domingo, marzo 09, 2008

LA CIUDAD DESNUDA

Después de tres meses en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la nueva administración de Mauricio Macri ha tenido tiempo de hacer un primer relevo de las dificultades que enfrenta cualquier intento de gestión moderna en el Estado argentino. Que se trate del Estado Nacional, de un estado provincial o municipal, los vicios, el desorden y, sobre todo, el enorme atraso en la infraestructura de los servicios públicos sólo equiparable a la igualmente atrasada formación de la mayoría de los cuadros administrativos, el desesperante panorama del país caduco se despliega con las mismas características. La experiencia de gestión urbana de Macri se transforma entonces en el botón de muestra de lo que es posible hacer en el resto del país o, por el contrario, en la demostración de que, aún con las mejores intenciones, no tenemos remedio.

La aparente negociada convivencia con el gobierno de Kirchner no parece alentadora, en tanto canjea tolerancia política con tolerancia para negocios oscuros como los del juego, destinados ahora a alimentar la maquinaria política del oficialismo de turno. Tampoco la falta de una enérgica condena a la política económica general que ata el país a cada día más limitadas condiciones de inversión auténticamente productiva. Es muy importante recordar que la única inversión genuina en infraestructura de servicios, con la consiguiente inmediata modernización del país, se produjo durante la década de los ’90 y que el proceso de modernización fue detenido a fines de 2001 por Duhalde con su pesificación y ruptura de los contratos privados con aquellas empresas de servicios que garantizaban un progreso exponencial en las condiciones de vida de los argentinos. La pregunta es si la nueva administración de la ciudad, autónoma en el sentido de decidir su economía, puede volver a aquel esquema de modernización y progreso y cuánto la falta de federalismo auténtico, que se hace sentir tanto en la cuestión de la policía propia, incidirá a la hora de tomar las grandes decisiones. Falta no sólo rehacer la estructura de Buenos Aires allí donde jamás fue tocada, y las recientes inundaciones dan cuenta de este atraso de más de ochenta años. Hay que continuar, además, con la modernización de la infraestructura de servicios, buscando el modo legal de desprenderse de la política de servicios nacional y de las nefastas decisiones del ministro De Vido.

Falta también, hablando de federalismo, una alianza federal con otros estados que también padecen el habitual centralismo abusivo, reforzado en el caso de ambos Kirchner, por el propio pensamiento estatizador y autocrático. La real causa del atraso y la pobreza en la Argentina continúa siendo la falta de libertad y autonomía de cada estado provincial para recaudar y administrar sus propios impuestos. Por otra parte, en estos momentos políticos de condena al capitalismo y a toda posible inspiración o sociedad con el exitoso modelo de los Estados Unidos de Norteamérica, la poco inocente renuncia a promover un verdadero federalismo esconde sobre todo la necesidad de impedir que una política diferente a la nacional pueda llegar a expresarse en una o más provincias, convirtiéndose en la demostración de un éxito sólido y duradero, opuesto al falso éxito oportunista del actual gobierno nacional.

La ciudad ha quedado desnuda en sus problemas, reclamando igual realismo en las intenciones de sus actuales gobernantes, hoy en el centro de la escena, a plena luz y con un poder suficiente. Estos tienen una oportunidad única de hacer una diferencia e iniciar, de un modo consciente y activo, lo que no es sino el postergado camino hacia el federalismo. Alberdi, que nunca soñó que la ciudad de Buenos Aires pudiera convertirse en un Estado, sigue esperando. Los habitantes de Buenos Aires, también, y con ellos, los de toda la Nación, desesperados por encontrar un modelo de crecimiento y progreso sostenible en el tiempo.