¿Qué otras palabras pueden aplicarse al curso actual de la política argentina sino éstas? No se trata ya del desgastado conjunto de ignorantes que ha reasumido en bloque un segundo mandato, como si lo que los caracterizara fuera el éxito y no la deplorable cantidad de tierra barrida bajo la alfombra, sino la opacidad de la oposición. Lo que más decepciona, a esta altura, es la persistente falta de valentía para reivindicar el camino emprendido en los años noventa, y lo que aburre hasta la desesperación es que los opositores que hasta ayer no más reivindicaban una economía capitalista de libre mercado y un firme compromiso con el desarrollo de políticas continentales y globales en esa dirección, hoy parecen contagiados por las dificultades que esa posición enfrenta en el mundo, dudan de sí mismos y se resisten a jugar una opinión, transformándose así en un nuevo tipo de ignorantes ante una opinión pública tan confundida como ellos.
Como en tantas épocas argentinas del pasado, la falta de procesamiento adecuado de lo que sucede en el mundo en relación al desarrollo local obliga al país a marchar con retraso. Es lo esperable en un gobierno menos que mediocre y aferrado a ideologismos que le impiden incluso actuar para preservar su propia supervivencia, pero no es lo deseable en una oposición digna de ese nombre, en particular esa fracción del peronismo que hizo del liberalismo su mejor instrumento para encarar una economía auténticamente popular. La tibieza política de un de la Sota, entregando innecesariamente diputados que va a precisar a la hora de votar reales medidas federales, de un Scioli eternamente complaciente, o de un Menem que, perdido entre tantos aún vigentes casos de corrupción, cede su independencia cuando lo único que le quedaba para salvarse ante la historia era la tenaz defensa de sus acertadas políticas. Magro consuelo para ese peronismo que no consigue conformar un liderazgo decidido frente al hipócrita pseudo-peronismo gubernamental, es el ofrecido por Mauricio Macri, cuando con toda razón, recupera la iniciativa de las reformas de la administración argentina, declarando su intención de modernizar el Estado porteño.
No está ni en los genes ni en el destino del peronismo ser ocupado por una fuerza ideologista y básicamente anti-peronista, desde su ya característico desprecio por “el Viejo,” su permanente reivindicación del mediocrísimo “Tío”, y su marketing juvenil que poco tiene que ver con instruir a la juventud acerca de lo que Perón esperaba de aquella juventud maravillosa que los viejos de hoy creen aún encarnar, y también de las maravillosas juventudes del futuro, a las cuales seguramente esperaba dejarle líderes más fieles. Tal vez Mauricio Macri se pro-peronice, entendiendo el lugar histórico reservado a aquellos que quieren el bien de la Argentina dentro de un contexto en el cual el peronismo histórico aún no dijo la última palabra. La idea de un bipartidismo con un Partido Justicialista transformado en el partido de la izquierda populista y un PRO representando la derecha popular, en la cual el PRO ganará, suena un tanto voluntarista. Esa futura victoria se presenta difícil, en tanto los ocupantes actuales del PJ controlen los hilos electorales ---las pruebas a la vista--- y en tanto el PRO no entre en la arena peronista de la única competencia electoral que persiste en ser eludida dentro del mismo peronismo: la competencia por la mayoría trabajadora de los argentinos demostrando que sólo una política económica liberal, federal y descentralizada, brindará estabilidad y crecimiento permanentes.
Acabamos de salir de una elección que significó permanecer sin cambios. También de una elección donde el liderazgo del proyecto opuesto al dominante quedó vacante. ¿Serán las próximas elecciones más representativas de la lucha real que la Argentina precisa aún revelar ante propios y ajenos? ¿Habrá algún valiente que salte al ruedo, levante la alfombra, muestre la basura y traiga además consigo la aspiradora para limpiar la mala política? Sería muy bonito terminar uno de estos días con tantos años de mentiras, falsedades y usurpaciones diversas de la realidad. Ya que es fin de año, brindemos por que este deseo comience a cumplirse y emerja como un sol prometedor en esta hora de angustia y bostezos. Con el grito más alegre y entusiasta de nuestro himno: ¡Salud!