lunes, diciembre 10, 2012

LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO


(publicado en:  http://peronismolibre.wordpress.com )

Mientras los políticos argentinos continúan sus discursos con el eje puesto en los grandes ideales para la Nación y la comunidad—no importa si socialistas, capitalistas o a mitad camino, si con el acento en la libertad o en el control y reparto de los recursos públicos por una sola persona, si ensalzando la libertad de mercado o asfixiando a éste—la población padece un sinnúmero de gravísimos problemas y grandes, medianos o pequeños inconvenientes en la vida cotidiana que poco tienen que ver con el predominio de un gran ideal sobre otro y mucho con un problema argentino de larga data: la administración del estado en manos de una mayoría de políticos sin experiencia administrativa calificada y de un ejército de militantes con escasa o nula formación, y, a menudo, sin otro currículum que la adhesión a los grandes ideales de sus líderes.

La inseguridad generalizada derivada de una mala administración de los recursos y organización de las fuerzas armadas y de seguridad, los pésimos servicios de transporte público, la deficiente estructura educativa, sanitaria y de vivienda, la deficiente e incompleta estructura vial, no tienen su origen principal en la elección de un ideal u otro sino en una insuficiente profesionalización de la administración del Estado. Si bien en los años 90 la cesión de parcelas de administración del Estado a la actividad privada resolvió muchísimos problemas y modernizó servicios, no pudo resolver lo que aún quedaba en manos del Estado, la necesaria supervisión de las concesiones privadas, afectada por la misma ineficiencia y desprofesionalización del Estado en el conjunto remanente.

Mientras los charlatanes de la política opositora vuelven a atrasar, pensado que con un discurso en pro de una mayor institucionalización van a resolver aquellas cuestiones que son la principal y legítima queja de la población, y en tanto los charlatanes ya graduados como tales en el mundo entero del Gobierno Nacional se esfuerzan cada día en desprofesionalizar aún más el Estado, y hasta en sus áreas más sensibles y comprometidas, como las Relaciones Exteriores, la Economía y la Seguridad, la población sigue atónita ante el desorden de lo que es la mayor empresa de la Argentina. El Estado Nacional es la empresa nacional que más recauda, también la que más gasta y la cual hasta se permite emitir moneda sin otro respaldo que sus propios pagarés a pagar en un remoto futuro, sin hablar de las deudas que no quiere pagar al mundo para no admitir su bancarrota. Una empresa muy particular, escudada en la atrasada idea de que el Estado, en tanto ente de capital público (capital provisto por la población bajo el nombre de impuesto en vez de “acciones”) dedicado a la provisión de servicios públicos y sin fines de lucro (¿qué explica en esta empresa tan mal gestionada que funcionarios se alcen con coimas y desde el presidente para abajo construyan impresionantes fortunas personales con el dinero público?) es otra cosa y no también una empresa.

No son los ideales, no. Podemos salir, con un poco de esfuerzo mental, del pensamiento binario Estatismo- Libre Mercado, y admitir que hasta es posible que haya empresas de capital público, un modo más adecuado de llamar a todo aquel emprendimiento necesariamente en manos del Estado, como hospitales, escuelas, universidades y otros servicios públicos, pero poniendo el acento en el hecho de que, con capital privado o capital público, los modelos de gestión, eficiencia y calidad deben ser los mismos, porque no hay razón para que sean de otra manera y porque la población merece lo mejor, ya que está pagando por ello. Las empresas de capital público deben ser tan sustentables y productivas como las de capital privado, con la sola diferencia de que el capital privado requiere retirar o reinvertir sus ganancias para beneficio de ese mismo capital, y las de capital público se reinvierten permanentemente porque el objetivo no es el lucro, sino la permanencia y estabilidad. Del mismo modo que ninguna empresa privada entregaría la gerencia al portero, la administración del personal a la hermana del portero, y la presidencia de la compañía a una estudiante de abogacía, todos muy entusiastas acerca de la empresa pero sin la menor experiencia en la gestión de una empresa de tal dimensión, los dueños de esa gran empresa que es el Estado deberían ahora poner el acento en la selección adecuada de sus administradores. No sólo en aquellos que expresen los ideales a los que cada uno se sienta más afín, sino específicamente aquellos que hayan superado la etapa del charlatanismo para entrar de lleno en una solución moderna de los problemas de gestión estatal.


Una mayor institucionalización—partidos políticos recuperados, una Justicia que dirima los conflictos entre particulares pero también entre particulares y el Estado, y una elección discriminada y no por lista sábana de cada cargo electivo—ayudará a identificar a los candidatos más sensibles a la decisión de profesionalizar el Estado, pero no solucionará por sí misma los problemas de administración, como muchas veces se quiere hacer creer. Es necesario preguntar cómo cada candidato va a encarar la reforma y profesionalización del Estado y saber con qué gerentes idóneos cuenta para esta tarea.


La postergada federalización, acompañada por una descentralización a nivel provincial, será llave de la resolución administrativa que lleve al Estado a instancias cada vez más cercanas al control de la población. Del mismo modo, dando autarquía de gestión a toda empresa de capital público, e igual autarquía a las auditoras de control de éstas, se logrará una máxima eficiencia con el mínimo de recursos y con personal que se profesionalizará de arriba hacia abajo, de modo de rescatar el personal valioso hoy improductivo y de reeducar o desplazar al resto dentro de las nuevas reglas de profesionalismo y eficiencia.

Pensar en dónde está realmente el problema—no en los ideales, sino en la administración y gestión profesional del Estado—puede limpiar la atmósfera política y ayudar a los nuevos candidatos a preparar sus planes políticos como planes de ocupación de una empresa en bancarrota y sin gestión profesional, para transformarla en una empresa exitosa, próspera y con servicios de excelencia.


Para cualquier político de esos que vienen atrasando desde hace décadas, esto puede sonar a plan endemoniado de la sinarquía internacional globalista. Para los más jóvenes, que ven los problemas y tienen menos prejuicios, esto puede sonar a la gran oportunidad para que la Argentina, libre por fin de todo el viejerío ideologista, se lance de la mano de la nueva generación desprejuiciada a resolver el más antiguo problema argentino, desde que los prolijos ingleses y la obediente y asimiladora élite local tuvieron que irse: la administración eficiente de la gran empresa estatal.

miércoles, noviembre 14, 2012

¿ALGUIEN O ALGO?

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

Una inmensa mayoría de argentinos manifestó un deseo de cambio, con algunas precisiones, pidiendo una justicia independiente, fuerzas de seguridad activas y competentes, transparencia en los funcionarios y actos del Estado, y una democracia basada en el diálogo y equilibrio. El 8 de Noviembre se marchó, en definitiva, para pedir el respeto a la Constitución—lo cual incluye no reformarla—y a las reglas del juego político destinadas a ordenar a un pueblo para su crecimiento armonioso y próspero. Frente a la espectacularidad de una masiva protesta sin liderazgo, en forma recurrente, se escuchó ese día y los siguientes, “No tienen un líder que los represente,” en su versión descalificadora, o bien “¡Ojalá aparezca alguien!”, como deseo ferviente de aquellos que perciben que algo falta para que el cambio por fin se produzca. Los líderes son útiles, pero no es exactamente un líder lo que falta en la Argentina desesperada por la mentira y el retroceso en todo. Hay líderes de todos los colores, cuyo discurso identifica a uno o muchos de los sectores que marcharon, e incluso, en algunos temas, a todos. No es “alguien” el destinado a llevar adelante el cambio, sino ese mismo pueblo dándose cuenta, en una nueva elevación de conciencia, de que lo falta es “algo”, y algo que está en sus manos tanto como en las manos de los dirigentes.

Cualquiera de los actuales líderes de la opinión, colocado por una varita mágica en la cúspide del Estado y con una mayoría en ambas cámaras en este mismo momento—las mismas condiciones que tiene el actual gobierno—ciertamente haría cosas diferentes y presumiblemente más acertadas, pero quizá demoraría años en lograr los resultados necesarios porque le faltaría ese “algo”. Ese “algo” es en lo que nadie piensa—ni pueblo, ni aspirantes presidenciales, y, a veces, ni siquiera el periodismo más investigador—y es la necesidad de profesionalizar al máximo la administración del Estado. Las escasas activas fundaciones privadas o partidarias dedicadas al estudio de todas y cada una de las partes del Estado y su administración (incluyendo las estructuras de los tres poderes, y todos los niveles del nacional al municipal) no tienen suficiente sostén financiero por parte de empresas y público para realizar la inmensa investigación necesaria antes de ocupar el Estado con impecable eficiencia. Es impensable entonces pensar en un verdadero cambio, después de una década de metástasis estatal y de destrucción en la conciencia pública de los paradigmas de los 90 que buscaban un Estado ágil y musculoso, relevado de todo aquello que podían hacer mejor los privados.

Ese “algo” incluye la reforma fiscal federal, que debe ser muy bien estudiada y calculada para permitir que, proveyendo a la Nación de lo necesario para sus obligaciones, la recaudación local pase a ser controlada y administrada por cada estado provincial. Hay estudios, pero nunca completados y difundidos en el público para su discusión, “algo” imperdonable, si pensamos que no habrá desarrollo o veloz arreglo de la Argentina si no se descentralizan también las soluciones.

Ese “algo” que nos falta en otros países se crea por acumulación de experiencia, modificando sobre la marcha. En la Argentina no hay acumulación, porque cada nuevo régimen desmantela el anterior, con ese modo tan antiprofesional que tienen los políticos argentinos—salvo honrosas excepciones—de dejar su huella “revolucionaria” para la posteridad, ciertamente más colorida y llamativa que el buen trabajo profesional hecho a conciencia.

