martes, agosto 31, 2021

ARGENTINA: EL VOTO CANTADO

  


¡Oíd, mortales!, el grito sagrado:
¡Libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!
Oíd el ruido de rotas cadenas;
ved en trono a la noble igualdad.
¡Ya su trono dignísimo abrieron
las Provincias Unidas del Sud!
Y los libres del mundo responden:
¡Al gran pueblo argentino, salud!


Sean eternos los laureles
que supimos conseguir:
Coronados de gloria vivamos,
¡o juremos con gloria morir!

 

En las elecciones 2021, el voto liberal, radical o peronista de la Argentina fiel a sí misma, será por la libertad.

miércoles, agosto 18, 2021

PERONISMO: FIDELIDAD E INNOVACIÓN

 


Los lugares comunes acerca del peronismo se repiten sin que nadie tenga hoy la autoridad suficiente para mostrar qué es peronismo y qué no, y como pasar de la fidelidad a la doctrina a la innovación necesaria para continuar con su vigencia en el tiempo. 

Para la Argentina es importante conservar esa doctrina como patrimonio político y cultural, en tanto ha sido y debería continuar siendo una guía especial para permitir los objetivos mayores de esa doctrina: trabajar para la grandeza de la nación y, simultáneamente,  para la felicidad de su pueblo, organizando la comunidad de tal modo de crear un permanente flujo ascendente y de mejora en las condiciones de vida y prosperidad de todos. 

Mientras tanto, y con más intensidad ahora, en tiempo de elecciones, el kirchnerismo en el gobierno sigue irritando a los argentinos no peronistas con un discurso que, vestido de peronismo, poco tiene que ver con los objetivos de éste. Peor aún, continúa desilusionando  y desconcertando a  los millones de argentinos fielmente peronistas que no entienden cómo ese supuesto peronismo que debería mejorar sus condiciones de vida, sólo consigue empeorarla. 

La disociación no habla ya de una batalla cultural, ni de una interna del peronismo—por ejemplo, entre ortodoxos peronistas y montoneros—ni de una batalla externa, de antiperonistas en contra del peronismo. Tampoco se trata de un proceso al final del cual se sabrá si el kirchnerismo puede o no ser peronista, o cuánto más peronistas pueden ser vastos sectores de la oposición, o si debería desaparecer para siempre el peronismo vetusto que en las últimas décadas duhaldo- kirchneristas literalmente destruyó la nación que otro peronismo, liberal y republicano, había construido con audacia y talento durante los años 90. 

Se trata más bien de redefinir un enorme y poderoso cuerpo político hoy a la deriva interior, que hoy no sabe dónde ni cómo ser fiel, ni cómo innovar dentro de esa fidelidad. Un enorme cuerpo político que hoy no tiene conducción: y no, NO, la Vicepresidente Cristina Kirchner no es la conductora del peronismo. No lo conoce a fondo, no lo entiende, no sabe. Tampoco puede ser la conductora del peronismo de un Perón al que siempre despreció. Esta importante característica de NO CONDUCTORA del peronismo sería algo que el periodismo y la oposición política deberían destacar en grandes titulares, en vez de hacer juego a la fantasmal y errática creencia de que está conduciéndolo. La Vicepresidente es, SÍ,  la jefa del kirchnerismo, ese movimiento de izquierda que abreva en la antigua izquierda montonera del peronismo de los 70, jefa de un kirchnerismo que se ha apoderado autoritariamente del Partido Justicialista, y, lo más importante, jefa de un kirchnerismo que se ha dedicado durante sus tres gobiernos a intentar adoctrinar a los fieles y tradicionales seguidores de Juan y Eva Perón, con ideas que por cierto innovan pero no son fieles a los objetivos del peronismo. El peronismo no crea pobres, los rescata de la pobreza y los convierte en trabajadores.

La conducción del peronismo está vacante y la clarificación de cómo es la innovación dentro de la fidelidad, sigue pendiente. 

