Detrás de la miríada de pequeños partidos con aspiraciones a transformarse en grandes partidos nacionales, se percibe la inequívoca traza de los últimos dos grandes partidos. Es tan válido esperar a que cada uno de los nuevos pequeños partidos crezca hasta tomar una dimensión nacional, como proponer acelerar el proceso de cambio de las elites políticas por medio de una redemocratización y revitalización de las cáscaras históricas de los partidos justicialista y radical.
Los nuevos dirigentes, lejos de estar cortados de las raíces de los antiguos partidos, parecen por el contrario nutrirse aún de ambas posiciones históricas, y de las cuales se muestran, por identificación o rechazo, como una clara continuidad. Baste ver las disputas entre Macri, Sobisch y López Murphy, acerca de cuánto peronismo admite cada uno de ellos, para darse cuenta que lejos de constituir los tres una nueva fuerza homogénea, expresan los dos primeros, una línea renovadora del peronismo y López Murphy, una línea renovadora del radicalismo. La afinidad de éste último con Elisa Carrió ilustra más la idea de que si se alentara una limpieza del padrón de ambos partidos seguida de una campaña de reafiliación masiva con elecciones internas para las nuevas autoridades y competencia interna democrática entre las distintas líneas de aspirantes a diversos cargos públicos, la renovación de la política sucedería en forma armoniosa e inmediata.
Volveríamos así a tener, en el siglo XXI, la versión modernizada de los dos grandes partidos del siglo XX, con la lección aprendida de que, toda vez que se interrumpa la vida democrática interna de los partidos, lo que seguirá será un proceso de fuga y dispersión de las fuerzas internas que al no poder alcanzar el tamaño previo del partido troncal y disminuyendo el potencial de éste, imposibilitarán toda vida democrática externa y regalarán el poder a quienes, desde el Estado, sean los únicos con el poder suficiente como para construir mayorías.
Lo que hoy se llama partido hegemónico del Gobierno no es sino un Partido Justicialista diezmado por las sucesivas sangrías de tipo ideológico, las interesadas inhabilitaciones judiciales y la renuncia al reclamo de elecciones internas libres. Lo que hoy se llama una falta de oposición a ese partido hegemónico del Gobierno, no es sino la imposible suma de un inoperante partido radical que padeció sangrías similares y de insuficientes aunque numerosos nuevos partidos conformados por escisiones del último peronismo liberal y del radicalismo reciente o producto de las sangrías ideológicas anteriores.
Una verdadera vida democrática dentro de los dos grandes partidos, podría producir ahora lo que una insuficiente democracia no supo producir en el pasado: la coexistencia de líneas ideológicas opuestas en el interior de cada partido aunque unidas por una identidad histórica común, y regidas por determinados valores prioritarios. Cada partido podría funcionar así como una cantera de diferentes equipos y competir en las elecciones generales a veces con un equipo más federalista, por ejemplo, y en otra, con uno más centralista; o con uno más inclinado a una economía con fuerte participación del Estado, en una, y en otra, con uno que decididamente sostuviese una economía liberal de mercado. La población tendría así no dos partidos radicalizados en posiciones opuestas sino dos partidos capaces de ser muchos, según sus diversas líneas internas, aunque unificados en sólo dos grandes aparatos electorales que compitiesen a la hora de las elecciones generales.
Las próximas elecciones generales de 2007 ofrecen un gran punto de referencia para comenzar a pensar en estos términos. Los pequeños partidos independientes afines al peronismo, por caso los de Sobisch y Macri, y ni que hablar Cavallo, de fuerte ligazón histórica con el peronismo, harían bien en percibirse como una parte integrante de éste y fomentar una asociación explícita con las líneas internas del peronismo liberal, que sólo espera a que la justicia electoral deje de intervenir en la vida interna del partido, para poder competir frente a aquellos que en forma desleal se han convertido en dominantes. El caso del peronismo es bien concreto y sorprende la abulia pública y la haraganería política de los argentinos, al considerar que Kirchner obtendrá su nominación automática como candidato a presidente del peronismo y será reelegido.
Desde luego que esto sucederá, si no nos manifestamos en contra de la mayor irregularidad de nuestra vida pública: no tener elecciones internas en los grandes partidos y haber encontrado, como única defensa para expresarnos políticamente, la pobre solución de construir infinitos pequeños partidos con pocas chances de crecer hasta la medida necesaria del poder.
Por cierto, el peronismo constituye el problema más urgente de resolver, dado el creciente volumen de poder que acumula la menos representativa de sus líneas internas hoy encaramada en el Gobierno, sin que se pueda imaginar un límite a este poder a menos de alentar la confrontación interna democrática.
El caso del radicalismo es semejante y también allí, abandonando la pretensión de una orientación hegemónica, se puede encontrar la riqueza de equipos antagónicos, pero muy solventes, y un dirigente como López Murphy podría navegar en sus aguas naturales, junto a sus semejantes, como de La Rua, y competir internamente, con dirigentes de igual valía, misma raíz e identidad, y enfoques totalmente opuestos de gestión, como Carrió, Storani, Brandoni y otros.
La política argentina reclama soluciones simples y eficientes para salir del callejón sin salida en el cual los votantes, después de despedir a los gritos a dirigentes con los cuales no se sentían conformes, perciben que tampoco hoy son cabalmente representados y que no pueden participar ni incidir en las políticas públicas. Un primer gesto de auto preservación y conservación de la herencia política recibida, sería admitir que todavía contamos con dos grandes aparatos políticos y que, en un feroz boca a boca, podríamos volverlos a la vida y hacerlos funcionar de modo que nos sirvan para tener una Argentina mejor, pero también tranquilizadoramente parecida a aquella en la cual vivimos, bien que mal, toda la vida.
Lázaro, levántate y anda, eso ya lo dijo alguien otra vez, en un tiempo que muchos persisten en negar, y funcionó. La Argentina se puso de pie, y caminó, aunque después la virtud para la misión histórica no alcanzara. Hoy Lázaro, es el sistema político. Debería levantarse, y andar.