Ese mismo pueblo que marchó puede hacerse a sí mismo un regalo de Navidad: ese “algo” que asegure que, cualquiera sea el “líder” que al final sea capaz de ganar las elecciones, tenga en sus manos el plan maestro de la reconstrucción de la Argentina. No las habituales palabras descriptivas, sino los números concretos de qué es lo que hay que hacer, cómo, dónde y cuando, en cada oficina del Estado.

Con ese “algo” en las manos públicas, habrá muchas menos discusiones acerca del “modelo de país” porque el mismo sentido común que ha hecho marchar a la gente, hará marchar al país.



domingo, octubre 14, 2012

LA CORRUPCIÓN DEL PERONISMO

(publicado en: http://peronismolibre.wordpress.com)


Desde sus comienzos, el peronismo ha sido percibido, desde la óptica liberal, como corrupto y, desde dentro del mismo peronismo, como revolucionario y justiciero y, por lo tanto, sujeto a la regla de que el fin justificaba los medios. Como liberal, puedo ver claramente en el período 45-55 los rasgos totalitarios y el uso del Estado para adelantar la causas justicialista y lamentarlo, pero como peronista, no puedo sino alegrarme de que haya triunfado la revolución que permitió el acceso de millones de trabajadores a los derechos sociales y políticos y a formar parte de una mayoritaria y sana clase media. Con malos modales democráticos, el General Perón logró lo importante: una Argentina más justa y democrática, objetivo liberal si los hay.


A pesar de la contrarrevolución “libertadora” la Argentina nunca volvió atrás, aunque se le dificultó la marcha integrada hacia su futuro natural. El estigma de corrupción, con el General Perón en el exilio, se trasladó al único poder peronista remanente, el sindical, que tuvo que defenderse, otra vez, con malos modos democráticos e institucionales para no perder las conquistas frente a un estado, que con autoridades elegidas o con militares golpistas, hacía fuerza, y mucha, para volver atrás.


Con el regreso del General Perón en 1972 al país y en 1973 a la Presidencia, la palabra corrupción se cayó de la boca de la mayoría de los argentinos, unidos por fin en la idea de que la revolución justicialista había triunfado, que los trabajadores serían parte de la clase media y parte activa de las fuerzas del país para siempre, y que el justicialismo había entrado en su etapa institucional, expresándose como fuerza política en el Partido Justicialista. La raya entre lo legal y la corrupción la trazó el mismo General Perón con su famosa frase: “Dentro de la ley, todo. Fuera de la ley, nada.” Después murió, y de ahí hasta hoy, el peronismo ha sido el responsable de adelantar o atrasar el reloj de la historia, ya volviendo a la corrupción inicial de usar el Estado para fines personales o partidistas, o, por el contrario, obedeciendo específicamente el legado institucionalista del General Perón, para salvaguardar la revolución y el poderío de la única clase de argentinos que desde el triunfo de ésta mueve el amperímetro del peronismo: los que trabajan, ya como empresarios, ya como asalariados.


En esa hora de la historia estamos, en la de recuperar el legado institucional y en la de hacer respetar las leyes. En el Estado hoy anida una irresponsable y corrupta banda de lo que el General Perón llamó con toda claridad “delincuentes” y el pueblo argentino está en clara rebelión contra este estado de cosas. No se trata sólo de un tema de creación de riqueza y de reparto—un tema al cual el peronismo contemporáneo le debe una sería y dedicada discusión para actualizar sus instrumentos de gestión de la economía nacional—sino del respeto a la ley, como única forma válida de convivencia pacífica dentro de una comunidad nacional.


En este sentido, todos los dirigentes peronistas de la oposición, más sus aliados del PRO y de otros partidos, deben actuar con presteza y diligencia reclamando la acción de quienes deben controlar el funcionamiento del Estado. Es inadmisible tener un vicepresidente con tamaña causa judicial pendiente, más inadmisible aún una presidente que lo sostiene quizá por temer ella misma la reapertura de viejas causas judiciales que expliquen su patrimonio y de nuevas causas que expliquen otras mentiras e ilegalidades, e igualmente inadmisible tener variancias de la delincuencia en otros estamentos del estado, desde jueces corruptos tolerantes con la corrupción del poder hasta funcionarios habilitados a intervenir de modo igualmente corrupto sobre las libertades individuales y el desenvolvimiento normal de instituciones y empresas. Que esta gente haya bloqueado el Partido Justicialista, usurpe el nombre de “peronista,” y tenga al país en vilo con el temor de que estemos dirigiéndonos hacia una dictadura populista a la venezolana, y que merezca con justicia el nombre de corrupta y de autoritaria, no sepulta el legado institucionalista del General Perón y mucho menos, al peronismo vigente dispuesto a reivindicar este legado.

Sí los argentinos tenemos la obligación de exigirle a estos verdaderos peronistas que se manifiesten con claridad, para limpiar el nombre hoy secuestrado y robado del peronismo, y también para mostrar y ser testimonio de que la revolución peronista realmente valió la pena.

Si el único fin de esta revolución fue permitir que, en su nombre, ambiciosos y ambiciosas se enriquecieran y se llenaran los carrillos con palabras mentirosas con las cuales engañar a la gente detrás de las banderas robadas, entonces el peronismo irá a morir en el fracaso, arrastrando con él a la inmensa, multicolorida y alegre clase media que supo formar, y con ésta, a la Nación misma.

Si, por el contrario, la palabra del General Perón—que fue quien a conciencia empezó todo esto, con confianza ciega y total en él mismo, en los argentinos y en el futuro de la Argentina—sigue viva en los que lo continuaron, el regreso a la ley se producirá. Como decía el mismo General Perón en su despedida del 12 de junio de 1974: “Cuando el pueblo tiene la persuasión de su destino, no hay nada que temer.”


Los argentinos sabemos que nuestro destino no es el de la corrupción y el de la delincuencia, aunque todos los días desesperemos porque eso es lo que tenemos hoy delante de las narices. Los responsables más inmediatos en la tarea de recuperar nuestro destino somos todos y cada uno de nosotros, en primer lugar, y luego los responsables institucionales en desacuerdo con el actual estado de delincuencia y corrupción encaramado en sectores del Estado, a saber: los jueces independientes y la muy responsable Corte Suprema de Justicia; los diputados y senadores que deben responder al mandato de quienes los votaron y no al dedo de quien los anotó en la lista; y los gobernadores peronistas, en especial aquellos con mandato dentro del Partido Justicialista, que deberán decidir de una vez si son parte de la corrupción o su enemigo.



domingo, septiembre 16, 2012

EL CASTING PARA ELEGIR EL NUEVO PRESIDENTE

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

Es sorprendente que aún nadie haya pensado hacer una pre-interna abierta en televisión, presentando a todos aquellos futuros candidatos presidenciales que se avengan a hacer lo que los argentinos esperan: decirles para qué quieren ser presidentes, qué clase de país tienen en mente y con qué gente van a gobernar. En un país donde el último jueves 13 quedó demostrado que si la gente ya está lista, y en posición de mando, liderando una aspiración de cambio, los dirigentes no lo están. Resulta hoy más necesario un exigente casting de presidenciables que un casting de bailarinas y chicas simpáticas. Hay muchas bailarinas y chicas lindas en la Argentina, ¡sobran!, pero pocos candidatos a presidente que realmente califiquen y en los cuales la gente pueda confiar. Y los pocos que hay, la gente no termina de conocerlos bien y menos de considerarlos como candidatos aceptables, ya que siempre presentan su opinión fragmentada, en respuesta a tal o cual evento, sin tener la ocasión y el espacio de mostrar la totalidad de su visión y el suficiente aire como para transmitir su persona más verdadera.


El mayor problema que los argentinos tenemos, enfrentados como estamos hoy a un único discurso y una única candidata que pretende ocupar todo el espacio político aún a fuerza de artimañas como la manipulación de las internas pasadas de agosto, es recuperar por vías no institucionales la institucionalidad. Ya sabemos que de este gobierno no podemos esperar un PJ democrático donde los candidatos peronistas puedan competir, ni elecciones internas abiertas limpias, ni listas que no sean a dedo y en sábana, ni jueces electorales no corruptos, ni un Ministerio del Interior que no sea juez y parte en cada elección, y mucho menos un paso al costado que permita abrir el juego democrático, cuando de lo único que hablan es de reformar la constitución para seguir en el poder.

Por lo tanto hay que recuperar la base de la democracia. En primer lugar, con lo que acabamos de ver: argentinos despiertos y activos, participando de motu propio como el pasado jueves, sin que ningún dirigente los haya convocado, llamados a dar presencia y testimonio por la misma espantosa realidad institucional en que vive el país. En segundo lugar, recuperando la idea de representatividad, recreando un espacio virtual para los partidos y llamando a un casting presidencial. Un casting que a su vez motivará castings en todos los demás niveles de representatividad, para que cada senador y diputado, nacional o provincial, y cada intendente y cada concejal se acostumbren a someterse al mismo sistema de presentación ante el electorado específico y a ser elegidos individualmente en la competencia con otros candidatos.

El ejercicio virtual de la democracia, a través de un espacio televisivo en red con la Internet, supone el uso de la tecnología para conectar población y candidatos en una pre-instancia primaria, de modo que nadie intervenga en este diálogo, reservado a los aspirantes y sus futuros mandantes. Después quedará el problema formal de reproducir esta selección y este diálogo en las instituciones reales, pero, como esta tarea desde el año 2002 resultó imposible, siempre distorsionada por el Gobierno, es necesario primero reestablecer el diálogo público real entre aspirantes y mandantes, de modo de fortalecer a aquellos en su tarea de recuperación de las instituciones reales.

La mayor desazón es no tener hoy una clara voz opositora. Es posible que se realicen agrupaciones de partidos bajo un mismo lema, para oponerse por ejemplo a la reforma de la constitución, y eso está muy bien, y es muy positivo, pero ante el arrollador poder del gobierno que ha ocupado la totalidad del Estado y de las instituciones de la democracia, es importante identificar primero y contar después con hombres y mujeres con un poder delegado virtualmente por amplios sectores población para ejercer la representación temporaria de ésta. Es necesario renovar el contrato de confianza entre los aspirantes a representar y los futuros representados.

