domingo, diciembre 18, 2016

LOS DOS PARTIDOS: FINAL ABIERTO


Causa cierta gracia en estos días la discusión acerca de si el PRO debe o no incorporar peronistas y cómo eso afectaría a su principal aliado, el Partido Radical. La realidad que corre por debajo de estas alianzas e incorporaciones continúa, mientras tanto, invisible y no accede, como materia de discusión, ni al periodismo ni a la opinión pública. Se especula con que el PRO puede ser el tercer nuevo partido que renueve la tradicional oposición entre el Partido Radical y el Partido Justicialista o Peronista, sin advertir que estos dos partidos esperan, desde fines del 2001 una chance de reorganización democrática, limpia y sin ingerencias, ni judiciales ni de proscripción implícita. El radicalismo se ha reorganizado tanto como para poder entrar en una alianza con el nuevo PRO, pero su reorganización no ha tenido aún su cabal dimensión en tanto su tradicional opositor, el PJ, no se reorganice también, brindando una clara opción a los ciudadanos.

Mientras tanto, en la realidad profunda, el PRO continúa siendo lo que es, el instrumento político de un dirigente nuevo y, a la vez, renovador de las estrategias políticas, Mauricio Macri. ¿Puede Macri, ya desde el poder, construir un partido sólo suyo, que no absorba al radicalismo o, cambiando la alianza, al peronismo, y expresar el antiguo conservadorismo liberal que, post-radicalismo y post-peronismo tuvo poca cabida en el escenario electoral argentino? Fuera de los experimentos militares que pretendieron representar esta vertiente, sólo se conoce el intento de numerosos partidos chicos que siempre tuvieron que ir a elecciones adheridos a fracciones del peronismo, o del radicalismo, como Macri. Volver a los comienzos de la vida democrática argentina, cuando la Nación todavía giraba en la órbita del globalizador Imperio Británico aunque comenzando su separación, tiene la ventaja de hacernos pensar el práctico sistema bipartidista al que aspiramos, actualizando las ideas que los dos partidos deberían representar y el lugar del liberalismo, retaceado después de un siglo de casi exclusivo estatismo.  

Ya bien adentrados en el siglo XXI, y aunque las recientes noticias de los Estados Unidos pongan una cierta pausa en esta cuestión, es inimaginable discutir al sistema republicano como el sistema hasta ahora más avanzado de representación política. Este puede ser perfeccionado, adaptado incluso a las oportunidades de representación que ofrecen las nuevas tecnologías, pero continúa siendo muy funcional en su división de poderes y sus límites constitucionales. Lo mismo cabe decir del liberalismo global que promueve el libre comercio y lo mismo del avance cultural de la humanidad en el tema de las libertades personales. Ni lo primero es ya patrimonio de las derechas ni lo segundo de las izquierdas. En la Argentina, ni lo uno ni lo otro, y mucho menos el sistema democrático, pueden ser ya materia doctrinaria para cualquier partido. Es imposible reinventar el radicalismo o el peronismo de acuerdo a estas categorías: tanto los radicales como los peronistas han pasado a título individual por estas actualizaciones políticas y culturales, y es justamente por esto que han podido incluso mezclarse y aliarse en formaciones electorales puntuales como la Alianza, el Frepaso, el Frente para la Victoria, Cambiemos, etc. Si los partidos no se hubieran prácticamente disuelto en 2001, lo que hubiéramos visto en estos años es una sucesión de dirigentes nuevos, como Carrió, Macri, Kirchner, Massa, tratando de imponer sus líneas e interpretaciones históricas internas dentro de los dos grandes partidos. Que esto no haya sucedido representa la gran tragedia de la Argentina: esta falta de desarrollo institucional es lo que ha creado la desconfianza hacia los políticos dentro del país y del mundo y es hoy el gran tema a resolver. A resolver bien, claro, para lo cual hay que ubicar los verdaderos términos del conflicto, que por cierto no es derrotar al peronismo en una conjunción del antiguo radicalismo y la novedosa línea PRO, sino derrotar al estatismo en un mundo que avanza hacia un liberalismo infinitamente más extendido que el de los antiguos conservadores locales o el de los más republicanos radicales. El peronismo de los años 90 ya dio una muestra de su permeabilidad al progreso universal, una permeabilidad que aún hoy, incomprensible e ignorantemente, le sigue siendo reprochada. 

Cuando uno mira lo que hoy hace Cambiemos, ve no el genuino liberalismo personal de Macri, jefe del PRO, sino el estatismo gradualista de la Coalición Cívica y de su antepasado, hoy también aliado, el radicalismo. Cuando uno mira lo que está enfrente como oposición ve a Massa con las huestes estatistas de Duhalde—personificadas en Lavagna y Pignanelli, entre otros. Con el aún no reparado desprestigio de los años 90 y con éxitos que nadie se anima aún a asumir como propios, el bipartidismo actual parece expresar una variante liviana de estatismo (que risueñamente muchos califican como el “kircherismo cheto” de Macri) y una variante más contundente de estatismo representada por Massa y la socialista Margarita Stolbitzer. La frutilla de la torta del confusionismo electoral es que el actual embajador de Cambiemos en Estados Unidos, Martín Lousteau, socio de Stolbitzer, aún no sepa que va a hacer en el próximo año electoral. Es que en la Argentina, nadie parece saber que la opción verdadera está entre ser liberal o ser estatista. 

Ante esa realidad, en la cual el liberalismo, como ideología necesariamente dominante del siglo XXI, aún no tiene una representación electoral franca y cabal, las preguntas acerca de cuál será el final bipartidismo de la Argentina, cambian.

Hay que preguntarse, por ejemplo, por qué el peronismo en general no ha hecho aún un esfuerzo para adaptar su sindicalismo a las nuevas realidades del mundo, de modo de poder asegurar a la vez crecimiento a la nación y protección a los trabajadores. La respuesta a esta pregunta es simple: por su tradicional rechazo a una economía capitalista y los modos en que las empresas--con fines de lucro o no--deben moverse dentro de ésta. Los sindicatos deberán finalmente actuar como lo que son, instituciones privadas sin fines de lucro, capaces, sin embargo, de formar grandes consorcios para la provisión de seguros, vivienda, salud y educación profesional. Igualmente, hay que preguntarse por qué, desde el lado del pensamiento liberal, se persiste en ignorar el enorme efecto transformador y modernizador de la Argentina de los años 90—una línea del peronismo—prefiriendo en cambio anclar el peronismo en la expresión estatista y autoritaria del kirchnerismo, ignorando deliberadamente que éste fue sólo una línea autogenerada que jamás enfrentó elecciones democráticas internas. 

Por lo tanto, el bipartidismo del inminente futuro, hoy compuesto por diferentes líneas personales, tanto de extracción radical como de extracción peronista, deberá obligatoriamente salir del actual monopartidismo estatista expresado en varias líneas y dar lugar a partidos que, actualizando fielmente su historia, enarbolen las imprescindibles propuestas liberales que harán a la nación grande y a su pueblo feliz, retomando la inmejorable frase peronista. 

Debemos imaginar entonces un Partido muy liberal y un Partido menos liberal, con una cierta inclinación estatista. Por cierto, antiguos radicales y antiguos peronistas, según sus preferencias y convicciones personales adherirán a uno o a otro, como hoy lo hacen a las igualmente mezcladas formaciones, junto a los liberales de siempre sin partido. No es posible imaginar el título final de esta confrontación: si serán otra vez los partidos radical y justicialista los que asuman esta nueva actualización o si el PRO podrá crecer como partido nacional, definitivamente liberal, y, engullendo al antiguo partido radical, dejar enfrente a un peronismo republicano y ligeramente liberal pero con su mismo actual atraso ineficiente de estatismo. O viceversa, ya que bien puede surgir un nuevo líder peronista que, como Menem en su etapa Cavallo, encarne no sólo el liberalismo sino la actualización peronista y entonces quede el Partido radical como el fiel custodio de un estatismo social demócrata.

Quién será quién está basado en lo que cada uno de los aspirantes de estas líneas históricas y Macri, actual presidente y nuevo ingresado a la arena del vasto conglomerado estatista nacional, hagan. El final está abierto.

sábado, noviembre 26, 2016

ARGENTINA Y LA TERCERA OLA GLOBALIZADORA



El triunfo de Hillary Clinton en los Estados Unidos no hubiera asegurado la política antiestatista necesaria después de los dos periodos de Obama fuertemente teñidos de social-democracia, pero sí garantizado algo más relevante para el mundo: el libre curso de la globalización. Aun al paso cansino post-crisis del 2008, el primer país del mundo y líder de la globalización hubiese continuado con la transferencia de tecnología y su inversión directa en el resto del mundo. La victoria electoral de Donald Trump con sus promesas de anular los tratados de libre comercio ya consolidados, paralizar las negociaciones de los nuevos, borrarse de la acción global para paliar el cambio climático, y expulsar inmigrantes, parecería traer consigo una inminente des-globalización.  

