No todo está perdido: no es cierto que el oficialismo se apoderó de todas las cartas ganadoras ni que la oposición no existe. A pesar de la falta de un liderazgo explícito, una alianza invisible se está gestando. Una alianza muy poderosa, además, justamente por no responder a una persona sino por expresar la necesidad insatisfecha de una amplia mayoría de argentinos transformada hoy en virtual conductora de un proceso que, a primera vista, parecería sin solución en un esquema electoral clásico.
El aparente bipartidismo actual es falso ya que el kirchnerismo no es el peronismo y tampoco la izquierda peronista, representada mejor por el honesto Pino Solanas. La usurpación ilegal y facciosa del Partido Justicialista por el kirchnerismo se agregó a las previas malas decisiones del menemismo de intentar un tercer mandato en 1999, del duhaldismo de provocar un golpe institucional al radicalismo, y del duhaldismo, ya en el poder, de obviar elecciones internas y señalar a dedo a su sucesor Kirchner. Que éste designara a su mujer igualmente a dedo, y que ésta, también a dedo, se designara a sí misma en las últimas semanas al igual que a su extraño vicepresidente, no es más que el final de un largo proceso de corrupción de lo que, por voluntad del mismo Perón, debiera de haberse transformado en un sólido, democrático y muy institucionalizado partido. Es este proceso de corrupción el que se encuentra a la base del actual dilema electoral, con el agravante de que esa corrupción ha sido sostenida por los jueces de una Justicia electoral que no hace honor a los procedimientos democráticos que reclaman los argentinos.
Sin un Partido Justicialista democratizado, con elecciones internas auténticas organizadas dentro de una vida partidaria activa, cualquier elección es una farsa. Una farsa en la cual los argentinos deberemos ingeniarnos para reinventar la democracia dentro de la dictadura actual que, como las dictaduras militares de antaño, echó el cerrojo sobre la vida auténtica del PJ de todos. Es así que no debe descontarse, dentro de la oferta desperdigada y desorganizada de la oposición al kirchnerismo, con la creatividad espontánea de aquellos que tienen en primer término un interés en recuperar la legalidad y la democracia en el Partido Justicialista para poder, más tarde, concretar, en idéntico modo legal, las alianzas con los partidos afines.
Con las internas abiertas de agosto y las elecciones generales de octubre se abre una oportunidad para reestablecer en modo genuino, pasadas las elecciones, el sistema tradicionalmente bipartidista de la Argentina, con los dos partidos modernizados, el radical y el peronista; el primero según su tradición social-demócrata; el segundo, según su tradición nacionalista, continentalista y universalista, más funcional al capitalismo global.
La abstención de Mauricio Macri de la elección presidencial para dejar el lugar libre al candidato de un partido mayor, la alianza de Francisco de Narváez con Ricardo Alfonsín, el crecimiento de Miguel del Sel en Santa Fé, el salto de José Manuel de la Sota fuera del kirchnerismo, así como la probable adhesión del hoy muy minoritario Alberto Rodríguez Sáa posterior a las internas abiertas de agosto, dejan en pie una alianza invisible y sin embargo poderosísima, ya que sumaría la mayoría de voluntades de argentinos peronistas hoy sin partido, sin referente propio nacional y sólo con opciones locales, a una ya importante base radical encolumnada detrás de Ricardo Alfonsín. Expresiones peronistas menores como el terco duhaldismo residual quizá se vean igualmente obligadas a adherir a este esquema, para bien del conjunto.
No se trata sólo de hacer anti-kirchnerismo, como si éste fuera una expresión legal del peronismo y hubiera que combatirlo como tal, confusión en la cual entran muchos antiperonistas tradicionales. Se trata de derrocar a un autoritarismo que no sólo ha perjudicado las mejores chances económicas de la Nación sino, fundamentalmente, su estabilidad democrática al usurpar ilegalmente un partido mayoritario impidiendo la vida democrática en éste.
Ricardo Alfonsín cae bien en el peronismo. Se lo ve diferente a su padre, mucho más parecido al hombre bueno, gris y sencillo de las grandes mayorías argentinas, con una mirada más conservadora y, en este sentido, más afín al peronismo más visceral. Resulta creíble, porque está dentro de la más pura tradición radical –más que la del peronismo— su respeto total por las instituciones democráticas y como tal, es creíble suponer que hará todo lo posible por ayudar a la legalización y democratización definitiva del Partido Justicialista, el eterno adversario que una vez más precisa a su amigo.
Quedará para más adelante la diferenciación de políticas. Si los social-demócratas de uno y otro bando –radicales y peronistas- creen en la intervención estatista, del otro lado-- y en cada partido-- tienen a aquellos radicales y peronistas liberales que creen más en la libertad y prefieren el libre mercado. Hoy no es esa la discusión, ni tampoco importa ya recalcar que no estamos creciendo porque tenemos un gobierno intervencionista sino que el éxito está en el precio internacional de la soja, —y tampoco que la devaluación y pesificación de comienzos de 2002 está en la raíz de ese éxito, cuando más bien está en la base del fracaso macroeconómico actual. Ya llegará el momento de demostrar cuánto mejor estaríamos con el mismo éxito del precio de la soja pero bien administrado, y cuánto mejor nos hubiera ido en inversión genuina directa sin destrozar los contratos privados y romper las reglas de la economía. Hoy lo que importa es otra cosa: recuperar el espacio donde discutir, dirimir y presentar a consideración de la población esas diferencias.
Con la alianza invisible en marcha, con la previsible visibilidad que ésta irá tomando a medida que avancen las campañas y cuando la necesidad de una auténtica recuperación institucional se transforme en la primera bandera de los argentinos, es posible que recuperemos las riendas de nuestro destino, en vez de entregarlo gratuitamente a aquellos que nunca tuvieron razón.