Cruzar los Andes y liberar tres países, no fue tarea fácil. Sin embargo, se pudo. Derrotar un sistema corrupto, sacarse de encima a una dirigencia necia e ineficiente y derrotar a todas las variables de la social-democracia locales, parece imposible sin un Gran Capitán, sin ese líder que hoy permanece invisible. Sin embargo, un grupo de capitanes de aquellas industrias que creen en la libertad del mercado y el comercio con el mundo, podría en la ocasión sustituir ese liderazgo. En la avanzada de la organización empresaria y de la competencia en el mundo, estos empresarios están en condiciones de hacer algo por la Argentina que los políticos parecen no poder resolver: organizar un espacio para seleccionar, unir y promover a los afines. Con un criterio superador a la creación de alianzas parciales y temporales, se trata de aplicar la creatividad empresaria al campo de la representatividad política con el objetivo de conseguir y unificar la mejor dirigencia política del centro-derecha e instalarla en la administración pública.
¿Cómo es hoy el cuadro de situación en la Argentina? Apatía de la población, que ha pasado de la desesperación a la resignada indiferencia; actividad desenfrenada del Gobierno acentuando la debacle; oposición política dividida entre aquellos que creen que variantes más republicanas de la socialdemocracia podrán aún servir a la Argentina y liberales y peronistas disidentes sin partido: el panorama político no podría ser peor. Nada convence y nada parece reunir las condiciones necesarias como para desparramar al unísono suficiente claridad conceptual y conquistar el poder necesario para cambiar. Mucho menos para conseguir y unir a los hombres y mujeres preparados y capacitados para ejecutar con éxito. Llegó entonces la hora de que la ciudadanía, representada en la ocasión por la única elite organizativa disponible- la de los empresarios de avanzada- se proponga una revolución en la cultura política, resista civilmente a la manipulación desde el Estado y cree su propio instrumento de liberación.
Tradicionalmente, el mismo empresariado argentino que ha sabido crear algunas industrias de elite, entre ellas la agropecuaria, tal vez la primera del mundo, se ha contentado con ofrecer recursos para las campañas de los candidatos políticos afines a la libre empresa o a sostener con sentido oportunista a aquellos partidos que prometían un buen desempeño electoral, pero nunca se involucraron directamente en lo que hoy, sólo ellos están en condiciones de hacer: crear un marco neutro de referencia para que las fuerzas, grupos y personas afines puedan encontrarse. La gran fuerza de centro derecha podría por cierto nacer, como muchos sostienen, como resultado de la catástrofe o por el movimiento aleatorio de alianzas circunstanciales. Una decisión estratégica más inteligente sería, sin embargo, la de anticiparse a la desgracia colectiva y planificar a conciencia la emergencia de una fuerza política coherente, hoy sin expresión por la falta de un espacio que la contenga. El grupo civil con mayor capacidad para la organización y la gestión, el empresariado, puede crear este espacio que sirva como colector y como conector político. Una organización no gubernamental de despliegue nacional destinada a favorecer la aparición de nuevos liderazgos, sin esperar todo de un Dios que, harto de escribir derecho con líneas torcidas que ya nadie lee, ha renunciado a favorecer a los argentinos hasta tanto ellos no hagan algo por sí mismos.
Quebradas las únicas dos elites políticas con capacidad de organizar y conducir el país –la elite de la colonia informal inglesa de los años 1880 a 1930- y la del peronismo de los años 1945 a 1955 con el brevísimo epílogo de 1973-1974, lo que quedó a disposición de los argentinos son los restos políticos de ambas elites, unidas por la necesidad y los comunes objetivos de inserción global en los años 90 bajo la administración Menem, y la elite privada que siguió su propio camino en el mundo ya internacionalizado de los negocios. No se trata entonces de que la Argentina carezca de tradición de elite ni de que no la tenga en la actualidad. La Argentina cuenta con los fragmentos dispersos del liberalismo y del peronismo moderno y con la elite empresaria globalista. El problema a resolver está en la dificultad política para crear el marco de referencia en el cual esas elites puedan expresarse para ocupar la administración pública y hacerla funcionar con el mismo rigor y aspiración al éxito que los argentinos aplican en la esfera de las empresas privadas. También, con el mismo rigor político que en el pasado el liberalismo utilizó para la creación de riqueza y el peronismo, para la democratización y reparto de la misma.
