lunes, diciembre 21, 2015

LA FELICIDAD DEL PUEBLO



El peronismo tiene siempre como guías para la acción dos metas: la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo. Podemos tener la certeza de que el equipo actualmente en el gobierno va a lograr nuevamente la grandeza de la Nación, al reestablecer las reglas de economía de mercado que se perdieron con la intervención de Duhalde a comienzos del año 2002. No podemos tener certeza, sin embargo, acerca de que estas medidas logren la felicidad del pueblo y, mucho menos, de que ese mismo pueblo que hoy votó con sensatez, no vuelva a reclamar una fuerte intervención de Estado para compensar las inequidades, echando todo por tierra una vez más.

El final traumático de los años 90 aún no tiene su explicación arraigada firmemente en la conciencia colectiva y la gente continúa erróneamente creyendo que el aparente fracaso de aquellos años estuvo en la elección de una economía de mercado y no, como en realidad sucedió, en la ruptura brutal de aquella por Duhalde, con su devaluación compulsiva, pesificación, y ruptura de los contratos seguidas por la secuencia de los tres gobiernos kirchneristas con sus estatizaciones e intervenciones en los mercados. Es importante entonces que todos los argentinos presten atención a lo que fue el verdadero desarrollo de aquellos acontecimientos, ya que hoy vamos a vivir los mismos aciertos y muchas de las mismas dificultades. En particular, es esencial que los peronistas aprendan a cuál de sus tradiciones obedecer: si a la estatista de los años 40-50 o a la liberal de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI.

En el siglo XXI no pueden obedecer a la tradición estatista: los resultados obtenidos por Duhalde y los Kirchner quedaron finalmente a la vista, aunque ocultos en los primeros años por una inusual bonanza de los precios internacionales de las exportaciones argentinas. Por lo tanto, el peronismo sólo puede obedecer a la tradición liberal comenzada por Menem y Cavallo, en un esfuerzo conjunto por poner el país en sintonía con la economía global del siglo XXI. La grandeza de la Nación fue el resultado, como ya se anticipa que lo será hoy. Lo que no quedó claro en aquel momento fue cómo compatibilizar las necesidades de los trabajadores con esa economía liberal, cómo y en qué ayudar al empresariado nacional indefenso en muchos casos para competir, y, sobre todo, como conseguir que las provincias se integrasen en forma positiva al cambio económico global. Estos tres temas siguen sin resolver y tampoco hubo  demasiada creatividad para resolverlos en forma eficaz frente a la siempre fácil tentación del estatismo y/o las nacionalizaciones.

Hoy volvemos a comenzar y ya se escucha al kirchnerismo, ese populismo izquierdoso disfrazado de peronismo, oponerse al nuevo gobierno con sus recetas estatistas. El juego es claro: ante cualquier dificultad popular, empresarial o provincial, los que perdieron van a decir que la culpa la tiene la economía de mercado. El gobierno defenderá la economía de mercado pero quizá no pueda solucionar algunos de los problemas que ésta crea, no sólo en la Argentina, sino en todos los países. Entre el kirchnerismo y el gobierno, está el peronismo verdadero, más liberal que estatista, amigo del nuevo gobierno y con una misión específica: ayudar a recrear las buenas condiciones de los 90 y contribuir a solucionar los problemas que en el pasado no se supo reconocer, afrontar o resolver.

El peronismo posee un instrumento que ningún otro grupo político puede reclamar (y mucho menos el kirchnerismo): la autonomía del movimiento sindical. Ni empresarial ni estatista, el movimiento sindical, como conjunto de organizaciones libres del pueblo capaces de incidir en la economía tanto nacional como regional, está llamado a cumplir un importantísimo rol en la recreación de esta nueva economía de mercado.
A través del movimiento sindical, el peronismo puede iniciar diversas acciones para ir asegurando el bienestar del pueblo, liberando al Estado de una pesada carga que sólo puede crear más y más inflación. Entre ellas, reclamar una federalización efectiva de los impuestos de modo de dotar de autonomía de gestión a cada estado provincial para que acompañe al renacer de la actividad productiva; crear un registro nacional de aprendices-estudiantes e incluirlos en escuelas de formación laboral, como alternativa al estudio secundario tradicional; creación de seguros sindicales de desempleo con un funcionamiento semejante al de las obras sociales; ofrecer al empresariado tradicional y a los nuevos emprendedores, trabajadores calificados; ofrecer alternativas de gestión cooperativa sin fines de lucro a las empresas en dificultades; crear bancos sindicales para alentar la transformación de asalariados en emprendedores; formar consultoras sindicales de creación de empresas; etc.

En definitiva, se trata de que las organizaciones sindicales usen el mismo mercado que podría perjudicar a los trabajadores para fortalecerlos. Durante toda su historia, esa ha sido la misión del peronismo, una misión que muchos aspirantes a dirigentes del peronismo han desdeñado. Hoy esos mismos aspirantes, pueden impulsar el movimiento sindical en la dirección de la historia y lograr, con nuevos instrumentos, un mayor salto social para los trabajadores.

En otros países pro-mercado, donde los movimientos sindicales nacieron comunistas o socialistas, siempre anticapitalistas, esta conjunción no ha sido posible. En la Argentina, gracias al peronismo y a su movimiento sindicalista pro-trabajador pero no necesariamente anti-capitalista o anti-mercado, esto sí es posible.

El gobierno ya ha enunciado sus planes y, por cierto, la Nación está en buenas manos para recuperar su grandeza. El kirchnerismo, a su vez, seguramente concretará sus mejores sueños fundando su propio maravilloso partido nacional, el Frente para la Victoria, FPV, con sus propios héroes fundadores, Néstor y Cristina (ya no Perón y Evita), con su relato establecido y su horizonte de proyectos estatistas, y se opondrá al gobierno, iniciando una valiente resistencia para completar el regreso en farsa de una historia que nunca comprendieron.

Entre ellos, ¡el peronismo! Un peronismo que se verá forzado a aguzar su ingenio para renovar su rol histórico dentro de las nuevas e inevitables reglas de la economía global. Deberá ayudar al gobierno y ayudarse para tener una oportunidad más de servir, asegurando la felicidad del pueblo. El peronismo siglo XXI sabrá cómo hacerlo, con sus sindicatos de trabajadores y la inmensa red de nuevos emprendimientos que se puede llevar a cabo desde éstos por fuera del Estado, en total libertad, siguiendo todas las reglas y usando todos los beneficios de una economía de mercado con una sola diferencia: el lucro regresando en forma de beneficio para el trabajador.

A Marx no se le ocurrió. A Perón, y a sus más brillantes seguidores, sí.

martes, diciembre 01, 2015

EL PERONISMO LIBERAL Y MACRI


(publicado en www.peronismolibre.wordpress.com)
 
Al rechazar una alianza con el peronismo disidente encabezado por Sergio Massa el hoy presidente electo Mauricio Macri evitó la contaminación con un peronismo que, en los últimos doce años, vía el duhaldismo y el kirchnerismo del FPV, creó la actual decadencia argentina. Pero, por esa misma decisión, dejó también afuera a la porción minoritaria pero significativa del peronismo liberal heredero de los 90 y fiel seguidora de las políticas liberales de Menem y Cavallo.
Aún cuando se persiste en insistir que ahora se intentará una continuidad de las políticas desarrollistas de Arturo Frondizi, conviene no ser presa de los prejuicios y reconocer que las grandes reformas liberales fueron ya hechas por el peronismo en los años 90, aunque deshechas luego por el alfonsismo y el duhaldismo, por medio del golpe institucional a de la Rua, destrucción luego profundizada por el kirchnerismo.

Cuando el PRO liberal sólo tiene como aliados a los radicales de la UCR y de la Coalición Cívica, socialdemócratas por historia y vocación, merece considerarse con cierta atención a la dispersa y desorganizada fuerza peronista liberal que ahora va a intervenir en la recuperación democrática y republicana del PJ. Esa fuerza, una vez organizada, puede transformarse en el aliado imprescindible del PRO a la hora de las definiciones profundas en la economía y en las relaciones internacionales, a la vez que en el reaseguro para que el peronismo evolucione hacia donde corresponde y no ceda a la tentación de instalarse como nueva oposición retrógrada.

¿Cuál es el rol del peronismo liberal hoy, pasadas las elecciones en las cuales el único dirigente que lo representó, en ausencia de un dirigente propio, fue el mismo Macri que los rechazó? Desde luego, el peronismo liberal continuará apoyando a Macri con toda la energía posible, porque el objetivo es la Argentina y no el predominio de una fuerza u otra. Sin embargo, también ese mismo peronismo liberal tiene ahora que tomar una forma organizada de corriente de opinión primero (del mismo modo que se expresó a favor de Macri en las elecciones y contribuyó a su triunfo) y luego, de definida línea interna dentro del PJ con poder para competir con las líneas internas adversas y aliarse con los partidos externos afines.

