La elección dejó un primer dibujo claro de los argentinos: si bien un 45% de los electores dio su apoyo a los Kirchner, un porcentaje mucho mayor votó en contra. Esta división entre kirchneristas y no kirchneristas dice poco, sin embargo, acerca del futuro. Que la suma de los votos a los Kirchner, a Carrió y a Lavagna, con una misma ideología en la economía y en las relaciones exteriores, supere el 80% nos dice mucho más. Que los verdaderos representantes del proyecto antagónico al de los Kirchner, Carrió y Lavagna, o sea Rodríguez Saa, Sobisch y Lopez Murphy, hayan juntado un escaso 10%, apenas superior al 4% de la suma de las izquierdas, describe bastante bien qué creen los argentinos que les conviene y cuán lejos de un planteo de modernidad nacional se encuentran. Si el no de la mayoría sólo expresa una protesta por el abuso de poder de los Kirchner, al colocar a una candidata a dedo y en la intención de perpetuarse en el gobierno, la Argentina necesitada de ser al máximo de sus posibilidades, no tiene ya un pueblo que la comprenda y la defienda.
Tampoco tiene partidos, ni siquiera el peronista, que ayer parecía revivir su gloria camporista sin la amenaza de un Perón que reclame el poder, después del recreo en el Intercontinental, donde el único progreso fue que no se declamase que allí se iba a construir el hospital de niños, tal vez por que ya tenemos el Garrahan. Se escucharon en cambio cantos contra “los gorilas que se quedaron sin el ballotage” lo cual constituye la más importante clave política de la jornada: si los que negaron el apoyo a los Kirchner son gorilas, eso significa, claramente, que los Kirchner son para sí mismos, peronistas. Una definición que hasta ayer mismo los Kirchner esquivaban, imaginándose quizá como fundadores de una nueva dinastía y de un nuevo partido, el Frente para la Victoria. Peronistas, entonces; pero habría que precisar.
Tampoco tiene partidos, ni siquiera el peronista, que ayer parecía revivir su gloria camporista sin la amenaza de un Perón que reclame el poder, después del recreo en el Intercontinental, donde el único progreso fue que no se declamase que allí se iba a construir el hospital de niños, tal vez por que ya tenemos el Garrahan. Se escucharon en cambio cantos contra “los gorilas que se quedaron sin el ballotage” lo cual constituye la más importante clave política de la jornada: si los que negaron el apoyo a los Kirchner son gorilas, eso significa, claramente, que los Kirchner son para sí mismos, peronistas. Una definición que hasta ayer mismo los Kirchner esquivaban, imaginándose quizá como fundadores de una nueva dinastía y de un nuevo partido, el Frente para la Victoria. Peronistas, entonces; pero habría que precisar.
Para quienes ellos llamarían peronistas gorilas, ellos son peronistas camporistas, del centro izquierda del peronismo. Una vieja batalla que el mismo Perón dirimió en la Plaza de Mayo, echando a los camporistas, y que los camporistas no aceptaron, asesinando a Rucci, el dirigente a quien Perón más precisaba. Una vieja batalla que vuelve, con sus fantasmas atenuados pero no menos vigentes en su simbolismo ¿Le dirán los Kirchner ahora a Ramón Ruiz, premiado con una nominación a diputado por el Frente por la Victoria, que libere el Partido Justicialista? ¿Se animarán a confrontar con sus rivales del mismo tronco político? ¿Habrá elecciones internas? ¿Vida partidaria allí donde una parte sustancial de que los Kirchner llaman gorilas, no es otra cosa que la suma del peronismo más ortodoxo y del peronismo más modernista aunados en su rechazo del kirchnerismo? ¿Ayudarán a que se pueda hacer política en el correcto y productivo modo institucional que la Argentina merece? ¿Se darán cuenta de que los otros “gorilas”, los provenientes del radicalismo como Carrió, y que no se diferencian tanto de ellos en las ideas de centroizquierda, se ganaron el mote por lo que de menos gorila tienen, su amor a la democracia y al respeto institucional?
¿Quiénes son los verdaderos gorilas aquí, si recordamos que gorilas eran aquellos que proscribieron el peronismo y la vida normal de los partidos políticos, aquellos que se apoderaron del Estado para su propio beneficio y aquellos para quienes el peronismo era siempre más peligroso que la izquierda, por representar de verdad el interés nacional? Ya sabemos que así como para la verdadera derecha gorila Perón siempre fue un autoritario y no un líder revolucionario y democrático, para la izquierda gorila, el ala siempre complementaria de todas las tragedias nacionales, Perón fue siempre un gorila de derecha. En el zoológico peronista, donde los ajenos siempre se extravían, cada uno sabe quién es y, también, quién es quién. Sería bueno que el total de los argentinos tuviera acceso a esta sabiduría arcana; nada mejor que la información para tomar buenas decisiones, incluso electorales.
Ya no se trata de la gastada discusión acerca de las pertenencias transversales, si los Kirchner peronistas están aliados con los radicales kirchneristas, o si la radical Carrió suma a la peronista Patricia Bullrich, o si el otrora peronista Lavagna ahora es sostenido por el radical Alfonsín. Se trata del desorden de los dos partidos tradicionales, el peronista y el radical, en los cuales las tendencias predominantes coartaron y asfixiaron la expresión de las tendencias minoritarias hasta expulsarlas y, con la expulsión, disminuir hasta pulverizar los partidos. En la Argentina no hay una verdadera democracia porque las dos instituciones partidarias con mayor historia y arraigo fueron destruidas y nunca reemplazadas por instituciones de equivalente envergadura. El problema está ahí, y seguirá estando mientras los Kirchner así lo quieran y mientras el pueblo argentino no sea más explícito en su queja institucional.
La esperanza más inmediata está en los liderazgos informales que se establezcan para promover, exigir y controlar que los partidos políticos puedan reorganizarse en libertad y vuelvan a constituirse en la base democrática y natural para acceder a la vida política y expresarse en ella. Es una tarea mayor, la más importante en este momento, en el cual lo que se ha podido comprobar es la uniformidad de pensamiento en los votantes y la desorganización para imaginar y sostener un cambio. Hay que empezar otra vez, desde abajo hacia arriba, por los carriles rápidos de la vida institucional organizada. ¿Cómo? Sabemos cómo. ¿O acaso nos olvidamos de lo que ya hicimos?