Durante unos breves minutos, el diario La Nación en su edición electrónica del domingo 26 de Octubre a la noche, reflejó con un gran titular la declaración de Elisa Carrió en el programa de Mariano Grondona: “Son una banda de ladrones”, “Néstor Kirchner se ha robado la Argentina toda”. La verdad no duró mucho tiempo online, borrada por vaya a saber qué temor y a la mañana siguiente los titulares eran otros. El resto de los medios tampoco propició la continuidad de la noticia en la opinión pública, aunque es de esperar que en las próximas horas o días, el tema vuelva, como vuelve en esta columna.
El caso es que como Elisa Carrió tiene razón, lo menos que deberían plantear sus numerosos diputados es un juicio político que, además, debería ser acompañado por buena parte del peronismo disidente no duhaldista. Arrastrada por los Kirchner con su erradísima, delincuencial y políticamente inoportuna decisión de asaltar las AFJP, la Argentina se precipitó hacia una crisis más honda aún que la que antecedía. Con rumbo de catástrofe, el actual gobierno parece haberse encaminado, ya sin retorno, hacia el estrelle final.
La crisis argentina, siempre la misma, la del incorrecto diagnóstico y las soluciones equivocadas de corto plazo, espera todavía una oposición coherente en las dos variantes políticas aún por construirse: la del conservadorismo liberal y la de la izquierda socialdemócrata, para aplicar categorías universales al peronismo moderno y al radicalismo aggiornado.
En el mundo, lo que está en juego, no es exactamente lo mismo, a pesar de las apariencias que oponen a conservadores y demócratas. Obama no es exactamente un socialdemócrata y tampoco Mc Cain es un conservador retrógrado. Lo que se discute es, sobre todo, la modalidad del liderazgo de los Estados Unidos. No el liderazgo, sino la modalidad. Cuánto cederán en el manejo de las finanzas globales y cuánto conservarán de iniciativa y responsabilidad militar. En las próximas elecciones los estadounidenses decidirán si ceden poder al resto del mundo y en qué o si lo conservan para sí. No está en discusión el sistema capitalista, y apenas el sistema de reparto interior. La campaña feroz y los candidatos atípicos fogoneados de uno y otro lado tienen otro trasfondo, la reorganización del poder mundial y los términos de esta reorganización. Las naciones nunca han regalado poder cuando han podido conservarlo y es esta resistencia la que siempre ha asegurado liderazgos claros en procesos de progreso universal constante. Un progreso que interesa al mundo pero también a los Estados Unidos, ejecutores del mismo desde su Independencia.
Deberíamos en este sentido, como argentinos, recordar nuestra posición continental y fortalecerla, en la certeza de que América Latina es una pieza más importante de lo que se suele creer en esta nueva apuesta por el liderazgo del mundo. Asentar nuestra posición continentalista sin la fractura chavista en el Ecuador, reclamando una vez más un continente integrado desde Alaska a Tierra del Fuego, requiere comprender cabalmente el actual proceso norteamericano, incluyendo la exacerbada crisis financiera. No sea que, encandilados con la idea de un poder multinacional con unos Estados Unidos debilitados, ayudemos a vulnerar nuestro mejor destino posible. Nuestro error geopolítico tradicional, desde el mismo comienzo de la Nación.
En la Argentina, el peronismo moderno tiene muy en claro esta idea y el radicalismo socialdemócrata, tan semejante en esto al peronismo antiguo, no. Una diferencia más para aclarar qué tipo de oposición debería construirse aceleradamente en la Argentina, no sólo para librarnos de los males internos sino para ofrecer al mundo una actuación coherente y eficaz con lo que está en juego. El destino de todos, liderados por los mejores.