El peronismo liberal tiene ante sí la tarea de rescatar a los años 90, haciendo la lista de éxitos y fracasos, señalando las cosas que pudieron o debieron haberse hecho de otra forma, pero subrayando  lo básico: en la era global no hay otra posibilidad que una macroeconomía liberal para asegurar el crecimiento sostenido de la Nación. El peronismo liberal tiene la obligación de recordar a la Nación que ese era el camino correcto y que lo que se precisaba no era recorrer el camino opuesto, sino rectificar el que se venía recorriendo con un enorme éxito y progreso. Es imprescindible que el peronismo en general, que debe sacarse de encima además la pesada y ajena mochila del Frente para la Victoria, vuelva a discutir este período histórico y a hacerlo suyo públicamente de modo de ayudar también al proceso actual. Éste, aún encabezado por Mauricio Macri, enfrentará muchos de los mismos desafíos y resistencias de aquella época.

Hoy existen tres peronismos:
1) el peronismo socialdemócrata republicano de Massa con dirigentes diversos que pueden ser cerrilmente socialdemócratas como Lavagna y otros, como de la Sota, casi liberales aunque todavía vociferen de tanto en tanto acerca del “neoliberalismo” asemejándose a los loros del...
2) Frente para la Victoria, ese segundo peronismo trucho cuyos dirigentes deberán decidir si hacen el partido de izquierda que parecen desear o se avienen a la contienda interna del PJ donde no harán más que perder. Y finalmente, el tercer peronismo...
3) ese peronismo liberal que muchos creían que iba a expresar Daniel Scioli antes de arrodillarse y someterse indignamente ante el kirchnerismo, y que hoy no tiene un líder definido, sino que expresa una muy fuerte corriente de opinión. Esta corriente a veces se mezcla con el PRO y, en especial, con los muchos dirigentes peronistas exiliados en él, y otras veces busca su propio cauce formal y su inclusión en el hasta hoy perdido PJ. Si el peronismo en general debe hacer un gran esfuerzo para reorganizarse, el peronismo liberal tiene una misión particular para ayudar en las actuales circunstancias y, a la hora de la verdad, poder transformarse en el aliado necesario para la continuidad de una causa común.

El peronismo liberal debe hacer un progreso en este sentido de modo de colocarse ya no en la retaguardia de Macri, yendo por detrás de las reformas que éste va a hacer, y mucho menos en una oposición socialdemócrata al estilo Massa- Lavagna (ese rol regresivo ya está ocupado por los radicales adheridos al PRO) sino en la vanguardia liberal, a expresarse tanto en la economía como en las relaciones internacionales. Una vanguardia asociada al PRO, una vanguardia que rescate al PRO si éste se viera sumergido por los socialdemócratas internos, y una vanguardia lista para continuar las reformas si el próximo gobierno fracasase en sus objetivos o tuviera que postergarlos.

Una vez más: el PRO y Mauricio Macri tienen tanta razón en sus planteos que sería indeseable que lo que encontrasen enfrente fuera lo opuesto –un Duhalde redivivo, digamos—y no un dirigente peronista afín con el cual contar para mejorar, continuar, o regresar si la suerte le fuera en algún momento adversa. La corriente de pensamiento liberal atraviesa todos los partidos. Se trata de que, a la larga, muchos de sus contenidos sean patrimonio de todos y garantía de progreso colectivo. Para que esto suceda, el peronismo liberal debe transformarse en una alternativa visible dentro del PJ y contribuir a las alianzas políticas del futuro, que serán así mucho más homogéneas y resistentes que las del presente.

Hoy, las diferencias entre las líneas internas del peronismo pueden parecer irrelevantes para muchos que gozan con hacer del peronismo un bloque homogéneo y masivamente detestable, sin tener en cuenta que el peronismo no pudo desarrollarse orgánicamente porque el PJ fue paralizado por los enemigos internos de la línea liberal de los 90, en complicidad con la justicia.

Hoy, otra vez en el llano y fuera del poder, el peronismo vuelve a estar librado a su habitual movimientismo, ese que le ha llevado a expresar en cada instancia el mejor progreso y la más acabada modernidad.

Hoy, ese peronismo buscará democráticamente su identidad partidaria y la mejor y más funcional de sus líneas terminará por asumir en plenitud toda la tradición, incluyendo con orgullo al peronismo liberal de los 90, y esforzándose en crear los nuevos instrumentos peronistas que aseguren la grandeza de la nación y la felicidad del pueblo. La doctrina es la misma; el instrumental, totalmente diferente. Los trabajadores y sus dirigentes sindicales, esa eterna columna vertebral del peronismo, tienen mucho para decir y aportar en el proceso de insertar con éxito y debida protección a las grandes mayorías en una economía global. El peronismo, como dijimos ya muchas veces y desde hace muchísimos años, será liberal o no será.

Sin líderes visibles, el peronismo liberal los irá encontrando. Por ahora, tiene uno prestado, Mauricio Macri. El futuro dirá el resto.



domingo, noviembre 01, 2015

DE LA ÉPICA A LA GESTION O POR QUÉ EL PERONISMO DEBE VOTAR A MACRI




La primera vuelta dejó dos cosas en claro: que el peronismo de la Provincia de Buenos Aires votó a favor de María Eugenia Vidal,  la candidata de Mauricio Macri y que el peronismo del Frente Renovador sumado a Mauricio Macri, constituyen la expresión mayoritaria que puede asegurar la derrota final del kirchnerismo.
Al peronismo, como acaba también de mostrar en su primera vuelta levantando a Mauricio Macri, por medio de cientos de miles de votos libres de los aparatos, como candidato presidencial, no le interesa un candidato como Scioli que, por ambición personal, bajó todas las banderas del peronismo frente al avasallamiento kirchnerista.

Al peronismo, como dice la vieja máxima, primero le interesa la Patria, es decir la recuperación de la Argentina después de 12 años de pésima administración y empobrecimiento generalizado del país; después, el Movimiento, es decir, la recuperación del movimiento peronista como transformador positivo de la sociedad y de su instrumento electoral, el PJ, hoy subsumido y esclavizado por el Frente para la Victoria, como partido democrático y republicano; y, por último, los hombres, es decir, no importa quien gane siempre y cuando el progreso sea en la dirección correcta. Como candidato presidencial, Mauricio Macri cumple con estas tres expectativas.

Su triunfo en la segunda vuelta permitirá que la Argentina pase de una macroeconomía retrógrada e ineficiente a una macroeconomía apta para permitir la inserción en un mundo gobernado por las mismas leyes de apertura a la inversión, el comercio y la producción. Bueno es recordar que estas leyes fueron quebradas por Duhalde y Alfonsín y que permitieron el ingreso de los Kirchner al poder sin que la ciudadanía se percibiera en aquel entonces qué le esperaba (cada vez que se critica en términos generales la economía peronista de los años 90, tenemos aún derecho a preguntarnos si la ciudadanía ha terminado de comprender qué sucedió realmente en este país, una tarea de difusión pendiente para el peronismo.)

Igualmente, el triunfo de Mauricio Macri y sus declaradas intenciones democráticas y republicanas, permiten asumir que ayudará en todos los frentes a que el Partido Justicialista pueda reorganizarse como lo que es, el partido peronista que siempre lo acompañará en la gesta común de modernizar la Argentina (como que fue el primero en modernizarla y unirla en forma intachable al liberalismo—sí, en los años 90!), y a que el Frente para la Victoria se organice como partido independiente fiel a sus ideas y sin robar un partido que no les pertenece y al cual no han hecho honor. Lejos de ello, lo han hundido en el peor de los barros, creando un antagonismo irracional en contra del peronismo que no se percibía desde los violentos tiempos iniciales de la revolución peronista del 45. Revolución exitosa que, por cierto, no precisaba una segunda revolución sino lo que el general Perón recordó en los años 70, la institucionalización demócratica de una revolución cien por ciento vencedora en aquel momento histórico de su regreso victorioso al país, del abrazo con los adversarios y la necesidad de terminar con toda violencia.

Por último, y si bien Mauricio Macri prefirió una alianza con los radicales por sospechar de una posible contaminación kirchnerista aún en el peronismo opositor al kirchnerismo---la presencia del ex ministro Lavagna y algunos otros permitía alentar la sospecha de un regreso a las políticas duhaldistas—su condición de aliado de facto y, en la ocasión, representante del peronismo liberal, no deja dudas acerca de cuán cómodo se va a sentir en el futuro alentando la acción común para el cambio con aquellos que ya se abrieron a éste mucho tiempo antes de que él ingresara en la política.

Para muchos peronistas puede resultar algo melancólico que no sea un candidato del peronismo el que protagonice la próxima etapa histórica del regreso de la Argentina al mundo y a una economía de éxito. Sin embargo, pocos se engañan hoy con que un candidato como Scioli, que en un comienzo no estaba lejos de estas ideas, pero que hoy lleva como vicepresidente a un stalinista como Zannini y como su jefa a la misma persona que hundió a la Argentina, pueda ser quien los represente. Está claro que si gana Scioli gana el kircherismo, y que si pierde Scioli, el kirchernismo, aunque por un período legislativo jefe de la oposición parlamentaria, quedará debilitado y será más fácil de marginar políticamente y, sobre todo, de erradicarlo definitivamente del PJ, donde nunca hubieran predominado por medio de elecciones internas libres y democráticas, en un partido abierto a la participación ciudadana.

