A seis meses de las elecciones presidenciales, la Argentina se presenta como un territorio político sin batallas que despierten interés o que prometan cambios. No basta con un protagonista exclusivo, como el actual Presidente, intentando crear un falso libreto con su mujer jugando el rol de antagonista: el argumento es aburrido porque los dos representan lo mismo. Las otras variantes que hacen bostezar al sufrido público de electores, son las que diversos sectores anti-gobierno intentan impulsar como antagonistas. Por ejemplo, Lavagna, por ejemplo Carrió, que si bien agregan la novedad de ser personas no casadas ni vinculadas con el presidente, pertenecen a la misma ideología estatista. El público pueblo se interesa bien poco, y con razón, en unas elecciones en las cuales no habrá lucha verdadera, ni oposición legítima. A menos que, el candidato hoy invisible, que figura sin duda en alguna foto política no revelada, reciba el baño adecuado que lo haga visible. Del óleo de Samuel, recomendaría el General Perón, para que la historia vuelva a encontrar un candidato unido de verdad a la mayoría.
¿De dónde puede provenir ese candidato? De ningún otro lugar que del destino. Ese mismo destino que colocó a un Kirchner sólo para que el pueblo pudiera desembarazarse de un gastado Menem primero y de un detestado Duhalde después; ese mismo destino que enorgulleció a Lavagna y lo hizo creer que se retiraba en un momento de gloria, listo para ser el candidato soñado. Ese destino que siempre teje con hilos misteriosos, allí donde la voluntad humana no alcanza para dirigir la historia.
Se puede especular con que, en efecto, Macri en la capital ofrece un antagonismo adecuado que tal vez se anime a extender al plano nacional. O que Rodríguez Saa consiga elecciones libres en el peronismo y éste provea otro candidato. O que Puerta lleve bien puesto el apellido y arme la salida con un aparato paralelo al peronismo, porque ¿desde cuando los movimientos dependen de la decisión de una jueza o de un gobierno?
El candidato invisible es el que debería encarnar la verdadera oposición. Ser el antagonista de todos los estatismos que con diversas variantes se han apoderado de la decisión política de los argentinos desde el golpe institucional de diciembre de 2001. El candidato invisible es el candidato del respeto institucional y del respeto por los derechos de las personas, incluyendo la propiedad privada. Es el candidato de un capitalismo franco destinado a promover inversión genuina y a crear riqueza. Es el candidato de las políticas sociales instrumentadas por las organizaciones no gubernamentales enemigas de la corrupción estatal. Es el candidato de una política exterior en primer lugar continentalista y, como tal, socia del primer actor continental, los Estados Unidos de Norteamérica. Es el candidato de un universalismo que trabaje por una comunidad global justa, libre y soberana. Es, en suma, el candidato del proyecto opuesto al actualmente vigente.
Más allá de lo que cree un periodismo haragán o interesado, que se confunde o confunde a la gente creando falsos candidatos opositores entre quienes en definitiva son muy parecidos al actual Presidente, la Argentina tiene su propia necesidad de una oposición real, que no puede seguir postergando definitivamente, a menos que acepte lo inaceptable en una sociedad democrática: el proyecto único.
No hay historia sin conflicto, ni conflicto sin un protagonista y un antagonista. El protagonista es el actual presidente junto con sus sustitutos en la misma política, su mujer, Lavagna y Carrió. Que estos se disfracen de antagonistas dentro del mismo proyecto, no borra la realidad de que hay un proyecto opuesto a todos ellos que tiene pensadores pero no un líder con capacidad de ser un antagonista de la envergadura requerida para enfrentar al protagonista dueño de todo el poder del estado y a sus posible sustitutos. No habrá dinámica histórica sin un claro enfrentamiento público de estos dos proyectos y la Argentina continuará en el mismo estancamiento de destino. Ese que, en las sencillas palabras del pueblo, se expresa en aquello de que la Argentina es un país sin remedio ni futuro.
El antagonista real no se puede nombrar aún. Ya emergerá, cuando la historia detenida se eche, como siempre, a rodar, empujada por los índices de inflación, por un error fatal, por un accidente impensado, por un crimen no previsto, o vaya a saber por qué nuevo y original motivo. Dios y el azar, infinitamente creativos, tampoco se dejan adivinar. Aunque sepamos que, como siempre, proveerán, para que la historia real pueda continuar.