Existen partidos que bien o mal, están funcionando, y un partido con muchos potenciales candidatos, el PJ, pero paralizado, y también partidos muy pequeños pero con personalidades sobresalientes: todos los aspirantes presidenciales de todos estos partidos deberían tener un espacio público para conectar con la población disconforme por la falta de líderes convincentes y demostrar que, aunque sean pocos los buenos, todavía tenemos hombres y mujeres infinitamente más capaces y mejor formados que la resaca que nos gobierna. Hombres y mujeres capaces también de armar equipos profesionales de gestión, como la mayoría de los argentinos creemos que merecemos, hartos ya de tanta ignorancia e improvisación en la mayoría de los temas fundamentales.

Hay que inventar ese espacio virtual de conexión entre los presidenciables y la población, representada en la ocasión por el mejor equipo de periodistas posible, que no deje inquietud sin cubrir acerca de lo que cada presidenciable haría con el país y cómo: qué tipo de economía, qué lugar en el mundo, qué sistema de seguridad interior, qué política educativa, de salud y de vivienda, qué política de promoción social, qué política para fomentar la creación científica y artística, etc.

Una propuesta de este tipo, en cualquier lugar del mundo, sólo tendría cabida en los meses inmediatamente anteriores a una elección presidencial. En la Argentina de una posible única candidata presidencial eterna, y ante el previsible desborde anárquico del descontento de las mayorías y de las nuevas minorías azuzadas hacia la violencia por desesperación, es legítimo adelantarse y crear un espacio de pre-internas virtuales, de modo de contar con voces conocidas, evaluadas y aprobadas virtualmente por la población, que puedan liderar el cambio en forma pacífica y, también, mostrar al mundo la otra cara de la Argentina y no la que hoy nos avergüenza, desde el tandem de la presidente y el vicepresidente, pasando por el resto de quienes, sin en el menor profesionalismo técnico o político, destruyen el país.

Evaluar a fondo a los presidenciables dejaría también a los argentinos más tranquilos, en el sentido de mostrarles que hay uno o más hombre y mujeres de recambio con un potencial que pueden pre-aprobar y que todos aquellos pre-aprobados lo habrán sido por su capacidad de definir con precisión sus proyectos para el país y por su honestidad política al ofrecerse para la evaluación. Esto último es bastante más de lo que puede decirse de la última candidata elegida, que nunca hizo campaña, nunca contestó las preguntas de los periodistas, y sólo tomó la palabra para engañar, cuando no mentir.

Cambiar para mejor es posible: sólo hace falta que la población sin candidato, lo encuentre. Y el que busca, encuentra.

martes, agosto 21, 2012

EL PERONISMO Y LAS ESPALDAS DE ESTA POBRE NACIÓN


(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

Peronistas y no peronistas sentimos en estos días el agobio de un peso histórico con el cual nadie parece saber qué hacer. Hay demasiado peronismo, en el disfraz y en el discurso, y a la vez no hay nada a la vista que el peronismo pueda reclamar como dignamente suyo. Una vez más, quizá la última y definitiva después de sesenta y siete años de idas y vueltas, la Nación depende de la correcta resolución del peronismo como movimiento histórico. Con una carga nunca asumida del todo en aquello que a peronistas y no peronistas nos atañe como dueños del destino de la Nación, continuaremos abrumados hasta tanto no nos contemos bien la historia, nos hagamos responsables del epílogo y, hechos y en paz con el pasado, nos unamos para seguir adelante.

El peronismo del pasado y, sobre todo, el amor por Perón y Evita que aún vive en aquellos que los conocieron y en la admiración e idealización de las generaciones siguientes, es un botín que ha sido codiciado desde el mismo momento en que el General Perón murió, el 1° de julio de 1974. Hoy, y después de muchas vueltas, ese botín—o por lo menos su simbología institucional, PJ incluido—ha caído, como la sortija de la calesita manejada por Duhalde, en las manos del kirchnerismo. Ésta fracción política, de vocación ladrona por excelencia, roba el pasado para reescribirlo en forma funcional a un estatismo corrupto e ineficiente, para regocijo de los anti-peronistas de siempre que ven por fin rodar al movimiento maldito hacia ese infierno que siempre pronosticaron como una inevitabilidad histórica.

A los costados del kirchnerismo, como acompañantes forzados o sobornados, los representantes del peronismo más tradicional, apegados a las formas del pasado, tomadas como ortodoxia, oscilan entre aceptar el engaño del kirchnerismo por conveniencia o, a lo sumo, denunciarlo como desviación setentista, sin proponerse una seria revisión propia. Sin haber comprendido nunca el alcance de las reformas peronistas de los años 90, sin hacerse cargo de que, cincuenta y siete años después del derrocamiento del peronismo por la Revolución Libertadora, treinta y ocho años después de la muerte del General y trece años después del final de la experiencia modernizadora del peronismo de Menem y Cavallo, en el peronismo sigue haciendo falta aportar una gran creatividad para encontrar su forma del siglo XXI.

Desde el peronismo modernizador que gobernó desde 1989 a 1999, poco queda: todo se ha perdido o desperdigado, incluyendo el líder—hoy humillado votante del kirchnerismo en el Senado. Quedan unas pocas estructuras en pie—centros de estudio y publicaciones, principalmente- que continúan reivindicando la década del 90 y reviendo el proceso de modernización del peronismo que nunca se terminó (y de ahí los Duhalde, los Lavagna, y los Kirchner, con su ristra de Moreno, camporistas, y montoneros). Estas estructuras no han llegado a tener una dimensión política activa visible en el resto de la sociedad. Negadas por los medios, tan atascados como la ciudadanía en la correcta revisión del más reciente pasado peronista, ya sea por antipatía a cualquier variante del peronismo, o por afinidad con diferentes tipos de ideas social-demócratas, las ideas del peronismo modernizador en yunta con el liberalismo son esenciales, pero invisibles a los ojos públicos.



A pesar de todo, el peronismo, aún como idea inconclusa y como proceso nunca acabado, continúa siendo percibido por la mayoría de los argentinos como la única potencial agrupación política capaz de concentrar poder para gobernar. Se trate del kirchnerismo acaparador de estructuras, fondos estatales y poder electoral, o de la esperanza en la oposición peronista disidente, los argentinos presienten con cierta clarividencia que en ese sector político anidan o el fracaso y la disolución de la sociedad democrática, o la solución de un cambio de rumbo y una reconciliación nacional.



El periodismo, en especial el periodismo tradicionalmente anti-peronista, bate el parche contra el poder autoritario, llama al kirchnerismo con el mismo nombre del peronismo, sin molestarse en rever la usurpación, y ayuda al kirchnerismo en su acumulación de poder, aceptando el papel que éste le atribuye de “gorilas”. “¡Los peronistas totalitarios quieren una vez más la re-reelección, adoctrinan en las escuelas, gobiernan con el miedo y la persecución!” Cunde la alarma y con justa razón, porque ¿quién quiere vivir bajo un régimen totalitario? Pero, cuando los kirchneristas—gorilas de izquierda—y los gorilas tradicionales, mantienen la discusión en esos términos, se aúnan en realidad para ocultar al peronismo modernizador que no logra así juntar fuerzas para terminar su tarea histórica.

El peronismo de los 90 fue democrático, en línea directa con el Perón del regreso en los 70. El gesto totalitario fue necesario una vez, de 1945 a 1955, para asegurar la democratización total de la Argentina con el ingreso de los postergados a la clase media. El peronismo tiene ya asegurado el perdón por los malos modales del pasado en nombre de la justicia de su causa. Hoy, el mal ejemplo totalitario es seguido por el kirchnerismo en nombre de una contrarrevolución destinada a anular aquellas conquistas de Perón, intentando replicar una revolución que ya fue hecha. El Perón del regreso en 1972, se encargó de dar por terminada la etapa revolucionaria y proclamó el ingreso a la etapa institucional. A partir de ese momento, los argentinos, por fin integrados en un pie de igualdad democrática, se expresarían políticamente por medio de sus instituciones, desde el PJ y el Radicalismo hasta las cámaras, de la CGT y las asociaciones profesionales a las asociaciones empresarias, en el marco de una república capitalista con un Estado con buenos músculos y honesta disposición.



El kirchnerismo es hoy exactamente lo opuesto a la continuidad doctrinaria del peronismo. Los ataques del kirchnerismo a toda forma de capitalismo libre, son un ataque a la promoción social de los asalariados y los pequeños empresarios; los ataques al sistema financiero y a la moneda nacional, un ataque a la necesidad de una vida económica previsible sin inflación y con capacidad de ahorro e inversión; los ataques a la CGT, a las organizaciones y productores rurales, y a la industria, por medio del abuso en las retenciones y la arbitrariedad en las reglas de exportación e importación, de la intervención estatal en temas gremiales y el desmadre general de la economía, un ataque a la productividad nacional encargada de alimentar, vestir, curar, educar y cuidar a 40 millones de argentinos.



El kirchnerismo no sólo no es peronismo, ni siquiera en su copia grotesca del totalitarismo inicial desprovisto como está de otra causa que no sea la de usar al Estado como un feudo personal, sino que es el enemigo real de un peronismo que, sabe, lo va a derrotar finalmente por ser el dueño de la razón histórica. Es en esta batalla aún no totalmente explícita, que se percibe el peso del peronismo sobre las castigadas espaldas de la Nación. Poco puede hacer el radicalismo, poco puede hacer un PRO si sólo se conforma con recoger los despojos del movimiento mayor, y mucho menos pueden hacer los demás pequeños y honestos partidos, algunos afines al peronismo y otros más cercanos al radicalismo, sin una clarificación del panorama actual del peronismo.



