(publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)
En estos días del Bicentenario, la palabra revolución va a estar en la boca de todos. Se hablará de Mayo sin que nadie escuche mucho y algunos intentarán revivir los viejos antagonismos del siglo XIX. Volveremos a reflexionar sobre la oposición entre el alicaído Imperio Español y el triunfante Imperio Británico, sobre la Argentina liberal y la Argentina gaucha, sobre Rosas y Sarmiento. Le diremos fascista a Rosas como si Mussolini lo hubiera inspirado antes de nacer, y diremos también que la Argentina cambió con Perón, el primer totalitario en una Argentina imaginada pulcra demócrata antes de él, negando de paso a Rosas, como si las cosas fueran ya demasiado complicadas como para entrar en detalles.
De ahí saltaremos a Kirchner, luego de sobrevolar a Menem y sus quiroguianas patillas, sin olvidar a Cavallo que lo ayudó, hasta encontrarnos hoy con la paradoja que muchos de los federales de ayer, rosistas, peronistas totalitarios del 45, o guerrilla montonera, hoy son acérrimos centralistas que ya los quisiera el General Roca para su staff o el mismo benemérito Mitre, quien no menos que Rosas—por otra parte-- tuvo en sus manos el absoluto poder central. En cambio, los liberales centralistas de antaño, recuperando sus valores alberdianos, y los peronistas en su etapa institucional, hoy se han aliado y transformado en los paladines del federalismo. Algo ha cambiado profundamente en la Argentina.
No se trata sólo del tema del federalismo. También está el tema conexo del republicanismo, donde un contacto popular con la Constitución y las instituciones, ha cambiado en los últimos dos años las tendencias de una población peronista que parece haber entrado, junto al resto de la ciudadanía, en otra etapa. Es interesante entonces reflexionar sobre qué se ha puesto en movimiento, y pensar no en el mayo de 1810 sino en éste de 2010. Viene muy al caso, ya que estamos hablando en Peronismo Libre sobre la unión de Peronismo y Liberalismo. Muchos peronistas todavía protestan porque yo les endilgue la palabra liberal: “libre” es suficiente, me recuerdan. A la vez, otros tantos amigos liberales me miran torcido, como si por algún lugar yo tratara de estafarlos o de ensuciarles los ideales con el contacto del siempre sospechoso peronismo. Muchos amigos y no amigos que escriben, aún con pensamientos que no sabrían definir como peronistas o liberales o ambos a la vez, prefieren negar las etiquetas y definirse como independientes, como si eso los excusase de comprender la historia de la cual forman parte, por acción u omisión.
La Argentina vive en un estado revolucionario violento desde que comenzó y va a costar acostumbrarse a que, en realidad, estamos asistiendo al fin de la guerra. Nos hemos literalmente matado por encontrar un modo político de ser que nos mantuviera a todos juntos y unidos dentro de los límites de la Nación y de la comunidad. Juntos y unidos en la Nación requirió grandes dosis de centralismo –Rosas salvó la Nación física y por eso San Martín le regaló su sable-- y la injustificada falta de federalismo fiscal de las últimas décadas tiene su raíz en la vieja paranoia del desmembramiento original, mantenido a raya por un exacerbado centralismo. La paranoia persiste hoy bajo la forma ridícula de un matrimonio que no quiere perder el poder y precisa a los gobernadores centralizados bajo su billetera. Don Juan Manuel y Encarnación resucitados como bandoleros codiciosos en una farsa donde se enarbola bandera federal para cumplir los ideales unitarios. Una bonita pieza de circo criollo, pero en sus últimas funciones.
Juntos y unidos en la comunidad requirió de otra mano férrea, la del General Perón, que integró de prepo a los que habían quedado afuera y logró el primer país de Latinoamérica con una vastísima clase media en espiral de imparable ascenso. Como no ser peronista, entonces, al final del tiempo histórico y reconocer que sin el peronismo originario, sí seríamos como Chile, Uruguay, Brasil, pero llegando recién en estas últimas dos décadas a comenzar a concretar una clase media ampliada con el ingreso de los más humildes.
