domingo, julio 26, 2015

¿QUIÉN LIDERA?



Nacidos de la misma sociedad que los critica, la mayoría de los políticos argentinos trata de enfocar su propia imagen en el espejo, como si el problema argentino fuera uno de fiel representación y no el que en realidad es, uno de falta de liderazgo opositor. 

Desde luego, existe un potente liderazgo gubernamental que en la última década ha llevado al país a la ruina. Sin embargo, las estrategias para limitarlo o crear un liderazgo de idéntica potencia capaz de competir y ganar una elección, vienen fracasando. El reciente ejemplo del ballotage en la Ciudad de Buenos Aires, subraya esta dificultad, ahora a la vista de todos. Las explicaciones acerca del por qué fallan los opositores al firme liderazgo kirchnerista varían y nunca terminan de aclarar la falencia de fondo. La sociedad argentina es profundamente estatista, ya sea en sus variantes radical, peronista y aún macrista.  

 Esto acaba de comprobarse en el reciente sorprendente giro de Mauricio Macri hacia una economía bastante menos liberal de la que se le atribuye, quizá porque la dupla Michetti-Carrió logró finalmente hacer del PRO un apéndice del radicalismo y no al revés, como se suponía. Este estatismo colectivo inconsciente, subyacente y nunca revisado tras lo que se llama indiscriminadamente “el fracaso del neoliberalismo de los 90”, es lo que yace a la base de la dificultad en crear una oposición real y contundente. La unificación de “Cambiemos” tras un ideal republicano está muy bien, pero cuando la sociedad favorece a un candidato claramente estatista como Martín Lousteau—ex-miembro del gobierno kirchnerista, vale la pena recordar—el líder más liberal de “Cambiemos” se cree en la obligación social de seguir a la sociedad allí donde inocentemente se apresta a desbarrancarse nuevamente. Mauricio Macri elige mostrarse tan estatista como el resto, si de eso se trata ganar una elección, y sólo se anima a diferenciarse con la promesa de una mejor administración. No son por cierto los radicales y ex radicales de la Coalición Cívica quienes  van a oponerse a este giro que de algún modo propiciaron. Fue quizá una ingenuidad esperar de Cambiemos algo diferente de lo que aún es hasta resolverse en las PASO presidenciales de agosto, una gran interna radical entre el PRO, el Radicalismo y la Coalición Cívica. ¿Por qué los liberales del PRO habrían de haber predominado sobre el grueso contingente radical?  Una ilusión persistente, ya que sólo la rechazada alianza con los realmente semejantes, los sectores liberales del peronismo, continuadores de lo mejor de los 90 (de la Sota, Felipe Solá, etc.) podría haber creado una fuerza no sólo republicana, sino también claramente liberal en la economía.

De todos modos, la impronta masivamente estatista también se percibe en la otra interna, la peronista. Un Scioli que se presumía más bien liberal ahora es absolutamente kirchnerista, un heredero del estatismo autoritario que continuará a través de él y que incluso—a sólo un leve golpe institucional de distancia por medio del candidato a la Vicepresidencia Zannini—puede regresar sorpresivamente, para alegría de todos y todas los que creen en la eternidad del proyecto kirchnerista. Como rivales peronistas, Massa y de la Sota. Masa carga con su peso estatista de haber acompañado al gobierno kirchnerista durante bastante tiempo y en total sintonía y cuenta,además, como economistas a renombrados estatistas socialdemócratas, como Lavagna y Pignanelli, que expresan una variante semejante a la del radicalismo. De la Sota, el menos mencionado de los candidatos también cede a menudo a un discurso adulador de la sociedad anti-años 90, a pesar de ser hoy quién más se acerca en su trayectoria a una continuidad liberal de los 90, con un mercado libre, impuestos bajos, poca intervención del Estado en la economía y su gran novedad, un clarísimo plan fiscal auténticamente federalista. 

El aún no completamente comprendido derrumbe de los años 90, erróneamente atribuido a una política liberal y poco estatista, persiste como una herida en la cual ningún candidato—ni siquiera de la Sota—quiere hurgar. Pero, como en una infección mal curada, las ideas podridas impiden tanto la sanación de la herida como la repetición del gesto salvador de volver a abrir plenamente la economía para asegurar el crecimiento, conseguir inversiones y recaudar impuestos legítimos provenientes del crecimiento y no de la inflación, destinados a un Estado dedicado a sus funciones esenciales de administración pública. 

¿Quién explica hoy con solvencia estos criterios de administración pública? ¿Quién aclara las ideas paternalistas y/o totalitarias del estatismo tradicional como opuestas a una gestión profesional de empresas de capital público o de capital mixto, privado y público a la vez, no diferente en su esencia de la gestión de empresas de capital privado? ¿Quién lidera a la sociedad argentina más allá de la catástrofe del 2001 construida más por los estatistas que querían adueñarse del poder (Duhalde y Alfonsín, padres al final de la larga década kirchnerista) que por Cavallo y las falencias de un programa liberal incompleto?

Mientras esta explicación no suceda y un liderazgo tan firme en la búsqueda del acierto como el del kirchnerismo en la persistencia del error, la Argentina seguirá a los tumbos, preguntándose el por qué, criticando sin argumentos valederos a los líderes que pretenden parecérsele en la identificación con sus heridas y añorando sin saber al líder con la buena medicina para tantos males.