La Argentina está a las puertas de una nueva vida, de verdad justa, libre y soberana, y el peronismo será el acompañante leal de aquellos quienes han demostrado, a pesar de su ocasional antiperonismo dictado por su acertado antikircherismo, honrar esta nueva vida con una promesa de buena gestión. Esa buena gestión que hoy la Argentina precisa con desesperación y que Mauricio Macri, por formación y convicción, está en condiciones de proveer.

La épica queda en manos del peronismo, que no sólo deberá trabajar codo a codo con el próximo gobierno, sino recrear su misión para el siglo 21, en particular, los modos en que el movimiento trabajador debe modernizarse para asegurar el ingreso masivo de la juventud a la educación y el trabajo y la creación de nuevos instrumentos para asegurar la protección de los trabajadores dentro de una economía competitiva y abierta al mundo. El peronismo está en condiciones inigualables para incluso ofrecer al mundo modos novedosos de integración entre la economía liberal y las organizaciones libres del pueblo—entre ellas, los sindicatos—modalidades que no han sido aún pensadas en un mundo en el cual a una economía libre sólo se le oponen las políticas socialdemócratas  y no políticas integradoras por medio de nuevas y creativas soluciones.
De la épica a la gestión, con Macri Presidente, y de la gestión a la épica, con un peronismo recuperado en su honor y en su intrínseco valor.

domingo, octubre 04, 2015

EL LIDERAZGO DEL ESTADO Y LA FUERZA PARA EL CAMBIO



Mientras la Nación entera se mantiene a la expectativa acerca de quién será el candidato que triunfe en las próximas elecciones presidenciales de octubre como si eso determinara fatalmente el destino de la Nación,  perdemos de vista enfocar el hito electoral como un acontecimiento más en el cual dos variables tomarán diferentes proporciones, sin por ello definir ningún destino. El destino nacional, en verdad, está en proceso y determinado sobre todo por la calidad de las preguntas que pueblo y dirigentes se hagan acerca de éste. Las dos variables a considerar, el liderazgo del estado determinado por la elección presidencial, por un lado, y la construcción de la fuerza necesaria para cambiar el presente estado de la Nación y de su pueblo, por el otro, forman parte del trabajo aún no terminado de formular las preguntas correctas acerca de los diversos problemas argentinos y sus soluciones.

Gane quien gane en octubre,  obteniendo así el liderazgo del Estado, la construcción de la fuerza necesaria para cambiar será el objeto de una elección menos explícita, posterior a la elección presidencial,  y determinada por la capacidad e inteligencia política de los dirigentes políticos y comunitarios, y la siempre imprevisible suerte que acompaña a unos en desmedro de otros. Existe así un doble panorama que no se limita sólo al poder conjunto o enfrentado que un nuevo liderazgo de gobierno pueda ejercer desde los poderes Ejecutivo, Judicial o Legislativo, sino del poder organizado de un vasto conjunto de actores sociales, conjunto móvil y aleatorio, siempre abierto al talento de quienes tengan voluntad de liderazgo comunitario.

Podemos imaginar infinitos escenarios: a) que gane Scioli el liderazgo del Estado y lo pierda inmediatamente a manos del kirchnerismo, que gane y lo conserve a costo de inmensas concesiones a sus deseos originarios de liberalización de la economía y descentralización federal, o que gane y se apoye en una fuerza exógena construida por la oposición para generar el cambio; b) que gane Macri y concentre a la vez el liderazgo del Estado y aumente su ya organizada fuerza para el cambio de la macroeconomía; o, finalmente, c) que gane Massa concentrando el liderazgo del Estado pero con la tarea pendiente de organizar a la sociedad desencantada y dispersa que pueda votarlo.  En los tres casos, más que obtener el liderazgo del Estado, lo que importará será la capacidad para alinear a los argentinos detrás de un objetivo y construir la fuerza necesaria para sostener y alimentar el cambio, aún en los reveses que todo camino pueda proveer. En los tres casos, el liderazgo del Estado no asegura de ningún modo el liderazgo de la comunidad.

Por lo tanto, es más bien desde el lado de la comunidad desorganizada donde cualquiera sea el líder del Estado, éste y otros aspirantes deberán trabajar con más ahínco. En principio, destruyendo las múltiples falacias del invento kirchnerista con una propuesta real de cambio que no se limite a los habituales reclamos de mayor institucionalidad y republicanismo—cambios imprescindibles pero no suficientes—sino que plantee una solución comprensible y global a la reorganización de la comunidad argentina.

Para esto, es necesario, en esta primera y urgente etapa,  estimular las preguntas y respuestas acerca de:
1) Organización de la macroeconomía con el objetivo de abrir el mercado para una mayor inversión y productividad y eliminar la inflación.
2) Federalización impositiva y descentralización hasta el nivel municipal.
3) Utilización de los sindicatos como instrumento de contención y formación de los millones de jóvenes mayores de 13 años con empadronamiento obligatorio a modo de seguimiento y ayuda a éstos.
4) Reforma educativa que incluya a todos los niños por debajo de 13 años de modo obligatorio, subsidiado, y con alta exigencia de presencia y rendimiento, y programa especial de capacitación docente.
5) Reorganización y reentrenamiento de las fuerzas de seguridad.
Estos cinco temas abarcan los temas sintomáticos del cepo, la inseguridad, el narcotráfico, la decadencia laboral y profesional de la población, la baja calidad educativa y la delicuencia juvenil, y el lugar perdido de la Argentina en Latinoamérica y el mundo. Se trata de que los argentinos no sólo se sensibilicen con los síntomas de una sociedad terriblemente desorganizada, sino de que entiendan bien la causa de estos síntomas para que acepten las posibles soluciones realistas que eliminen esas causas y creen, esta vez sí y en forma real y no sólo en el imaginario de un pequeño grupo de dirigentes, nuevas y mejores condiciones de vida.

El buen líder se conocerá por el sentimiento instintivo de la enorme fuerza de voluntad hoy paralizada en el seno de la comunidad, y por el potencial de inteligencia y conocimiento de causa que aplique a la explicación y resolución de los problemas. En definitiva, éste es el tema que hoy debería apasionar a observadores y argentinos de a pie, y no la obsesión con quién va a liderar el Estado. La Argentina no está mal por culpa del gobierno kirchnerista, ni quiera por la baja calidad de muchos de los dirigentes políticos, sino por la baja calidad de la comunidad en su conjunto. Somos una comunidad desorganizada, desorientada e incapaz de pensar por sí misma el qué, el dónde, el cómo, el por qué, que se confunde permanentemente, por falta de elementos confiables de juicio, acerca del quién, aunque—necesitada y angustiada al extremo—tenga siempre en claro que el cuándo es ahora.

Lidere quien lidere, es la comunidad la que tendrá la última palabra y es a ésta a la cual hay que entrenar y preparar para que gestione su propio cambio, más allá de quien lidere, mejor o peor, el Estado.

viernes, septiembre 11, 2015

LOS TRES PERONISMOS DE OCTUBRE



Las primarias del mes de agosto no resolvieron el enigma acerca de quién será el próximo presidente pero dejaron un claro testimonio de las preferencias políticas de la población: más de un 60 % vota al peronismo.

Si el Partido Justicialista fuera como debe ser el albergue abierto y democrático de todos los aspirantes peronistas a la dirigencia, las internas hubieran dejado un ganador claro para enfrentar a las otras fuerzas no peronistas. Pero, el PJ está desde hace doce años secuestrado y paralizado por una fracción que se dice peronista sin serlo—el kirchnerismo—y que, por medio de ese engaño y el uso clientelar del Estado, gana un 30% automático del electorado pobre y fiel a la simbología peronista, aunque bajo esa cáscara los pseudo-peronistas sólo le hayan ofrecido más denigración y pobreza. Por lo tanto, dentro del actual PJ las únicas internas—y estas ni siquiera limpias—se dirimieron entre candidatos oficialistas.  Y éste es el primer peronismo que, sin ser legítimo ni auténtico, es un hecho real a contabilizar en la elección de octubre. Incluso es el favorito, según muchas encuestas posiblemente interesadas. También según algunos medios de comunicación que simulan creer que Scioli puede ser diferente de lo que, sin embargo, ha accedido a representar, en un colmo de sacrificio dicen algunos, o dentro de una escandalosa hipocresía, para una gran mayoría de argentinos que no creen en esto de las buenas personas cómplices de las malas, cuando toda inocencia se ha perdido. ¿El 30% de pobres advertirá que sólo le espera, dentro de la mentira, más pobreza y la misma mala administración de la provincia de Buenos Aires de los últimos ocho años? Esta es una pregunta importante para adivinar el resultado de octubre, aunque por ahora sólo sirva para encaminar a los dirigentes que, lúcidamente, decidan no entregar a su suerte anunciada a ese 30% esclavo e inocente.

El segundo peronismo es el del espacio de Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Si de la Sota hubiera ganado la interna de ese espacio que, en realidad, sólo sostenía económicamente a Massa, el país tendría un genuino candidato del peronismo más moderno y liberal. La amplia experiencia de de la Sota como gobernador hubiera instalado un competidor de altísimo potencial frente a Macri y a Scioli. Massa, en cambio, si bien expresa un kirchnerismo reformado y republicano, conserva aún cuotas importantes de peronismo ortodoxo a la Duhalde, es decir, con mucha intervención del Estado y una economía que, digitada por ortodoxos como Lavagna y Pignanelli puede representar un respiro frente a lo actual, pero difícilmente el salto enérgico de regreso a una economía de mercado con altas oportunidades de inversión.