En los años 70 se decía, "Ni yanquis ni marxistas, peronistas". Durante la Guerra Fría, la Argentina tenía una tercera posición para ofrecer y un mundo de países no alineados con los cuales intentar algo en el medio de las dos superpotencias. El slogan hubiera explicado mejor la tercera posición de reivindicación nacional y antiimperialista, si se hubiera dicho, “Ni yanquis ni soviéticos, argentinos”,  ya que si bien marxista y peronista quedaban bien claros como términos de definición ideológica, no se sabe bien qué ideología se le atribuía a la palabra yanqui—y aún muchos siguen usando la palabra como comodín indiscriminado—si la de un régimen democrático de partidos, la del capitalismo, la liberal, etc. 

 Con el fin de la guerra fría asistimos al fin simultáneo del imperialismo soviético y del imperialismo norteamericano, este último disuelto en el multilaterismo financiero, tecnológico, e industrial global donde todas las naciones tienen una posible cuota de participación en la medida en que adhieran a las reglas de intercambio global—monedas nacionales estables y fronteras abiertas al comercio en ambos sentidos para permitir el desarrollo armónico del mercado global. Pero, con el fin de la guerra fría, asistimos también al derrumbe del sistema de administración comunista y a la clara victoria del sistema capitalista, no percibido ya como instrumento de dominación imperial, sino como un conjunto de técnicas de administración de las economías nacionales en su tránsito a la economía global. Rusia transitó, China transitó (aún manteniendo una centralización comunista), todas las antiguas repúblicas soviéticas transitaron, y la Argentina transitó. En los años 90, el gobierno peronista de Carlos Menem  y Domingo Cavallo, redefinió la innovación dentro de la fidelidad y la Argentina fue grande y su pueblo razonablemente feliz aunque faltasen un esfuerzo adicional en la reconversión de empresas y trabajadores y más reformas que quedaron suspendidas con la salida de Cavallo a mediados de la década. 

El mismo General Perón había abierto antes de morir la etapa institucional del peronismo: si la palabra "yanqui" significaba régimen democrático y republicano de partidos, ya no era lo opuesto a ser peronista, sino lo mismo. El abrazo Perón-Balbín dejó claro que había dos grandes partidos dentro de un mismo sistema, ya no enemigos enfrentados con golpes de estado, sino adversarios electorales.  En el siglo XXI, la distinción sigue vigente, y a “yanqui” o “peronista”, que son lo mismo en términos republicanos, se le opone “populista autoritario” o “kirchnerista”. 

Por fin, si la palabra “yanqui” quería significar “Capitalista” o “Liberal” o “Neoliberal” como le gusta decir al kirchnerismo, después de los años 90 en la Argentina, tampoco se opone al peronismo, que quiere a la Argentina grande en el mundo y a su pueblo feliz en su máxima productividad.  En el siglo XXI, es imposible pensar un peronismo que intente hacer grande a la Argentina y satisfacer todas las necesidades de su pueblo, sin recurrir, para lograr estos objetivos, al capitalismo—atraer inversiones productivas de argentinos y extranjeros con fronteras abiertas, moneda estable, justicia independiente y leyes favorables a la inversión. 

A los desconcertados pobres de hoy día, ese país multitudinario y fielmente peronista dentro del país de todos, hay que actualizarlos en sus derechos y restablecer esa doctrina a la que le son fieles en sus nuevos y más eficaces términos. Esa doctrina los pone en primer lugar no sólo otra vez como pobres, como en aquellos días iniciales del peronismo, donde eran los grandes olvidados de la política y el poder, sino como los trabajadores que supo formar y organizar el fundador  del peronismo y que hoy ya no son más trabajadores, o lo son en la sombra y sin derechos. El General Perón hoy se horrorizaría de que la innovación kirchnerista sea crear más estatismo y dependencia de los pobres del Estado, ejercer cada vez más control político sobre grandes masas de pobres privadas de lo que es elemental, la soberanía personal, y que además  los planes-dádiva sean cada vez más insuficientes para ofrecer el progreso, la dignidad y las mejoras de vida constantes que proporciona el trabajo. 

