lunes, marzo 17, 2008

LOS GENERALISTAS DE LA POLITICA

En el justo momento del comienzo de la crisis global de reajuste financiero, que no significa de ningún modo crisis del sistema capitalista global sino un reacomodo del crecimiento global, se advierte más que nunca el charlatanerio de gobernantes ignorantes y periodistas que no saben tampoco muy bien de qué se trata y teorizan en base a preconceptos y no al estudio específico de una situación inédita. Generalistas de la política, somos todos muy buenos a la hora de defender tal o cual posición ideológica o de mostrarnos amplios y hablar de “políticas de Estado” o de la “modernidad”. Lo que no parece existir son especialistas que definan no qué política de estado sería la adecuada sino cómo es esa política de estado en sus más mínimos detalles. Así es que, por más que se llegase a un consenso entre las diversas fuerzas políticas acerca de una generalidad, el resultado sería nulo y la población no recibiría los beneficios esperados por la sencilla razón de que no hay estudios previos.

La carencia de un estudio profundo y sistemático de las posibles políticas públicas en cada área de gestión gubernamental es gravísima. El conocimiento necesario queda limitado a la mayor o menor formación de cuadros especializados que el gobierno de turno pueda convocar según afinidad ideológica. Lo que no existe son los estudios previos sistematizados y abordados en grupos y por equipos enlazados porque no hay suficientes organizaciones no gubernamentales estructuradas como think tanks de calidad para el estudio de cada uno de los problemas y su gama posible de soluciones. Así es como asistimos a debates sin sustento en el Senado (podemos verlos por televisión) y a leyes que dan vergüenza ajena por la falta de rigor en su formulación cuando no en su redacción. Los políticos, que ya son poca cosa en sí mismos en su gran mayoría por una educación provinciana e insuficiente en la era global, no cuentan tampoco con el soporte de un aparato intelectual organizado que los alimente.

Con el casi total de la energía política puesta en la lucha por los espacios partidarios o las posiciones electorales, los políticos argentinos –con honrosísimas excepciones- dedican por sí mismos poco esfuerzo al estudio previo de los problemas. La ley del poder es bien conocida: una vez que se accede a él ya no hay tiempo para aprender y allí es donde la población debería poner sus ojos, en el grado de saber previo que cada aspirante lleva consigo al poder y en la calidad de los aparatos intelectuales que los apoyan. No hay saber previo sin estudio y no hay estudio sin profesionales altamente especializados concentrados por sector específico de la administración o políticas públicas. Este trabajo suele darse en organizaciones específicas, generalmente no gubernamentales, y sirve no sólo como basamento para decisiones acertadas en los políticos una vez que toman el poder sino como semillero de cuadros especializados, una reserva necesaria de la administración pública. Los empresarios que donan con relativa generosidad a los políticos en tiempo de campaña harían entonces mejor en dedicar sus esfuerzos a la inversión en ese conocimiento que ellos mismos van a reclamar después a gobernantes ignorantes, meros generalistas de la política e incapaces de imaginar soluciones que jamás han previsto o de aplicar con corrección soluciones que no comprenden del todo y a las que acceden por instinto o porque no les queda más remedio.

La recurrencia de los problemas argentinos no es sólo un problema de la baja calidad de la dirigencia política. Es más bien, en cualquier sector del espectro ideológico, una renuncia a las mejores tradiciones heredadas de la política seria y responsable. Sarmiento y Perón, para nombrar las dos cabezas señeras de las dos filas ideológicas de la Argentina, fueron no sólo dos grandes intelectuales sino también dos grandes planificadores. Dos líderes que creían en el estudio profundo de los problemas, dos líderes que aborrecían la chapuza y la improvisación en los asuntos de Estado, y tan opuestos en sus personalidades e ideas que no podríamos nunca atribuir el fracaso argentino al enfrentamiento ideológico o a la predominancia alternativa de una u otra de las vertientes ideológicas. La raíz del problema está, justamente, en lo que es diferente a ambos: la falta de estudio, de planificación, la improvisación y la falta de amor por la tarea de la cual se es responsable.

El punto exacto de esta enfermedad nacional contemporánea se mide en la desaparición de la escena política del único estudioso, planificador y ejecutor de políticas públicas, el único heredero a gran escala de esas específicas cualidades de Sarmiento y de Perón: Domingo Cavallo. Creador de la Fundación Mediterránea y luego fundador de la ambiciosa y abortada Fundación Novum Millenium, auténtico ejecutor de la modernización de la Argentina, fue justamente arrastrado por la propia insuficiencia de una oposición sin formación global que no entendió jamás de qué se trataba la modernización de la Argentina. Incomprendido además por la población que, sintiéndose atacada en su bolsillo lo repudió, con Domingo Cavallo se hundieron las chances de la Argentina y las fortunas de quienes lo condenaron sin saber esperar.

Más que ilustrar los vaivenes de la carrera política de un hombre en particular, el ejemplo de Cavallo sirve más bien para demostrar que los valores argentinos no están donde deberían estar y que la falta de familiaridad con el estudio serio, con la planificación y con la especialización, hace de los argentinos presa fácil de los chantas en quienes se ven mejor reflejados, que en los sólidos especialistas que precisan tiempo, sostén convencido, financiación y paciencia.