(publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)
Entre las próximas elecciones y el presente, media un incierto tiempo político en el cual tanto las fracciones peronistas como las liberales pugnarán por la organización y resolución de un espacio de centro-derecha que vendría a oponerse al espacio, en principio, de centro-izquierda del radicalismo. Este último, heredero republicano del kirchnerismo y el duhaldismo, enfrenta sus propios problemas, de los cuales no es el menor cierta posible configuración del peronismo, que podría mantener en el PJ una férrea identidad kirchnerista o deslizarse hacia su identidad melliza, el duhaldismo. Esta última configuración desplazaría hacia la derecha al radicalismo, y buena parte del peronismo y el liberalismo deberían entonces conformar una tercera fuerza situada en el exacto centro del espectro político.
Mientras esta razón histórica, cuya belleza y verdad se expresan en la perfecta simetría del diseño republicano en tránsito hacia un bipartidismo genuino, la fusión peronista- liberal ocupará de todos modos el centro. El PJ puede continuar usurpado por las fuerzas oscuras que le niegan su libre expresión y el radicalismo puede adquirir, para diferenciarse, un tinte más liberal en la economía, pero el proceso profundo de fusión peronista-liberal buscará, de todos modos, su expresión electoral. El aspecto más importante de esta fusión no es entonces la definición del espacio electoral, sino la definición de su espacio ideológico en la conciencia ciudadana, la cual lleva un considerable atraso informativo y formativo, acumulado en la última década de pésimos liderazgos.
No existe un único líder en el espacio peronista-liberal, sino una respetable variedad que debería ir decantando a lo largo de los próximos meses y cuyo filtro sería no sólo el carisma individual frente a una población descreída y decepcionada, sino el talento para dibujar sin oscuridad y con osadía, el proyecto de país deseado. La primera barrera a superar, tanto dentro del peronismo como del liberalismo, es la evaluación de la década del 90. Haciendo caso a la impopularidad actual de esta década, promovida por sus enemigos de entonces y por medios social-demócratas, muchos líderes peronistas o liberales tienden a omitirla, o a apartarse de quienes fueron sus principales protagonistas, Carlos Menem y Domingo Cavallo, equivocándose en el primer paso de su diferenciación.
Si bien los 90 y su secuela hasta fines de 2001, distaron de ser perfectos, aún constituyen el esfuerzo más serio para reencaminar a la Argentina dentro de la mejor tradición de crecimiento liberal o peronista. Renunciar a identificar este primer paso en la dirección correcta, es renunciar a crear en la opinión pública una conciencia de su propio derrotero histórico. En particular, es renunciar a crear una nueva conciencia acerca de la propia responsabilidad de líderes y ciudadanos sobre las oportunidades perdidas y los errores cometidos por ignorancia.
En la última década se ha hecho un extraordinario avance colectivo, en líderes y dirigentes, en todo lo que hace a la conciencia republicana y al modo correcto de funcionamiento institucional de los tres poderes constitucionales. No se ha producido aún un salto equivalente en dos temas: el concepto de elite dirigente, que se confunde una y otra vez con oligarquía, con las consecuencias que están a la vista, y cuál es, finalmente, la organización económica adecuada para el crecimiento y reparto de la riqueza.
En la inevitable zaranda de líderes del espacio peronista-liberal, caerán como arena desdeñable aquellos que por demagogia se nieguen a reconocer el carácter organizativo y jerárquico de toda dirigencia eficiente y de las innegables similitudes del liberalismo y del peronismo en este valor. Volvemos a recordar que el mayor enfrentamiento sociológico del pasado entre liberalismo y peronismo fue por la democratización que este último introdujo en la formación de la elite nacional, y que el mayor rechazo de los restos del antiguo liberalismo por el peronismo actual se funda en el fracaso del peronismo en la conformación de una elite eficaz y respetable. Por lo tanto, quedarán como el oro disponible aquellos dirigentes que, de origen peronista o liberal, reconozcan a su par histórico y reivindiquen sin pudor el concepto de elite dirigente.
La conciencia acerca del esquema organizativo de la economía comprende una valiente revisión de los 90 que clarifique ante la opinión pública el por qué del aparente fracaso final: no se trataba de una dirección errada, como cree hoy quizá la mayoría de la población y más de un dirigente peronista-liberal reblandecido por la habitual demagogia y por la cómoda pátina de la social-democracia europea, sino de una dirección correcta con muchas cosas que quedaron a mitad camino o sin hacer. Por ejemplo, desde el lado peronista, falta comprender que no se podía hacer una reforma veloz de la economía sin los programas sociales de capacitación, organización cooperativa, y de seguro de desempleo, y, desde el lado liberal, que no se podía dejar a la Argentina dentro de una estructura fiscal no completamente federalista. Por caso, en las próximas campañas, la expresión “coparticipación federal” debería caerse para siempre de la boca de los líderes peronistas-liberales, los cuales deberían animarse a reclamar un federalismo fiscal puro y duro, con el Banco Nación como prestamista de primera instancia en una etapa inicial hasta que las provincias completasen su propio proceso individual de modernización, y con un aporte de las provincias a la Nación para los gastos nacionales. En resumen, falta convencer a la población de que una economía capitalista en libertad es la única opción para generar riquezas, también en lo interno, por medio de la descentralización y el federalismo, y que un estado eficiente es aquel que promueve las políticas que generan más riquezas y que contribuye al acceso de éstas por parte de toda la población en modos genuinos, ayudándola a financiar su educación, su capacitación para el trabajo, su salud y su vivienda.
Es posible que en los próximos meses, dirigentes y público permanezcan entretenidos o distraídos por los avatares políticos electorales. Es de esperar que algunos dirigentes aprovechen ese mismo tiempo para construir un vínculo honesto y sólido con la ciudadanía, invitándola a recorrer un camino nuevo, que una las dos grandes tradiciones del centro-derecha en la Argentina: el liberalismo y el peronismo.