Finalmente, el tercer peronismo refugiado en un PRO que, sin reconocerlo como tal, prefirió la alianza con el radicalismo. Este tercer peronismo va, sin embargo, a agregar el caudal de votos del peronismo liberal de de la Sota a un conjunto que precisa mucho de este empuje, para evitar el predominio siempre estatista del radicalismo, con su cuota de antiliberalismo económico congénita (similar al del peronismo, por otra parte, y compartiendo con éste los experimentos interrumpidos de la era Menem y la era de la Rua, donde un Cavallo en común no logró dar vuelta definitivamente las peores tendencias de la Argentina en ninguno de los dos casos). A este peronismo que apoya lo liberal y republicano del Pro le compete también, no sólo una tarea esclarecedora hacia el abandonado 30% de los votantes pobres, sino intervenir en la puja interna frente al estatismo de muchos radicales y la temible dupla Carrió y Michetti, capaz de molestar mucho a la hora de serias definiciones liberales en el campo de la economía.

De cómo se muevan estos tres peronismos en relación a los electorados que hoy no cuentan con un liderazgo real y genuino, dependerán las elecciones de octubre y sus sorpresas. Provisto, claro, que las elecciones sean limpias y sin interferencia de manos intermedias que alteren los resultados verdaderos de las urnas. Una provisión que, dada la experiencia tucumana, parece estar realmente más en manos de la Providencia que de los sufridos votantes argentinos y sus fiscales. Estos últimos podrán preveer todo, menos la última trampa pergeñada por quienes temen abandonar el poder, en caso de no contar con los cargos para controlar su propio destino. El pseudo-peronismo que avanzó sobre todas las formas democráticas intentará conservar ese poder  por cualquier medio, aún aquel hoy inimaginable.

martes, agosto 11, 2015

EL PERONISMO HUÉRFANO


Sin duda, el General Perón atisbó lo que iba a suceder después de su muerte y declaró, con generosa amplitud: “Mi único heredero es el pueblo”. Un modo de decir que a quien le quepa el sayo, se lo ponga o, en términos más inequívocamente peronistas, que todos y cualquier argentino llevan el bastón de mariscal en la mochila y están autorizados a usarlo.

Cuando se reprocha a los diversos dirigentes que condujeron o intentaron conducir el peronismo su aparente extrema volubilidad ideológica, se evita reconocer el valor de lo que está por debajo, una tradición y un legado bien precisos del peronismo, patrimonio y herencia de todos los argentinos capaces de asumirlos. El peronismo no se limita a los dirigentes que no siempre estuvieron a la altura de este legado, o peor, como en los últimos doce años, a quienes lo distorsionaron y corrompieron. El peronismo es una tradición histórica importante y la doctrina del peronismo un legado cultural que sólo hace hincapié en dos temas centrales, la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo, dejando librados los instrumentos a las organizaciones libres del pueblo. Este peronismo  desde hace ya mucho más de una década ha dejado de expresarse dentro de su partido político tradicional—el PJ, hoy secuestrado por el kirchnerismo—para diseminarse en diferentes fragmentos electorales. El resultado de las PASO del último domingo ha dejado en claro, sin embargo, que lejos de haber desaparecido como tradición y legado, el peronismo en sus diferentes fragmentos explícitos ha sido votado por más del 60% de los argentinos, sin contar el fragmento inexplícito del peronismo interno y externo que apoya al PRO.

La realidad es que el peronismo está huérfano de liderazgos genuinos. No se puede contar como liderazgo peronista al 8% de ese 38 % kirchnerista que se ha ganado el voto del 30% de pobres de toda pobreza que cuentan con cualquier peronismo gobernante para echarles una mano. Ese 8%  es un 8% de altísima inestabilidad política. Compuesto por peronistas setentistas que poco tienen que ver con el legado institucional y filosófico del peronismo—y ahí está el fracaso de la nación empequeñecida y el pueblo empobrecido—y  una porción de seguidores sciolistas herederos del mejor oportunismo, unos no quieren perder el inmenso poder del Estado con su cuota de impunidad garantizada y otros creen que dominarán a un Zanini que está sólo a un resfrío fatal de Scioli de ocupar la Presidencia. El sciolismo y ciertos independientes parecen aún confiar en que el peso kirchnerista no hundirá la lancha del aspirante a conductor y creen, erradamente que ese 8% tiene al otro 30% atado cuando ese 30% sólo está atado al Estado, es decir, a cualquier peronista que ocupe el Estado o a cualquier No Peronista que aprenda a comportarse en ese sentido como un verdadero peronista, es decir, ayudar pero dignificando a alta velocidad las condiciones de vida y abriendo a todos las oportunidades. Ese porcentaje del 8% oficial es en definitiva intercambiable con cualquier otro 8% de aquel dirigente que encuentre el discurso y el carácter para dirigirse a ese 30% del cual todos hablan pero al cual nadie le habla. O que, a veces, le habla sólo para herirlo en sus esperanzas y creencias en una cierta tradición. A los extranjeros y a los liberales locales se les va mucho la lengua en fanáticos discursos antiperonistas, tan poco productivos como los falsos y fanáticos discursos peronistas del kirchnerismo, al cual han alimentado y fogoneado en todos estos últimos años, haciéndole el favor de confundir kirchnerismo con peronismo.

 El peronismo de los trabajadores organizados y de la clase media tiene sus referentes en Massa, de la Sota, Rodríguez Sáa e incluso en el mismo Macri, quien deberá ahora salir del radicalismo en el cual lo enredaron Michetti y Carrió y asumirse ya no como un radical o un desarrollista sino también como uno de los portadores del famoso bastón de mariscal. Después de todo, dirigió Boca y no River, así que algo sabe por él mismo acerca del tema, espontánea y genuinamente, sin asesores ni interesadas amistades facciosas.

El peronismo está huérfano y si bien en los próximos meses todos intentarán prohijarlo y adoptarlo, sólo un aspirante será el elegido como presidente rector y organizador de la recuperación argentina por un pueblo que hace mucho espera que alguien le explique con honestidad el por qué de sus dificultades y cómo solucionarlas.

Los no peronistas tienen sus propias ilusiones y decisiones, votarán unos a Macri, otros a Stolbitzer y otros al Frente de Izquierda. Pero es el peronismo—no el kirchnerismo, sino el peronismo—el que decidirá el destino argentino en las próximas elecciones de octubre. 

domingo, julio 26, 2015

¿QUIÉN LIDERA?



Nacidos de la misma sociedad que los critica, la mayoría de los políticos argentinos trata de enfocar su propia imagen en el espejo, como si el problema argentino fuera uno de fiel representación y no el que en realidad es, uno de falta de liderazgo opositor. 

Desde luego, existe un potente liderazgo gubernamental que en la última década ha llevado al país a la ruina. Sin embargo, las estrategias para limitarlo o crear un liderazgo de idéntica potencia capaz de competir y ganar una elección, vienen fracasando. El reciente ejemplo del ballotage en la Ciudad de Buenos Aires, subraya esta dificultad, ahora a la vista de todos. Las explicaciones acerca del por qué fallan los opositores al firme liderazgo kirchnerista varían y nunca terminan de aclarar la falencia de fondo. La sociedad argentina es profundamente estatista, ya sea en sus variantes radical, peronista y aún macrista.  

 Esto acaba de comprobarse en el reciente sorprendente giro de Mauricio Macri hacia una economía bastante menos liberal de la que se le atribuye, quizá porque la dupla Michetti-Carrió logró finalmente hacer del PRO un apéndice del radicalismo y no al revés, como se suponía. Este estatismo colectivo inconsciente, subyacente y nunca revisado tras lo que se llama indiscriminadamente “el fracaso del neoliberalismo de los 90”, es lo que yace a la base de la dificultad en crear una oposición real y contundente. La unificación de “Cambiemos” tras un ideal republicano está muy bien, pero cuando la sociedad favorece a un candidato claramente estatista como Martín Lousteau—ex-miembro del gobierno kirchnerista, vale la pena recordar—el líder más liberal de “Cambiemos” se cree en la obligación social de seguir a la sociedad allí donde inocentemente se apresta a desbarrancarse nuevamente. Mauricio Macri elige mostrarse tan estatista como el resto, si de eso se trata ganar una elección, y sólo se anima a diferenciarse con la promesa de una mejor administración. No son por cierto los radicales y ex radicales de la Coalición Cívica quienes  van a oponerse a este giro que de algún modo propiciaron. Fue quizá una ingenuidad esperar de Cambiemos algo diferente de lo que aún es hasta resolverse en las PASO presidenciales de agosto, una gran interna radical entre el PRO, el Radicalismo y la Coalición Cívica. ¿Por qué los liberales del PRO habrían de haber predominado sobre el grueso contingente radical?  Una ilusión persistente, ya que sólo la rechazada alianza con los realmente semejantes, los sectores liberales del peronismo, continuadores de lo mejor de los 90 (de la Sota, Felipe Solá, etc.) podría haber creado una fuerza no sólo republicana, sino también claramente liberal en la economía.