En una democracia, el marco de referencia para el acceso al poder no es otro que el de un partido político. Un partido político nacional se construye del mismo modo que una empresa con su casa central y sus sucursales o franquicias. La planificación es la misma, la inversión en locales, personal operativo, marketing, publicidad y prensa, semejantes. Un grupo de empresarios puede hacerse cargo de esta tarea revolucionaria de crear un espacio de consulta, selección e interacción política nacional para brindar a la ciudadanía la posibilidad de votar equipos de gobierno de alta eficiencia y coherencia. Un modo empresario de hacer política, en el cual el producto a lograr y proponer no es otro que el equipo nacional, provincial o municipal con un altísimo nivel de capacitación y de gestión para ocupar la administración pública.
Fracasado el intento de organización de las bases y liquidada momentáneamente la esperanza de un cambio de abajo hacia arriba –por ejemplo, recuperando el PJ para el centro-derecha-, lo único que queda es un cambio de arriba hacia abajo. No desde el gobierno, como en el pasado por la ocupación de facto de los golpes militares, ni imitando el presente, donde un idéntico totalitarismo impide la democratización de los partidos, sino desde el arriba de la comunidad, allí donde las estructuras jerárquicas privadas ostentan el poder real y una capacidad organizativa superior a la del actual Estado y a la de los dificultados embriones de partidos políticos basados en la participación popular que rara vez llegan al poder sin el milagro de un liderazgo carismático.
En esta ocasión de urgencia, no se trata de inventar un partido político participativo sino de crear un instrumento capaz de competir en potencia con el estado totalitario y de funcionar a escala nacional como una empresa colectora, selectora y conectora del mejor personal político administrativo disponible y como una activa propulsora del joint-venture entre personas, grupos, fuerzas políticas o partidos afines, de cara a las elecciones. También como una estructura capaz de promover, asegurar y controlar la competencia de ese mejor personal seleccionado en los puestos públicos ofrecidos en las elecciones. Allí sí, la participación de la ciudadanía será la que finalmente determine el acceso de ese mejor personal a los puestos públicos, desde presidente a diputado, pasando por todos los demás puestos elegibles. A un gobierno totalitario, descartada la revolución por las armas, sólo puede removerlo la más férrea y aceitada de las organizaciones, capaz de cumplir con el objetivo de presentar candidatos de excelencia y de controlar la transparencia de la competencia electoral.
Creado el instrumento para la expresión de las ideas republicanas y populares, capitalistas y globalizadoras, ¿quiénes podrán presentarse a esta convocatoria? Todos aquellos políticos y no políticos con experiencia administrativa que deseen postularse a cargos electivos y sin que su pertenencia a actuales o pasados partidos políticos cree un conflicto de interés, ya que pasada esta instancia, volverán a sus partidos ya democratizados o bien utilizarán el espacio de referencia como embrión de nuevo partido institucional. ¿Quiénes financiarán esta empresa constituida como una organización sin fines de lucro? Donaciones de las empresas, de los futuros votantes interesados en este tipo de convergencia y selección, y de organizaciones internacionales que breguen por la transparencia democrática y valoren todo esfuerzo para terminar con el totalitarismo de Estado. ¿Quiénes se beneficiarán con esta iniciativa? Aquellos dirigentes frenados en sus propios partidos por la corrupción y las prácticas antidemocráticas o por la escasez de recursos para llegar a una envergadura regional o nacional, y los votantes, que contarán con una opción más y candidatos de elite.
¿Por qué recurrir a esta atípica concentración de políticos, a esta conformación de listas electorales desde un espacio neutro donde los empresarios actúen como facilitadores y a esta igualmente atípica presentación al electorado para su consideración? Por la simple razón de que hoy no existe un líder comunitario capaz de armar un partido político nacional que responda al vacío creado por las dos elites políticas anteriores y tampoco de unirlas con la velocidad necesaria para rescatar al país de su caída. También porque los empresarios están acostumbrados a procesos intensivos y exigentes de selección de personal que, aplicados a la política, pueden elevar en forma inmediata la calidad de nuestra dirigencia política.
Es posible que la actual oposición al gobierno de los Kirchner se una bajo alguna de las formas locales de la socialdemocracia y aún que esta oposición gane las próximas elecciones. La Argentina, bajo su predominio, no dejará de caer. Un empresariado consciente de su rol comunitario y, sobre todo, empapado de su misión de recolocar también a la Argentina en el mundo, debería entonces esforzarse en lograr un instrumento capaz de concentrar no solo al personal más capacitado y a las fuerzas políticas dispersas, sino a aquellos con la ideología más eficiente para devolver a la Argentina al mundo productivo y financiero global y a la correcta diplomacia con las naciones líderes del mundo.
Se trata de que los empresarios con más visión y coraje tomen el problema político en sus manos, creen un espacio de búsqueda y unión para que políticos y cuadros afines puedan encontrarse y colaboren con su know how de selección para lograr la unión feliz de los votantes con sus mejores representantes posibles. También para recuperar, a través de ellos, la unión fructífera de la Argentina con el mundo.