La revolución peronista y sus cuatro etapas se completaron. Primero, fue la etapa doctrinaria, en la cual Perón sentó las bases de la inclusión social y la participación en el poder político y económico de los trabajadores y las mujeres; luego, la segunda, la de la toma del poder, que fue totalitaria y dura, con episodios sangrientos como los bombardeos de la contrarrevolución; la tercera etapa, la dogmática, fue la de la resistencia peronista con el peronismo ya derrocado y que terminó --inevitablemente, porque era él quien tenía razón ( a pesar de sus modales totalitarios, corporativos o anti-ingleses)-- con el regreso de Perón a una Argentina que siempre es lerda para comprender la propia historia, hija traumatizada como es de los argentinos divorciados que la tironean de un lado y otro. El mismo Perón dio inicio a la cuarta etapa, la institucional, en un memorable discurso a la juventud en 1974, y, después de la dictadura que se resistió a toda institucionalidad con el pretexto de combatir a la guerrilla, fue Menem el que, aún a los tropezones con la Constitución reformada y su rereelección, continuó y terminó esa etapa, después de haber llegado a su candidatura en una legítima interna peronista primero, a la presidencia en dos impecables elecciones luego, y habiendo entregado finalmente el poder en educada y cordial ceremonia al Presidente de la Rua,del opuesto Partido Radical o Alianza a la sazón.
La etapa institucional sigue tan terminada hoy como en el año 1999. Desobedeciendo a Perón, un peronista que tal vez no tenga malas intenciones pero que realmente no ha hecho nunca sus deberes de estadista, el inefable Duhalde que hoy aparece como el próximo rescatista en el mismo desorden institucional que él supo crear, pregona la vuelta a la institucionalidad, la misma institucionalidad por otra parte que los Kirchner dicen defender, y que unos y otros confunden con un regreso a la etapa dogmática. Como si trataran ambos siempre de mantener al peronismo en la misma caja que Perón cerró. Este proceder intentando revivir un peronismo caduco, allí donde ellos se quedaron detenidos mentalmente, produce un resultado notable: el permanente estancamiento en el momento previo a la institucionalidad, de modo que esta no llegue nunca. Esa es cámara lenta en la cual vivimos estos años, en los cuales no hubo ni un Partido Justicialista abierto, democrático y con internas ni un Congreso que funcionase ni una Justicia que fuera imparcial y, como su nombre lo indica -- pero en la Argentina hay que repetirlo, usar pleonasmos, y repetir tres sinónimos-- justa.
Sí, la revolución peronista ha terminado, y si dirigentes adormilados o demasiado vivos para sacar tajada, no saben o fingen no darse cuenta, el pueblo peronista, en cambio, los ha dejado de lado y ha seguido su camino rumbo a otra parte. Instalados ya mentalmente en esa etapa institucional en la cual Perón dejó a TODOS los argentinos (sí, a los liberales también, y por eso Menem abrazó a Rojas y a los Alsogaray, y su Canciller y Ministro de Economía fue Cavallo, el más peronista de los liberales, por otra parte, por su sentido popular y de docencia), los argentinos hicieron público su profundo sentir el 28 de junio de 2009. Una vasta mayoría de argentinos-- salvo aquellos que desde una cierta izquierda, peronista o no, viven aún en el convencimiento y observancia de dogmas ya superados-- se ve a si misma como republicana, institucionalista y democrática. En cierto modo, repiten para si el reiterado fin de la etapa institucional peronista. Ya lo habíamos tenido, pero aquí siempre hay alguno que se equivoca y encuentra quién, en la confusión y la desesperación, le crea.
El peronismo terminó, pero sólo porque vino para quedarse para siempre: ni racismo, ni sexismo, ni excluidos; justicia social, independencia ecónomica, soberanía política. Obvio para cualquier argentino, el dogma no se discute (sólo los detalles: qué es economía independiente en la era global; en esa misma era, los nuevos atributos de la soberanía política; en el siglo XXI, qué hace feliz al pueblo). También el Rosismo terminó, aunque mucho después de Caseros, con el advenimiento de las grandes oleadas de inmigrantes, un radicalismo que les dio participación política y la certeza de que la Nación ya no se desmembraría. ¿Y lo que en la Argentina se conoce como liberalismo? ¿Qué queda de él? El recuerdo de la Argentina más consistente, esa especie de gran provincia inglesa en el sur del continente, la elegante y culta, la única que nos pone orgullosos a la hora de mostrar las fotos de la nena, junto a la Argentina de Perón, negrita, despeinada y simpática, estrenando delantal para su primer día de clase, vacunada y durmiendo en una casa limpita y con comida abundante. El liberalismo tiene mala prensa en la Argentina porque se lo confunde a menudo con colonialismo. Que la Argentina haya tenido un régimen liberal coexistiendo con Gran Bretaña como su principal cliente y dominatrix política, ha creado un coágulo fatal en el cerebro de los Argentinos, y al sólo escuchar la palabra muchos honestos hombres y mujeres ponen cara de asco y no aceptan recordar que gracias a ese liberalismo la Argentina fue capaz de producir suma riqueza, pero no sólo como la granja británica, sino como productora de infinitos bienes con los que ella misma ---¿imperialisticamente?---inundó a América Latina: películas, libros, revistas, música, moda, y tanta otra sofisticación de la producción cultural. O sea que lo que el liberalismo dio al país, fue enorme en materia de creación de riqueza. También, y aunque centralizada, en la organización del Estado y de los servicios públicos. El regreso final del liberalismo se produjo de la mano del Peronismo. No ya el peronismo de Perón, ni de su viuda, que apenas tuvieron tiempo para recordar que se trataba de vivir la etapa institucional, atacada en aquel momento por guerrilleros y militares golpistas que tampoco querían darse por enterados, sino el peronismo de Menem dando vía libre a Cavallo, aunque después se lo pensase mejor, dado el competidor que le había salido, y nombrase a liberales igualmente orientados pero con menos ambiciones y criterios personales.