¿Cuál es esa razón histórica del peronismo que lleva a pensar que será él el encargado de derrotar al kirchnerismo actualmente en el poder? En primer lugar, el usufructo de la herencia de Perón quedó en manos de la totalidad del pueblo argentino. En palabras de Perón: “Mi único heredero es el pueblo.” Es esa totalidad la dueña y la mandante, y no una persona o un grupo encaramado en la cima del Estado apropiándose de lo que no le pertenece. Esa totalidad capaz de expresar su voluntad política sólo por medio de instituciones abiertas y altamente democratizadas: partidos abiertos, con elecciones internas sin ingerencia del Estado, representantes elegidos individualmente y no en lista sábana, etc. Esa totalidad, dueña y gestora de la etapa institucional, hoy coagulada por el kirchnerismo, que ha transformado una comunidad viva en una sociedad muerta.

Dentro de esa totalidad del pueblo, y ya concluida la revolución, el peronismo quedó también con la obligación histórica de armonizar con el pasado. No se trata ya de continuar una guerra contra una oligarquía agropecuaria y pro-británica hoy inexistente, sino de rescatar como propia aquella experiencia fraccional de la Nación, exitosa en términos de la grandeza de la Nación pero incompleta en términos comunitarios y en la felicidad del pueblo. El peronismo no es ya más el antagonista de aquella dirigencia liberal que construyó Nación a su mejor modo posible, sino su continuador, ya no con una fracción de la sociedad, sino con la comunidad entera. El peronismo es históricamente el heredero del liberalismo del pasado, y es en tanto acate este rol que terminará pacíficamente su ciclo histórico, permitiendo el progreso nacional y la expansión al infinito de la prosperidad de sus habitantes. Terminada la vieja elite dirigente, al peronismo que abrió un partido, el Estado y las organizaciones gremiales a todos aquellos que por motivo de raza mestiza o educación habían permanecido al margen, le cupo el rol histórico de constituir una nueva elite, calificada y democrática, para dirigir cada una de las instituciones de la Nación. Esa elite no tiene un corte por clase, porque se nutre de todas ellas en el más democrático de los modos, pero sí tiene hoy un claro corte generacional que informa de muchos de los problemas que tenemos hoy. La actual generación dirigente, en el gobierno o en la oposición es la última en haber sido parida y criada por Perón en vida. Un lugar histórico de privilegio que viene con un peso emocional propio: hay una historia de padres e hijos circulando por aquí, aún no resuelta de un modo feliz.

Al kirchnerismo (descontando el propio perverso proyecto de enriquecimiento personal de ambos Kirchner) se le puede atribuir el rol, ya no de contestatario generacional del padre, sino el del desprecio por un mayor al que se cree pasado de moda y al que se atropella, sin reconocerle razón alguna, y quedando, por lo tanto, en un estancamiento disimulado por un movimiento frenético que, inconscientemente, sólo repite aquello con lo que quería terminar.

Al peronismo tradicional y ortodoxo, no se le puede achacar la falta de amor al progenitor, ya que lo tiene y sin condiciones, pero sí reprocharle su quedantismo, su falta de voluntad de aprendizaje y revisión, y su excesivo apego a un pasado en nuevas condiciones que exigen otra respuesta para obtener los mismos resultados.

Al último peronismo, el de los noventa, altamente exitoso en sus términos modernizadores, no se le disculpa el exceso de ambición presidencialista medida contra las necesidades de una aún pendiente institucionalización profunda de la Argentina en su conjunto. La deserción no fue menor, ya que arrastró en sí la previsible catástrofe institucional de fines de 2001, con el golpe institucional a de la Rúa. Mucho se habla de la implosión de los partidos políticos en aquel momento, engrandeciendo con mucha superficialidad y ligereza un síntoma--“Que se vayan todos”—y sin ir a la raíz del problema que, lejos de estar en el específico gobierno de de la Rua o en las nuevas dificultades de la economía en la segunda gestión Cavallo, se encontraba en la misma crisis irresuelta del peronismo. Otro hubiera sido el cantar si el entonces presidente Menem hubiera designado un delfín, posiblemente José Manuel de la Sota en aquel momento, para continuar el mismo proceso modernizador, y permitiendo a éste y a Duhalde, que expresaba, ayer como hoy, la fracción más ortodoxa y retardataria del peronismo, competir en elecciones internas. Es esa elección interna, la que está faltando elevar y expresar ante la comunidad. Una elección en la cual el kirchnerismo hoy expresa la faz radicalizada del FREPASO, autoexcluido del peronismo en aquel momento por las mismas razones que hoy. La izquierda nunca se sintió cómoda dentro del peronismo. A pesar de la brillante definición de John William Cooke, del peronismo como el hecho maldito del país burgués, hay que entender que la maldición se refería a la inclusión y puesta en pie de igualdad con los burgueses de aquel entonces, de la multicolorida muchedumbre de pobres y no a una crítica de la aspiración burguesa. Es que el peronismo es fundamentalmente un movimiento burgués, cuya gran revolución fue permitir al más desposeído y relegado de los argentinos el acceso potencial a la cómoda, sana, bien alimentada, elegante y cuidada vida burguesa que nos gusta a todos. Es en esta afinidad profunda por la alegría y la buena vida, la libertad hecha de propiedad personal y libertades individuales, de fe y esperanza en el destino individual y comunitario, que los liberales y los peronistas fieles a su propia historia se encuentran hermanados. Ésta es la verdadera novela de la pasión peronista: cómo brindar a todos la buena vida que antes era de sólo unos pocos. Hay relatos más breves, claro, que duran apenas la luz de un fósforo comparados con la llama de la verdadera historia. Relatos que se caracterizan por dos cualidades muy ajenas al peronismo: el resentimiento y la envidia. Dos sentimientos muy cultivados por la izquierda, sin embargo, a la cual se la ve a menudo, una vez en el poder, erigirse en una nueva oligarquía que sustituye a aquella que decía combatir. El resentimiento empuja y la envidia da la forma.



En términos políticos prácticos, se trata hoy de presentar primero a la comunidad la totalidad del espacio peronista y luego recuperar el PJ como institución reguladora de las luchas políticas peronistas. Retrasados en la recuperación doctrinaria con instrumentos propios de este siglo, los peronistas ortodoxos y los jóvenes peronistas de las nuevas generaciones que buscan la verdad histórica y, sobre todo, el camino que les conviene seguir para conseguir una auténtica grandeza de la nación y una duradera felicidad en el pueblo, precisan escuchar más voces que las que escuchan. Un problema político práctico menor, si los dueños de los micrófonos y las páginas impresas deciden que vale la pena apostar al verdadero peronismo, ese hoy casi invisible, como la bala de plata contra la monstruosidad que nos gobierna. Como por arte de magia, la espalda nacional se aliviará, con el peso compartido de un peronismo que hay que volver a discutir, comprendiendo el por qué de la carga colectiva, y hasta dónde y cuándo habrá que llevarla.

Mientras tanto bueno es saber que el epílogo verdaderamente peronista está en el cielo y, de ningún modo, en este infierno.



viernes, agosto 03, 2012

YO MANDO

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com )

Que el país está siendo gobernado por un equipo mandatario de escasísima formación económica, anestesiado además por ideologismos vetustos, y especialmente destacado por la soberbia de su ignorancia–esa que lleva a su principal exponente en la presidencia a mentir descaradamente en forma permanente– no es ninguna novedad.

Tampoco es ninguna novedad la haraganería intelectual de la mayoría de los dirigentes de la oposición, que salvo honrosas excepciones, no desmonta sistemáticamente el engaño, ni desnuda la ignorancia en tanto representa el más brutal ataque a las mejores chances de crecimiento y desarrollo del país, y se limita a quejarse del también inexcusable autoritarismo con que se imponen la mentira, el engaño y la versión ignorante de los hechos, conocida popularmente como “el relato”.

Lo que sí es una novedad es lo que los argentinos reclaman en estos días a sus líderes políticos y sociales: acción mandante sobre una mandataria que desobedece el mandato popular de gobernar bien, a favor de los argentinos y no en favor propio, en temas que van desde la economía hasta la seguridad.

Aunque fuese real—que tampoco lo es por las mismas tácticas de mentira y engaño usadas por un gobierno juez y parte en las elecciones internas de 2011 y en las generales—la supuesta mayoría obtenida no representa una carta blanca para actuar en contra de los mejores intereses de los argentinos.

Perjudicado hoy por una u otra de las acciones del gobierno, desde la inflación hasta la restricción en los mercados, desde la necia negativa a volver a las reglas del mundo financiero, a continuar exponiendo a la Argentina a las peores asociaciones políticas del planeta, desde la persistencia en considerar a las fuerzas de seguridad como enemigas a preferir las organizaciones libres del crimen, cada uno de los argentinos se pregunta cómo detener el error, cómo poner un punto final a la ignorancia, cómo corregir el rumbo que hoy se percibe hacia una catástrofe anunciada. O sea, cómo mandar a una mandataria que cree que los argentinos están allí para obedecerla y no ella en la obligación de obedecer lo que le ha sido encomendado, es decir, administrar bien.

Bien y sin robar ni mantener en pie los negociados vigentes durante tres gobiernos consecutivos, lo cual se ha transformado en un tema que va más allá del pintoresquismo de un peronismo visto siempre como corrupto o de los hábitos bananeros de cualquiera con una pizquita de poder para hacerse de unos mangos salvadores, hábitos de los cuales los Kirchner han hecho una doctrina desde sus tiempos en Santa Cruz. Ahora se trata también de nuevos hechos, como el aún irresuelto caso del vicepresidente elegido por la mandataria por ser de su máxima confianza y lealtad, encargado de la empresa privada de dudoso origen que imprime los billetes necesarios para navegar la inflación y el déficit fiscal crecientes. Administrar bien, también en temas de seguridad: los argentinos nos preguntamos cómo detener la criminalidad creciente en las calles y cómo detener el desamparo ante la agresión permanente a que nos somete la escasa inteligencia del gobierno para brindar seguridad. La mandataria no sabe, y por oscuros motivos, tampoco quiere ocuparse del tema.

