Nada está muy claro en el panorama electoral argentino. Ni la Justicia Electoral, que obedece las sugerencias u órdenes del oficialismo, ni el calendario electoral, que oscila entre dos fechas de mayo y octubre según las versiones formales e informales del oficialismo, ni dónde se expresan las dos corrientes políticas mayoritarias del pueblo argentino, la socialdemócrata y la liberal modernista. Se acabaron los tiempos en que se podía confiar en la contienda entre gorilas y peronistas o, más recientemente, entre radicales y peronistas. La herencia ideológica de gorilas, radicales y peronistas, a falta de un debate limpio y de elecciones democráticas en el seno de los dos últimos grandes partidos, no ha encontrado un apropiado cauce electoral.
Así las cosas, el pueblo sólo puede elegir entre fragmentos del pasado, y vemos que la corriente socialdemócrata se ha apoderado de los dos grandes partidos, el radical, de la mano de Alfonsín, apoyando al ex peronista Lavagna como candidato opuesto a la socialdemocracia del oficialismo, conducida por el Presidente Kirchner, que se postula a sí mismo, opuesto a su vez a la socialdemocracia del peronismo, conducida por Duhalde, que apoyaría en ese caso al entonces aún peronista Lavagna. Si la frase parece circular, es porque refleja con precisión el círculo vicioso de un oficialismo abrazado a su propia oposición, de la cual, además, proviene.
La otra corriente, la liberal modernista, se presenta también en fragmentos, el peronista de Menem, el filoperonista de Cavallo, el gorila de la residual UCD, y, la sorprendente variante indecisa de Macri que se presenta a veces como liberal modernista y otras, como socialdemócrata capaz de hacer una alianza con Duhalde o Lavagna.
El panorama electoral ofrece hoy a los votantes una limitada elección entre las dos variantes socialdemócratas, la del oficialismo y la de su oposición. También, el principio de una esperanza que nadie se anima aún a alimentar con el necesario fuego de la pasión política: que la variante indecisa de Macri se transforme en el ojo de un huracán que concentre todos los buenos vientos del liberalismo modernista y se despoje del inservible harapo de la socialdemocracia, que sólo sirve para mendigar votos. No sería, sin embargo, la primera vez que un príncipe ignora su fortuna y equivoca el plan y los tiempos.
No es Macri el único príncipe posible. El peronismo, librado a la fuerza de una elección interna limpia, produciría sorpresas, hoy sólo suspendidas por la corrupción oficialista de la Justicia Electoral. Hay por lo menos tres gobernadores en categoría potencial de huracán.
El pueblo, dueño del poder, precisa un poco más de explicación acerca de lo que está sucediendo camino a sus elecciones. Es fácil definir los campos: la socialdemocracia es como Alfonsín, como el Chacho Alvarez, como Duhalde, como Kirchner. El liberalismo modernista es como Isabel Perón, como Martínez de Hoz, como Alsogaray, como Menem, como Cavallo, como López Murphy. Claro que hace falta coraje para poner a todos estos nombres juntos y asumirlos como una inequívoca corriente dentro del pueblo argentino, a pesar de sus diferentes orígenes históricos y matices. Eso es, sin embargo, lo que hace falta para que emerja nítida, una verdadera oposición al oficialismo y su falsa oposición: coraje para avanzar hacia futuro, asumiendo el pasado de aquellos que sembraron en el mismo surco. Actualizando también, ya hacia el final de la primera década del siglo XXI, los valores con los cuales se propone gobernar el liberalismo modernista, de llegar otra vez al poder. El pasado es herencia y referencia. El futuro, pura creatividad y novedad.
Las elecciones de 2007 pueden ser una parodia de elección, o la ocasión de elegir, de verdad, entre dos corrientes opuestas. Una ya tiene su representante y la ficción de su oposición. La otra espera el líder que devuelva a los argentinos esa inmensa porción de su identidad política, hoy sepultada en los legajos de la injusticia electoral.