La famosa y ya clásica expresión de Raúl Scalabrini Ortiz para referirse a aquel hombre de los años 30 como parte de una sociedad que aún no había sido incluida en su totalidad en el juego del poder nacional, vuelve - reformulada y actualizada- en cada período en que se produce una distancia dramática entre pueblo y poder. Si en los tiempos de Scalabrini el excluido y marginal era el argentino común, el trabajador sin derechos sociales y sin representatividad y la mujer sin esos mismos derechos y, además, sin voto, hoy el excluido del poder es el país entero. No se trata ya de fragmentos de la comunidad o de grupos políticos. Por la astucia del matrimonio gobernante en crear un vacío de representatividad entre las elecciones de junio y la asunción de diciembre, es el país como tal el que está desprovisto del poder que ha otorgado a sus recién elegidos representantes. Objeto de la burla del ejecutivo, el país está solo y espera.
Espera, por un lado, recuperar su poder legislativo a partir de diciembre. Lo hace en medio del horror de leyes que van en contra de su legítima voluntad, sacadas a borbotones por un legislativo pronto obsoleto en el poder, pero aún activo para servir a un ejecutivo que persiste en su tarea demoledora del poder popular y que pretende además, con un hipócrita discurso, hacerlo en su defensa. Espera también, casi sin esperanzas en que el otro casi mudo Poder Judicial intervenga para detener a ese ejecutivo. Un ejecutivo al que no sólo se puede acusar de entorpecer la normal tarea productiva de los argentinos, por medio de su inadecuada política económica donde se destaca además el suicida hostigamiento a la producción agropecuaria, sino de crear una extrema anarquía institucional.
Espera en soledad, no solo porque los poderes constitucionales no son ejercidos en su favor, sino porque tampoco cuenta con la compañía de un liderazgo opositor, que desde el llano o desde los resquicios abiertos en los tres poderes, pueda operar para liberarlo de las cadenas de un ejecutivo opresor. Espera, rezando para que alguien encuentre la vuelta a la vida normal. Al hombre de Scalabrini, le llegó Perón. Al país actual, unido en su unánime rechazo por este ejecutivo demoledor de las instituciones, le va a llegar también su salvación, pero, esta vez, bajo la forma colectiva de su propio poder recuperado.
El actual ejecutivo tiránico es el último reflejo de la personalidad colectiva infantil, y existe porque aún el pueblo espeja una autoridad que ya no tiene razón de ser en su potestad patriarcal y que tampoco exhibe conocimiento fraternal para compartir, ni siquiera la sabiduría histórica de colocarse del lado del pueblo y no en contra. El actual ejecutivo autoritario, abusivo e injusto representa el último ramalazo de la resistencia de cada argentino a crecer y a hacerse cargo, uno a uno, en forma individual para aportar a lo colectivo, del destino de la nación. También, la última forma del recurso de delegación en otros de lo que, en la adultez, es responsabilidad de cada uno.
El país está quizá en su última y más difícil hora de soledad, la de la prueba, la de la última madurez como pueblo, la que lo hace sufrir aún más- apretando todos los torniquetes de la realidad-, para que se atreva a mirarse, por fin, en el espejo de su propio destino. En ese espejo, el poder no está en un único par de manos; está en todas. Y entonces, el país hace; en conjunto. Y no está más solo.
Sin atajos, acontece así la epifanía de la madurez histórica de los pueblos, con su crucifixión y su resurrección. En el tránsito obligado del sometimiento infantil a la libertad de la adultez, a los argentinos nos quedan, apenas, unos minutos históricos más de soledad.