De todos modos, la impronta masivamente estatista también se percibe en la otra interna, la peronista. Un Scioli que se presumía más bien liberal ahora es absolutamente kirchnerista, un heredero del estatismo autoritario que continuará a través de él y que incluso—a sólo un leve golpe institucional de distancia por medio del candidato a la Vicepresidencia Zannini—puede regresar sorpresivamente, para alegría de todos y todas los que creen en la eternidad del proyecto kirchnerista. Como rivales peronistas, Massa y de la Sota. Masa carga con su peso estatista de haber acompañado al gobierno kirchnerista durante bastante tiempo y en total sintonía y cuenta,además, como economistas a renombrados estatistas socialdemócratas, como Lavagna y Pignanelli, que expresan una variante semejante a la del radicalismo. De la Sota, el menos mencionado de los candidatos también cede a menudo a un discurso adulador de la sociedad anti-años 90, a pesar de ser hoy quién más se acerca en su trayectoria a una continuidad liberal de los 90, con un mercado libre, impuestos bajos, poca intervención del Estado en la economía y su gran novedad, un clarísimo plan fiscal auténticamente federalista. 

El aún no completamente comprendido derrumbe de los años 90, erróneamente atribuido a una política liberal y poco estatista, persiste como una herida en la cual ningún candidato—ni siquiera de la Sota—quiere hurgar. Pero, como en una infección mal curada, las ideas podridas impiden tanto la sanación de la herida como la repetición del gesto salvador de volver a abrir plenamente la economía para asegurar el crecimiento, conseguir inversiones y recaudar impuestos legítimos provenientes del crecimiento y no de la inflación, destinados a un Estado dedicado a sus funciones esenciales de administración pública. 

¿Quién explica hoy con solvencia estos criterios de administración pública? ¿Quién aclara las ideas paternalistas y/o totalitarias del estatismo tradicional como opuestas a una gestión profesional de empresas de capital público o de capital mixto, privado y público a la vez, no diferente en su esencia de la gestión de empresas de capital privado? ¿Quién lidera a la sociedad argentina más allá de la catástrofe del 2001 construida más por los estatistas que querían adueñarse del poder (Duhalde y Alfonsín, padres al final de la larga década kirchnerista) que por Cavallo y las falencias de un programa liberal incompleto?

Mientras esta explicación no suceda y un liderazgo tan firme en la búsqueda del acierto como el del kirchnerismo en la persistencia del error, la Argentina seguirá a los tumbos, preguntándose el por qué, criticando sin argumentos valederos a los líderes que pretenden parecérsele en la identificación con sus heridas y añorando sin saber al líder con la buena medicina para tantos males.

martes, julio 14, 2015

EL PAPA FRANCISCO Y SU INCONVENIENTE PERONISMO ORTODOXO RESIDUAL


 Las declaraciones y acciones del Papa Francisco tienen alcance global. Muchas veces sorprenden y no de modo grato, ya que parecen subrayar una cierta posición argentina en el mundo que desde hace ya más de una década ha dejado al país sin perspectivas de crecimiento e influencia regional. La persistencia en atacar sesgadamente el capitalismo, los errores en política internacional en especial en Medio Oriente, y una cierta inclinación a predicar abstractamente en favor de los pobres sin referirse seriamente a las condiciones económicas y de corrupción que crean esa pobreza en todas partes del mundo, son incomprensibles sin mirar más de cerca el Jorge Bergoglio peronista. Peronista de un peronismo tradicional y ortodoxo, el mismo peronismo que—salvo la breve experiencia peronista liberal de Menem y Cavallo—se ha resistido a actualizar su metodología operativa para cumplir con sus objetivos de siempre. Es ese peronismo ortodoxo y no, como algunos erradamente sostienen, la setentista teología de la liberación, el que arando el mismo surco que Perón dejó trazado hace más de cuarenta años, domina el pensamiento del actual Papa.

Moderno en su momento, desactualizado y profundamente equivocado hoy, ese peronismo ortodoxo es el que sostienen dirigentes como Duhalde y hasta un cierto punto, también muchos de los actuales sostenedores peronistas de los Kirchner. Un peronismo que se resiste al capitalismo, que no lee la nueva economía mundial de los últimos veinte años, y que mucho menos está en condiciones de prever el próximo salto de esta economía hacia una nueva era financiera dominada por la Internet y una moneda global con nuevas relaciones entre productores, financistas y consumidores. 

Sin un equivalente intelectual de Perón adelantándose hoy a los hechos y buscando nuevos modos para el progreso de la Nación Argentina, incluyendo una nueva metodología sindical para asegurar el bienestar y protección de los trabajadores en la era capitalista global, los peronistas aferrados a la tabla del pasado, con el papa Francisco entre ellos, todavía le deben al país la honestidad de progresar intelectualmente sobre las premisas que el mismo Perón dejara como legado.

¿Cómo crear la grandeza de la Nación sin un fortalecimiento de los lazos con las potencias de Occidente, en particular los Estados Unidos, dejando de lado diferencias de cultura, lenguaje y religión que en la era de las comunicaciones globales e instantáneas poco inciden? ¿Cómo crear la felicidad del pueblo sin una economía próspera en la cual se brinde acceso por medio de organizaciones populares libres a nuevas condiciones de educación y seguridad que, lejos de competir con la economía capitalista, la complementen con eficiencia?

Estas son preguntas que el peronismo ortodoxo retrógrado y su subproducto kirchnerista con una desviación estatista aún más pronunciada y su inserción internacional disparatada, aún deben contestar. Quizá entonces la renovación de pensamiento local alcance a un Papa que, aún querido y apreciado por muchos de nosotros desde su honesta lucha contra la desviación kirchnerista, todavía debe abandonar algunos prejuicios del pasado para realmente servir a los pobres. Los de la Argentina y los del mundo, a los cuales también podría ayudar un renovado pensamiento peronista acerca de cómo solucionar de verdad los problemas de marginación y pobreza.

domingo, junio 21, 2015

LAS PASO O LAS DOS GRANDES INTERNAS DE SIEMPRE, LA RADICAL Y LA PERONISTA



 Hace poco decíamos, Macri es todos. El camino a la presidencia le quedaba allanado en tanto el antiperonismo explícito de su espacio se había llamado a silencio, y una alianza con sectores del peronismo, vía Reutemann o Massa, quedaba abierta. Su selección para la fórmula presidencial de una persona con notables inclinaciones hacia el radicalismo y la socialdemocracia, terminó de sellar el destino del espacio amplio gestado más que por Macri, por Elisa Carrió. En verdad, el PRO por si mismo nunca hubiera tenido otro destino que el de los terceros partidos entre el peronismo y el radicalismo, en general liberales, que nunca llegaron a la presidencia sin hacer alianzas con alguno de los dos grandes partidos (incluyendo a Frondizi). También el PRO podría haber hecho real esa cacareada alianza del “cambio”, entendiendo por cambio borrar del mapa todo vestigio de kirchnerismo, e incluir, junto a sus aliados radicales a aliados peronistas—el “Macri es todos” que celebrábamos hace no tanto tiempo. Y también Macri y el PRO podrían haber formado parte de la gran interna peronista, como el candidato de peronismo liberal. Sin embargo, el antiperonismo pudo más y la tentación de fundir al kirchnerismo con el peronismo, para transformarlo en un solo y único enemigo, prevaleció. El “cambio” es ahora el intento de borrar al peronismo para siempre. Pero, esto no será posible porque frente a lo que ahora se percibe como una gran alianza radical donde competirán Macri, Carrió y Sanz para intentar ganar al peronismo, el rival electoral histórico, no se encuentra sólo el kirchnerismo encarnando el total de peronismo, sino que a su vez, el mismo kirchnerismo se verá sometido en las PASO al juego de la interna peronista tan postergada y temida. 

El kirchnerismo secuestró el PJ, los símbolos y figuras del peronismo, la vida interna democrática del partido, las afiliaciones, y la libertad del peronismo para elegir, pero las PASO vuelven a equilibrar el juego. Tranformado Scioli en el candidato totalmente kirchnerista y pasando del naranja al rojo de la vergüenza, deberá enfrentar en las PASO a dos candidatos que también compiten entre sí, el arrepentido kirchnerista Sergio Massa y la estrella ascendente de la temporada, José Manuel de la Sota, que con una astuta tibieza vuelve a encarnar el peronismo de la modernidad, confirmando que el peronismo es y será, mientras haya dirigentes que piensen de verdad en la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo, el agente más activo para liderar procesos de reversión y cambio. 

Tres candidatos radicales y tres candidatos peronistas: esta es la única realidad que hoy se avista en las PASO, además de la interna tradicional de las distintas fracciones de izquierda (incluyendo a Margarita Stolbitzer que se escapó de la interna radical).  De algún modo, debemos alegrarnos. Debajo de la hojarasca de desmembramientos, nuevos partidos y nuevos dirigentes, persisten dos corrientes tradicionales con gran ímpetu y fuerza.  Esos dos ríos, más tarde o más temprano se reencontrarán con su cauce institucional  y volveremos a percibir el panorama político con una claridad que nunca debió perder, pero tan potente que, aún en la confusión de hoy, muestra su paño a la hora menos pensada. 

