El atentado del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos tuvo también terribles consecuencias para la Argentina y para Latinoamérica. Hay que volver a recordar que en los años previos, la Argentina y los Estados Unidos habían logrado consolidar una estrecha relación política y militar (al punto que la Argentina fue incluida como aliada Extra-OTAN) y ambos países, junto con una pléyade de naciones americanas orgullosas de su adecuación a la modernidad económica global, apoyaban el Area de Libre Comercio para las Americas. El atentado envió a los Estados Unidos al Asia Menor, le quitó lo que en otras circunstancias hubiera continuado siendo su principal interés de expansión económica -el desarrollo programado de América Latina- y perjudicó a la Argentina de modo aún más directo. La debacle financiera de 2001 se origina en la mala comprensión de los Estados Unidos de la situación local con los resultados conocidos: perdieron al país estandarte de las reformas económicas, de la modernidad y del proyecto integrador de las Américas con la inclusión norteamericana y su liderazgo. Entregaron así a la Argentina a las fuerzas de le reacción económica, la política exterior argentina a Fidel Castro y Hugo Chávez y abrieron las puertas a la creación de la alianza opuesta al ALCA, una unión sudamericana basada en la vetusta, pero siempre útil ideología británica del siglo XIX, que soñaba con un continente americano partido en dos y con una Sudamérica unida opuesta a esa Norteamerica tan amenazante para el aún vigente imperialismo británico.
ALCA-rajo, dijo Chávez, y así fue. Desde entonces hay dos proyectos opuestos para el Continente Americano. El primero es el que sostienen, hoy desganados y sin un lider visible que lo promueva, los Estados Unidos y que incluye el ALCA, una posible alianza militar y, muy a lo lejos, una Unión Americana, unión política, cultural y productiva al estilo de la Unión Europea. El segundo es animado con una energía envidiable por el Presidente venezolano que no se calla tampoco a la hora de formular este proyecto de unión de repúblicas bolivarianas sudamericanas y con el cual pretende liderar también la economía sudamericana. Vienen, más que van, las valijas con dólares y con una pregunta: ¿va la voluble Argentina a firmar este proyecto y convertir a la Argentina en lo que el Presidente venezolano propone? O, por el contrario, ¿va la Argentina a ayudar al Presidente venezolano a abrir su mente a la realidad y conveniencia de una America Unida junto a los Estados Unidos y a ayudar así a los venezolanos? Al igual que los cubanos, los venezolanos merecen los benficios de la modernidad y la inclusión en un proyecto que garantice el óptimo crecimiento de la región. Todos los americanos, norteamericanos y sudamericanos merecemos también vernos libres de ese mismo terrorirsmo que inició nuestras presentes desgracias y una unión útil en este sentido pasa más con los Estados Unidos que con Irán.
Los actuales candidatos presidenciales en los Estados Unidos no hablan del ALCA, muy poco de Latinoamérica, y su contacto con la región parece limitado a los temas de inmigración ilegal, un tema que sin embargo se beneficiaría mucho con la inclusión del tema del desarrollo continental para limitar la emigración. Sin embargo, entre ellos se elegirá el próximo noviembre no sólo al nuevo presidente y "líder del mundo libre" sino también al líder automático del proyecto de unión de las Américas. El proyecto de Chávez para Sudamérica es explícito y si los Estados Unidos callan, otorgan. Por lo tanto, es de esperar que retomen la iniciativa ideológica proponiendo nuevos caminos para el ALCA, trabajando los aspectos de unión cultural y creando las bases para una futura unión política que incluya a todas naciones americanas.
La Argentina del Gobierno seguirá su rumbo inestable entre una economía estatista y una economía de capital, entre ser caprichosos amigos de los Estados Unidos -si el presidente es Hillary, sí y si es Bush, no- y en la tentación de transformarse en una república bolivariana, quizá hasta reflotando el mismo proyecto sanmartiniano originado en el pánico británico a la Independencia norteamericana casi tan grande como el pánico a una coalición hispánica, heredado luego por los Estados Unidos. Los fantasmas del pasado viven en todas las memorias, pero el futuro está hecho de un presente en el cual las conveniencias son otras que hace dos siglos. La Unión Europea muestra el poder de un mercado continental. Ubicados en el mismo continente que los Estados Unidos, y con su tesoro de organización, tecnología y uso de capitales para el crecimiento, ¿podríamos renunciar a ser sus socios y construir una América común?
La Argentina será lo que deba ser, pero antes que eso suceda, parece condenada a diferentes experiencias de identidad. Un gobierno hegemónico y sin oposición organizada para defender la identidad genuina no son la mejor de las combinaciones para sortear las dificultades de un mundo en guerra, una guerra en la cual los argentinos hemos estado envueltos, sin saberlo y sin poder organizar nuestra defensa, desde la hora cero.