Al gran pueblo argentino, ¡sopor! El himno oficialista y el de las encuestadoras cautivas lo quieren así, durmiendo en sus laureles, aquellos que alguna generación, hace mucho tiempo, supo conseguir. La idea es presentarle, el próximo domingo electoral, el espejo de una dulce anestesia. Al despertar, todo seguirá igual. El mismo país, el mismo proyecto, el mismo Kirchner, ahora con polleras, mejillas hinchadas y pestañas cargadas de rimel. El gobierno y las encuestadoras dicen que Kirchner continua siendo el sueño argentino, a falta de otro mejor. Lo que no se sabe es si esto es verdad y, mucho menos, qué sienten y piensan hoy los argentinos de sí mismos a una semana de las elecciones presidenciales.
Si es cierto que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, queda todavía, y por siete días, abierta la pregunta de qué consideran los argentinos que se merecen. Porque, y a menos que haya fraude electrónico en el centro de cómputos o fraude hormiga en las mesas electorales, lo que los argentinos vamos a obtener como gobierno es aquello que elijamos. Conviene recordar que en una elección el protagonista es el elector y no el candidato. Millones de votantes hoy reducidos a una muestra de mil quinientos volverán a tomar su dimensión de millones y, a solas y en libertad, dibujarán su destino en la urna.
En una semana no sólo sabremos quien es el elegido sino algo mucho más importante y determinante de la realidad: quién es en realidad el elector. Qué clase de pueblo somos, cuánto hemos aprendido y hacia donde queremos ir. Qué fuerza de carácter colectivo hemos acumulado para tomar nuestro destino en nuestras manos y encaminarnos con firmeza hacia donde nos conviene, sin dejarnos avasallar por los usurpadores del poder. Para decirlo en términos sanmartinianos, hasta donde somos aún capaces de evitar ser empanadas que se comen con sólo abrir la boca. Cuando las fauces brotan del propio cuerpo, el coraje es tan difícil como la abstinencia.
Los argentinos, lo sepamos o no, estamos en un laberinto de confusiones y de índices mentirosos. El país tiene una pésima gestión en las áreas más importantes, incluyendo las del exitoso comercio exterior, y esto no se termina de asimilar como un dato cierto de la dramática realidad. Mal informados, manipulados por el gobierno y por muchos medios de información, sin liderazgos lo suficientemente establecidos, sin partidos organizados, votaremos por intuición, análisis personal o experiencia histórica. ¿Servirán estos instrumentos de hilo para guiarnos hacia la salida? En la oscuridad y a tientas, que Dios reparta suerte.
Yo voto a Rodríguez Saá, para que el peronismo no sea la empanada que alimente a los Kirchner.