lunes, septiembre 12, 2011

LA VOZ DE LA DECENCIA

Una amplia mayoría de argentinos parece haberse sumergido en una apatía generalizada y, sea cuales fueren sus preferencias electorales, da por descontado un triunfo del oficialismo. Las comprobadas denuncias de fraude y estafa a la población por la manipulación de votos en las falsas elecciones primarias de agosto no parecen haber sido un dato suficiente como para despertar la indignación y han sido más bien consideradas como el lloriqueo de los perdedores. La bajada de brazos colectiva ante lo que se cree inevitable y ese fatalismo que los argentinos adoramos cuando regocijarnos en nuestra miseria resulta más cómodo que buscar la vuelta para mejorar las cosas, ciegan también a la dirigencia opositora. Desde la prematura deserción de Carrió tras un resultado ridículo para su potencial que debería, al menos, haber recibido el beneficio de la duda, hasta la falta de agresión de Alfonsín y el radicalismo todo ante lo que era un evidente atropello institucional por parte de un Ministerio del Interior juez y parte (al cual se le permitió erróneamente el control de las urnas) y la tardía y pronto acallada reacción de Duhalde, todo jugó a favor de convalidar de un modo u otro en la opinión pública los resultados exhibidos por el gobierno.

Sin embargo, no todo está perdido para octubre. La elección verdadera aún no se ha realizado y, sin bien es cierto que agosto puede repetirse en todos sus detalles, también es cierto que todo puede cambiar con que uno, sólo uno de los candidatos presidenciales levante la voz con el tono justo y haga oír la voz de esa decencia que aún vive en el corazón de los argentinos, como una aspiración, pero también como un deber hacia sí mismos y hacia la Nación, entendida como una comunidad de individuos embarcados en un destino común.

Se puede callar o se puede insistir en el valor de la verdad. No sólo la verdad acerca de un resultado electoral, en el cual no es lo mismo estafar a la comunidad con la idea de una victoria contundente e irreversible de un 51% que dar los más probables números correctos alrededor de un 40% en las cuales cabe, si no una victoria opositora en primera vuelta, la posibilidad de un ballotage. También la verdad de que a los argentinos no nos conviene de ningún modo la continuidad del oficialismo si queremos recuperar la verdad en la economía, hoy totalmente distorsionada a pesar de su apariencia de éxito. También la verdad de que precisamos muchas, muchísimas inversiones en crecimiento genuino y que ningún inversor va a invertir a largo plazo en condiciones de corrupción gubernamental generalizada, que hoy se quiere aparecer como un resabio de Néstor Kirchner, como algo que “ya fue,” y no como la columna medular del gobierno de su viuda, que no podrá continuar sin sostener las mismas prácticas, con otros personajes, por el sencillo motivo de que quien no quiere gobernar con la verdad, sólo puede mantener el poder con la mentira y esta requiere asociados pagos, por lo tanto, corruptos.

Hay una inmensa mayoría de argentinos que entiende claramente la diferencia entre la verdad y la mentira y que incluso está lista para entender por qué la mentira en la economía da una falsa impresión de éxito y cómo un éxito seguro y duradero sólo puede ser logrado con la práctica publica honesta y decente.

Hay varios candidatos opositores, pero todavía los argentinos no escucharon esta voz, la que hable de la institucionalidad, sí, como postura opuesta a la vocación dictatorial de este gobierno, y de la sanidad de una economía basada en la realidad, pero, más aún, la voz que defienda la verdad ante la mentira, el proceder decente ante el proceder deshonesto, como los únicos valores que nos permitirán construir un país seguro y estable. La voz que con claridad presente, ante todos y cada uno de los argentinos, la opción entre ser decentes o cómplices de la mentira y de la indecencia como una elección personal. La voz que hable a lo mejor dentro del corazón de cada argentino. La voz que haya comprendido que no se trata del bolsillo versus el corazón, como en décadas anteriores de valores más instalados, sino que hoy, arriba del bolsillo agujerado por la inflación y atemorizado, lo que tenemos son millones de corazones rotos, decepcionados, sin rumbo ni liderazgo.

Nadie parece saber, indefinitiva, qué vamos a elegir en octubre. La respuesta del voto plasma o del statu quo frente a una oposición poco convincente es una pobre explicación frente al dilema que nos aqueja en realidad: ¿vamos a apañar y mantener a un grupo de estafadores y mentirosos en el gobierno o vamos a ungir con la bandera de la lucha por la decencia y la verdad al líder de la oposición que encarne a ésta? Si es cierto que nuestra mayor preocupación comunitaria es la delincuencia y la inseguridad, ese líder también es el que recordará que las fuerzas del orden y de la seguridad tampoco fueron creadas para servir mentiras.

¿Quién es? El que Dios quiera, y será aquel al cual se le abra el corazón a lo que es la real aspiración colectiva, que sólo aceptará dejar el poder en manos de quienes ya lo tienen, si lo único que escucha es el silencio de los cómplices.