En la Argentina y en muchas partes del mundo, muchos se alegran ante esta perspectiva que, además de subrayar el fracaso del ideario tradicional de libre comercio y democracia de los Estados Unidos para el crecimiento cooperativo en el planeta, mostraría que los despectivamente llamados “globoludos” jamás tuvieron razón. Peor aún, los menos fanáticos encontrarían en el nuevo ejemplo estadounidense, la justificación y legitimación para sus propios modelos de economía cerrada y “vivir con lo nuestro”.

 El punto es que Trump, sin la suficiente experiencia política ni conocimiento profundo de la realidad global, no podrá hacer grande a los Estados Unidos por ese camino. Podrá mejorar la alicaída infraestructura que precisa, es cierto, un enérgico emprendedor que la reconstruya, pero nunca podrá lograr lo que pretende, revalorizar a los Estados Unidos en el mundo como auténtico líder y construir el mundo más seguro y próspero que prometió a los estadounidenses en su campaña. Es cierto que, como imaginan los optimistas, Trump puede cambiar y hacer totalmente lo opuesto a lo que dijo, teniendo además a su favor un congreso republicano que no dudaría en apoyar las buenas medidas que atiendan a un proceso seguro y continuado de globalización con el liderazgo norteamericano. Pero, también puede seguir por su peligroso camino desinformado y actuar tan irresponsablemente como se mostró durante su campaña, en relación a Rusia, México, China, Europa y Japón en particular.

 Sin embargo, no hay que desesperar. Si Trump se empecinase en llevar adelante sus fantasiosas políticas que no harán más que entorpecer y hasta detener por un tiempo el proceso globalizador, puede lograr a escala planetaria una inesperada reacción que dé a este proceso un nuevo impulso. Ese impulso que viene pidiendo a gritos el indudable punto de inflexión en que nos encontramos después de años de ralentización, y en el cuál no hay que decidir si la globalización continúa o termina, sino cómo continúa y a qué ritmo. Después de la crisis de 2008 y la pereza de la economía estadounidense en reactivarse, en especial en lo financiero, ya es hora de enfrentar y solucionar algunos de los problemas creados por la integración global, como ser la reposición y calidad de trabajo allí donde se los pierde y la reeducación de los jóvenes y no tan jóvenes para las nuevas modalidades de trabajo. El enorme stock financiero acumulado, hoy sin destino, además de en las obras de infraestructura, puede encontrar un destino en la nueva revolución global que ha puesto al alcance de los más desfavorecidos teléfonos inteligentes con alta capacidad de recepción informativa, educativa y, sobre todo, de inclusión financiera. Es posible hoy con esa tecnología crear un círculo virtuoso de capacitación y multiplicación progresiva de nuevos trabajos y consumo.

A fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la Argentina se benefició enormemente por su integración económica al Imperio Británico. Solución limitada, ya que sólo intercambiábamos materias primas e importábamos prácticamente todos los productos manufacturados, sin ser dueños, además, del capital local, en más de un cincuenta por ciento en manos extranjeras. Aún dentro de esa dependencia, la Argentina se modernizó, tuvo una red de transportes ejemplar y atrajo centenares de miles de inmigrantes, sentando las bases de la nación completa en que intentaría transformarse a partir de 1945, después del fracaso global de aquella primera ola globalizadora británica. La segunda ola posterior a la caída del Muro de Berlín también tocó las playas locales, en las impensadas manos de un peronista, Menem, y de un cuadro internacionalista como Cavallo, que permitió su articulación y la efectiva segunda actualización global de la Argentina. Fracasada en los habituales términos locales de falta de continuidad y persistencia en el camino elegido, con el empujoncito de unos Estados Unidos súbitamente obligados en 2001 a interesarse en el terrorismo de Medio Oriente, la Argentina se retiró prematuramente de la segunda ola globalizadora con grandes discursos lamentablemente compartidos por una población casi tan ignorante como sus líderes de aquel momento, y se perdió muchos de sus beneficios.

 Hoy, frente a las puertas invisibles de una globalización que nos exige pasar la prueba de fe, en la Argentina son más necesarios que nunca los liderazgos informados e inteligentes. Podemos subirnos a la tercera ola, que no dejará de llegar, haga lo que haga Trump, podemos incluso colaborar en aumentar su intensidad o podemos continuar con los atrasados discursos, convencidos de que el mundo puede dejar de estar interconectado a escala planetaria y los trabajos e inversiones renunciar  a vincularse a través de las poderosas e invisibles mallas comerciales y financieras.  Lo que cada uno diga y haga, cuenta. La opinión es global.

 Habrá que tener en cuenta además, que la nueva batalla no exige estar contra Trump sólo porque aparece como racista, misógino, antidemocrático y potencial violador de los derechos humanos, sino porque ataca la verdad y conveniencia de una globalización capaz de sacar genuinamente de la pobreza, la ignorancia y la falta de destino a miles de millones de seres humanos en el planeta con planes globales de inclusión educativa, económica y financiera. Porque, ¿quiénes en el planeta conocemos más que los argentinos la consecuencia de romper con la globalización? Trump no es otro que el Duhalde de los Estados Unidos. Esperemos que no se llame también a sí mismo piloto de la tormenta que él mismo creará y que todo sea breve. También que evite a su país los doce años de berniesanderismo que podrían sobrevenir, si Estados Unidos tiene la misma mala suerte—o ignorancia—de la Argentina.

sábado, octubre 22, 2016

PERONISMO Y MACRISMO: ESTRATEGIAS SEMEJANTES


Mientras una buena parte del periodismo se desvela intentando averiguar si el macrismo va a intervenir influyendo de algún modo en tal o cual juez para evitar que la ex presidenta vaya presa y si, divididos, los autodenominados peronistas serán una vez más derrotados, la historia del país continúa con su propio calvario, sin que todavía se la comprenda del todo bien. El fantasma de un peronismo todopoderoso atormenta sin razón, con sus fragmentos que sólo hablan de un gran vacío. 

En la Argentina actual, muerto Perón hace ya más de cuarenta años, con su revolución concluida e ingresada en su etapa institucional, todavía se guerrea al peronismo. No termina de entenderse que éste sólo volverá a existir como tal, ya no cuando ocasionales dirigentes o políticos pretendan representarlo, sino cuando, incorporando los datos y los instrumentos del mundo actual, algún argentino encarne nuevamente la antigua doctrina peronista, la reinterprete, y haga efectivamente peronismo y no cualquier otra cosa bajo su nombre.  

Por lo tanto, a los efectos políticos reales y duraderos, importa muy poco el destino personal de los ex funcionarios que se decían peronistas. Lo que importa es quién hace un verdadero peronismo hoy y, mucho más aún, qué es hacer peronismo hoy. Es en este sentido que el peronismo nominal y el macrismo tienen estrategias semejantes: ambos deben redescubrir qué sería hoy ese peronismo que brindó millones de votos como por arte de magia y, sobre todo, qué características tendría un peronismo actualizado.  

Los votos contados por millones provienen de todas las clases sociales y la mayoría de los millones de esos votos, de la mayoría de la población, es decir, de las clases medias-medias, bajas, y más bajas aún, todas con aspiraciones de ascenso y mejora en sus condiciones de vida y laborales. Una verdad de Perogrullo que sólo se reveló, sin embargo, al peronismo. El antiguo peronismo atendió a esa mayoría, y concretó un poder que desde hace mucho tiempo es sólo el poder de un mito, como demostró el kirchnerismo, usando ese mito para hacer cualquier cosa menos peronismo.

 Tras el resultado de las últimas elecciones de Octubre de 2015, el mito ha quedado destruido para siempre, es inutilizable, y sólo nos queda construir algo que puede tomar o no del peronismo el nombre, pero que, en todos los casos, deberá cumplir con la misma misión histórica de engrandecer la Nación y lograr la felicidad de su pueblo, ese que aspira a mejorar y ascender en la escala social. Es decir: peronistas y macristas tienen asignada por la historia la misma misión que uno de ellos o ambos (en alianza formal o complementaria), completarán. No importa quién. Importa cómo. Si el macrismo se equivoca, no significa que algún peronista que se le opone tenga razón. La razón hoy la tiene el que comprende bien lo que debe hacer y lo hace del mejor modo posible. 

