sábado, abril 01, 2006

ARGENTINA: SE BUSCA UN AUTOR

¿Existe un espectáculo más aburrido que la política argentina actual? De la generación peronista del 73, todos esperábamos un libreto más brillante, mejor pensado y, sobre todo, mucho más entretenido. Los actuales representantes del 73 en el gobierno, repiten su trama favorita y, como material de pensamiento político, sólo nos entregan los antiguos capítulos de la guerra entre militares y guerrilleros. Obligados a presenciar esta remake, nos hubiera por fin gustado conocer el backstage de aquellas escenas que describen el motivo secreto del golpe -terminar con Isabel Perón y todo vestigio de peronismo- más que las escenas ya grabadas a fuego en la memoria colectiva, de una guerra entre dos bandos igualmente crueles, antipopulares y antidemocráticos.

Como otro peronista, Carlos Menem, decidió, hace ya bastante tiempo también y en su carácter de autor creativo y renovador, que no valía la pena abrumar al público con el pasado, puesto que el peronismo había vuelto de todos modos al poder y por decisión popular, tampoco añoramos hoy tanto las escenas extraviadas. Pero en tiempos de memoria por decreto y con feriado obligatorio, las mencionamos para que se vea que no olvidamos, y para que quede el registro, de modo de conformar así la orden gubernamental. Lo que hoy extrañamos, sin embargo, es un libreto nuevo que nos diga en qué punto está la Argentina y cómo seguimos la historia.

Después de Duhalde, el antagonista de Carlos Menem, que sólo pudo emular a éste destruyendo la Argentina moderna de su creación y retrotrayéndola a su trama anterior, la radical-alfonsinista, el ingenio argentino parece haberse estancado. No se ven autores a la vista, apenas un presidente clavado en el pasado y que intentando superar a Menem y a Duhalde, sólo consigue parecerse cada día más a Hugo Chávez en sus tímidos comienzos, antes de convertirse en el dictador de Venezuela con el sufragio popular.

En un pueblo muy calificado en su destreza literaria y con una enorme capacidad de imaginación, no debería sorprendernos que, en cualquier momento, surja un nuevo creativo que se proponga como antagonista del actual protagonista, nos saque de la inercia y nos lance a la aventura de una acción novedosa. Al contemplar el panorama político actual, dicho creativo podrá advertir que todo gira aún alrededor del eje del último gran partido argentino, el peronista –o justicialista- y que la oposición aún se nutre de importantes parcelas desplazadas de éste y que aún tienen abierta la posibilidad de reagruparse y volver. Para evitar este regreso, una intervención de los sucesivos presidentes sobre la Constitución y sobre la Justicia Electoral ha evitado periódicamente toda posible contienda democrática dentro de ese partido y ensuciado las reglas por las cuales una auténtica oposición, históricamente no proveniente del peronismo, podría organizarse. El creativo no tendrá entonces otra opción que desarrollar la nueva trama a partir de este hecho incontrastable que exige una resolución diferente para que el pueblo argentino sea feliz y la Nación, lo más grande que se pueda, y oponiendo al protagonista, un antagonista.

En el poder se encuentra el protagonista, un presidente que intenta usar el partido peronista como un partido único sin oposición para aplicar una política económica de capitalismo tibio y estatista en la economía; de alineamiento con los rebeldes a Estados Unidos en la política exterior, y con una cobertura de progresismo propia de la generación a la cual pertenece.
Fuera del poder, el antagonista, que también – ¡sorpresa que nos depara el creativo!- pertenece a la generación peronista del 73, es tan progresista como corresponde, pero está convencido de que sólo una política económica plenamente capitalista y liberal y un alineamiento con Estados Unidos para organizar el continente en un mercado común primero y en una unidad política después, puede asegurar el ingreso pleno y sin retrocesos de la Argentina a la modernidad. El antagonista sabe que sólo la firma de un tratado en común y la posibilidad de recurrir a una justicia continental o global es lo que protegerá a la Argentina contra otros nuevos creativos que, imitando a Duhalde, quisieran otra vez sacarla de cauce.

El actual protagonista, Kirchner, se sueña en continuidad, sustituido sin conflictos por su mujer o haciendo quizá de ésta para las próximas elecciones presidenciales, una falsa antagonista dibujada un poco hacia la derecha. Frente a él, aún no se ve ningún antagonista de peso, y sobre todo y esencial, ningún antagonista dentro del mismo espacio generacional peronista, hecho llamativo si lo que está aún en cuestión es la resolución ideológica de una herencia. La generación peronista del 73, a pesar del cliché izquierdista que la acompaña y más allá de las muertes y los exilios, se compone también de cuadros que continuaron evolucionando, desde la izquierda, desde el centro y desde la derecha, hacia un pensamiento peronista moderno, atento siempre a los mandatos doctrinarios, pero renovado en su instrumental. Así, Kirchner se encuentra bien lejos de representar el fin de la historia peronista y expresa más bien una instancia previa a una espectacular e imprevista conclusión, protagonizada por un aún desconocido antagonista.