El peronismo se debe todavía la inmediata creación de una especie de Plan Marshall contra la pobreza. Para comenzar con lo básico, que es una vivienda digna con agua y servicios públicos, vale la pena leer el extraordinario trabajo de Pascual Albanese, El conurbano bonaerense como desafío político de la Argentina (https://www.notiar.com.ar/index.php/mas/informacion-general/112494-el-conurbano-bonaerense-desafio-politico-de-la-argentina-por-pascual-albanese), que recuerda cómo esa primera piedra basal de propiedad de la vivienda, inicia un círculo virtuoso. En ese círculo virtuoso que abre la  posibilidad de crédito,  se inicia la casi inmediata inclusión de todas y cada una de las personas que hoy no tienen ni formación ni trabajo, con la oferta, a través de sindicatos ampliados, un plan de educación básica, de formación de oficios  y de primer acceso al trabajo, con un seguro de salud y de desempleo anexado a la pertenencia sindical y liberando a la vez al Estado y a los empleadores privados, encargados a su vez de invertir, emplear y aumentar la productividad. 

El peronismo, acostumbrado a crear rápido y bien—cuando antes dedica tiempo a pensar, del mismo modo en que el General Perón pensó antes de hacer—ya no recurriría a planes estatistas obsoletos, sino que, como siempre, se apoyaría en la tecnología más moderna para identificar individualmente a cada persona en necesidad, bancarizarla, orientarla en sus opciones para acceder a una vivienda propia, a una educación veloz, formación  o reconversión laboral y a un primer trabajo, utilizando de un modo muy diferente los mismos recursos estatales que se usan hoy, invirtiéndolos inicialmente para recuperar después y posiblemente gastando menos recursos de los que se gastan hoy en infinitos programas repetidos, injustos muchas veces e inconducentes a una mejora real en la mayoría de los casos. En este marco, la estrategia del crédito, de la autoidentificación como estudiante o trabajador, y la responsabilidad por todo aquello que se recibe, a ser devuelto en trabajo o servicios, restituyen a la persona hoy circunstancialmente pobre, su dignidad perdida y su valiosa libertad. Cada persona argentina tiene así en sus manos la llave de salida de la pobreza y el mejor futuro de sus hijos. El peronismo fiel a sí mismo puede pensar esta salida, sólo porque es capaz de pensar lo necesario para proveerla: una moneda estable que asegure inversiones el crecimiento y el aumento del trabajo, leyes laborales donde la seguridad del trabajador corra a cargo de su sindicato y no del empleador, y acceso a la propiedad por medio de uso de tierras fiscales improductivas, trabajo de construcción y de servicios, y crédito a tasas internacionales. 

El peronismo fiel es hoy a la vez el peronismo innovador con aquellas innovaciones que adelantarán velozmente el engrandecimiento de la Argentina y la felicidad de todos, en especial de los hoy abandonados pobres. Es un  peronismo republicano, un peronismo capitalista y un peronismo liberal, con su misma doctrina y su instrumental renovado. 

Falta la conducción peronista, que surgirá de entre los muchos capacitados para cumplir ese rol, pero, mientras tanto, sería un gran avance y una gran ayuda para quien aspire a conducir el nuevo proceso de innovación peronista, trabajar inteligentemente en los detalles de un Plan Peronista contra la Pobreza.

domingo, agosto 01, 2021

LA LLAVE LIBERAL Y LA NEGACIÓN DE LOS 90

 La Argentina no reencontrará su postergado destino natural hasta que algún líder se anime a ser ferozmente liberal y ferozmente peronista y, además, ferozmente valiente como para ser las dos cosas al mismo tiempo y mostrar a la hoy muy desconcertada comunidad cuál es el camino a seguir. Ese líder que no aparece debería pensar y transmitir las siguientes verdades: 

1) La Argentina no tiene destino si no diseña y pone inmediatamente en práctica una economía abierta a la exportación e importación, con libre mercado e inversión nacional y extranjera facilitadas por una moneda convertible y flotante, atendiendo simultáneamente a: a) una reforma fiscal que no sólo suprima y/o modifique impuestos sino que incluya la postergada reforma federal que permita a las provincias y municipios su independencia fiscal, y b) una reforma laboral que promueva el empleo. Es decir, usar la llave liberal en su plenitud y abrir todo lo que hoy está cerrado y traba el normal desarrollo del país. 