La tecnología facilita el gobierno, que puede disponer de toda la información necesaria para gobernar bien, y la transparencia facilita el acceso a la información por parte de todos—gobierno, oposición y población en general. Todos pueden participar y controlar planes, gastos y estrategias. ¿Qué haría un Perón joven en estos días, un Perón nieto del anterior? Los hijos, como suele suceder con los herederos naturales de los grandes patriarcas, se equivocaron fiero. Un Perón nieto que comprendiese que el autoritarismo y la violencia verbal de su abuelo sólo podían justificarse en relación a la magnitud de la revolución que llevó a cabo. Un Perón nieto al cual, por temperamento propio y por inspiración del abuelo convertido al final de sus días en un león herbívoro, no se le ocurriría jamás imitar aquella etapa inicial. 

 El Perón nieto sería muy formal, muy atado a las instituciones, con un republicanismo más natural que el de los radicales, ya que está acostumbrado a representar y respetar naturalmente a mayorías, sin importar su aspecto o proveniencia, y tendiendo también naturalmente a una práctica y democratizada convivencia. Esta actitud brindaría inmediata seguridad jurídica, ya que las posibles desviaciones autoritarias de los supuestos peronistas son las que retrasan la inversión de argentinos y extranjeros en el país. Argentinos y extranjeros a quienes todavía les falta encontrarse cara a cara con el nieto mejorado de Perón, su mejor obra en el tiempo.

 Auténticamente popular, el Perón nieto detestaría la falsedad de los populismos, que compran votos sin elevar al beneficiado en una calidad de vida duradera. A esta altura de la historia, el Perón nieto tendría una educación de alto nivel, posiblemente internacional, y miraría a la Argentina como su querida Nación, su hogar natural, pero también como una nación más en un mundo en el cual las naciones tienden a asociarse en grandes bloques, con el objetivo de formar alguna vez un gran bloque mundial en el cual las inevitables guerras de interés tomen otras formas que las de la destrucción física.  

El Perón nieto estaría a favor de un mercado tan libre como el mismo desarrollo armónico del mundo lo indique y sería tan espiritual como su temperamento le permitiese y, al mismo tiempo, extremadamente abierto y tolerante con las elecciones personales en materia de estilo de vida, creencias, expresión, preferencias sexuales, religión, etc. Un verdadero liberal con la diferencia peronista de interesarse muy especialmente por la promoción social de los trabajadores asalariados y por la educación e ingreso al trabajo de aquellos que están sin un lugar en la comunidad.

  El Perón nieto usaría la tecnología para hacer un veloz censo de la población en estado de necesidad alimentaria, de salud, educativa o laboral, y recurriría a las organizaciones sociales tales como sindicatos y otras no gubernamentales para incluir a toda la sociedad en el esfuerzo, antes que usar al Estado en sí mismo como el exclusivo instrumento de reinserción comunitaria.  

El Perón nieto haría rápidamente una organización fiscal federalizada y un reordenamiento impositivo adecuado a ésta. De ese modo, las responsabilidades administrativas quedarían en manos de quienes están de hecho más cerca de los beneficiarios de los servicios públicos, ya sean estos de infraestructura como de seguridad, salud o educación.

 En otras palabras, el Perón nieto dejaría atrás el estatismo de la primera historia peronista, sería totalmente liberal en materia económica y no se avergonzaría de ello. Más aún, explicaría al pueblo mal informado cómo la riqueza de una nación depende de la libertad para producir, exportar e importar y cómo, en una economía moderna, los trabajadores no tienen que estar protegidos por leyes laborales rígidas y abusivas del empleador, sino por seguros que contemplen todas sus necesidades de protección, seguros que, al igual que los sistemas de salud, pueden ser gestionados por sus mismos sindicatos.
 
 El Perón nieto sabría, sin que nadie tenga que explicárselo, que un trabajador nunca va a estar en negro si las leyes laborales dejan de castigar al empleador, pero también sabría, por su propia tradición e historia, que los trabajadores deben, absolutamente, estar protegidos porque su único capital es el trabajo, y se preocuparía así por hacer una rápida transición hacia el sistema de seguros, incluyendo la capitalización jubilatoria.

 ¿Podemos hoy ver nítidamente al Perón nieto en el macrismo o en alguno de los diversos peronismos? No. Todos atrasan. Son, además, bastante cobardes y no se animan a reivindicar lo único parecido a lo expresado más arriba, la experiencia Menem-Cavallo de los años 90, experiencia abortada con el prematuro divorcio del presidente y el ministro, origen de todos los males que vinieron después. Todos carecen, o de la comprensión profunda acerca de lo que hay que hacer o, cuando lo saben, del coraje necesario para explicarlo a quienes todavía están esperando una explicación correcta sobre el pasado y que ilumine el futuro. No se trata de shock o gradualismo. Ni de herencia recibida o a pesar de la herencia recibida. Se trata de mostrar un plan integral, de explicarlo y de ejecutarlo poco a poco, según el Congreso vaya aprobando las nuevas leyes necesarias. El Perón nieto sabe qué es conducir. Y si no sabe, aprende de las muchas enseñanzas prácticas que dejó su abuelo, un innovador en materia de percibir las necesidades de la comunidad argentina.

 Macristas y peronistas tienen hoy planes bastante semejantes, con la única diferencia de que uno lo está ejecutando y el otro, que mira y acompaña, no hace y queda libre para criticar. El futuro será sin embargo de aquel que se atreva a pensar y mostrar el plan que verdaderamente y en corto tiempo eleve a una buena condición de vida a las inmensas masas de desocupados, subocupados, no educados, sin salud ni servicios adecuados, y sea capaz, además, de hacerlo con recursos genuinos que no impidan el desarrollo de la Nación. El Perón nieto hoy no tiene partido, aunque le gustaría recuperar para todos los argentinos el Partido Justicialista de su abuelo, como parte de un legado histórico que merece su lugar tradicional.

 El Perón nieto puede ser cualquiera, venga del macrismo o de los varios autodenominados peronismos. Sólo basta con que sea peronista de verdad, y ese es un derecho que todos los argentinos tienen disponible, si se animan a ejercerlo. Aunque, claro está: no es quien quiere, sino quien puede.

domingo, septiembre 25, 2016

PERTENECER: UN PROGRAMA POSIBLE PARA LA JUVENTUD NO INCLUIDA


La mayor oportunidad de éxito duradero para el gobierno actual reside en la capacidad que demuestre para contener a los millones de jóvenes que no estudian, no están capacitados para ningún trabajo que requiera una mínima formación y que tampoco trabajan regularmente. Junto a ellos, una segunda categoría de adultos en casi las mismas condiciones, con alguna capacitación precaria y experiencia laboral, también precisa una atención urgente. En vez de hablar de un 30% de pobres, resultaría más apropiado y cercano a un tipo de solución hablar en términos de inserción comunitaria, educación y capacitación laboral.  

Asumiendo que los niños hasta 12 años ya están identificados y cubiertos mínimamente por los planes existentes que se proveen a sus madres para su alimentación y educación gratuita en la escuela primaria, quedan por identificar los jóvenes mayores de 12 a 25 años y asegurarse de insertarlos en un plan de educación y capacitación que sirva a la vez de pertenencia y control comunitario.  Un equipo a cargo de representantes de los ministerios nacionales de Educación, Trabajo, Interior y Defensa trabajando en asociación con los ministerios provinciales y equivalentes municipales y en estrecha colaboración con la CGT nacional y sus delegaciones provinciales y municipales puede lograr en un corto tiempo una completa red de pertenencia con educación secundaria específica de bachillerato laboral abreviado de dos años, de capacitación laboral a cargo de las escuelas sindicales y de inserción laboral en un régimen de aprendiz, similar a las pasantías.

El programa tendría en cuenta no sólo la educación, la capacitación y el primer trabajo-aprendiz sino la importancia de una inmediata inserción comunitaria ya como estudiante ya como aprendiz, de modo de crear las condiciones básicas de una inclusión genuina y duradera.

Para los mayores de 25 años y hasta los 60 o 65 años en los cuales recibirían la jubilación universal, hay que adjuntar un programa de capacitación y aprendizaje, voluntario, sumado a la creación de un seguro de desempleo universal financiado a escala nacional por aportes de los trabajadores y empleadores, semejante al aporte de las ART.  

Los costos de este programa son los de un censo inicial con identificación obligatoria y empadronamiento para todos los jóvenes de 12 a 25 años (incluyendo a los que ya están insertos en escuelas secundarias, universitarias o profesionales y no precisan ningún tipo de contención o ayuda económica); un plan mínimo de ayuda para quienes lo precisen (boleto transporte hacia y desde la institución educativa, de formación o aprendizaje; seguro de salud sindical mínimo); adecuación de sedes educativas a ser habilitadas en los sindicatos e instituciones educativas ya existentes; pago de honorarios mínimos a docentes sindicales y de viáticos a docentes e instructores voluntarios.

