sábado, abril 30, 2016

LA NUEVA OPOSICIÓN


Como por arte de magia, mientras los más despistados hablaban de un paro en contra del Gobierno, el peronismo hizo un traslado incruento de su conducción. De las manos de la ex presidenta Fernández a las manos de los dirigentes de la CGT, capaces de unir, además, a todas las centrales obreras. Ese peronismo, el viejo peronismo de los trabajadores desprendido de los oportunistas de un PJ nunca cabalmente democratizado, se ha transformado así en la nueva fuerza con que el Gobierno puede contar, tanto para oponérsele, si equivocase o se debilitase su plan económico, como para aliarse y contar con la fuerza necesaria para hacer las reformas que el país urgentemente precisa. El peronismo como el socio y legítimo hermano mayor del PRO, la alianza postergada por el kirchnerismo y que terminó volcando al PRO hacia el radicalismo. 

De ahí la otra novedad, el salto que ahora debe hacer ese peronismo más genuino que, con las otras centrales obreras, representa al total de la fuerza laboral de los argentinos. Un salto postergado, paralizado por la última y larga gestión del kirchnerismo, y que nunca terminó de encontrar, después de los años 90, el liderazgo necesario para hacer de los trabajadores una fuerza útil de la globalización, capaz , en primer término de beneficiarse de ésta, dejando de esperar todo del Estado. 

Los sindicatos tienen la posibilidad individual de repensar su rol en una economía capitalista, de libre mercado y abierta al mundo, y de imaginar formas útiles de reemplazar a un Estado incapaz de proveer los beneficios que los trabajadores merecen, sin incurrir en un gasto inflacionario.  Los trabajadores, además, precisan adecuar su propia economía individual a la economía capitalista, de modo de integrarse a ella con derecho propio. Participación en las ganancias empresarias como forma de aumento de la productividad, gestión privada sindical de los seguros de desempleo y de salud, reeducación laboral en escuelas asociadas a los sindicatos: los enlaces posibles del trabajador, de su sindicato y de las centrales obreras con la economía privada son infinitos. Baste entender que los sindicatos son de por sí organizaciones libres y privadas y que pueden ser autorizados para iniciar toda clase de emprendimientos para beneficiar a los trabajadores asociados.


La Argentina es el país de América Latina que, gracias al peronismo, más se benefició de este concepto de iniciativa capitalista de los trabajadores. Las excelentes obras sociales del pasado son un ejemplo de esto, un ejemplo para retomar en el área aún inexplorada de seguros, educación y vivienda. Al no ser instituciones con fines de otro lucro que no sea aplicado al beneficio de los trabajadores, los sindicatos tienen un amplio registro de posibilidades para desenvolverse con la misma eficacia de una empresa capitalista, con el capital y ganancias aplicados a la mejora constante de sus asociados.
 

Un tema señalado por la otra oposición radical, tradicionalmente antiperonista y encarnada en esta vuelta por Elisa Carrió, es sin duda la presunta o posible corrupción  de algunos dirigentes sindicales, inclinados a enriquecerse con el dinero de los trabajadores. Este tipo de corrupción, muy parecida a la corrupción de los políticos del Ejecutivo, del Poder Legislativo y del Poder Judicial, tiene la misma cura a la cual los otros poderes están hoy sometidos, a pedido de la voluntad popular manifestada en las elecciones: la democratización y el control de las organizaciones gremiales por parte de sus propios asociados. No es el Estado político el que debe entrometerse en la vida privada de los sindicatos, aunque la Justicia sí deba ser el resorte necesario de resolución de conflictos e intereses entre privados o entre los sindicatos y el Estado.
 

Una nueva gesta de las organizaciones obreras está por delante: ni enemigos del capital ni socios corruptos del Estado, sino organizaciones libres buscando su propio interés y beneficios con nuevos métodos compatibles con la economía global.
 

Por la enorme tradición de poder y libertad de gestión de sus sindicatos,  y por el extraordinario poder político de la central de los trabajadores—que, recordemos, fue la invención genial y fundante del general Perón desde su ya mítica Secretaría del Trabajo—la Argentina puede dar nuevas e ingeniosas respuestas al dilema global de los cambios en el trabajo debidos al nuevo paradigma tecnológico, dar un giro productivo a la desocupación, y reemplazar al Estado en la prestación de servicios básicos de seguros, salud, educación y vivienda, con una gestión más eficiente, a la par de cualquier empresa privada.

¿Combatiendo el capital? No: generando y multiplicando el capital y usándolo en beneficio de los trabajadores.  Una nueva forma de hacer peronismo que los políticos no supieron explotar y que, sin duda, la dirigencia sindical apostará a concretar. Una forma de peronismo que competirá con el Gobierno sólo para mejorar el conjunto, compartiendo las premisas capitalistas, ya no patrimonio exclusivo de una derecha liberal, sino compartidas por la más libre y activa de las fuerzas productivas de la Argentina: sus trabajadores.