No hay otro tema en las mesas familiares, en las oficinas y en las calles: la incredulidad, la desesperanza y la ira se concentran en una pregunta: ¿cómo recuperar el mandato? Es decir: cómo hacerse obedecer por una persona que se ha excedido en el uso del poder, que ha abusado de él, y esto desde hace ya mucho tiempo. ¿Quién debería actuar? ¿Quién debería ayudar a reestablecer la sensatez? Tenemos un Congreso, con diputados y senadores que no representan a un partido o a una facción, sino a los argentinos y a las provincias. Tenemos jueces, muchos no corrompidos por el Gobierno, y tenemos una Corte Suprema, que también debe obedecer el pedido de orden y justicia de los argentinos. Pero: ¿dónde está el botón que pone a las instituciones en acción?

El tema de la recuperación del mandato y su dificultad ha recorrido ya varias etapas en el imaginario argentino y ahora parece haber superado la fantasía de que uno o más dirigentes de la oposición van a finalmente interpretar el pedido del pueblo y mandar en nombre de éste. En las últimas semanas, se ha comprendido con dolor que esto sencillamente no va a suceder si los argentinos no tenemos antes en claro en nuestra propia voluntad y poder de mandar. Los gobernadores se pondrán a la cabeza sólo cuando perciban esta voluntad popular expresada con decisión y firmeza, temerosos de que si no lo hacen—ya todos conocemos el dicho—el pueblo los decapite. Mientras no perciban en la sociedad civil un intenso pedido específico de controlar, frenar y hasta tomar el poder si fuera necesario para evitar más daño, no harán nada. Tendrán miedo de adelantarse y quedar en desventaja con sus competidores, de comprometer sus carreras y se ampararán para justificar su inacción en el mismo tramposo 54% que esgrime el gobierno.

Por otra parte, nada cambiará en la Argentina mientras nos conformemos con las válvulas de escape de la impotencia, a saber, las críticas bufonescas o el ataque académico al, por cierto, lamentable mamarrachismo intelectual de la mandataria. Si estas modalidades de pseudo-participación política persistiesen como la única y exclusiva reacción popular, terminarían por fortalecer a quien pretenden destruir sin conseguirlo, y, peor aún, atenuarían a corto plazo la visibilidad de la urgencia en la demanda por un cambio.

Hace falta más expresión popular conciente, reclamando cambios específicos, y también más expresión popular debidamente informada. En este sentido, la reaparición de Domingo Cavallo en el escenario público para volver a mostrar el modelo opuesto al actual, aquel que los argentinos perdimos en 2002, sirve para que los cambios específicos en la economía sean reclamados ahora por ciudadanos con la información y el conocimiento técnico apropiados. Los mandantes no pueden tampoco mandar si mandan mal, desde la misma ignorancia de los que hoy gobiernan, con la misma credulidad a las mentiras no testeadas por la búsqueda honesta de información verdadera, o con la misma tolerancia al facilismo y negación de la realidad.

Cada argentino tiene derecho a decir: “Yo mando al gobierno a gobernar bien, sin mentiras ni atajos, y si no pueden, yo mando que se vayan. Yo mando, y mando junto a cuarenta millones más. Yo mando, y no en soledad, sino en la compañía de todos los que como yo, están también convenciéndose de que no hay otro poder que el que está en nuestras manos. Yo mando: no sólo el día de elecciones, sino cada día de cada mes de cada año.”

En efecto, estamos autorizados y hasta obligados a ejercer nuestro poder sobre la administración de nuestro patrimonio común y a decidir sobre su destino. Somos el poder real detrás de cada una de las instituciones a las cuales sostenemos y damos origen y legitimidad. No precisamos someternos a ninguna otra dictadura que la del propio deseo e interés del conjunto de la comunidad nacional. En nuestras manos está el poder, también el de cambiar al mal administrador, al que nos miente, al que nos engaña, al que nos estafa y al que, por ignorancia o interés personal, arruina las mejores oportunidades del país para progresar de verdad.

“Yo mando”: que cada argentino se convenza de que puede decirlo con más legitimidad constitucional que cualquier mandatario empleado en el gobierno por ese mismo “Yo mando” popular que hoy pretende desconocer hasta el punto de usurparlo.

“Yo mando”: en ese convencimiento individual comienza la marea colectiva que cambiará todo lo que hoy creemos no cambiará jamás. Los liberales no precisan tanto las lecciones de individualismo y confianza en los propios recursos, como un peronismo maniatado en su potencial que parece haber olvidado que muerto Perón, Perón es todos y cada uno de sus herederos, ese pueblo total de peronistas y no peronistas que dejó a cargo de su legado. El “Yo mando” de cuarenta millones de líderes de sus propias vidas y de la vida colectiva nacional, hoy en campaña para, por fin, elegirse a sí mismos como autoridad máxima de la Nación.

viernes, julio 06, 2012

EL PAÍS FANTASMA


(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com )

Mientras vivimos en el país real, atormentados por un gobierno real, sorprendidos día a día por una oposición hipnotizada por la mirada de la serpiente, un país fantasma nos llega en olas de recuerdos y deseos y nos cubre, y dudamos a veces si como amoroso abrazo o como mortaja de lo que ya nunca será.

El país colonia informal de Inglaterra que, en consecuencia, estuvo hace más de un siglo a la par de Canadá y Australia, con sus logros de progreso material y oportunidades para los inmigrantes que comenzaban a formar una clase media. El país de Perón, que incorporó revolucionariamente a los postergados y en menos de diez años los incluyó en esa clase media multicolor que fue la envidia de toda América Latina. El país más reciente de Menem y Cavallo, que unió la economía liberal al progreso social y, aún dentro de las limitaciones, pareció retomar lo mejor de los dos caminos históricos de la Argentina.

Imágenes acumuladas de bienestar y riqueza compartidos, aún con la queja de un cierto provincianismo y atraso en muchos aspectos de la vida nacional, nos traen también la añoranza de un orden pasado, en los tiempos en que las fuerzas de seguridad cumplían sus objetivos específicos sin finalidad política y avivan también el persistente deseo de lo que en realidad no tuvimos en casi ningún período de nuestra historia, instituciones respetables y respetadas. El país fantasma convoca también nuestros sueños de justicia y de ese postergado federalismo que, intuimos, logrará una nación con un crecimiento parejo, con trabajo, vivienda, educación y salud de calidad equivalente en todas las provincias.

Aún cuando nos resignamos al horror cotidiano y nos empecinamos en negar nuestras imágenes, creyendo que son sólo producto de nuestra fantasía, el país fantasma, como el padre de Hamlet, vuelve para reclamarnos. El trono ha sido usurpado, matando tanto al país que fue hasta no tanto tiempo, como al que debería haber sido continuando la senda de su mejor destino. El país fantasma nos recuerda que no habrá paz en el reino hasta que no se restablezcan la legalidad y lo perdido.

El país fantasma, puro espíritu frente a lo concreto de la realidad, tiene un poder de presión colectiva que no es medido en las encuestas, porque nadie mide el tamaño de los sueños y las esperanzas basadas en un pasado exitoso, tan contundente y real como el fracaso del presente. Tampoco nadie calcula como este país fantasma opera en la mente y voluntad de los dirigentes que tienen en sus manos el poder de revivir el muerto. Hubo un Menem que, por letra de Gustavo Béliz, exclamó en el Congreso en 1989: ¡Argentina, levántate y anda! Y, con la reorganización económica de Cavallo, la Argentina se levantó y anduvo por una respetable década, hasta que la duda en sí misma, en un momento de crisis, volvió a llevarla al cementerio.

El país fantasma hoy habla a los gobernadores sometidos no se sabe por qué a una dictadura centralista, como si la Constitución que nos rige dijera eso y no exactamente lo contrario. ¿Embrujados por la imagen de una reina a la cual los varones argentinos le otorgan inconscientemente una autoridad de madre? Es cierto, después de mucho cavilar, Hamlet hizo finalmente justicia –madre incluida—pero dejó también su vida. ¿Vale la Nación el sacrificio de una carrera política? El país fantasma, con su valor supremo de justicia y reclamo de la vida suspendida que pugna por continuar, dice que sí. El gobernador que no piense en su propia carrera presidencial y que se anime a liderar la inevitable liga de gobernadores necesaria para compartir y ejercer el poder y orientar a la Argentina hacia su mejor camino, será el protagonista y artífice del nuevo episodio del renacimiento nacional. Como Hamlet, que haga y deje a Dios hacer.

jueves, junio 07, 2012

EL PESO, EL DÓLAR Y EL MUNDO

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

En estos días parece que sólo importa el dólar, se vuelve a hablar de pesificación, y no sólo por boca del gobierno, ya que también reaparecen alegres en los medios los ministros de Duhalde, Remes Lenicov y Lavagna, para recordarnos—¡deberíamos recordar!–que todo este caos comenzó con ellos, en el 2002. Ellos trajeron la falta de confianza en la moneda, la inevitable desinversión ocurrida tras el quiebre de los contratos privados y el default, el falso superávit fiscal consecuencia de la avivada de no respetar a los acreedores, y la igualmente inevitable inflación, consolidada por los Kirchner tras la conversión del Banco Central en emisor de moneda sin respaldo. Estas reglas, las de Duhalde continuadas por los Kirchner, sacaron a la Argentina del mundo, donde Menem y, muy específicamente, Domingo Cavallo la habían instalado, hasta dentro del G20 donde hoy seguimos porque el mundo espera que algún día terminemos con esta locura y volvamos a ser lo que fuimos.

