden hoy buscar y encontrar una síntesis operativa, como justicialismo y liberalismo, e incluso como justicialismo y marxismo, para aquellos sinceramente convencidos de que el planeta se encamina al socialismo, y donde el éxito de la reinterpretación doctrinaria se medirá en la mayor o menor eficacia a la hora de resolver los problemas argentinos. También el destino final del PJ – Pejota, partido justicialista y no partido peronista- depende de la resolución doctrinaria. Esta resolución dirá finalmente si los argentinos contemporáneos pueden volver a reconocerse en un partido que supo ser la vanguardia de la modernidad o si este rol de vanguardia corresponderá a un nuevo partido emergido de los argentinos sin lugar en un PJ congelado en el peronismo del pasado o extraviado en la construcción de un improbable futuro socialista.

A sesenta años del día en que los argentinos se unificaron como pueblo, en un primer gesto de democrática modernidad, en aquella integración sometida a votación y sostenida con autoritarismo por necesidad revolucionaria, la herencia de Perón rige aún, colosal y omnipresente, en la política argentina. Atesorada durante treinta años por los peronistas que aún viven, la herencia sirve como automático movimiento reflejo, incluso de la prepotencia, y como inspiración superior, a la hora de servir mejor a los argentinos. De los últimos peronistas ya añosos se espera todo, menos que algún día terminen de morirse sin haber completado lo que la historia les encomendó: que honren a su padre, siendo, dentro de lo posible, mejores que él.

Entre los festejos del 17 y las elecciones amañadas del 23, en las cuales los peronistas del cualquiera de los infinitos y disímiles PJ se opondrán a los peronistas de las infinitas disidencias organizadas en otros frentes o partidos, quizá nadie tenga tiempo de formular y responder con solvencia técnica, la única pregunta que hoy Perón se haría: ¿qué instrumentos me conviene usar para lograr la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo?