Nacidos de la misma sociedad que los
critica, la mayoría de los políticos argentinos trata de enfocar su propia
imagen en el espejo, como si el problema argentino fuera uno de fiel
representación y no el que en realidad
es, uno de falta de liderazgo opositor.
Desde luego, existe un potente
liderazgo gubernamental que en la última década ha llevado al país a la ruina. Sin embargo,
las estrategias para limitarlo o crear un liderazgo de idéntica potencia capaz
de competir y ganar una elección, vienen fracasando. El reciente ejemplo del
ballotage en la Ciudad de Buenos Aires, subraya esta dificultad, ahora a la
vista de todos. Las explicaciones acerca del por qué fallan los opositores al
firme liderazgo kirchnerista varían y nunca terminan de aclarar la falencia de
fondo. La sociedad argentina es profundamente estatista, ya sea en sus
variantes radical, peronista y aún macrista.
Esto acaba de comprobarse en el reciente sorprendente giro de Mauricio
Macri hacia una economía bastante menos liberal de la que se le atribuye, quizá
porque la dupla Michetti-Carrió logró finalmente hacer del PRO un apéndice del
radicalismo y no al revés, como se suponía. Este estatismo colectivo inconsciente,
subyacente y nunca revisado tras lo que se llama indiscriminadamente “el
fracaso del neoliberalismo de los 90”, es lo que yace a la base de la dificultad
en crear una oposición real y contundente. La unificación de “Cambiemos” tras
un ideal republicano está muy bien, pero cuando la sociedad favorece a un
candidato claramente estatista como Martín Lousteau—ex-miembro del gobierno
kirchnerista, vale la pena recordar—el líder más liberal de “Cambiemos” se cree
en la obligación social de seguir a la sociedad allí donde inocentemente se
apresta a desbarrancarse nuevamente. Mauricio Macri elige mostrarse tan
estatista como el resto, si de eso se trata ganar una elección, y sólo se anima
a diferenciarse con la promesa de una mejor administración. No son por cierto los
radicales y ex radicales de la Coalición Cívica quienes van a oponerse a este
giro que de algún modo propiciaron. Fue quizá una ingenuidad esperar de
Cambiemos algo diferente de lo que aún es hasta resolverse en las PASO
presidenciales de agosto, una gran interna radical entre el PRO, el Radicalismo
y la Coalición Cívica. ¿Por qué los liberales del PRO habrían de haber
predominado sobre el grueso contingente radical? Una ilusión persistente, ya que sólo la
rechazada alianza con los realmente semejantes, los sectores liberales del peronismo,
continuadores de lo mejor de los 90 (de la Sota, Felipe Solá, etc.) podría
haber creado una fuerza no sólo republicana, sino también claramente liberal en
la economía.
De todos modos, la impronta
masivamente estatista también se percibe en la otra interna, la peronista. Un
Scioli que se presumía más bien liberal ahora es absolutamente kirchnerista, un
heredero del estatismo autoritario que continuará a través de él y que incluso—a
sólo un leve golpe institucional de distancia por medio del candidato a la
Vicepresidencia Zannini—puede regresar sorpresivamente, para alegría de todos y
todas los que creen en la eternidad del proyecto kirchnerista. Como rivales
peronistas, Massa y de la Sota. Masa carga con su peso estatista de haber
acompañado al gobierno kirchnerista durante bastante tiempo y en total sintonía
y cuenta,además, como economistas a renombrados estatistas socialdemócratas, como
Lavagna y Pignanelli, que expresan una variante semejante a la del radicalismo.
De la Sota, el menos mencionado de los candidatos también cede a menudo a un
discurso adulador de la sociedad anti-años 90, a pesar de ser hoy quién más se
acerca en su trayectoria a una continuidad liberal de los 90, con un mercado
libre, impuestos bajos, poca intervención del Estado en la economía y su gran novedad,
un clarísimo plan fiscal auténticamente federalista.
El aún no completamente comprendido
derrumbe de los años 90, erróneamente atribuido a una política liberal y poco
estatista, persiste como una herida en la cual ningún candidato—ni siquiera de la
Sota—quiere hurgar. Pero, como en una infección mal curada, las ideas podridas
impiden tanto la sanación de la herida como la repetición del gesto salvador de
volver a abrir plenamente la economía para asegurar el crecimiento, conseguir
inversiones y recaudar impuestos legítimos provenientes del crecimiento y no de
la inflación, destinados a un Estado dedicado a sus funciones esenciales de
administración pública.
¿Quién explica hoy con solvencia
estos criterios de administración pública? ¿Quién aclara las ideas
paternalistas y/o totalitarias del estatismo tradicional como opuestas a una
gestión profesional de empresas de capital público o de capital mixto, privado y público a la vez, no
diferente en su esencia de la gestión de empresas de capital privado? ¿Quién
lidera a la sociedad argentina más allá de la catástrofe del 2001 construida
más por los estatistas que querían adueñarse del poder (Duhalde y Alfonsín,
padres al final de la larga década kirchnerista) que por Cavallo y las
falencias de un programa liberal incompleto?
Mientras esta explicación no suceda
y un liderazgo tan firme en la búsqueda del acierto como el del kirchnerismo en
la persistencia del error, la Argentina seguirá a los tumbos, preguntándose el
por qué, criticando sin argumentos valederos a los líderes que pretenden parecérsele
en la identificación con sus heridas y añorando sin saber al líder con la buena
medicina para tantos males.