Si de lo que tenemos entonces que hablar hoy es de moneda, no podemos hablar de la ficción del peso, que no cumple las condiciones reglamentarias y si el dólar está prohibido: ¿cómo hará entonces la Argentina para volver a ese mundo que abandonó en 2002 y al que se ha conformado con visitar de tanto en tanto, y, a partir de 2008, hasta dándose el lujo de mostrar un cierto desprecio por éste, también en dificultades?

En realidad, no se trata del peso, ni siquiera del dólar. Hay una idea que hay que incorporar antes y es que la economía global llegó para quedarse. Los países que pretenden tener algún futuro deben tener mucho cuidado en comprender esto y en cumplir con las reglas elementales del comercio global. Se equivocan quienes, a raíz de la crisis de 2008 en Estados Unidos y, más recientemente, de la crisis europea, opinan que la globalización fracasó y pretenden volver a los nacionalismos de fronteras cerradas con parámetros económicos de moneda e inflación distorsionados. La primera etapa de la globalización se agotó, en tanto no tenía aún regulaciones globales coordinadas, tanto en lo financiero como en las manipulaciones nacionales de moneda, y ahora no asistimos a su fin, sino más bien a la transición hacia la segunda etapa, en la cual las reglas de libre mercado serán las mismas, pero acompañadas esta vez por nuevos acuerdos globales consensuados.

Recomendamos vivamente la lectura del libro recién publicado “The Unfair Trade” de Michael Casey, periodista de The Wall Street Journal, que desmenuza con gran valentía y sin prejuicios los mecanismos y dificultades de la globalización, y como éstos han sido vividas por los trabajadores y empresarios de todo el planeta. Desarma, uno por uno, los habituales clichés y desmonta las ineficaces soluciones que tanto la izquierda anti-globalista como la derecha de las finanzas persisten en repetir, sin atender creativamente a lo novedoso del escenario global. Señala lo nuevo: la necesidad de una solución global y coordinada de los problemas globales que, lo queramos o no, nos tocan a todos. Lo que cada nación aporte, cuenta. Y lo que la Argentina haga en este momento especial de su historia, cuenta no sólo para el mundo, sino para sí misma y de modo muy especial. Puede elegir entre saltar otra vez a la vanguardia de Latinoamérica o caer en una degradación aún más profunda, por la persistencia en el error.

Dentro del enorme atraso conceptual en que la dirigencia local –del gobierno o de la oposición—se maneja, es difícil sugerir que se piense primero en el mundo que nos va a comprar nuestra producción y que nos va a vender lo que precisemos para ser mejores, y, desde ahí, construir una política eficaz para la Argentina. Eso es, sin embargo, lo que deberíamos estar haciendo ya mismo, para entender cuales son las políticas que más nos van a ayudar a crecer en forma estable y duradera y permitir así el genuino ascenso de toda la población a una saludable, educada y próspera clase media.

Estamos además en un momento político único, en el cual los deseos del peronismo más genuino se abrazan a los más antiguos ideales del liberalismo, simplemente porque el hoy el mundo es uno y la Argentina, parte de él. Discutir políticas y construir alianzas no debería ser tan difícil para los que tienen este talismán en la mano.

jueves, mayo 24, 2012

LA SECRETA ASAMBLEA NACIONAL


(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

En el estado actual de asamblea nacional, que al carecer de una expresión orgánica, no es aún del todo evidente para la población—participante y espectadora a la vez—lo más difícil de interpretar es el momento histórico y prever o su ruptura o su continuidad. Sin embargo, el tema más importante para aclarar en la opinión política y pública es el origen de este momento, sin cuya comprensión profunda será imposible tener alguna chance de influir positivamente en el curso de los acontecimientos.

La caracterización actual de crisis económica sumada a autoritarismo presidencial, corrupción en el más alto nivel del Ejecutivo y sumisión dela Justiciaal Poder Ejecutivo, sirve tanto como diagnóstico como punto de inflexión: ¿cuánta crisis económica—es decir, inflación, apropiación de recursos privados, cierre de importaciones y asfixia de las exportaciones—, cuánta corrupción y cuánta injusticia están hoy dispuestos a aceptar los argentinos? Estas preguntas, que parecen frescas y formuladas para la ocasión, se arrastran sin embargo desde fines de 2001 y comienzos de 2002, no en la caprichosa fecha del discutido corralito que los enemigos del mercado y la libertad han querido fijar siempre, sino en el exacto momento del golpe institucional que arrolló el corralito transitorio de la emergencia, respetuoso de la propiedad y la moneda, para transformarlo no sólo en el corralón que destruyó los contratos privados, pesificó los dólares y devaluó la moneda, sino en el inicio histórico de esta larga década vivida fuera dela Constitución.

El galope feroz de estos días hacia lo que parece ser un sistema de poder antidemocrático a la venezolana no sería así sino la profundización final de la etapa iniciada a fines de 2001 y comienzos del 2002. La claridad del arco que va desde aquel golpe institucional del peronismo y radicalismo regresivos que derogó los derechos de propiedad constitucionales con el objetivo explícito de sustituir la política económica liberal y constitucional de Cavallo, hasta el desbocado estatismo de estos días, ilumina la disyuntiva.

Se trata del regreso ala Constitución, al respeto a los derechos de propiedad, y a un programa económico nítidamente liberal o del salto ciego hacia un sistema anti-liberal, anti-capitalista, anti-globalización, es decir, el salto a la definitiva pobreza e insignificancia global. Si un golpe institucional torció de forma legal pero ilegítima el mejor destino posible del país, otro golpe institucional legal podrá enderezar lo que se torció, para sortear no sólo la crisis cada día más extendida y profunda, sino para evitar perder ala Argentinaen la senda de las naciones sin solución ni destino.

No se trata ya del rescate de los años 90, al que tantas veces hemos aludido como el más serio y exitoso intento de encaminar ala Naciónhacia su mejor desempeño y destino, sino de poner el foco específicamente en aquel momento de confusión y ceguera de fines de 2001 y comienzos de 2002. No se trata sólo de la mirada local: también los Estados Unidos, que dudaron acerca de la mejor estrategia, pagaron muy cara su indecisión y deberían contribuir a clarificar este costoso error. En aquel momento,la Argentina, el mejor modelo de las políticas liberales en América Latina cayó y con ella cayeron, sin darse cuenta, los mismos Estados Unidos, cuyo modelo liberal se vio seriamente cuestionado en la región, cuando no mofado por las nuevas generaciones, alistadas rápidamente otra vez en estatismos y socialismo utópicos.

El viejo axioma que señala “Se sale por la puerta donde se entró,” explicita el diseño del momento histórico actual y su mejor y ya previsible salida. Se entró en esta situación por un golpe institucional: se saldrá por otro de signo antagónico, destinado esta vez no a romper el orden constitucional sino a restablecerlo. Se entró en una decadencia global y en un disimulado pero hoy inocultable empobrecimiento, para sustituir una organización liberal de la economía por una organización estatista de distribución de los mismos estancos recursos internos y desdeñosa de crear riqueza genuina: se saldrá entonces de la pobreza auto-infligida y se regresará con la frente alta al mundo, con el restablecimiento del programa económico liberal que se abandonó.

Los actores principales de este necesario regreso a la senda del verdadero progreso serán principalmente el peronismo lúcido—gobernadores y CGT—y los economistas liberales que puedan por fin demostrar cómo sí es posible hacer peronismo dentro de una economía liberal. Un peronismo  asumiendo el liberalismo como el mejor instrumento a su servicio se convertirá así en el modo más eficaz de anular para siempre las tentaciones estatistas que estuvieron en el origen del, sin embargo, más democrático movimiento de la historia contemporánea argentina, y a las que, por ignorancia o interés de enriquecimiento o poder personal, el peronismo muchas veces ha regresado. Diferentes temas de discusión siguen pendientes desde los años 90: cómo las organizaciones sindicales pueden crear empresas cooperativas de salud y educación que funcionen como entes privados en beneficios de los trabajadores según la mejor tradición de las obras sociales; cómo los trabajadores pueden acceder por medio de su inversión en jubilación o ahorro al mercado de acciones, en particular en las misma empresas dónde trabajan; cómo los trabajadores pueden por medio de un sistema financiero sólido, claro e independiente, acceder al crédito no sólo para comprar su vivienda sino para iniciar pequeñas o medianas empresas, individuales o cooperativas, en un ambiente de prosperidad creciente por el regreso de las inversiones a un país con reglas económicas simples y claras y una Constitución vigente y respetada.

El atraso en el pensamiento político está en todos los sectores: en una centro derecha tímida temerosa de reivindicar los 90 (da cuenta de esto el injustísimo desprecio del que aún es víctima el más ingenioso y serio de los economistas argentinos, Domingo Cavallo, respetadísimo en el mundo, sin embargo); en las diversas variantes de estatismo culpógeno (¡a cuantos supuestos radicales liberales hemos visto arrodillándose ante la ilegal confiscación de YPF con la verónica de la abstención!) y también en el peronismo no kirchnerista y en la zigzagueante CGT, que aún no han sabido capitalizar los beneficios del peronismo de los 90 y avanzar más en esa senda, donde también quedó pendiente un cabal federalismo.

 No todo está perdido, y todo está por ganarse, si advertimos en qué punto estamos y qué día permitimos, por acción u omisión, que toda esta funesta etapa comenzara. Reconocer esa fecha, significa reconocer también el día próximo por venir, el quién, el cómo, el qué,  y el por qué. El día que en la historia argentina va a señalar el fin del error y el regreso al propio, natural y bello destino de prosperidad y justicia.

jueves, mayo 03, 2012

LA REINSTITUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES


(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com )

El mayor problema político que enfrenta la Argentina en estos días no es el fortalecimiento de un gobierno unipersonal y autoritario ni la carencia de un líder indiscutido y hegemónico en la oposición sino la escasa conciencia popular de que el origen de los tormentos actuales y de los por venir reside en las instituciones republicanas inoperantes o corruptas. Instituciones republicanas son, por ejemplo, además del Poder Ejecutivo y las dos cámaras del Congreso, el Poder Judicial—incluyendo a la Justicia Electoral-, los Estados provinciales federales, los organismos de control del Estado con participación de organizaciones no gubernamentales y los Partidos Políticos.

