En estos días, el locuaz comandante venezolano que preside los destinos de su país y que ha tomado para sí la tarea de crear una isla sudamericana en el continente americano, declaró que el eje Caracas-Buenos Aires resulta esencial para el éxito de su proyecto. El Comandante Chávez tiene muchísima razón: si la Argentina no se prestase a obedecerle y a comprometerse junto a los presidentes de los otros países americanos que acompañan al comandante, su proyecto sería imposible de concretar, aún contando con el permisivo Brasil, siempre atento a lo que, a la larga, no puede sino favorecerlo entregándole el total del continente como una fruta madura. Por eso, la posición argentina es determinante y exige una completa revisión de la política continental, que alerte además a la población acerca de cuál es el mejor interés argentino.
Lejos están los años 90, durante los cuales se estableció una duradera alianza entre los Estados Unidos y la Argentina, que permitió a ésta emerger nuevamente como el país líder de las reformas modernistas y globalizadoras y retomar el rol que en los años 40 y 50 la habían puesto en la avanzada de las reformas sociales, con la creación de una amplísima y extendida, saludable y educada clase media, en un volumen y nivel sólo comparable a la de los Estados Unidos y Canadá. La alianza entre los dos países dominadores de los extremos continentales se quebró en 2001, por motivos geopolíticos (el desplazamiento de la atención estadounidense al terrorismo y a Medio Oriente post atentados del 11 de septiembre) y financieros (la renuencia de determinados factores de poder en la Argentina a completar la necesaria reforma federal y fiscal- tema aún pendiente y agravado post sucesos fin 2001). Desde entonces y hasta la actualidad bajo el gobierno de ambos Kirchner, se ha alimentado el prejuicio de que los males de la Argentina tienen su raíz en los mismos años que le permitieron la prosperidad y un esplendor continental, que ahora se juzgan como falsos o se niegan como inexistentes, y, sobre todo, en la imitación especular de los Estados Unidos, tanto en su sistema económico como en sus posiciones de política internacional. En verdad, la imitación sólo ha resultado nociva en tanto no fue completada y es ese proceso trunco el motivo real de la actual inviabilidad argentina. Un reconocimiento de esta realidad separara de modo automático las dos problemáticas que se suele unir interesadamente para acentuar el supuesto rol maléfico de los Estados Unidos y permite así discutir por separado la política exterior de la Argentina.
Como parte del dispositivo colonial informal del imperio británico durante el siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte, la Argentina conoció los beneficios de formar parte de un dispositivo global. Su increíble enriquecimiento y despliegue como potencia productora de alimentos sentó las bases de un posicionamiento e influencia a nivel planetario. Esa misma tradición sirve hoy en lo que hace al lugar de la Argentina en la nueva economía planetaria y su rol de productora de soja para China y otras potencias asiáticas, constituye el mejor ejemplo. En el continente americano, su rol posterior fue muy diferente: además de conductora y ejemplo político de las reformas, la Argentina acumuló una vasta experiencia como exportadora de bienes culturales a toda Hispanoamérica, atendiendo así un mercado que los Estados Unidos recién en los últimos años están comenzando a descubrir, tras las huellas de México, su socio en el NAFTA. Triunfadora sobre un Brasil lusoparlante, la Argentina tiene aún, en este tipo de industrias y en su influencia cultural hispánica, la llave de liderazgo continental, esa que con mucha picardía hoy usa el Comandante Chávez, a instancia del otro maestro de la manipulación continental por las vías oscuras, Fidel Castro. Esta es la llave que la Argentina debe recuperar, este es el rol que histórica y geopolíticamente le toca jugar y el socio adecuado para hacerse de la llave y cumplir el rol, no es otro que los Estados Unidos. No es Brasil, no es Venezuela, ni es, mucho menos, Cuba. Es difícil para la Argentina volver a su posición correcta internacional cuando la mayoría de la prejuiciosa y políticamente inculta población dice detestar a quien mejor nos puede ayudar y se deshace en loas a quienes conviene que renunciemos a ocupar nuestro lugar. De la fatal ignorancia de los Kirchner, mejor no hablar: su pobrísima visión del mundo ha hundido a la Argentina en lo económico y, en estos días de crisis continental, amenaza con hundirla también en el barro de una guerra impropia.
Es lamentable que no se discutan las alianzas militares de forma abierta, ya que esto es lo que está por debajo de las famosas bases -o no bases- norteamericanas en Colombia y quiénes están o van a estar juntos y a favor de qué, ya no en América del Sur sino en el total del continente. Colombia es la próxima pieza del dispositivo continental quebrado con el fracaso del ALCA (en Argentina, Mar del Plata 2005, con Kirchner en contra de Bush y a favor de Chávez). Ya está desde hace mucho tiempo en funciones el NAFTA, desde hace muy poco está en su sitio el CAFTA y ahora es el inevitable turno de América de Sur: ¿un SAFTA que se inicia “de prepo” en Colombia? Se usa un lenguaje militar para subrayar lo que dejó de ser un lenguaje comercial y político a partir de la beligerancia de Chávez y de sus compromisos militares con Irán y Rusia que comprometen a todo el continente, y ¡sí! ¡a la Argentina también!
Para la Argentina, el reestablecimiento de un informal eje Buenos Aires- Washington por parte de la oposición peronista-liberal, que subraye la oposición al eje de los Kirchner , Caracas-Buenos Aires, no hará sino tender la red de salvación necesaria que impida que la Argentina se estrelle al caer con unos Kirchner que irán en picada hasta el último subsuelo. También ayudará a los Estados Unidos, siempre ligeramente fuera de registro con la sensibilidad latinoamericana. Finalmente, el nuevo eje dará a los argentinos la posibilidad de enrolarse civilmente en la defensa de la más sensata de las posiciones y de reflexionar sobre algunos prejuicios que, en tiempos de guerra, sólo funcionan como ataques a la propia integridad.