La financiación de estos costos debe ser conjunta. Junto a la mejor y mayor contribución posible del Estado y de los sindicatos, hay que ingresar las contribuciones de dinero o voluntariado de todas las personas, empresas, e instituciones privadas preocupadas por el deterioro juvenil, muchas veces en el origen de episodios de inseguridad. Extender la responsabilidad a la comunidad, solicitando voluntarios para la instrucción, capacitación y entrenamiento de los jóvenes, puede originar una gran ola de simpatía por la iniciativa y, a la vez, solucionar una inmediata integración de los jóvenes en una comunidad con modelos positivos, cercanos y fáciles de imitar.

El programa debe ser pensado como un todo integrado y puesto en marcha al comienzo en pequeños sectores, de modo de ajustar sus características y equilibrar los aportes públicos, sindicales y privados y constituir así un modelo a ser repetido a escala a nivel nacional.

Mucho se habla del peronismo como competidor posible del macrismo. El hecho es que hoy no hay programas integrales peronistas como supo haber antaño, ni siquiera los fracasados programas de inclusión kirchnerista que sólo crearon más pobres. La mayor parte de los dirigentes peronistas funcionan con un estatismo en piloto automático y el macrismo, que sí hace peronismo actualizado cuando apunta a una economía de libre mercado que asegure trabajo y una riqueza genuina para la Nación, no siempre acierta en encontrar su modo original de contención social.
 
El lugar popular de un peronismo que incluya de verdad a los sectores más desposeídos está vacante y el actual gobierno está ubicado en una posición privilegiada para hacer un peronismo tan genuino como el original, que en poco tiempo levante a millones hacia una sólida pertenencia comunitaria, contando con la ayuda de los sindicatos y la colaboración del resto de la comunidad, hoy víctima impotente del fracaso de la política. 

 

jueves, agosto 25, 2016

LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA VIEJA HERENCIA INCONSCIENTE

 
Con o sin encuestas, con o sin periodismo, con o sin liderazgo político, la opinión pública se autogenera de todos modos a partir de la experiencia empírica y de las creencias arraigadas individual y colectivamente.  En mayor o menor medida, según la claridad o confusión del momento, la opinión pública se nutre también de los contenidos introducidos  a través de los medios de comunicación y que incluyen opiniones y declaraciones de líderes políticos y gobernantes, información pura, información con opinión explícita o implícita, encuestas sesgadas o no, opiniones de periodistas, intelectuales y artistas, etc. Todo esto es bien conocido y, por sólo citar el tema más frecuente, la influencia del periodismo en los procesos políticos merece siempre apasionados comentarios. El rol del periodista Jorge Lanata en el desmantelamiento del relato revolucionario, desprestigio y caída final de la ex presidente Fernández es quizá el ejemplo más reciente de lo que la inteligencia y la persistencia pueden lograr cuando se trata de cambiar la historia.

 Un aspecto igualmente frecuentado de esta ingerencia periodística es el sentido de estas intervenciones en las que se observa siempre una ideología subyacente. Menos notable es la comprobación sistemática de que , desde hace muchísimo tiempo, la mayoría de las intervenciones resultan  social-demócratas (en sus infinitas variantes) y rara vez liberales, aún en medios supuestamente liberales como La Nación. Históricamente, otra variable frecuente de la ingerencia periodística ha sido el anti-peronismo, aunque tolerado ocasionalmente en algunas de esas mismas variantes socialdemócratas (incomprensiblemente, Duhalde continúa siendo un héroe para muchos medios y no el destructor de la institucionalidad argentina y el que inició en verdad—él, y no Cavallo, como muchos medios insisten en sostener—el ciclo de saqueo que el hoy Presidente Macri ha prometido concluir).
 

El caso es que, cuando el peronismo o rasgos del peronismo—como una atención privilegiada al crecimiento nacional y al mundo del trabajo—se combinan con el liberalismo para establecer un programa poco estatista y revolucionario en relación a ese estatismo, la incertidumbre se instala. Promovida por las circunstancias y el periodismo, esta incertidumbre es acunada por una opinión pública que aún no ha revisado su inconsciente preferencia por el estatismo. En un país en que el estatismo está tan arraigado (y de ahí la característica predominantemente socialdemócrata de la opinión pública), hace falta un esfuerzo especial en el periodismo y los periodistas en general para exponer a fondo esta característica y dar la oportunidad a la opinión pública de reverla.

 No se trata de crear nuevos medios para promover ideas liberales sino de, en los mismos medios, ir un poco más a fondo en el análisis de hábitos y creencias y aumentar el grado de información. Viene otra vez al caso, el ejemplo acerca de Duhalde y Cavallo y quién y por qué fue el principal responsable de la debacle económica de 2001 y 2002 y por qué medios endeudados en dólares contribuyeron al desparramo de fantasías insostenibles con la realidad—¡ si  tan sólo la realidad se hubiera expuesto en su totalidad y no exclusivamente en alguno de sus matices!

 El gobierno actual está hoy sometido a manipulaciones semejantes, por ejemplo, en la insistencia en mostrar hechos violentos como anuncios certeros de una hecatombe social reprimida que en cualquier momento puede estallar—lo cual no es de ningún modo cierto, aunque alimente la fantasía de kirchneristas resentidos y cree titulares vendedores en los medios—o en exacerbar los errores de implementación en el aumento de las tarifas del gas. Por debajo de estas manipulaciones, se apela a ese estatismo subyacente, que el periodismo—aún el que no estuviese interesado en promover esto ideológicamente, pero sí siempre interesado en vender sus noticias—refuerza y reafirma en la opinión pública en un momento en que el gobierno actual debe intentar lo contrario, es decir, salir de un excesivo estatismo.
 

Y aquí, en ese esfuerzo por salir de un estatismo nocivo, se plantea el otro problema, el de los líderes políticos, tanto de los que están en la coalición Cambiemos (PRO, Radicalismo, Coalición Cívica y otros) como los de la oposición más semejante al gobierno (Peronismo no kirchnerista en general) y de los diversos socialismos (Stolbitzer y otros). Si para los socialistas, el socialismo con su coeficiente más o menos alto de estatismo es una opción auténtica, para todos los demás es una opción sin revisar heredada de los años obligatoriamente estatistas del radicalismo y del peronismo, un ideal anticuado que no ha hecho más que destruir sus partidos, desdibujar sus dirigentes y condenar a la Argentina a la más mediocre clase política de todo el continente y con ella, al fracaso administrativo del país con la consiguiente pérdida de riqueza y rol en el mundo.

El actual gobierno patina muchas veces en la exposición de sus medidas por ese estatismo no revisado (y que caracteriza a muchos de sus dirigentes, que intentan congeniar su estatismo visceral con grados de liberalismo—por caso, la vicepresidenta Michetti). La explicación de los cómo y por qué de las medidas de gobierno debe específicamente atender a esta cuestión y, así como se tienen metas de inflación, hay que tender también hacia metas muy claras de no estatismo y hacerlas comprensibles, si de verdad el eje central de la política de este gobierno va a ser conseguir la máxima inversión privada posible.

Los periodistas, los medios, los intelectuales, los artistas y los dirigentes políticos, sindicales y empresariales, en su gran mayoría , forman, junto a la opinión pública, un colectivo mucho más compacto del que se quiere creer. La aceptación inicial de Duhalde y de los Kirchner, e incluso su alianza con el radicalismo, todos hermanados en el ideal estatista y acompañados de corazón por La Nación y Clarín y la mayoría del empresariado durante una buena temporada, son el ejemplo más contundente de este estado de la conciencia colectiva que, en el fondo, no ha cambiado mucho en este aspecto. Hay que resaltar que el gobierno anterior cayó por corrupto, autoritario y no republicano, y no por ser estatista. Esto también explica por qué los mismos medios hoy sospechan del tino del Presidente Macri en cualquier sesgo liberal que su gobierno pueda tomar. Suenan aquí y allí voces disidentes, que no forman parte de esa opinión pública generalizada, pero que no son lo suficientemente fuertes como para ser escuchadas en su revelación de esas partes de la realidad que continúan permaneciendo fuera de la conciencia colectiva.

Se dice a menudo despectivamente que tenemos los dirigentes que nos merecemos, cuando se debería decir, en cambio, que tenemos los dirigentes que piensan como nosotros y que, si queremos un país distinto, debemos pensar distinto.

domingo, julio 31, 2016

¿SER PERONISTA O HACER PERONISMO?


