Las elecciones legislativas argentinas en 2009, adelantadas con esa prisa dictada por el pánico de los Kirchner a perder el poco control que les queda, abundan en anécdotas judiciales y en especulaciones políticas acerca de la economía y temas urgentes como la seguridad. La problemática de la política exterior argentina permanece singularmente ausente, como si la Argentina, encerrada en sí misma y en su infinita decadencia, no pudiera ya asomarse al mundo ni elegir a conciencia sus vínculos y sus proyectos.
Los ciudadanos tampoco parecen interesarse demasiado por la posición argentina en el mundo, más allá de los obvios comentarios acerca de la Chávez dependencia de los Kirchner y de una actitud siempre recelosa de los Estados Unidos aunque ahora esperanzada hacia la nueva administración de Obama. La indiferencia acerca de este importante aspecto de la identidad y destino argentinos, asusta, y la continua apelación a “la crisis global” no resulta convincente para explicar la falta de claridad acerca de qué debe hacer la Argentina en materia internacional. Con crisis o sin crisis, los problemas de desarrollo estratégico argentino continúan siendo los mismos.
Si dentro de la razón nacional incluimos el más elemental dato territorial de la Argentina -- su ubicación en el continente americano-- y el otro insoslayable dato -- su pertenencia cultural a la nueva entidad americana, entendida como una unidad cultural independiente de Europa y no como un conjunto de subidentidades culturales europeas enfrentadas en territorio americano-- es fácil dar la preeminencia en relaciones exteriores a las relaciones continentales, visualizando el total del continente y nunca sus fragmentos Norte-Sur. Esta visión redefine las relaciones con los Estados Unidos y vuelve a replantear un proyecto continentalista que abarque el total de los países americanos, más allá de lo que la ambigua administración del mundialista Obama resuelva hacer con Latinoamérica. La inclusión de Cuba en la OEA debe aplaudirse también en este sentido. La posición menos continentalista y más ecuménicamente globalizadora, exhibida por el Presidente Obama en la nueva Cumbre de las Américas del 17 de Abril de este año requiere que otros sectores, dentro de Latino América y de los mismos Estados Unidos, vuelvan a poner sobre el tapete esta discusión, que más allá del aparente fracaso del ALCA, aún no está terminada.
Una federación continental, a semejanza de la Unión Europea, continua siendo un proyecto muy tentador para el crecimiento de los Estados Unidos y de los demás países del continente. Existe, sin duda, una zona gris política y cultural a exponer y reconsiderar, para poder avanzar sobre los viejos prejuicios y clichés que dominan a los países latinoamericanos tanto como a los mismos Estados Unidos. Hay que señalar, por otra parte, el profundo error que la Argentina comete cada vez que acepta ser el socio menor en el la parte Sur del continente, dominada por un Brasil mucho más poderoso y coherente, en vez de lanzarse a su proyección continental hasta Canadá, volviendo a su posición original de liderazgo de los países hispano-parlantes. México es la competencia, pero ya se sabe, es la Argentina la que está lejos de los Estados Unidos y cerca de Dios (si deja de ser atea) y por lo tanto la que cuenta con la mejor posición de sub-liderazgo continental.
El relanzamiento cultural de la vieja Trilateral Commission con esa antigua y limitada preferencia de los Estados Unidos por una estrecha sociedad con Europa y Japón, los otros ricos del mundo, se presenta como la natural competencia de un proyecto continentalista en cual los Estados Unidos asumirían un rol de liderazgo sumamente activo, construyendo la federación más poderosa del planeta. Es comprensible que tanto Europa como Japón no estén muy interesados en la feliz conclusión de este proyecto, pero menos comprensible que la Argentina no esté haciendo un esfuerzo por concretar su mejor destino y prefiera en cambio ser hoy la sirvienta de Venezuela y mañana la esclava de Brasil.
¿El continentalismo es entonces la nueva arma de guerra contra la globalización? No, muy por el contrario, es su mejor instrumento, pero el instrumento que sirve en forma más adecuada a la mejor chance argentina, para colocarla en el escenario global con más atributos y mayor potencial. Si Europa no salteó su etapa continental, ¿por qué habría América de saltearla, más que para beneficiar a otros y no a sí misma? Las relaciones de la Argentina, de los Estados Unidos y de los demás países americanos con China –el actual principal cliente de la Argentina, además- podrían ser encaradas con mucho más beneficio desde una federación continental capaz de equilibrar el potencial chino que no dejará de aumentar.
La Argentina tiene un orden de prioridades determinado por su historia. Si el pasado remoto la conecta con Europa, y el presente activo cultural la conecta con sus compañeros de la misma inconclusa aventura continental americana, la proyección al futuro la coloca en el planeta en un proyecto común a todas las naciones. Terminada la etapa de las federaciones continentales, llegará la etapa de la gran federación planetaria y, con ella, el fin de las guerras. Pero no estamos aún en ese tramo de la utopía. Hoy, como demuestran los esfuerzos paranoicos y obstruccionistas de los mediocres Chávez y Kirchners de América para impedirlo, el camino de la grandeza y la felicidad argentinas pasa por una clara actitud de amistad con los Estados Unidos, por una sociedad con ellos y con todos los países del continente, y por la promoción a ultranza del ambiciosos proyecto continental. La Argentina Grande, doblemente grande.