lunes, febrero 10, 2014

NO SON ELLOS, SOMOS NOSOTROS

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

  
¿Y si pensáramos en la responsabilidad que tenemos cada uno de los que nunca fuimos ni seremos kirchneristas en que la población argentina haya apoyado a Néstor Kirchner primero y dos veces a su mujer sin reparar en la inmensa estafa a la que se sometía?

No somos todos iguales, y debemos separar del lote de culpables a todos los liberales y peronistas liberales que desde un primer momento advertimos acerca de la trampa iniciada por Duhalde y consentida por Alfonsín a fines del 2001, y finalmente consolidada por los Kirchner. Para comprender lo que hemos sufrido en esta larga década, hay que volver a ese umbral que se cruzó mal y volver a cruzarlo en sentido inverso, reestableciendo las condiciones que en los 90 lograron un sólido despegue de la Argentina. Pero no es posible que sólo lo cruce una minoría. La gran mayoría de argentinos debe comprender cuál fue la exacta hora en que cambió su destino y quienes fueron los responsables y bajo que excusas e ideas destruyeron el país para después inventar un falso crecimiento que sólo se debió a los precios internacionales de nuestra producción agropecuaria.

Y aquí hay que recordar la larga lista de culpables asociados al desastre por una mala comprensión del comportamiento de las sociedades capitalistas en la economía global y por una retrasada visión voluntarista social-demócrata que les hace poner el acento en el reparto y no en la creación de riqueza. Todo el radicalismo fue el socio ideológico—cuando no electoral—del gobierno kirchnerista. También, muchos en el macrismo se anotaron en la misma línea oportunista,  confundiendo a la gente acerca de los 90, años demasiado impopulares como para tomarse el trabajo de defenderlos, y criticando estos años con las mismas armas del radicalismo. Que hoy se hable otra vez de una alianza Macri-Cobos no es sorprendente en ese contexto, pero dicha alianza es también la garantía de que la población siga navegando ya no en la incultura política, sino en una nueva variante de la imbecilidad ideológica y la mentira electoral.

El republicanismo por sí mismo no debería ser hoy el motor de ninguna alianza. Es una idea necesaria pero no suficiente. Todos somos republicanos, el peronismo incluido, salvo la minúscula porción de la izquierda kirchnerista. Hace falta más para despertar al pueblo acerca de sus verdaderas opciones y explicarle qué modelos de país están en realidad enfrentados. ¿No es increíble que hasta ahora no se haya constituido un núcleo—aunque  sea pequeño—puro y duro, dispuesto a defender los dos grandes países perdidos, el del liberalismo de los años gloriosos de la Argentina y el del peronismo promotor de los más humildes trabajadores a la cima de una comunidad que a partir de ese momento logró su total condición demócratica? En esta hora del siglo XXI, lejos de ser antagónicos, esos dos países son uno solo: la Argentina integrada que requiere las mejores armas para la creación de la riqueza necesaria para permitir el continuo ascenso de las capas bajas hacia las mejores condiciones de vida posible.

El kircherismo no es sólo el instrumento del antiliberalismo local y global, sino el gran congelador de la continuidad de la revolución peronista, que nadie como Duhalde y los dos Kirchner contribuyó a frenar.  Que ahora un inexperto intendente como Massa se rodee de gente que sirvió a ambos, como Lavagna y otros, debería llamar también la atención de un pueblo confundido que, sin saberlo, todavía está esperando el líder veraz y honesto que lo despabile.

Lo triste es que no se puede esperar ni espacio para decir esto en los medios opositores: Clarín navega en su eterna y cómoda laguna socialdemócrata a la francesa, opuesto al kirchnerismo sólo porque—esta vez—el Estado no es su amigo, y La Nación, que debería ser por lo menos el bastión liberal sino el peronista—aunque a esta altura también podríamos pedir esto, en su propio beneficio—está demasiado tomada por radicales como para jugarse por lo que hay que jugarse y crear un espacio de pensamiento que vaya más allá de sus valiosas contribuciones republicanas y anticorrupción.

La Argentina no tiene destino sino aparece pronto en el horizonte político el fuego de la verdad histórica, limpiando ideológicamente el terreno sembrado de tanta maleza mentirosa. Los jóvenes que hoy componen la gran mayoría de la población deben exigir esto a sus mayores. ¿Cómo podrían ellos, desde el corto reflejo de su experiencia, sintetizar en modo positivo y completo los últimos setenta años de vida argentina? Republicanos, sí, y paladines de la anticorrupción, también, pero la demanda de fondo es más profunda y sustancial. Hay que ofrecerles más razones y más fundamentos para que sepan cuál es el país posible que se perdió en camino: deben asistir al despliegue de una memoria encarnada.

Una memoria positiva y apasionada, arraigada en la historia real de los únicos éxitos argentinos conocidos, el liberal y el peronista; una memoria de esas que sirven, en la hora de la desesperación, para recordar quienes somos, de donde venimos y hacia donde deberíamos ir.

Allí donde podemos llegar, y muy pronto. Como es de uso, basta con conocer el destino para sacar el boleto adecuado.