No conocemos el resultado de las PASO, sólo sabemos que la interna peronista, en la cual se pelee por el favor y la claridad conceptual del votante peronista, es esencial para derrotar a ese gran enemigo de la patria que es el kirchnerismo en todas sus variantes, la explícita de la presidenta y la hipócrita y sumisa de Scioli. De la Sota, que nunca estuvo con el kirchnerismo y que ha sido un gran gobernador, infinitamente superior a Scioli en los resultados, infinitamente más capaz en la gestión, e infinitamente más valiente en su postura personal de resistir al kirchnerismo y sus prácticas antidemocráticas y corruptas. 

Finalmente, dependerá de los resultados, pero radicales y peronistas opositores al kirchnerismo deberán terminar votando juntos. ¿Puede un representante del espacio radical—Macri, Carrió o Sanz-- ser presidente? Sí, Alfonsín y de la Rua lo fueron en circunstancias semejantes de desorden peronista. ¿Puede haber sorpresas? Sí; si un peronista decide usar como corresponde su bastón de mariscal, es posible todavía que la épica peronista renueve el tablero político y produzca un cambio genuino y verdadero. ¿Es posible una tragedia colectiva? Sí, el kirchnerismo puede todavía ganar, si el resto de los líderes peronistas no lleva hasta el final la patriada, alertando a propios y extraños acerca de dónde se juega la verdadera gran batalla de la recuperación de un peronismo—y un país—republicano y democrático capaz de organizar una economía moderna eficiente y muy efectiva a la hora de proteger a los trabajadores y desocupados. 
Allí donde se cerraron puertas, se abrieron otras.

sábado, mayo 30, 2015

¿UNA GRIETA O UN ABISMO?

Las preguntas a los candidatos presidenciales suelen agotarse en tres temas principales: la economía, la seguridad y la justicia, en especial la referida a los actuales casos de corrupción. No existen casi preguntas acerca de la política exterior que cada candidato aspira a establecer, aunque el tema de las relaciones internacionales constituya la médula de lo que se ha dado en llamar “grieta”. Esta nueva división entre los argentinos es habitualmente percibida como una “falla” en el terreno común de las relaciones sociales, una “falla” que los nuevos candidatos deberán corregir esmerándose en rellenarla con buenos modales, gestos amistosos hacia los que están del otro lado y un espíritu de generosa bienaventuranza universal. La división entre los argentinos no es una simple oposición de clases y hasta raza, como lo fue en el pasado la oposición peronismo-antiperonismo, o una oposición ideológica entre socialistas de todo cuño y liberales, sino una división mucho más profunda que viene desde el fondo de la historia occidental: la división de las Américas en una América sajona victoriosa y una Latinoamérica hija del Imperio perdedor. La grieta tiene su origen en el imaginario colectivo y supera y abarca todas las oposiciones actuales, hasta dominar inconscientemente incluso partes importantes del discurso antikirchnerista. La oposición al kirchnerismo muchas veces se encuentra del mismo lado de la supuesta grieta, sin visualizar el abismo real, y, por eso mismo, no resulta una oposición convincente, capaz de guiar y marcar el rumbo. 

En una época en la cual el mayor salvavidas de la Argentina está en una adecuada relación continental con todos los vecinos, comenzando por Estados Unidos, y el mayor salvavidas de los Estados Unidos está en una adecuada relación continental con Lationamérica, llama la atención la ceguera local acerca de este tema particular dentro del oscuro panorama de relaciones internacionales. La falta de iniciativa e interés genuino del gobierno actual de los Estados Unidos en Latinoamérica y la  falta del látigo o la zanahoria que en el pasado azuzaban o encandilaban a los gobernantes latinoamericanos hacia algún tipo de actividad, es la explicación más probable a la indiferencia de candidatos y periodistas. Los unos no preguntan, los otros no sienten la necesidad de exponer. También contribuye el atraso intelectual local en aportar pensamiento a este tema, cuando la iniciativa sería más que bienvenida en algunos gobiernos latinoamericanos, un poco fatigados de que la única novedad continental de los últimos tiempos haya sido el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos.

 La falta de una reflexión nacional y, en general, la “falla” mucho más profunda de las últimas dos décadas, no sólo a nivel local sino global, en reacomodar las ideas para transitar el nuevo mundo del siglo XXI, atenta hoy contra el posible bienestar nacional tanto o más que las malas ideas en la economía, la dejadez en la seguridad y la corrupción en la justicia. Hay que comenzar por entender que el kirchnerismo sólo pudo nacer y prosperar como la continuidad automática y haragana del pensamiento local generado durante las décadas de la guerra fría del siglo XX, pensamiento estimulado además por la distracción de los Estados Unidos de la región a partir del 2001, año de las torres y de la no casual y consentida caída de la Argentina como modelo capitalista regional.

Dentro de ese vacío y desconcierto, y en la confusión generalizada de las nuevas guerras globales y de los ajustes financieros de un sistema global inédito (y por lo tanto sujeto a errores), el problema no han sido sólo los Kirchner y el peronismo cobarde, sin liderazgos autenticados por elecciones internas y entregado al mejor postor, sino los millones y millones de argentinos guiados por los mismos pensamientos provenientes del pasado. Hijos culturales de las revoluciones de los años 70, los millones de argentinos que cumplieron su medio siglo a fines del siglo XX y comienzos del XXI, volvieron a reivindicar generacionalmente  las ideas de su juventud y alimentar, con la autoridad total que da la falta de oposición, a las jóvenes generaciones siguientes, muy empapadas ya a nivel global por una saludable tendencia hacia el reconocimiento de los derechos humanos, las minorías sexuales y la demanda de libertad. El vacío geopolítico generado por el desinterés de los Estados Unidos y la carencia de un discurso local que retomara el más genuino interés nacional provocó que antiguos comunistas, izquierdistas sin partido, socialistas solitarios, y montoneros peronistas continuaran idealizando a Cuba y a Venezuela como su imitadora, renovando su admiración por una Rusia que en sus ensoñaciones nunca dejó de ser la Unión Soviética y por una China capaz de entregar su economía pero no sus principios de dominación revolucionaria. Los viejos rara vez cambian y, mucho menos, cuando el mundo no les opone nada visible y contundente enfrente y les permite imaginar que después de tanto andar, finalmente ¡tenían razón! ¡El capitalismo se ahorcó con su propia soga, los soviets se pueden reeditar y el socialismo es la verdad del futuro! Lo que resulta muy sorprendente es que los actuales jóvenes argentinos, que deberían ser generacionalmente materia rebelde, se hayan tragado la pildorita revolucionaria de sus mayores, sin examinar su contenido extremadamente reaccionario. Odian menos a los Estados Unidos que sus padres y abuelos y se nutren de este país en casi todo, desde la tecnología hasta las artes, desde la ropa hasta el lenguaje, pero, sin embargo, conservan la enemistad.  Nunca se dirían antiimperialistas, porque perciben el lenguaje caduco, pero odian el capitalismo. En este ciclo generacional,  es la envidia la que los mantiene aliados a los mayores  que visten la ropa de héroes del pasado, guerrilleros, luchadores, contestatarios o charlatanes. Los jóvenes piden libertad, ya no del imperialismo yanqui, como sus progenitores, sino de quienes detienen el progreso individual—ya sea económico, interpersonal o sexual. Imaginan, como el Papa Francisco, que el capitalismo es el culpable de todos los males y no atinan a reparar que el país campeón de la lucha por la libertad y TODAS las libertades ha sido los Estados Unidos. Imaginan un idealizado socialismo y no registran el totalitarismo cubano o venezolano. No podrían explicar la feroz persecución de los homosexuales en Cuba (leer a Reinaldo Arenas debería ser obligatorio) y tampoco la miseria del pueblo cubano, incapaz de subsistir por sí mismo terminada la interesada limosna soviética.

Este pensamiento ya no antiimperialista sino específicamente anticapitalista, renovado por las razones antedichas en las nuevas generaciones y nunca descartado del todo aún por sectores más moderados, se ha transformado en un pensamiento masivo. Esto es visible  incluso en sectores del peronismo que aún no pueden avanzar más allá de la retórica binaria del “Ni yanquis ni marxistas” y se refugian en una prudente defensa de lo latinoamericano, siempre fatalmente antinorteamericano, como el Papa Francisco, para poner el ejemplo generacional más ilustre y, a veces, el más peligroso por lo confundido y por el enorme poder que ostenta.

Somos hijos de nuestra historia y en nuestra historia, somos los victoriosos americanos de la independencia, pero los hijos culturales del imperio perdedor. En el meollo del sentir argentino late siempre la vieja impotencia frente a los norteamericanos, hijos del imperio vencedor. Debimos ser como ellos, parecidos, iguales, quizá menos numerosos y quizá, hasta por ser menos, mejores. No fuimos. No somos. Negamos el espejo fraterno de los Estados Unidos, tan americano como cualquiera de las repúblicas latinoamericanas, y negamos el capitalismo que lo caracteriza. Nos quedamos visceralmente anclados en un pasado aún más remoto que el de la guerra fría, ese pasado en el cual el Imperio Británico superó y sepultó al Imperio Español. El antiguo rencor nos impide ver que Latinoamérica hoy no está obligatoriamente en oposición a la Angloamérica y que vivimos en una misma América continental, conectada por inmigraciones incesantes, cada vez más en ambos sentidos, y que el capitalismo es global. No podemos siquiera ver cuales de nuestras tradiciones humanistas puede jugar ya no en oposición a ese capitalismo sino en sintonía, usándolo para levantar de la pobreza y la ignorancia a millones de postergados.