2) La Argentina nunca podrá usar esta imprescindible llave liberal sin el apoyo de las grandes mayorías peronistas que dan erróneamente por sentado que una política de este tipo dejará afuera a millones de personas. Sólo aquellos peronistas sin memoria y/o izquierdizados en un ideologismo estatista pueden sostener esto. El peronismo más genuino—además de haber ya demostrado en los años 90 que la combinación de liberalismo y peronismo era la correcta—está listo para aceptar que los trabajadores se muevan con la misma libertad dentro de sus sindicatos tradicionales, mejorando la prestación de las obras sociales y agregando el seguro de desempleo bajo el mismo modo de gestión sindical, de modo de permitir una cobertura completa y eficaz de cada trabajador que no pese sobre los empleadores. Asimismo, proveyendo sindicalización a los trabajadores hoy informales y formación de oficios, a la gran mayoría de jóvenes de ambos sexos hoy excluidos. Es decir, los sindicatos como grandes socios y protagonistas de las reformas liberales. 

3) La reforma liberal y la reforma peronista no pueden tener lugar ni ser llevadas a cabo sin asumir que la Argentina ya intentó ese camino y que ese fue el inicio de su triunfo en terminar con la inflación, aumentar la inversión, modernizar el país y hacer que cualquier persona pudiese acceder a créditos a tasas bajísimas, y que el fracaso argentino comenzó exactamente en el momento en que Duhalde destrozó el sistema monetario, pesificando los depósitos y contratos privados. Los veinte años de fracaso que llevamos, salvo algunos años de leve repunte por el precio de la soja y el comportamiento fiscal de Kirchner, comienzan ahí y no terminarán hasta que regresemos al camino abandonado. 

Hay que tener la valentía de asumir los 90 como el gran éxito argentino, debido además a ese abrazo tan postergado entre peronismo y liberalismo y contar las cosas como fueron en realidad. Con la salida de Cavallo del gobierno en 1996, dejaron de hacerse importantes reformas, entre ellas las de liberar la moneda en el momento adecuado y dejarla flotar, por un lado, y también es verdad que el regreso de Cavallo al gobierno no fue el esperado, porque de la Rua no tenía ni el mismo poder que Menem, ni era peronista como para poner en caja al peronismo retrógrado que finalmente predominó con Duhalde (apoyado por Alfonsín, otro enemigo de de la Rua). Aún con todos los errores y defectos que se puedan señalar, los años 90 continúan expresando, de muy lejos,  la gestión más exitosa de la democracia y el modelo a seguir. 

La demonización de los 90 debe terminar, y los argentinos recorrer paso a paso cada una de las instancias para mejorar las falencias de aquel revolucionario cambio—asegurar en un próximo gobierno la reconversión de empresas, el seguro de desempleo, una reforma fiscal federal.

Los 90 son el único espejo de éxito que nos queda donde mirarnos y encontrar las herramientas que precisamos para volver a crecer. 

Estas herramientas están a disposición de cualquiera de los líderes que hoy aspiran a ser elegidos representantes y, sin embargo, hasta hoy, ninguno ha sido lo suficientemente valiente como para ir en contra de la opinión general acerca de aquella década machacada sin revisión por políticos y medios. Una opinión que no es la percepción personal de millones de argentinos que recuerdan sin prejuicios los años de estabilidad y crecimiento, y de orgullo por el lugar en el mundo de la Argentina. 

Negar el liberalismo es una mala idea para cualquier candidato que quiera de verdad que la Argentina crezca y progrese. 

Negar el peronismo y todo lo que éste puede hacer empoderando a los trabajadores para participar en la nueva economía con modernos instrumentos sindicales, es renunciar al medio organizativo más eficaz y expeditivo para terminar con el 50% de pobres. 

Negar los 90 es olvidar quiénes somos en nuestra totalidad como conjunto comunitario y desarrollo histórico a lo largo de dos siglos, y renunciar al único camino de éxito colectivo que conocimos en muchas décadas. 

Abrazar a la vez el liberalismo, el peronismo y los años 90. 

¡El mayor éxito para aquel que se anime a presentar este renovado proyecto de país, hoy fuera del radar del gobierno y de la oposición!