Hablar de peronismo constitucionalista puede sonar a contradicción, ya que el peronismo, en su tradicional estilo de acumulación de poder, ha sido cualquier cosa, menos respetuoso de la Constitución. Desde el Perón de los años 40-50 hasta Kirchner, se la modificó o avasalló en nombre de diferentes motivos: por liberal o incompleta, por no acertar en el ritmo de los mandatos presidenciales o en la debida correspondencia con los tratados internacionales, por conservadora o por demasiado modernista. La obediencia a la Constitución tuvo siempre, para los peronistas, un valor inferior a la fidelidad a la necesidad histórica del momento. Lo interesante de observar, sin embargo, es que el Perón del 73-74 respetó la última reforma introducida por el gobierno de facto en 1972 sobre la constitución reformada de 1957 que volvía atrás la reforma peronista de 1949, a la vez que declaraba abierta la etapa institucional del movimiento peronista. Esta etapa institucional aún no está cerrada y es este mandato constitucionalista de Perón, desobedecido con tenacidad por sus seguidores, el que está en la raíz de todos los males presentes del país.
Cuál es el vínculo entre la Constitución y la etapa institucional de la revolución peronista, y qué quiso significar Perón al llamar la atención sobre esta etapa, constituyen preguntas rara vez formuladas y mucho menos respondidas. Lo primero que hay que recordar es que el peronismo fue una revolución, es decir, una subversión del orden político y social imperante hasta el momento de su emergencia. Fue una revolución integradora con el objetivo de lograr una democratización total de la sociedad argentina. Como toda revolución, usó toda la fuerza disponible para completar sus objetivos, aún bajo el pecado de totalitarismo. La primera etapa de la revolución fue la de la creación de una doctrina para definir objetivos y límites de la acción revolucionaria, asegurando la difusión de esta doctrina desde el aparato de Estado. La segunda etapa, post caída del 55, de la toma del poder, pone en juego acciones violentas de reacción a la inconstitucional y violenta contrarrevolución libertadora. La tercera, la dogmática, ya con el regreso de Perón en 1972, define y asegura la doctrina, y muy en especial, la defiende del marxismo, que vía la guerrilla de aquel momento pretendió apoderarse, para transformarlo, del conjunto de valores y normas que la mayoría del pueblo había aceptado como propio. Es en ese contexto que Perón clausura la etapa dogmática de la revolución - el peronismo es peronismo y no otra cosa- y abre la etapa institucional, con dos grandes novedades: la institucionalización del movimiento en un partido y el respeto constitucionalista expresado en el reconocimiento y abrazo de Perón a la oposición histórica del peronismo, el radicalismo, en la persona de Ricardo Balbín.
Lo que Perón dejó antes de morir fue el mandato de organizar el peronismo como un partido democrático moderno y de respetar y colaborar con la organización del partido de oposición, el radical. Al regresar la vida democrática a la Argentina, por el peso de los terribles errores cometidos por el ilegítimo gobierno militar, el esquema de los dos grandes partidos persistió e incluso es un radical, Raúl Alfonsín, quien le gana al peronismo, el constitucionalista Italo Luder. Imposible pedir más democracia al peronismo. Unos años más tarde, Menem ganó la interna siguiendo el mismo esquema legado por Perón y a los radicales les tocó perder. Es ese esquema que tan bien sirvió para transitar los difíciles años post gobierno militar, el que se perdió en esta última década, sin que hasta ahora se haya podido o recuperarlo o sustituirlo. Como si el trazado institucional del propio Perón hubiera devenido en misterioso jeroglífico para sus ignorantes seguidores.
Los primeros en olvidar el mandato, un exitoso Menem y un oportunista Alfonsín, se las ingeniaron para modificar la Constitución, sin otro motivo que la necesidad de Menem de permanecer en el poder por motivos personales más que históricos, ya que no faltaban líderes peronistas y no peronistas que pudieran seguir con los nuevos lineamientos de la política. De Cavallo a de la Sota, pasando por Reutemann, Ruckauf y con una vasta selección de dirigentes aptos para sustituir al entonces Presidente Menem, el peronismo sólo pedía más institucionalidad y el país, más constitucionalismo. Más tarde Duhalde quebraría la constitución con su golpe institucional, y con la prohibición de realizar elecciones internas en el peronismo. Ahora los Kirchner piensan otra vez en usar para su propio beneficio, la doble manipulación de la reforma constitucional y de las internas partidarias. Este mal uso y abuso del partido peronista y de la Constitución, transforma a todos los últimos presidentes peronistas en herederos ineficientes e irresponsables del mandato histórico de Perón y vuelve a dejar vacante el lugar de reorganización del peronismo en su última fase institucional y constitucionalista.
Hay un liderazgo en el seno del mismo peronismo que no ha sido reemplazado: el del peronismo constitucionalista e institucional del último Perón. Las próximas elecciones darán cuenta de su ausencia o de su presencia, y así como Carlos Menem significó la actualización de la doctrina económica del peronismo en la era global, falta el líder peronista que asegure la actualización institucional del peronismo en una Argentina que quedó singularmente vacía de partidos políticos representativos.