Con el corazón anudado en un resentimiento pasado de mano en mano, de cabeza en cabeza, y de generación en generación, no somos capaces de detenernos un minuto y mirar el mundo tal cual es hoy. Ver quienes somos y quienes queremos ser en el mundo, y elegir nuestros amigos por una conveniencia superior que la falta ocasional de dólares que no sabemos conseguir de otro modo que prostituyéndonos, por ejemplo, ganando un módico swap con China entregando territorio y poder militar, o prometiendo beneficios a una Rusia siempre insaciable.

¿Quiénes somos? Una nación americana. ¿Qué queremos? Desarrollar al máximo todas nuestras posibilidades y estar seguros en nuestro sector del mundo. ¿Cuál es nuestro sector del mundo? No es sólo Sudamérica, es el total del continente americano. Con los Estados Unidos incluidos y festejando que el primer actor del mundo está en nuestro elenco y aprendiendo a crecer para igualarlo o aún, superarlo, si lo que queremos es competir. Estas son las preguntas que los actuales candidatos presidenciales deberían primero hacerse y después, responder.


Lo que divide a los argentinos no es una grieta sino un descomunal abismo de ignorancia y autodesconocimiento. La transposición casi automática de un pasado no reelaborado a un presente en el cual nadie se toma el trabajo de volver a pensar el cómo y el por qué.  En un planeta sin liderazgos actuales y también con mucha confusión, la Argentina puede volver a tener un rol importante en el mundo atreviéndose a reelaborar su propio pasado, el pasado continental muy en particular, y de ahí marcar su nuevo lugar en el mundo con una suficiencia y seguridad por fin bien merecidas. No somos, pero, por cierto, podemos ser. Y podemos ser mucho más de lo que los atontados liderazgos locales de los últimos tiempos nos permitirían creer, después de habernos avergonzado tanto y tantas veces ante el mundo entero.

jueves, abril 30, 2015

MACRI ES TODOS

 Después de la crisis de partidos post-2001, caracterizada por la explosión del Partido Radical y la paralización del Partido Justicialista por Duhalde primero y los Kirchner después, el PRO surgió con la aspiración apenas disimulada de convertirse en una nueva fuerza, ese tercer partido liberal que vendría a recuperar los valores liberales de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX,  valores pre-radicalismo y pre-peronismo. Esa aspiración era una más  de las reiteradas reencarnaciones  de la ilusión sostenida a partir del derrocamiento del primer gobierno peronista en 1955 de volver al pasado remoto del liberalismo que hizo la gloria de la Argentina de la Belle Époque, suprimiendo para siempre el peronismo. Pero esta ilusión fue destruida de un modo irónico y elegante por el mismo peronismo.

Con la inevitabilidad de la historia, el peronismo deglutió el pasado y lo hizo suyo para siempre en los años 90 al asumir ese mismo liberalismo—en aquel momento junto a las fuerzas liberales de la UCEDE de Álvaro Alsogaray—e iniciar otro capítulo brillante de la historia argentina, con el reingreso a pleno al mundo occidental, a la amistad fraternal con los Estados Unidos y la reconciliación con Gran Bretaña, y con el regreso a una economía de mercado, insoslayable en la nueva era global.  Tras una década, el fracaso en sostener esta posición con el apoyo de toda la población y, principalmente, con el apoyo de los liderazgos conservadores del radicalismo y del peronismo, fervientemente socialdemócratas y opuestos a la economía de mercado y tozudamente empecinados en mantener la antigua enemistad con el mundo anglosajón, detuvo una vez más el avance de la Argentina. Quedó así, una vez más, el campo libre para el retorno conceptual de un liberalismo al cual aún le cuesta aceptar el suceso de su regreso real en los años 90 de la mano del peronismo.

Este proceso abortado del peronismo es el que confunde al PRO y a los analistas del PRO, que optan por la tangente que supone olvidar las tres herencias del pasado, la liberal, la radical y la peronista, para anclarse en la ilusión de que el frondizismo fue un movimiento fundacional( y no lo que fue, un radicalismo filoperonista) e imaginarse como seguidores del Presidente Frondizi, un presidente sin hijos políticos ni movimiento propio, al cual se le puede inventar una herencia menos pesada que la del radicalismo o el peronismo, en esta época de relatos políticos fantásticos que poco tienen que ver con la historia real, esa que se hace fastidiosamente visible cada tanto e invariablemente sorprende a los fantasiosos que la ignoran.

El momento histórico que estamos viviendo no es, como se dice ligeramente, el de una continuidad (la del peronismo) en la cual Macri y el PRO vendrían a representar el cambio, sino, aún y todavía, el de la maduración de un peronismo que parece sucederse a sí mismo sólo porque está paralizado en su vida institucional y paralizado en su evolución natural desde hace bastante más de una década. El menemismo fue el aggiornamiento liberal del peronismo y el más serio esfuerzo, a pesar de todos los problemas, incluyendo el de la corrupción, para modernizar la Argentina. El duhaldismo fue el regreso a una paupérrima pseudo-ortodoxia peronista inservible en el siglo XXI. El kircherismo, el intento consentido por una gran parte de la población (también imbuida en una izquierda fantasiosa y festiva), de usar el peronismo como caballo de Troya de una revolución habanera o chavista. Los líderes de estos sucesivos movimientos provenían todos del peronismo, es verdad, pero provenir del peronismo nunca fue garantía de comprender ni el peronismo ni la historia ni, mucho menos, de desarrollar, con éxito en el tiempo, un movimiento que sólo ha tenido como fin confeso  la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo.

Es frente a este aborto que el PRO y, en especial, Mauricio Macri han tratado de tomar posición sin acertar del todo en el punto que les permitirá alzarse con la victoria total e indiscutible, y que les pertenece por historia, no porque sean diferentes “ a los que hace treinta años que nos vienen gobernando” ni porque “sean el cambio”, sino porque al no ser nada, son todos. Son los radicales con un partido que no terminó aún de discutir su identidad; son los peronistas sin su partido (ocupado por los kirchneristas, incluido Scioli, que poco tienen de peronistas); y son los liberales que no tienen otro partido, aunque, ¡oh casualidad histórica!, este nuevo partido está lleno, además de liberales, de radicales, peronistas, y, claro, frondicistas. Macri es todos.

El aborto a reparar es lograr un suave regreso a los 90 en la política exterior, en la economía de mercado y en la institucionalización republicana que permita una democracia de partidos en funcionamiento. Un nuevo embarazo y un nuevo hijo, pero no sólo del PRO y de los liberales, sino del mismo conjunto agraviado de peronistas y radicales, esa gran mayoría nacional que es la que va a dar los votos a Macri para ser presidente.

Al ser todos, Macri es la gran figura de la transición. Esta transición expresará a la vez un recupero de las políticas peronistas de los 90 y del mejor radicalismo institucionalista. Más que el fundador de un tercer partido o de un nuevo movimiento histórico, el tercero, como quería Alfonsín, o de la tercera vía (esa era británica entre dos conjuntos muy diferentes), Macri aparece, cuando visto sin prejuicios, como el líder predestinado a permitir a peronistas y radicales recuperar los dos grandes partidos históricos y recordando  a ambos un hoy olvidado standard de dignidad.


Ni Yrigoyen, ni Perón. Ni siquiera Frondizi. Apenas un argentino más, quizá el más capacitado dirigente de la actualidad, destinado a abrazar TODA la tradición, liberal, radical, y peronista y permitir, otra vez, su fluir democrático en función de la grandeza de la Nación y la felicidad de los argentinos. No es poco.

martes, marzo 31, 2015

NUESTRA VERGÜENZA


En esta Argentina de grandes sinvergüenzas dirigiendo su destino, por suerte tenemos una importante cuota de vergüenza nacional. Todos aquellos que tenemos contacto laboral o familiar con ciudadanos de los países del mundo a los cuales pertenecemos por vocación, tamaño, historia y potencial, tenemos brotes de vergüenza casi diariamente por las cosas que el país se hace a sí mismo y a otros. Por supuesto, nosotros, argentinos, sabemos que es el gobierno actual quien hace y deshace, pero fuera de nuestras fronteras poco y nada saben del gobierno, el responsable es siempre el país: Argentina no cumple, Argentina no paga, Argentina miente, Argentina apoya a Irán, Argentina asesina, Argentina esconde los números reales de la inflación y la economía, Argentina tiene millones de pobres y cada vez más, Argentina trafica droga. Basta con ser argentino, entonces, para cargar con el estigma. Ese estigma que disimulamos puertas adentro diciendo, “Ah, yo no soy así, esos son los peronistas” o el cantito contrapuesto que echa la culpa de todos los males a “los gorilas,” o el balanceado y cómodo “Todos los políticos son la misma porquería. Este país no tiene remedio”.  Si nuestro problema es entonces que vivimos una crisis de representatividad, el año electoral sería una solución. Sin embargo, día a día intuimos que tal vez las elecciones nos deparen un nuevo disgusto y mucha más vergüenza, porque tendremos que estar avergonzados, además, de haber creído que las elecciones traerían un cambio.

