En tiempos en que el soberano ha dado pruebas de estar ya lo suficientemente educado como para distinguir lo constitucional de lo anticonstitucional, lo racional de lo irracional, lo conveniente de lo inconveniente, lo lógico de lo ilógico, quizá convenga instalar la nueva premisa argentina que consistiría en educar ahora a los mandatarios. Insuficientemente formados, con graves problemas de decodificación de la realidad, con conductas inconscientes no debidamente analizadas, los mandatarios tienen una dificultad específica: no entienden quien es su patrón e invierten las posiciones, creyéndose el patrón del pueblo. Esta situación pone en grave riesgo a la Nación cuando es el primer mandatario el que confunde su posición en relación a la comunidad.
Es bastante absurdo que la casi totalidad de los argentinos nos encontremos en una actitud expectante de lo que el primer mandatario decida y que nuestra rebeldía ante el mal trabajo de dicho mandatario consista sólo en la protesta activa. Implica que desde nuestro lugar soberano como pueblo participamos de la misma confusión de los mandatarios y creemos que ellos son la autoridad cuando, en realidad, son nuestra misma autoridad delegada. Los mandatarios deberían entonces ser sensibles al primer indicio de disconformidad y protesta, para renovar cada vez simbólicamente el mandato y lograr que mandantes y mandatarios resuelvan los problemas. Que el mandato se otorgue cada cuatro años por medio del voto no autoriza a ejercer el poder en contra del pueblo. Cuando existe intolerancia a los pedidos del pueblo, o aún a una parte de él, o negativa al diálogo y resistencia a comprender que el mandato, como la confianza, se renueva todos los días, hay dos poderes alternativos que deben intervenir: el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Ellos son los encargados institucionales de educar al primer mandatario allí donde la educación institucional le falla y de reorientarlo en el mejor interés del pueblo.
Cuando este mal se traslada a la esfera de los partidos políticos y los mandatarios prescinden del voto de los afiliados, transformándose en mandantes y ejecutores de políticas propias, y este mal se traslada a la Nación, llevando a la contienda electoral a candidatos de que no expresan la voluntad de ninguna porción del pueblo y son sólo designados por mandatarios partidarios usurpadores del derecho de los afiliados mandantes, pueden con toda seguridad ser calificados de falsos mandatarios. Eso explica muchas veces el autoritarismo que viene a suplir la representatividad y la permanente inversión de roles en relación al pueblo, al cual se manda sin comprender que es el pueblo el único mandante y a quien el mandatario debe obediencia.
La única pregunta válida de estos días en la Argentina es si la Corte Suprema educará al mandatario. El pueblo se sentiría respetado y feliz de saber que, a pesar de todos los problemas, nada está perdido puesto que vive dentro de una democracia constitucional y no bajo una dictadura.