El antagonista no tiene nombre, sólo una identificación: pertenece a la misma generación del Presidente. Vivió la misma historia, que interpreta de otro modo. En la famosa plaza en la cual Perón echó a los que pensaban como hoy piensa el Presidente, el antagonista se quedó, entendiendo como Perón que el peronismo no era socialista. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asesinaron a Rucci, el antagonista estuvo del lado de Perón, recién elegido por tercera vez como Presidente, y de su sindicalista preferido. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asaltaban los cuarteles con Perón ya gobernando, el antagonista fue solidario con los militares y no con la guerrilla, aunque en ella revistaran muchos de sus compañeros. Cuando pocas semanas antes de morir, un doce de junio, Perón llamó al pueblo a la plaza para dejarle un pedido y sus instrucciones, en un memorable discurso de despedida, los que hoy pensaban como piensa el Presidente no estaban allí, y el antagonista, sí, de pie, y con lágrimas en los ojos porque todo sabía a final. Cuando Perón murió y lo sucedió su viuda, y los que pensaban como piensa el Presidente -que no pensaban muy distinto en este punto de cómo pensaban los militares- intensificaron las operaciones en contra del gobierno democrático y de las instituciones armadas, el antagonista apoyó a Isabel Perón, y la acompañó en su caída, en su prisión, y en su exilio, hasta que ella misma decidió retirarse; los que pensaban como piensa el Presidente, y que como él, tampoco militaban en la guerrilla, se abstuvieron. Más tarde, cuando la guerra de las Malvinas, el antagonista lamentó que los militares, en plena guerra fría, hubiesen caído en la trampa inglesa, en vez de aceptar la propuesta norteamericana de una base militar conjunta en las islas; los que pensaban como piensa el Presidente se alegraron en cambio de que la guerra acercase a la Argentina a la entonces Unión Soviética y la enemistase por una buena temporada con Estados Unidos y el Occidente capitalista. En tiempos de Raúl Alfonsín, los que pensaban como piensa el Presidente se sintieron a gusto; el antagonista, no, porque le pareció que el país iba a la bancarrota, como efectivamente sucedió. El antagonista apoyó a Carlos Menem, y fue a la vez, solidario con los esfuerzos para una mayor democratización y transparencia que provenían tanto desde el peronismo liberal como del peronismo social-demócrata, pero a la hora de buscar una sucesión para Carlos Menem, optó por el peronismo liberal, por entender que este servía más a los fines de promover la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo; los que pensaban como piensa el Presidente, insistieron en dificultar el proceso y en buscar variantes estatistas. Cuando Eduardo Duhalde dio el golpe de estado institucional para abolir la Argentina liberal construida por el peronismo liberal, continuada por de la Rua y, sobre todo, por el más famoso cuadro del peronismo liberal, Domingo Cavallo, el antagonista, derrotado antes de poder dar combate, abandonó a su pesar la escena, entre los abucheos del pueblo esquilmado que no entendió razones ni discriminó culpables. El antagonista, entre bambalinas, vio como resurgían ocupando el escenario aquellos que pensaban como hoy piensa el Presidente, y también al Presidente mismo, sin que haya un Perón para echarlos y decirles que, esta vez también, están equivocados.

¿Dónde está hoy el antagonista? El autor creativo sabe que existe y que hay que encontrarlo: fuera o dentro del peronismo como partido, el antagonista vive en algún lugar de la Argentina y espera su hora para volver a entrar en escena. La historia entre él y los que piensan como el Presidente, viene de lejos. Es una disputa entre pares, no más la de una generación enfrentada a otra por el poder, sino entre hermanos enfrentados por la razón. No hay dos peronismos, hay uno sólo, el heredado, el aprendido por boca y palabra de Perón, el que sirve a la Argentina y a los argentinos, y lo que está en juego en estos días es su reinterpretación.

En la Argentina como en el teatro, el protagonista no puede quedar solo sobre el escenario: la historia se paraliza cuando no hay conflicto. El pueblo, mudo coro expectante que no sabe hoy que letanía le toca entonar, entenderá de qué va el real argumento apenas el antagonista suba a escena. Sabrá entonces que la historia de la Argentina a comienzos del siglo XXI no es otra que la de las luchas por la definitiva entrada en la modernidad y que su feliz resolución pasa por la liquidación y nueva administración de la herencia histórica del siglo XX: el peronismo. El coro, hoy silencioso, sólo espera la señal del prometido antagonista, para comenzar a cantar, otra vez, su música maravillosa.