Estamos a tiempo de echar un vistazo sobre aquellas cosas en las que individualmente no nos fijamos demasiado en detalle y en las cuales aceptamos la postergación, sólo porque a determinados intereses particulares les conviene y porque las diversas campañas que éstos lanzan nos hacen dudar sobre nuestras genuinas percepciones. Nuestro problema no es un solo un problema de representatividad, es un problema de falta de carácter y decisión para sostener nuestras convicciones. Por esa falta de carácter y los consiguientes actos racionalizados y auto-justificatorios es que hoy están en el gobierno quienes entraron por esa puerta (abierta inicialmente, desde ya, por la falta de carácter y los actos justificatorios del peronismo tradicional encarnado en Duhalde y sus seguidores).
Aunque hemos hecho progresos, todavía esa actitud de falta de confianza en nosotros mismos como individuos hace que no nos plantemos del todo aunque sumados somos esa mayoría que anhelamos encuentre una mejor representación en el gobierno. Por esa falta de autoconfianza, hoy tememos a una muñeca con pies de barro que nosotros (y no otros) sentamos dos veces en la misma silla del poder, nos sometemos a quien no tiene ninguna otra autoridad más que la que le otorgamos y vemos con desesperación cómo el país se nos escapa a veces de las manos para caer rodando quien sabe en qué abismo si no hacemos nada a tiempo. Para no tener vergüenza mañana hoy podemos preguntarnos:
1)      ¿Por qué toleramos que la denuncia de Nisman no sea investigada? ¿Por qué toleramos que las infinitas causas de corrupción contra la presidente, su familia, el vicepresidente y varios ministros queden detenidas o dificultadas en la Justicia? Lo peor que nos podría pasar como comunidad es un juicio político a la Presidente, según nuestra ley máxima que es la Constitución. ¿Por qué nos dejamos convencer de que obedecer a la Constitución es igual a ser golpistas? ¿Por qué creemos en la insostenible frase del Papa “Hay que cuidar a la presidente” cuando lo que hay que cuidar, y mucho, es la maltratada, abusada y violada Argentina. ¿Por qué no nos preocupa seriamente que corruptos puedan obtener fueros protectores en las próximas elecciones? ¿En nombre de qué valor toleramos tanto? ¿Somos Scioli y nuestra tolerancia y sumisión nos va a premiar convirtiéndonos en presidente? Argentina es un felpudo. No nos enojemos después si seguimos pasando vergüenza.
2)      ¿Por qué nos resistimos a realmente entender como funciona la economía y confundimos un poco más de libertad—por ejemplo, terminar con el cepo al dólar—con una solución, sin preguntarnos a fondo cuánto Estado queremos y por qué, cuán abierta queremos la economía y qué nos conviene más para crecer, por un lado, y para simultáneamente rescatar y hacer progresar a los millones de pobres que también nos dan vergüenza? ¿Podemos describir hoy una solución equilibrada o seguimos convencidos de que los 90 fueron una década para olvidar, los años 2000 los de la década ganada, y sin poder contestar qué diferencia a Lavagna de Cavallo, o a Miguel Bein de Federico Sturzenegger, sintiéndonos cómodos con condenar la imposible economía actual y descansando en que cualquier otra será mejor?
3)      ¿Nos hemos preguntado por qué en las últimas elecciones generales presidenciales no hubo veedores internacionales, quedando todo el control de las elecciones en la únicas manos del Ministerio del Interior de un gobierno que nunca quiso (ni quiere) irse y de una justicia electoral que sigue funcionado a control remoto?


Nuestra vergüenza es nuestra, en definitiva, y no tenemos mucho derecho a quejarnos de lo que padecemos y menos aún de lo que padeceremos, si no tenemos el carácter de saber qué queremos y por qué, y de no ceder un tranco a nadie, ni a un gobierno sin otro título ni mérito que el que le dimos nosotros mismos, ni a jueces que también pueden y van a ser enjuiciados, ni a diputados y senadores que han dejado de representarse hasta a sí mismos (cargan con una vergüenza suplementaria) ni a periodistas que obedecen a otro interés que la verdad. La Argentina tiene solución. Pero sólo con argentinos mejores, más informados y más adultos. Con argentinos que sepan ejercer su propio poder de ciudadanos adultos. Esto es lo que nos va a permitir estar en el G20 en un pie de igualdad con las otras naciones que no son sólo desarrolladas, sino, simplemente, adultas. 

sábado, febrero 28, 2015

¿QUIÉN HABLA A LOS POBRES?

Uno de los mayores errores de la oposición al kirchnerismo ha sido el de hacer del kirchnerismo  y el peronismo un único paquete cerrado con el rótulo de populismo. La consecuencia mayor de este error consiste en dar por perdido a la hora de votar a ese  30 o 40% de la población que recibe subsidios o beneficios del actual gobierno. Al sobreentender que ese 30 o 40% siempre fue alimentado por políticas populistas, se lo desdeña y ningunea y, en ningún caso, se lo hace objeto de un discurso especial. Si el kirchnerismo, en efecto, es populista, el peronismo no lo es.

Al kirchnerismo populista no le interesa la promoción social de los pobres, ni en su educación ni en su ingreso a la clase media. Le interesa, en efecto, contar a esa inmensa mayoría de no educados, desocupados o subocupados como una mayoría electoralmente fiel a cambio de beneficios circunstanciales como diversos planes de beneficios económicos o el fútbol gratis. En cambio, el peronismo histórico logró esa misma mayoría fiel dándole derechos que antes no tenía, favoreciendo las organizaciones sindicales de trabajadores y educando masivamente a los niños de esa primer generación. Ese peronismo histórico hizo ingresar a aquella mayoría del pasado en la clase media. Sin embargo, el General Perón calificaría hoy a esta inmensa nueva masa de pobres que la desorganización del país a lo largo de décadas volvió a construir, como una “masa informe”, idéntica a las grandes masas de postergados del pasado y que requiere hoy un nuevo tipo de atención.

 El camino a la clase media y a todos los derechos políticos y sociales no volvió atrás y por lo tanto no se trata de proponer una nueva revolución política (al socialismo estatista y populista, por ejemplo, como pretende el kirchnerismo) sino de una adaptación del antiguo instrumental peronista a las nuevas condiciones económicas globales. Se trata de encontrar los modos y medios para rápidamente identificar al total de la población sumergida, integrarla a nuevos planes de educación y trabajo, instando a las instituciones educativas o sindicales a proveer o gestionar los seguros y créditos necesarios para que este esfuerzo sea financiado, en primer término, por el trabajo de cada ex-pobre o el estudio de cada ex-niño o joven no instruido. El Estado puede contribuir a este esfuerzo con un impuesto específico, a ser administrado por cada una de las instituciones responsables, con el Estado y las instituciones actuando en pares descentralizados en ambos niveles.  De este modo el trabajo, la salud y la educación comenzarían a estar asegurados y sólo restaría resolver con las mismas premisas de descentralización y crédito el tema de la vivienda. Tierras fiscales, construcciones financiadas a bajo crédito por el mismo trabajo y/o con trabajo propio, extensión de programas de viviendas rurales con huertas y plantíos, etc., son posibles con buena planificación y una sujeción cabal y simultánea a una economía totalmente capitalista, en las cuales se introduciría un nuevo actor muy participativo: el sindicato y la instituciones educativas invirtiendo sin fines de lucro a favor de sus afiliados o educandos. El lucro cesante sería aquí ganancia social y sería, a corto o mediano plazo, siempre financiado por sus beneficiarios. Un peronismo y  también un cooperativismo funcionando privadamente dentro de una macroeconomía de mercado: una novedad instrumental que quizá la Argentina sea la primera en inaugurar, por su bagaje histórico peronista, justamente, que tan bien puede calzar en una economía liberal. Aunque a muchos—peronistas o liberales—les cueste hacer este matrimonio conceptual en su rígida visión del mundo.

Resulta muy alentador que un dirigente de la oposición como Maurico Macri haya decidido por fin abrir los brazos a un peronismo moderno que hoy no tiene representación. Es la gran ocasión para retomar las banderas del pasado pero con los instrumentos de una moderna economía capitalista, dentro de la cual es posible hacer peronismo del mejor (el de la promoción hacia arriba de los pobres y no educados) usando la vieja experiencia de favorecer a los pobres con autenticidad, no para lograr votos sino para mejorar sus condiciones de vida y abrirles la puerta de esa clase media a la que aspiran a pertenecer. Aunque no lo digan y escuchen hoy con resignación discursos resentidos o socialistas inoperantes, mientras reciben un bolsón o sobre que sólo les durará hasta fines de mes.


¿Estará Mauricio Macri dispuesto a hablar también a los pobres diciéndoles la verdad e incluyéndolos en un ingreso real a una vida digna y productiva?  ¿O dejará que el kirchnerismo, ese lobo disfrazado de peronista, vuelva a comerse a los pobres? De este detalle, un discurso y una intención especial para conseguir que los pobres se hagan cargo de su destino (como lo hicieron en tiempos del General Perón), depende el resultado de las próximas elecciones.  Hoy como ayer, es sólo un tema de liderazgo inteligente.