Desde el advenimiento de la democracia, los argentinos hemos asistido con perplejidad, en relación al fortalecimiento y respeto de las instituciones, más a un recambio de bandos políticos con intereses y proyectos disímiles pero con algo en común: el uso y subversión de las instituciones para proteger sus propios intereses y no los de la Nación o del pueblo argentino en su conjunto.

La mención de causas populares hoy abandonadas, como la eliminación de las listas sábanas para hacer uso del derecho de elegir a cada candidato individualmente por el voto popular, o más recientemente, la resignación ante el hecho de que jueces de la Nación cedan a la presión del poder político para no investigar causas que comprometen la vida o el patrimonio actual o futuro de los argentinos, describen a gritos dónde hay que hacer el esfuerzo político para lograr que los argentinos tomen las riendas de su propio destino.

La destrucción de los partidos políticos, la persistencia de las listas sábana, el interés del actual gobierno de destruir en particular todo vestigio democrático en el Partido Justicialista, la corrupta ceguera de la Justicia Electoral ante éstas y otras irregularidades-incluyendo las elecciones- tanto como la estafa de los subsidios a los ferrocarriles con complicidad de funcionarios del Gobierno que terminó en la tragedia de Once, como la causa que envuelve al vicepresidente y a la sociedad oculta detrás de la privatización de la impresión del papel moneda nacional, o como la más reciente confiscación de YPF (que no sólo demorará la solución del problema energético sino que costará fortunas en reparación económica y en pérdidas de inversiones extranjeras por desconfianza), describen la impotencia de los ciudadanos para decidir qué país y qué políticas quieren. La indiferencia y la resignación han sido siempre la respuesta de un pueblo cansado y siempre manso durante una larga temporada antes de explotar harto, para volver luego al mismo esquema, con diferentes actores y creyendo equivocadamente que el problema está en el proyecto o en los dirigentes o, más sofisticadamente, en la falta de acuerdo en políticas de Estado, es decir, en la congenialidad de los proyectos. Quizá esta vez lo que se precise sea un liderazgo didáctico y esclarecedor sobre el poder en manos de los ciudadanos que los ciudadanos no se deciden a ejercer o no saben cómo y en la límpida reinstitución de las instituciones republicanas, únicas salvaguardas de la auténtica voluntad popular.

El cómo, sin embargo, está al alcance de la mano, y, si se comprende que no es el actual gobierno el problema sino la corrupción de la Justicia y hasta de la Policía que debería servir a ésta y no al gobierno, hay que sacar de la mira de combate al actual corrupto e imperdonable equipo de gobierno y poner el acento en la corrupción de las instituciones que permiten sus acciones delincuentes, en particular la de la Justicia, con muchos jueces que se sienten impunes para hacer cualquier cosa porque la ira popular no está aún canalizada correctamente hacia ellos.

No hace falta un líder opositor, sino una multitud de líderes que trabajen bajo una idea común: el esclarecimiento acerca del verdadero rol protector de los intereses individuales y comunitarios de las instituciones y el aumento de la conciencia individual de cada argentino acerca del poder que tienen en sus manos. Como todo comenzó con el verbo, no hay que desdeñar la simple formulación de esta idea básica de agrupación, como inicio de un movimiento colectivo para la reinstitución de las instituciones como mediadoras entre el pueblo y cualquier gobierno. A esta Argentina la salvamos entre todos, o no la salva nadie. ¿Hace falta repetir quién dijo esto y cuánta razón tenía?

Al liberalismo local inspirado en los Estados Unidos, modelo de eficiencia en sus instituciones, no hay que recordarle esto. Al peronismo republicano que ya aprendió duramente su lección, tampoco. Sólo hace falta lograr la unión informal de ambos en la base misma de la sociedad y trabajar en movimiento hacia arriba, hasta remover todo vestigio de disfuncionalidad en las instituciones y terminar castigando penalmente a quienes las hayan subvertido en sus funciones.

miércoles, abril 18, 2012

LA RESISTENCIA

(publicado en: http://peronismolibre.wordpress.com )

El escándalo de la tragedia de Once fue sustituido por el escándalo Boudou y el escándalo Boudou arrebatado de la primera plana de los diarios por la expropiación de YPF, cada escándalo cubriendo el aún mayor escándalo de una administración que, bajo las vestiduras de una maniatada democracia, continua llevando a la Argentina hacia su irremediable caída final.

La opinión pública, encerrada entre su intuición del desastre y la deficiente representación de la oposición, vacila entre la indignación y la pasividad. No hay una clara resistencia a esta administración, con protagonistas firmes y decididos en un rumbo común. No hay un pueblo motivado a resistir, aún ante la percepción de que el control del país hace tiempo que se les ha ido de las manos. Legítimo dueño, pero sin liderazgos alternativos, el pueblo argentino ha quedado atado a la voluntad de una sola persona, incompetente y equivocada.

Y de eso se trata este tiempo: de construir política para resistir y frenar toda vez que sea posibles los pasos errados de este gobierno y para mantener vivos en la opinión pública todos los temas ardientes hasta que éstos terminen por incinerar al gobierno que prendió el fuego.

Construir políticas es también construir conciencia. Este gobierno es lo exactamente opuesto al gobierno de los años 90 y no realizar una justa reflexión sobre aquellos años que cambiaron la Argentina para bien, modernizándola y asociándola como una igual al mundo—la aceptación en el G20 que vamos a perder viene de aquellos días, así como la modernización agrícola que hoy nos permite ser el gran vendedor de soja en el mundo—equivale a consentir a este gobierno una parte de razón, cuando no le asiste ninguna.

Construir política es también, además de redefinir las metas de los años 90 corrigiendo sus deficiencias—como el no completado federalismo, para citar la mayor de ellas—identificar aliados en un plano de paridad dejando para un futuro proceso partidario de elección interna la selección de candidatos. En este sentido, la alianza natural por afinidad conceptual e ideológica, sensibilidad popular y respeto por las antiguas dirigencias argentinas conservadoras después de haber sido revolucionarias, liberales o peronistas, cae en los dirigentes relegados de un PJ hoy también oprimido por el kirchnerismo (sin elecciones internas ni genuina participación popular) y del PRO construido como una alternativa clara al kirchnerismo por fuera del PJ.

Estos dos sectores, separados, no podrán ofrecer ni una representación lo suficientemente masiva y contundente como para dar seguridad a la opinión pública, ni podrán tampoco neutralizar al hoy lamentable Partido Radical, que sueña con un kirchnerismo instalado para siempre en el PJ, aniquilando al peronismo real, y cediendo al Radicalismo el lugar del segundo partido, el “democrático” ese que en un pasado gorila que no pueden superar se oponía al “dictador” Perón y que continuaría su saga oponiéndose a la dictadura kirchnerista. La alianza del PJ peronista real con el PRO deberá, sin embargo, tener bien en claro que al radicalismo le corresponde históricamente el lugar socialdemócrata que hoy ocupa, si bien de modo abusivo y apalancado hacia la izquierda, el kirchnerismo, y por cierto, el lugar de segundo gran partido, opuesto a un PJ real, conservador y liberal. El kirchnerismo conceptual tiene un lugar de residencia natural: el Partido Radical, y no el Partido Justicialista, y allí irán a dar sus restos, cuando llegue la hora de la verdad.

De las muchas batallas políticas que deberá emprender la oposición, la más importante será la de recordar que hacer política es dialogar y consensuar en pos de un objetivo común. Los Gobernadores del PJ, como Scioli y Urtubey, y como Macri del PRO, se deben un diálogo abierto para la resistencia antes de que la opinión pública los descarte como cómplices cobardes o cómplices interesados de una dictadura que quizá no caiga por sus propios errores sino que se sostenga por más tiempo del esperado, si no encuentra un límite en aquellos que supuestamente la eligieron para gobernar.

A propósito, ¿tendrá algo para decir o aclarar, en estos días, la empresa española INDRA, acerca de las elecciones internas generales de Agosto de 2011 y su fatal consecuencia, la elección presidencial de Octubre? ¿Algo que decir acerca de las ya probadas manos largas de este gobierno? ¿Alguna mención sobre la posible expropiación de votos en una elección sólo controlada por el Ministerio del Interior, con veedores internacionales nunca invitados y una Justicia Electoral ciega o distraída?

martes, marzo 13, 2012

LA REVOLUCIÓN EN PUERTA

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

¿Quién hubiera dicho que los argentinos tendrían algún día un régimen totalitario de izquierda, con una zarina controlando todos y cada uno de los resortes institucionales, desde el Congreso hasta la Justicia, con escala en el Banco Central y la fabricación irrestricta de papel moneda para endeudarse a gusto, subsidiar o comprar voluntades adversas? ¿Quién hubiera dicho que la oposición de centro –de izquierda o de derecha- que esforzadamente adquirió , a lo largo de casi treinta años de democracia continua, los buenos modales republicanos de todo país moderno, en pleno siglo XXI se vería oprimida como una enorme e indistinta masa de mujiks a la búsqueda de su Lenin?

La siempre original historia argentina no falla en presentar nuevos capítulos, y el próximo, actualmente en ensayo general, promete una inédita batalla entre una dictadura institucionalizada por votos salidos no sabe aún bien de donde, y una oposición que ya no puede blandir la Constitución en su defensa, ya que de ésta poco queda que no haya sido destruido o bastardeado por la actual dictadura. ¿Cómo se combate una dictadura que se cree a sí misma democrática? ¿Cómo se actúa democráticamente dentro de una realidad institucional donde, en cada una de las instituciones -desde el PJ hasta la Justicia— se ha avanzado para controlar y anular toda posible oposición?

