En la meseta de fines de julio, post conclusión dramática en el Senado del conflicto con el campo, los grandes temas del país vuelven a ocupar a dirigentes y medios periodísticos. El Gobierno podría haber caído –se habló de la renuncia del matrimonio presidencial- pero no cayó, y mientras la ciudadanía asiste a retoques cosméticos en el Gabinete disfrazados de importantes renuncias y a ajustes en las tarifas que apenas rozan la superficie del gran problema, la orientación general que rige a ambos Kirchner no parece haber cambiado ni estar en cuestión.
La pregunta es entonces si el conflicto con el campo ha colocado de verdad al Gobierno en la encrucijada de tener que cambiar de política o irse, o si, por el contrario, la final aparente disolución del pleito agropecuario con todos los problemas sin resolver no señala más bien la inevitable cruz que los argentinos deberemos cargar hasta el nuevo cambio presidencial en 2011. Esto es, un gobierno inepto, respaldado por un partido intervenido y una concertación quebrada, y sin una correcta visión estratégica de la Argentina.
Cuando los Kirchner hablaban de golpismo hablaban bien: lo que los golpea esta vez no es un grupo de militares ni un grupo de civiles gorilas –algo imposible cuando los antipueblo son ellos- sino la realidad de su propia ineptitud para rever sus ideas y actitudes y cambiar. Muchos comentaristas políticos se entusiasman con la idea de que la pareja se separe y que ella ejecute una política diferente. En esa fantasía, la encrucijada sería así aprovechada por una pragmática ella para dar un giro hacia la derecha y separarse de las ideas izquierdistas de un obcecado él. Los argentinos quisieran creer en la posibilidad de un mayor realismo en las cuentas públicas, o en la redención de un autoritario él por una más flexible ella, pero, ya casi curados del tradicional infantil idealismo colectivo, ya no creen. Ambos Kirchner se han desplomado hasta la menor de las popularidades posibles. ¿Entonces? ¿Y el campo, que está tan callado? ¿Qué va a suceder? ¿Qué nos espera?
Como en la segunda ola de un tsunami, todo está por volver. Los temas irresueltos del campo, y también todos los problemas negados en la política y en la economía.
Las encrucijadas a menudo sirven sólo para identificar la cruz. También, en unas pocas históricas ocasiones, para atreverse a cargarla, morirse y resucitar en la gloria. Nadie duda de que estamos en una encrucijada. El problema es qué hacer con la cruz.