El legado más grande de Perón a los argentinos fue el de dejar a los trabajadores organizados y con sus derechos reconocidos y aceptados y, por ese hecho revolucionario, ampliar la clase media hasta límites desconocidos en la Latinoamérica de su tiempo. Su revolución terminó, no con su primer gobierno, sino con su regreso pacífico y aceptado—al igual que su revolución—por todos. Más allá de todo el resto de disquisiciones que se puedan hacer acerca del autoritarismo de Perón (estaba haciendo una revolución) o de su estatismo (era la moda de su tiempo) lo que quedó es eso. Y eso es importante después que muchos de sus logros se fueron diluyendo a través de dos fenómenos: el cambio del mundo hacia una economía globalizada y la falta de actualización, creatividad y formación profesional de la mayoría de los cuadros políticos, peronistas y no peronistas. La tragedia argentina no es el peronismo sino la sucesiva oleada de peronistas en el poder poco consecuentes con la herencia recibida.  

La distinción importante para hacer es entonces no quién es o se dice peronista (como se ha visto, cualquiera puede decirlo y ya eso no significa absolutamente nada) sino quién hace peronismo. Es decir, quién, como Perón, vuelve a ayudar a la clase trabajadora recordándole su dignidad, educándola y levantándola desde allí donde administradores ineficientes e ignorantes la dejaron caer. 

Por eso, tanto este gobierno como las numerosas fracciones aspirantes de la oposición, tienen la oportunidad de hacer peronismo, aún si deciden llamarlo con otro nombre, y volver a dar a los sindicatos un papel principal en el ascenso y formación de la clase trabajadora. Un ascenso que, en la etapa global, se entrelaza obligatoriamente con un capitalismo que los sindicatos deben aprender a aprovechar en beneficio de sus representados y que el gobierno debe estimular para trasladar parte de la tarea formativa y de contención a ese específico sector privado—definido en términos capitalistas, ese es el lugar de las obras sociales de los sindicatos, por ejemplo.  

El Estado puede hacer muchas cosas, pero la más útil de todas es posiblemente compartir su responsabilidad con la comunidad, en especial con las asociaciones que ya están organizadas a nivel nacional y que, como los sindicatos, tienen además recursos propios que pueden hacer crecer con la incorporación de más trabajadores a la legalidad y/o al mercado.  

Los sindicatos tienen una enorme tarea complementaria a realizar: contención educativa de los jóvenes que no están en la escuela secundaria ni desean estarlo, promoviendo formación profesional de categoría; seguros privados de salud, como ya muchos tienen y a los cuales deberían sumarse los seguros de desempleo; programas específicos de vivienda, matrimonio y maternidad; y muchas otras actividades organizativas que hoy dependen de un Estado siempre mucho más lejos de los beneficiarios que los sindicatos que contienen específicamente a los trabajadores y a aquellos que aspiran a serlo.   

Programas que comiencen a una escala local como modelo, y luego se vayan expandiendo hasta abarcar a todos los trabajadores activos, potenciales y a legalizar (blanquear), pueden contribuir a una inclusión positiva y tangible, una que no pase por una asignación o cheque mensual sino por una pequeña comunidad de referencia, contención y de acompañamiento, en especial de los más jóvenes. Buena parte de la criminalidad que está a cargo de jóvenes sin destino o atrapados por las drogas y/o su comercialización, tendería a disminuir o eliminarse, aunque más no fuese por la desaparición del anonimato. Todo joven mayor de trece años estaría obligatoriamente incluido o en la escuela correspondiente (estatal, privada, u otra) o en los talleres sindicales de formación profesional o, ya como trabajador, en un sindicato.    

Con los adecuados recursos informáticos y un censo exhaustivo de todos los potenciales participantes de los nuevos programas sindicales, podremos tener en poco tiempo esa comunidad de trabajadores realmente peronista que el kirchnerismo no supo construir, olvidando que incluir quiere decir organizar. 

Una gran oportunidad para aquellos que sepan ver esto y que, intuitivamente, aunque no se digan peronistas, se sientan llamados a incluir de verdad. O sea, a hacer peronismo. Y de paso, ganar elecciones, ya que el único misterio de ese peronismo perdurable que irrita a tantos, es el de haberse ocupado de las mayorías.
 

jueves, junio 30, 2016

EL MUNDO EN EL TREN FANTASMA


Anestesiados por los continuos sobresaltos cotidianos, los argentinos somos quizá menos sensibles de lo que deberíamos a la encrucijada actual de un mundo en el que cada día un nuevo peligro  aterroriza a otros pueblos, aquellos que miran todo el planeta y no ya exclusivamente  los eventos locales. Como en un tren fantasma, la comunidad global está lanzada a una carrera sin conducción con terribles acechanzas que surgen de repente, imprevistamente, causando caos, terror y total incertidumbre acerca del futuro y si el tren llegará a destino.  

Falta de liderazgo global, confusiones ideológicas, decadencia de los partidos y sus dirigentes, incomprensión de la dinámica global, actos salvajes de terrorismo, amenazas nucleares en manos de estados o de particulares, crisis económicas, la expansión rusa, guerras sin patrones reconocibles, todo habla de una gran crisis donde los problemas se replican de un país a otro, sin que se advierta el comienzo de una nueva era.  

En la Argentina, el voto popular británico para apartar a Gran Bretaña de la Unión Europea puede habernos sacudido un poco, en especial por la inmediata fluctuación de las monedas y su incidencia en los actuales planes del gobierno nacional, pero, después de la novedad, el tema parece interesar mucho menos que las telenovelas judiciales locales. Sin embargo, el potencial británico para incidir en la profundización de la crisis global o en su contribución a su solución, nos interpela directamente. La Argentina es uno de los países que puede aspirar a tomar un lugar relevante en el mundo—como en aquel lejano pasado siempre añorado—siempre y cuando comprenda lo que está sucediendo de verdad dentro de la comunidad global y cuánto de esos sucesos vienen moldeando su pasado más reciente, sin que nadie conecte demasiado los puntos.

 Como ejemplo de lo que se suele olvidar, digamos que para la Argentina el hecho más relevante del 2001 fue, en realidad, el de los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono, ya que este hecho cambió la orientación de la política de los Estados Unidos e incidió directamente en la suerte argentina. Interesado primero en crear un mercado americano que incluyese a todos los países del continente, Estados Unidos desvió su atención a Asia Menor. Si por un lado comenzó en los países de Medio Oriente una guerra que aún no ha terminado, por el otro canceló el proyecto continentalista, cuya consecuencia más visible fue la suspensión de la ayuda financiera a la Argentina. Volvemos a insistir en que la crisis financiera local de 2001 hubiera sido manejable si Estados Unidos hubiera aceptado la renegociación de la deuda, tal como lo venía haciendo. Por otra parte, a partir de la caída consentida por los Estados Unidos del sistema de libre mercado en la Argentina, aumentó el creciente desprestigio de las políticas liberales en América Latina y resurgieron regímenes estatistas en la Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador y, en menor medida, Brasil. El año 2001 marcó así no sólo el comienzo de una guerra global contra el terrorismo, sino el cuestionamiento más profundo en Latinoamérica al liderazgo de los Estados Unidos desde el fin de la guerra fría y, en la Argentina, la renuncia temporal a las únicas políticas que podrían haber asegurado su continua modernización y crecimiento. Fallidos los nuevos intentos continentalistas, tanto del Bush despreciado por Kirchner en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en 2005, como el de Obama con el proyecto Trans-Pacífico que incluía a varios países de América Latina junto a los de Asia y Oceanía, pero omitía al resto, el liderazgo continental quedó tan vacío de eficiencia como el liderazgo global. Es este vacío el que permitió los liderazgos locales de personajes menores y sin la menor  formación internacional como Duhalde y ambos Kirchner. Sin una decisión de liderazgo en su propio vecindario y extraviado entre el idealismo cooperativo y la realidad del terrorismo, el Presidente Obama ha renunciado a que Estados Unidos cumpla con el liderazgo global al cual tanto su poderío como sus iniciativas inconclusas lo condenan.

El hecho es que la salida de Gran Bretaña de Europa mueve el tablero no tanto en el plano económico como en qué se va a hacer en el mundo desde el punto de vista militar para contener, limitar o eliminarlos peligros que acechan a la comunidad global. Firme integrante de la NATO, al salir de la Unión Europea, Gran Bretaña queda libre para dictarse su propia política exterior.  En un momento en que el liderazgo de Estados Unidos parece tener como únicos contendientes a una débil Hillary Clinton que seguramente hará mucho más que Obama en términos militares pero mucho menos de lo que haría falta para neutralizar las peligrosas sorpresas del tren fantasma, y un irresponsable Donald Trump, que no se caracteriza por su compresión de fenómenos complejos, un nuevo liderazgo inspirador de Gran Bretaña podría tener para el mundo consecuencias positivas y hoy insospechadas.  

