(Publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)
Las perspectivas hacia el 2011 comienzan a aclararse, a pesar de las oscuras negociaciones que todavía no salen completamente a la luz por depender, en el tiempo, de un equilibrio de fuerzas con cuya certeza no se puede aún contar.
El radicalismo luce en estos días más cercano a lo que puede ser su expresión final en la próxima elección presidencial, no sólo porque los posibles candidatos son ahora tres, sino porque los tres tienen una similar posición republicana y socialdemócrata, en la mejor tradición del radicalismo. Es entonces el justicialismo el que concita la mayor intriga, con una lista de doce candidatos, sin contar el siempre posible tapado que nadie se animaría a descartar ya que el peronismo es siempre fértil en sorpresas. Sin embargo, si al periodismo y al ambiente político les preocupa el nombre de los candidatos, a los argentinos les interesa saber quién va a encarnar el discurso opositor al discurso socialdemócrata radical. No les importa tanto el quién sino el qué y el por qué. Formulado el discurso no debería ser, además, tan difícil imaginar el pequeño número de candidatos que podrían eventualmente asumirlo como propio.
El discurso anti-socialdemócrata retoma, en primer término, la senda de la Argentina de los 90, y se propone como su continuidad y su mejora. Es un discurso que promueve el capitalismo como base de la riqueza y el correcto y eficaz funcionamiento de las instituciones como su equilibrio. Es republicano y federal; es descentralizador.
En cuanto a la globalización que asume y acepta, se rige primero con una vara continental que no excluye a los Estados Unidos sino que los integra y aprovecha como potencial locomotora de la región. Es conservador de las tradiciones culturales, en especial de las fundantes de la nacionalidad, como la lengua, la religión y las fuerzas armadas, pero incorpora la modernidad haciendo propios muchos contenidos que, por insuficiente discusión o ignorancia, han quedado en el discurso público como patrimonio de la izquierda intelectual, como la apertura religiosa, el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento legal de las libertades y opciones individuales. Este discurso represente lo luminoso que vuelve, en su totalidad y no en algún fragmento, después de haber sido derrotado por el oscurantismo, o sea, por lo reaccionario de los peronistas ortodoxos y de los socialdemócratas europeizantes, primero, y de la izquierda estatizante y centralista, después.
El discurso expresa en sí mismo un programa de gobierno basado en la libertad, el apoyo a la iniciativa privada y a la inversión y a la correcta reinserción en el continente y en el mundo. Un programa que presenta una primera fase de enérgico reordenamiento financiero y fiscal, y un acuerdo bipartidista para el reordenamiento de las instituciones. Un discurso claro y sencillo de comprender, ese en el cual los argentinos esperan un lugar de participación, no sólo por el voto, sino por entender cuál es el rol que cada uno debe jugar en la recuperación del hoy maltratado país.
A pesar de la prensa en contra de este discurso y del persistente ataque oficialista en contra de todo aquel que pretenda asumirlo, una gran parte de los argentinos parece estar formulando para sí este discurso, por el simple método de comparación entre sistemas y momentos que ya vivió. No faltará el candidato que lo encarne. La revolución y el cambio, como ya casi todos se dan cuenta, está sucediendo más allá de la voluntad, y aun de la inteligencia, de la dirigencia.