Desde fines del siglo XVIII, se conoce la respuesta para derrocar reyes absolutistas, zares y tiranos, y no ha de ser hoy tan difícil cuando pueblos que aún no habían conocido los privilegios y certezas de la democracia, avanzaron con decisión en esa dirección. La respuesta es siempre una revolución, que no es sino la propuesta organizada de un pueblo cuando se harta del abuso al que es sometido desde un gobierno absolutista; la lógica respuesta de un pueblo al cual se le ha arrebatado un Estado del cual es el único dueño.

Ni qué hablar — en este nuevo capítulo abierto por la tragedia de un terrible choque de trenes, consecuencia de una dictadura incapaz de pensar en el bienestar del pueblo cuando ese bienestar va por detrás de sus propios intereses económicos y políticos– de la particularidad argentina que siempre ha enfrentado a los gobiernos provinciales, incluida esta vez la ciudad-estado de Buenos Aires, en contra del centralismo fiscal que los ahoga y manipula a voluntad. Federales contra unitarios, en una nueva fase de la irresuelta batalla del pasado, contribuyen a la revuelta con su contundente razón histórica.

Como la Duma no piensa (¡ah, si hubiera pensado cuando era mayoría!) y como cuando piensa no puede actuar, tal vez llegó la hora de las reuniones y asambleas paralelas, para crear esa incontrolable efervescencia revolucionaria que precede a los grandes cambios, uno de esos partos de la historia, que en este caso, será el renacer dentro de la abandonada modernidad y la perdida legitimidad republicana. A los Kerenski ya los tenemos, en el recientemente seducido Partido Radical. Faltan los Lenin y los Trotzky.

¿Quién hubiera dicho que el liberalismo sería el nuevo marxismo y la centro-derecha, la abanderada de la revolución progresista?

sábado, febrero 18, 2012

LOS RESORTES DEL ESTADO

(Publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

El más trágico problema que la Argentina enfrenta en estos días es la paulatina pérdida de control por parte de los argentinos de un Estado que debería estar para servirlos y que, sin embargo, ha sido ocupado por una fuerza política, el kirchnerismo, para asegurar su propia perpetuación en el poder.

No se trata ya de discutir ideologías económicas, de sistemas de inclusión social o de posiciones en política exterior. Tampoco de mostrar la enorme corrupción que ha anidado dentro del Estado y que no hace más que crecer. Se trata de algo mucho más sustancial y grave: el poder popular arrebatado por lo que cada día se parece más a una mafia pirata decidida a quedarse con el total de los resortes del poder del Estado.

Todavía no se ha explicado suficientemente el sospechoso resultado de las internas abiertas de agosto de 2011, con su igualmente sospechosa secuela en las elecciones generales de Octubre del mismo año, a cargo de la misma empresa nombrada por el Ministerio del Interior simultáneamente para contar votos y para administrar la tarjeta SUBE, agregando un nuevo registro de información a los padrones. Tampoco sabemos por qué ambas elecciones fueron fiscalizadas por el Ministerio del Interior en vez de por la Justicia Electoral –aunque tardíamente en la segunda se incluyó algo de ésta- y por qué no se contó con la tradicional misión de veedores internacionales para controlar la limpidez de ambos eventos. Tampoco por qué se quitó de la esfera tradicional de la Policía Federal la expedición de los nuevos pasaportes y DNI, contando así con otro nuevo registro en manos de la fuerza dominante, lo cual, sumado a la AFIP, concentra el total de la información disponible sobre cada argentino. Mucho menos sabemos para qué altos funcionarios del Estado se han apoderado de la tradicional impresora de billetes de la Argentina, como si la advertencia lanzada por muchos economistas de que ya se están terminando las series disponibles de billetes de 100$, hubiera encontrado una creativa recepción en aquellos que nunca admitirían la marca de alta inflación de billetes de más alta denominación, y estuvieran dispuestos a renovar el viejo truco de la última hiperinflación, repitiendo series ad infinitum . Tampoco sabemos por qué se vuelve a colocar a la Argentina en el centro de atención militar del Atlántico Sur, ante la indiferencia de muchos, pero también ante la veloz apropiación de un posible conflicto por todos aquellos que tienen algo para ganar.

No sabemos muchas cosas, sólo que cada día sabemos menos y que el periodismo, intimidado cuando no directamente perseguido, continua tratando con cínico respeto a los filibusteros del poder, sin ir a fondo en causas que, con una Justicia activa y no igualmente intimidada, llevarían a una remoción casi total de los actuales ocupantes del Poder Ejecutivo.

La responsabilidad del cambio está sobre todo en la oposición política consciente de la necesidad de recuperar el Estado para los argentinos. No sólo en el reclamo de más institucionalización y en la exigencia de una actividad más organizada en el Congreso para –aún en minoría- desmantelar las aspiraciones hegemónicas de un grupo voraz y decidido sino en una directa apelación a los argentinos para participar activamente en una reorganización del Poder Judicial, a través de las ONG locales e internacionales.

Porque no hay un Poder Judicial independiente e institucionalmente protegido por las Fuerzas de Seguridad, hoy también parte del dispositivo de poder político del Gobierno y no recurso del pueblo argentino, es que no es impensable imaginar una creciente ilegalidad sumada a la ya discutible legitimidad de un gobierno llegado al poder a través de un Partido Justicialista usurpado y cerrado a la participación popular, sin que la Justicia Electoral haya jamás intervenido para corregir la irregularidad. La oposición debe reforzar los vínculos entre el pueblo argentino y sus Fuerzas de Seguridad, hoy otra vez obstaculizados por el permanente repiqueteo oficial en contra de la dictadura militar y la guerra sucia, y reestablecer el concepto de que sólo el pueblo argentino es el dueño y señor de estas fuerzas creadas para su protección y no para funcionar como los patovicas de un poder que sólo anhela Fuerzas de Seguridad aniquiladas e inermes, corruptibles e inútiles para defender a un pueblo que, desde los inicios de la Patria, estuvo indisolublemente ligado a ellas.

¿Serán estos últimos treinta años los años del tránsito de una dictadura militar a una dictadura civil del signo ideológico opuesto? ¿O serán estos, por el contrario, los treinta años necesarios para reubicar a los civiles en dentro de las instituciones políticas pertinentes a una sociedad republicana y democrática y a las fuerzas armadas en sus legítimas y obligatorias funciones de defensa exterior y seguridad interior? Esperemos que sean los años de la definitiva maduración de la Argentina como una comunidad estable, organizada y democrática y de los argentinos como los valedores de su propia libertad frente al avasallamiento de los audaces y caraduras instalados con mañas y malas artes frente al tablero de los resortes del Estado, haciendo uso y abuso de ellos, hasta que alguien les diga “¡Basta!”

viernes, enero 06, 2012

ILUSIÓN Y LOCURA

¡Ah, cuántos regalos metafóricos hace el kirchnerismo a los escribas de la política! ¿Qué no se podría escribir sobre las prácticas solitarias del INDEC o el cáncer del déficit fiscal? Pero conviene evitar siempre la asociación fácil a la cual el mismo Gobierno es proclive en su vocación novelera: no toda enferma es Evita y no todo estatismo es igual a peronismo. En el reino de la ilusión colectiva, la real y pura verdad de la Argentina actual permanece oculta.

¿Cuál es la realidad? La de un país quebrado, con las cuentas en un rojo furibundo que no se percibe aún bajo el maquillaje cotidiano de los números y la distracción de la vida política entendida como la novela de una heroína. ¿Cuál es la realidad? La de un país entrampado en una política económica errada que exige mucha más rectificación que la supresión de los subsidios a los servicios públicos. ¿Cuál es la realidad? La de una clase trabajadora que aún tiene que descubrir que no habrá trabajo genuino y en blanco sin inversión y que no habrá inversión sin una economía abierta. ¿Cuál es la realidad? La de una economía cada vez más cerrada, asfixiada en la frontera y en la Aduana, allí donde por el contrario debería existir la máxima fluidez. ¿Cuál es la realidad? La de un liderazgo pseudo-peronista basado en la corrupción y en el subsidio y no en el crecimiento genuino de la inversión productiva y del trabajo. ¿Cuál es la realidad? La de dirigentes peronistas que sin estar convencidos acerca del actual sistema y gobierno que dicen apoyar, no se animan a dar un salto en el conocimiento y la claridad. ¿Cuál es la realidad? La de una población desencantada de los políticos, aún de los que a desgano puede haber votado, y con gran confusión colectiva, aumentada por la pobre performance actual de los países desarrollados, que le impide sentirse segura y convencida acerca de qué tipo de economía es la que asegura un progreso sostenido y duradero. ¿Cuál es la realidad? La de una muy baja institucionalidad, en la cual el Poder Judicial en su conjunto tampoco encuentra un claro liderazgo en la Corte Suprema para restablecer la ley, terminar con la impunidad de muchos de los integrantes del actual Gobierno e reintroducir en la población la certeza de la existencia de una Justicia rectora, obediente a las necesidades del pueblo argentino y no a las de los ocasionales gobernantes.

Sin duda, muchos argentinos, incluyendo a los que hoy gobiernan, tienen ilusiones muy firmes. Pero, como decía Dalí, ¿qué es la locura sino una ilusión duradera? Por suerte, no todos los argentinos estamos locos, ni en necesidad de negar la obvia realidad. Es en esa amplia porción de la población que confiamos, la nueva potencial mayoría dueña de la razón y con el coraje suficiente como para enfrentar la gran desilusión que inevitablemente sobrevendrá. En estos días de engaño, se trata sobre todo de tener listo el verdadero remedio para tantos males reales disfrazados de salud.