Muchos son los temas de altísimo riesgo que requieren atención a nivel global, algunos de los cuales ya hemos mencionado, pero el tema más relevante en este momento es el del liderazgo militar global, en un tiempo en que la idea de la cooperación global se ha hecho carne en las nuevas generaciones—con justa razón—pero en un tiempo, también, en el cual se renunció prematuramente al uso de la fuerza para contener todos aquellos procesos que se oponen a la libertad que exige esa cooperación global.

La Argentina puede muy bien insertarse con una nueva y renovada conciencia en la discusión global, dirimiendo con claridad los peligros de, por un lado, apartarse de la meta de la cooperación global, y,  por el otro, de no distinguir la legitimidad del uso racional de la fuerza allí donde fuere necesario. Para eso, sería imprescindible también hacer una revalorización de la misma temática a nivel local, reestrenando y reeducando a las fuerzas armadas y de seguridad de modo que contribuyan eficazmente en la defensa no sólo de la comunidad local sino también de la global.

Al dejar Gran Bretaña el espacio comunitario, la primera lectura del hecho fue la de pronosticar el fin de las integraciones continentales. Muchos imaginaron—el discurso de Trump y el de otros no ha dejado de contribuir a este ideario—un regreso glorioso a los tiempos de naciones individuales y autosuficientes. No advirtieron que lo que detonó la salida de Gran Bretaña no fueron los problemas económicos sino los problemas de seguridad, y que su único modo de defenderse de las oleadas de refugiados fue volver a la autonomía y recuperar la iniciativa militar en una guerra que Estados Unidos comenzó en defensa de la comunidad global y que no supo concluir.

 No se trata entonces del fin de los continentalismos sino del parto agitado y confuso del universalismo, en el cual las naciones que parecen hoy volver a su identidad original, desprendiéndose de su identidad continental, sólo lo hacen para volver a agruparse en estructuras globales más eficientes,  con mecanismos más democráticos y ágiles y con un poder militar disuasivo también basado en la cooperación.

 La Argentina, como miembro del grupo de los 20, como país latinoamericano con una tradición de liderazgo local, y como portador histórico continental de las más estrechas y conflictivas relaciones con Gran Bretaña, siempre pendientes de una solución global, tiene bastante para decir y mucho por hacer en la nueva arquitectura geopolítica en curso.

lunes, mayo 23, 2016

PRO-PERONISMO: ¿SOCIOS O COMPETIDORES?



Desde el punto de vista de la realidad, esa celebrada única verdad, el PRO está haciendo exactamente lo que hay que hacer para devolver alguna posibilidad de prosperidad a la maltratada Argentina y, por lo tanto, a su sufrido pueblo. Esta es la tarea que tradicionalmente le correspondió al peronismo y que el peronismo se perdió por no contar con un sistema democrático de selección de liderazgo. Sometido al dedo golpista de Duhalde primero y de los Kirchner después, el peronismo en su conjunto aún no se ha repuesto, organizado y mucho menos democratizado. El atajo conceptual sería considerar que el PRO simplemente ocupó un lugar vacío—no sólo el de representante de la clase media antiperonista, sino el de la amplia mayoría de trabajadores tradicionalmente aspirantes a pertenecer a esa clase media—un lugar que el peronismo quizá ya no vuelva a ocupar. A menos que.  

A menos que el peronismo en su fracción más auténticamente peronista se transforme en un socio coherente y activo del PRO, aceptando el liderazgo de Mauricio Macri como propio, una posibilidad que no entra tanto dentro del terreno de la fantasía como de la más dura realidad. Esa que indica que el peronismo genuino y más avanzado hace mucho tiempo que quedó desplazado y sin liderazgo propio.

O, a menos que líderes peronistas muy cercanos a la visión liberal del país del PRO hiciesen el esfuerzo final de adaptar la operativa peronista a los requerimientos de la modernidad global. Entre estos líderes, sin duda, José Manuel de la Sota y muchísimos líderes sindicales que hace tiempo ven con claridad su rol en contribuir a las reformas y modernización post-duhaldismo y kirchnerismo.  

Con un peronismo dividido en por lo menos tres partes—el errático Frente Renovador de Massa, ya liberal, ya duhaldista; el PJ no democratizado de Gioja y Scioli con sus bien conocidas aspiraciones rastreras; y el kirchnerismo residual en descomposición acelerada—es lícito pensar que el peronismo sólo será una molestia por ahora, útil sólo para dividirlo y neutralizarlo aún más. Una estrategia negativa que si bien anula adversarios, se pierde simultáneamente el uso de su incomparable fuerza para fines propios. A menos que.

A menos que el PRO revea su siempre latente y molesto sesgo antiperonista, y decida por sí mismo que también es, de algún modo, parte de él, en tanto heredero de una herencia recibida en forma colectiva. “Mi único heredero es el pueblo”, dijo Perón que sabía muy bien que pasaría mucho, pero mucho tiempo antes de que ese pueblo diese dirigentes con las dos mitades del país bien unidas en la cabeza. También dijo que “La organización vence al tiempo”, lo cual haría suponer que el instrumento electoral del Partido Justicialista finalmente vencería las tendencias antidemocráticas y autoritarias del cacique de turno, cosa que aún no sucedió. Aunque es posible imaginar que al referirse a una organización sólida, Perón  pensaba más bien en la Confederación General de los Trabajadores, su invento y siempre su instrumento preferido para hacer avanzar al país varios casilleros en el interminable juego de la oca que ha sido siempre la política local.

Hay un actor principal, Macri, y varios actores secundarios peronistas ocupando espacio en el escenario. ¿Socios o competidores? Cualquiera de las dos variantes debería servir a la Nación y al pueblo argentino. Como socios, unidos en el combate que todavía hay que dar contra el atraso instalado tanto en el radicalismo como en el peronismo (y hasta en muchos dirigentes del PRO) aún muy dependientes de las soluciones estatistas del pasado y poco abiertos al capitalismo global. Como competidores, compitiendo por avanzar en ese mismo proceso pendiente—esto requiere de dirigentes peronistas que superen en su concepto de modernización a Macri o lo mejoren extendiéndolo a su dominio natural de las organizaciones sindicales—y no cediendo a la tentación de ser lo opuesto sólo para diferenciarse, atrasando así la imprescindible modernización del país.

 La reciente pelea acerca de la ley de la doble indemnización ilustra bien las confusiones acerca del rol político que unos y otros juegan en esta, todavía, comedia de enredos, de la cual ni los mejores periodistas terminan de entender el argumento. Quizá porque nunca terminaron de entender qué es el peronismo, cuál es su propuesta de infinita libertad  para la organización popular (¡insisten en llamar a un movimiento liberador autoritario!) y cuál su estrategia de perpetua movilidad en pos de un único y sólo objetivo que hay que recordar. Es ya un cliché citar por millonésima vez el más genuino combo del ideario peronista, pero un cliché inevitable al tener que repensar qué significa en el siglo XXI y cómo llegar a cumplir, de verdad, las metas que propone como guía para la acción política. Sí, la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo.

sábado, abril 30, 2016

LA NUEVA OPOSICIÓN


Como por arte de magia, mientras los más despistados hablaban de un paro en contra del Gobierno, el peronismo hizo un traslado incruento de su conducción. De las manos de la ex presidenta Fernández a las manos de los dirigentes de la CGT, capaces de unir, además, a todas las centrales obreras. Ese peronismo, el viejo peronismo de los trabajadores desprendido de los oportunistas de un PJ nunca cabalmente democratizado, se ha transformado así en la nueva fuerza con que el Gobierno puede contar, tanto para oponérsele, si equivocase o se debilitase su plan económico, como para aliarse y contar con la fuerza necesaria para hacer las reformas que el país urgentemente precisa. El peronismo como el socio y legítimo hermano mayor del PRO, la alianza postergada por el kirchnerismo y que terminó volcando al PRO hacia el radicalismo. 

De ahí la otra novedad, el salto que ahora debe hacer ese peronismo más genuino que, con las otras centrales obreras, representa al total de la fuerza laboral de los argentinos. Un salto postergado, paralizado por la última y larga gestión del kirchnerismo, y que nunca terminó de encontrar, después de los años 90, el liderazgo necesario para hacer de los trabajadores una fuerza útil de la globalización, capaz , en primer término de beneficiarse de ésta, dejando de esperar todo del Estado. 

Los sindicatos tienen la posibilidad individual de repensar su rol en una economía capitalista, de libre mercado y abierta al mundo, y de imaginar formas útiles de reemplazar a un Estado incapaz de proveer los beneficios que los trabajadores merecen, sin incurrir en un gasto inflacionario.  Los trabajadores, además, precisan adecuar su propia economía individual a la economía capitalista, de modo de integrarse a ella con derecho propio. Participación en las ganancias empresarias como forma de aumento de la productividad, gestión privada sindical de los seguros de desempleo y de salud, reeducación laboral en escuelas asociadas a los sindicatos: los enlaces posibles del trabajador, de su sindicato y de las centrales obreras con la economía privada son infinitos. Baste entender que los sindicatos son de por sí organizaciones libres y privadas y que pueden ser autorizados para iniciar toda clase de emprendimientos para beneficiar a los trabajadores asociados.


La Argentina es el país de América Latina que, gracias al peronismo, más se benefició de este concepto de iniciativa capitalista de los trabajadores. Las excelentes obras sociales del pasado son un ejemplo de esto, un ejemplo para retomar en el área aún inexplorada de seguros, educación y vivienda. Al no ser instituciones con fines de otro lucro que no sea aplicado al beneficio de los trabajadores, los sindicatos tienen un amplio registro de posibilidades para desenvolverse con la misma eficacia de una empresa capitalista, con el capital y ganancias aplicados a la mejora constante de sus asociados.
 

Un tema señalado por la otra oposición radical, tradicionalmente antiperonista y encarnada en esta vuelta por Elisa Carrió, es sin duda la presunta o posible corrupción  de algunos dirigentes sindicales, inclinados a enriquecerse con el dinero de los trabajadores. Este tipo de corrupción, muy parecida a la corrupción de los políticos del Ejecutivo, del Poder Legislativo y del Poder Judicial, tiene la misma cura a la cual los otros poderes están hoy sometidos, a pedido de la voluntad popular manifestada en las elecciones: la democratización y el control de las organizaciones gremiales por parte de sus propios asociados. No es el Estado político el que debe entrometerse en la vida privada de los sindicatos, aunque la Justicia sí deba ser el resorte necesario de resolución de conflictos e intereses entre privados o entre los sindicatos y el Estado.
 

Una nueva gesta de las organizaciones obreras está por delante: ni enemigos del capital ni socios corruptos del Estado, sino organizaciones libres buscando su propio interés y beneficios con nuevos métodos compatibles con la economía global.
 

Por la enorme tradición de poder y libertad de gestión de sus sindicatos,  y por el extraordinario poder político de la central de los trabajadores—que, recordemos, fue la invención genial y fundante del general Perón desde su ya mítica Secretaría del Trabajo—la Argentina puede dar nuevas e ingeniosas respuestas al dilema global de los cambios en el trabajo debidos al nuevo paradigma tecnológico, dar un giro productivo a la desocupación, y reemplazar al Estado en la prestación de servicios básicos de seguros, salud, educación y vivienda, con una gestión más eficiente, a la par de cualquier empresa privada.

¿Combatiendo el capital? No: generando y multiplicando el capital y usándolo en beneficio de los trabajadores.  Una nueva forma de hacer peronismo que los políticos no supieron explotar y que, sin duda, la dirigencia sindical apostará a concretar. Una forma de peronismo que competirá con el Gobierno sólo para mejorar el conjunto, compartiendo las premisas capitalistas, ya no patrimonio exclusivo de una derecha liberal, sino compartidas por la más libre y activa de las fuerzas productivas de la Argentina: sus trabajadores.

lunes, marzo 28, 2016

¿HACIA DÓNDE VA EL PERONISMO?



Derrotado y con la peor imagen histórica posible, esa donde algunos rasgos del peronismo revolucionario inicial volvieron a tomarse como ejemplo de por qué había que rechazarlo, toda vez que el kirchnerismo copiaba los modos fantaseando con una revolución inexistente. Ambos, los críticos y los kirchneristas parecen haber olvidado que el antiguo peronismo tuvo que forzar la mano histórica de modo autoritario para lograr la inserción de grandes mayorías sin derechos ni educación en la clase media y que, una vez logrado esto, y terminada la lucha, el mismo peronismo abjuró de cualquier falta de institucionalidad o de democracia. El daño, hecho está, y como la confusión no provino sólo de los sectores tradicionalmente antiperonistas, sino de los mismo peronistas que consintieron y apañaron al kirchnerismo, es inútil tratar de separar las aguas.

Hay que asumir al kirchnerismo como un error muy grave del peronismo. Un error que tiene su origen en la deficiente comprensión de los años 90, durante los cuales también el peronismo gobernaba, con gran éxito en áreas fundamentales como la economía y las relaciones exteriores, y con grandes deficiencias, particularmente en la creación de un genuino federalismo y en la independencia de la justicia. Si el peronismo hubiera continuado en la senda de su pensamiento más avanzado, profundizando las reformas, mejorando la calidad de sus dirigentes y haciendo un pase gradual y certero de las bases doctrinarias a las necesidades del siglo XXI, otra hubiera sido su historia.

Un Duhalde que hubiera escuchado a Cavallo, en vez de oponérsele cerrilmente (para, años más tarde, terminar confesando después de viajar un poco, “¡Yo no sabía que así era el mundo!”) posiblemente hubiera ganado las elecciones y no de la Rua. Gobernando con el criterio de mejorar los 90, ese Duhalde que no fue hubiera tenido la sensatez de no pesificar y de ir a una devaluación flotante una vez que se hubiera asegurado los créditos necesarios. Ese Duhalde que no fue es lo que es el PRO hoy. El que retoma con sensatez todo lo bueno de los 90 y propone una agenda superadora. En esta historia contrafáctica, los Kirchner no hubieran existido y el PRO, o con más precisión, la línea modernizadora del peronismo, no hubiera tardado doce años en llegar al poder. La Argentina hoy estaría como va a estar dentro de 12 años, una vez que se repare el desastre y se retome el camino de un crecimiento genuino.

De este pequeño resumen de lo que no fue, se pueden extraer dos conclusiones obvias: 1) que el peronismo llegó temprano a su cita con la historia, como corresponde al movimiento de avanzada que siempre fue,  y 2) que después no pudo estar a la altura de su misión, no sólo desertando sino destruyendo lo andado. Hay dirigentes que como Menem, supieron encontrar a Cavallo, y otros dirigentes como Duhalde y los Kirchner, con poco cerebro, menos educación y los ojos en la nuca. El tema de hacia dónde va a peronismo es entonces relativo a sus dirigentes, y no a sus bases, parte de las cuales—y me incluyo—están muy contentas y muy bien representadas en este momento por el PRO. 

El tema del peronismo hoy entonces no sería relevante si no fuera que el peronismo va de todos modos a tener dirigentes. Ergo, estos dirigentes deben ser los mejores posibles y lejos de enfrentar al PRO, con el cual comparten hoy su base más genuina, deben trabajar al unísono. No sólo en el Congreso o en cargos circunstanciales de gobierno o como gobernadores o intendentes que colaboren, sino en algún tipo de proyecto común que los beneficie a ambos, como sería la creación de una escuela de formación para la Administración Pública, de modo que el estado tenga una sólida y prestigiosa administración, independientemente de los partidos políticos y ya no más nutrida por personas de buena voluntad política o ideología afín, pero sin la formación necesaria. Este comienzo de trabajo común podría extenderse a otras áreas, de modo de ir creando un entorno político afín que apuntase a la modernización del país, y que, poco a poco, fuera creando una nueva alianza basada en estas metas de genuino progreso, libertad y modernidad. 

El peronismo fue pionero, el PRO recogió la posta ante la terrible defección duhaldo-kirchnerista, y del mañana, sólo puede esperarse  el surgimiento de personalidades más armónicas, en consonancia con nuestra mejor tradición política, personalidades que sólo podrán provenir del muy amplio partido de la modernidad, más allá de cuales sean sus líneas internas circunstanciales, o de si el peronismo incluye al PRO o el PRO al peronismo.

 Un partido de nombres cambiantes, expresando una misma línea histórica, al servicio de una nación, que a pesar de todo, permanece única y en pie.

lunes, febrero 29, 2016

LA VOZ DEL PAPA FRANCISCO



Como buenos argentinos confianzudos que somos, no podemos perdernos ni el presumir de un papa “nuestro” ya que esto agrega a nuestros reales e imaginarios méritos, ni de tratarlo como a uno de nosotros, el vecino del barrio, el Padre Jorge, aunque nunca hayamos cruzado una palabra con él. Ni qué hablar cuando el Papa emite una opinión política. Estemos o no de acuerdo con ella, la sombra de la infalibilidad papal cubre la opinión y gritamos “¡Ay, Francisco, qué estás diciendo!”, si nos parece un disparate o no estamos de acuerdo con ella, o “Convendría que todos escucharan un poco a Su Santidad” si coincidiera con y reafirmara lo que ya pensamos. El caso es que, cada tanto, el Papa Francisco emerge en las portadas con una opinión política que perturba a los argentinos y que promueve discusiones generalistas teñidas de dudas, falso respeto o sumisión.

En realidad, católicos y no católicos deberíamos sólo escuchar la prédica religiosa del Papa y abstenernos de dar mayor importancia a sus opiniones políticas. En primer lugar, porque el mismo Papa, a pesar de su enorme influencia en la opinión pública mundial, debería refinar su discurso y separar claramente las posiciones de fe de las posiciones políticas. No es lo mismo decir “Va contra la condición humana admitir la existencia de pobres de toda pobreza, sin alimentos, salud, techo o educación” que decir “El mundo capitalista es el responsable de la pobreza en el mundo”.

Todo este comentario sería ocioso, si no fuese que tanto en la formación política del Papa Francisco como en muchos de quienes hoy pretenden ser sus más fieles seguidores, está el más importante actor político de la Argentina, el Movimiento Peronista. Que hoy haya que volver a llamar Movimiento Peronista al destruido, opacado, desprestigiado y desorganizado Partido Peronista con su paralizado y en confusas vías de reorganización Partido Justicialista, no cambia el mensaje. Se trata, en definitiva, del Papa Francisco liderando de a ratos a un peronismo confundido y empobrecido que sigue viviendo, como en los tiempos de Duhalde y de los Kirchner, dentro de un atraso ideológico importante. Es también relevante destacar, cuando se subraya que el Papa Francisco está enfrentado con el gobierno actual del PRO, y, a veces, más cerca de sectores herederos del duhaldismo o del kirchnerismo, que el PRO, más que fundar un nuevo partido o movimiento vino a continuar la actualización y modernización emprendida por el peronismo en los años 90 e interrumpida por el golpe institucional de Duhalde y Alfonsín. Por lo mismo, es importante que el propio peronismo heredero, ya no de Duhalde o de los Kirchner, sino de Menem y Cavallo, se haga cargo de su propio rol junto al PRO de la modernización y en ayudar al propio Papa Francisco a completar su actualización peronista, si esto le fuese útil.

La complicada política argentina parece más complicada de lo que es cuando sus actores no comprenden bien en qué lugar de su propia historia están parados. Ni el Papa Francisco es un líder político (si quisiera serlo, tendría que aggiornarse y ponerse a la altura de las circunstancias reales para ser realmente útil en su misión) ni el PRO un partido que viene a innovar la historia (sólo a retomar el sendero perdido post-años 90, mejorando en lo posible lo que no resultó bien) ni el peronismo un muerto inservible, suicidado con la nefasta experiencia kirchnerista.

El Papa, con un peronismo actualizado, puede abrir una muy realista puerta a la eliminación de la pobreza por medio de las asociaciones libres del pueblo (entre ellas los sindicatos) que trabajen de común acuerdo con los sectores empresarios y corporativos; el PRO puede ser, tal como se lo propuso, la mejor avanzada del progreso y la modernización nacional, y el peronismo puede trabajar sobre sí mismo para llegar a tener los líderes siglo XXI que se merece tener, de modo de sostener el actual proyecto de país y estar en condiciones de profundizarlo y mejorarlo.

Hay mucho para hacer en la Argentina, como quedó a la vista. Pero dónde hay que trabajar más y mucho, es en la formación de nuevos dirigentes políticos con doctrinas adaptadas a los nuevos tiempo, de modo que las mejores intenciones lleven al cielo en vez de empedrar los caminos hacia el infierno.

domingo, enero 31, 2016

LA ARGENTINA PANAMERICANA




 Con el gobierno de Mauricio Macri muy bien encaminado en todas las áreas y con el peronismo en proceso de reorganización, la Argentina puede aún tener algunas incógnitas acerca de su política interior que continúen desvelando a la mayoría de los observadores. Ya por una lamentable falta de convencimiento acerca de la capacidad e intenciones de un Macri ahora presidente o por una falta de conocimiento profundo del peronismo, estos dilemas atrapan la atención política y la atención pública en desmedro de otros temas estratégicos que merecerían mayor atención. Por ejemplo, el posible rol argentino en el continente.

El abandono de un pensamiento continentalista en la última larga década se debe a una infeliz coincidencia de las políticas exteriores del Presidente Obama y del anterior gobierno argentino, uno francamente desinteresado de América Latina, el otro sólo interesado en las alianzas ideológicas en América Latina y totalmente enemistado con los Estados Unidos. Durante estos años, Estados Unidos pensó en la región sólo para completar una idea cuyo centro de interés está basado en Asia (Acuerdo Comercial Asia Pacífico, que incluye a países americanos de la costa del Pacífico, omitiendo al resto) o por motivos ideológicos, como fue el terminar amigablemente el viejo conflicto con una Cuba lista para el cambio. Ni los Estados Unidos ni la Argentina, aún estando ambos con grandes necesidades de crecimiento y expansión comercial, han planteado todavía la necesidad de volver a explorar la antigua idea del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), abortada tanto por la distracción de los Estados Unidos en Medio Oriente después de los ataques de Septiembre de 2001 como por la humillación a la cual los presidentes Chávez y Kirchner sometieron al presidente de los Estados Unidos George W. Bush en la 4ta.Cumbre de las Américas en Mar del Plata en 2005.

Que todo el proceso del ALCA haya llegado vivo, incluso con un Estados Unidos en guerra, hasta 2005, y que haya terminado en esa ocasión con la afrenta de la Argentina a su huésped, dice a las claras el rol que la Argentina tiene en el continente. La Argentina sirve para adelantar proyectos, como la firme adhesión al ALCA de la administración Menem-Cavallo, o para sabotearlos y hundirlos, como se verificó durante las tres administraciones Kirchner. La Argentina es y será siempre el gran país del sur de habla hispana, el potencial socio preferido de los Estados Unidos para abrochar un proyecto que incluya al total de un inmenso continente dominado por países de habla hispana.

El ALCA, si bien adquirió desde su inicio un marco de desarrollo comercial, ha tenido todas las dificultades que le conocimos no sólo por ser un acuerdo comercial sino por ser, en su raíz, un proyecto político. La unión de los países americanos en un proyecto de integración común bajo un obvio liderazgo del más poderoso de los países americanos (¡y del mundo!) nunca podría haber sido un proyecto fácil de llevar a cabo. Las resistencias en los mismos Estados Unidos a un futuro avasallamiento por parte de los estados latinoamericanos, con un crecimiento demográfico superior y una constante presión inmigratoria en la frontera con México se han sumado siempre a las resistencias “antiimperialistas” de muchísimos países americanos—entre ellos, la Argentina—enquistados  en viejas ideas acerca del mundo.

Hoy, sin embargo, la necesidad puede hacer que ambas perspectivas cambien. Estados Unidos, quizá más fácilmente con una administración republicana, puede darse cuenta de que al sur de sus fronteras tienen mucho por hacer en el campo de la ingeniería y los servicios y que la inmigración puede cambiar de signo en la medida en que las condiciones de vida del sur cambien—mejor infraestructura de agua potable, cloacas, electricidad y vías de comunicación, que a la vez generarán más trabajo y negocios locales. Los países americanos temerosos del poderío de los Estados Unidos quizá perciban—con un poco menos de orgullo herido y más de oportunismo prágmático—qué  suerte tenemos de tener en el continente y como potencial socio al país tecnológicamente más avanzado del mundo.

El proyecto de ir armando una sociedad política de países americanos, país por país, e ir hilvanando asociaciones comunes para subproyectos precisos y bien definidos está pendiente como tema central de las relaciones exteriores argentinas. Este es un año electoral en los Estados Unidos, por lo tanto un año con muchos vaivenes y sorpresas posibles. Es el tiempo perfecto para crear relaciones estrechas con quienes participen de la idea de negocios comunes en el marco de una futura gran asociación política, cultural y comercial. Lo que fue, puede volver a ser. Si se piensa por un segundo dentro de qué condiciones políticas el proyecto del ALCA tuvo que ser abandonado, se verá claramente por qué hoy vuelven a darse las condiciones para relanzar un proyecto del mismo estilo o, incluso, el mismo.

2016 es un año para los visionarios y también para los constructores de mundos nuevos a largo plazo.