En este sentido 1999 también es una fecha clave para el liberalismo, porque no pudo ganar la presidencia separado del Peronismo y porque su ingreso en el Radicalismo no pudo sostenerse, por estar este partido mucho más embebido de conceptos social-demócratas que el peronismo, que puede tener a un Duhalde social-demócrata poco representativo y nunca elegido, y en cambio a un Menem liberal capaz de expresar las nuevas mayorías y que sí fue elegido no una, sino dos veces. En este sentido, el matrimonio peronista-liberal es posible por la sencilla razón de que un verdadero peronista, no la versión farsesca de los Kirchner ni la versión atrasada de Duhalde, siempre se va a preocupar del reparto y ya aprendió – con Menem y Cavallo—que si no se crea riqueza no se la puede repartir y tampoco gastar desde el Gobierno ---en aquel tiempo no lo entendieron Duhalde y otros gobernadores gastadores. Hoy se entiende un poco más qué significa responsabilidad fiscal, aunque falta resolver el problema en profundidad con un federalismo que deje a los obsoletos que aspiren al gobierno nacional, provincial o municipal, fuera de camino. En esta solución federal, convergen los intereses del pueblo peronista y del instrumental liberal. Faltan aún dirigentes de ambos orígenes que entiendan el total de este instrumental y que se capaciten para usarlo en conjunto.
Como lamentablemente son los dirigentes políticos los que marcan la agenda política y muy pocos de ellos los que comprenden en profundidad cómo ha sido la trayectoria política de nuestro pueblo, las explicaciones satisfactorias que los argentinos quisieran recibir no abundan. El radicalismo parece estar al alcance de todos, en su buscada y lograda medianía social-demócrata y republicana, siempre encantadora y seductora a la hora del caos. Son el peronismo y el liberalismo, como las dos posiciones agónicas de la política argentina, las corrientes que más se discuten y atacan, cuando no entre sí, y como casi siempre se generaliza, parece que continúa tratándose de dos bloques compactos y congelados en el tiempo, enemigos acérrimos condenados a exterminarse hasta que gane el “má mejor”, aquel que vuelva a darle al radicalismo su razón de lucha, ya que, si bien uno se fija, éste está siempre listo para pegarle a uno por totalitario y al otro, por culpable de infinita riqueza.
En estos días tristones de la Argentina, conviene entonces salir un poco al campo y buscar los brotes nuevos, que aún no se ven pero que harán historia en alguna próxima primavera. Mientras Duhalde, apoyado por un montón de industriales y hasta por algunos de la Mesa de Enlace, busca su espacio bajo el sol peronista proclamando a los cuatro vientos junto a su Ministro Lavagna que los Kirchner ahora son neoliberales, confirmando que no quiere disputar su título de dogmático con los Kirchner, ni poner en riesgo que alguien estudie su propia historia investigando su republicanismo institucional, los verdaderos peronistas liberales, los que siguieron a Menem y a Cavallo, recuerdan en público y en privado a los liberales, que hace ya más de dos décadas que comparten el espacio político, y que aún no tienen un partido que los una con todas las letras. Si hubiera justicia— justicia, justicia, justicia—alguien se ocuparía de abrir el PJ a todos, incluyendo al peronismo liberal, que quizá ganase las internas abiertas si el Congreso lograse una ley adecuada y no una hecha a medida de los Kirchner. Si no, puede hacerse un esfuerzo organizativo y económico descomunal – ¿por qué no? – y juntar todas las piezas sueltas del rompecabezas peronista liberal, sin nombre, ya que en realidad expresa a la totalidad de la Argentina menos el radicalismo y las pequeñas fracciones del Kirchnerismo y el Duhaldismo que sólo lucen grandes porque tienen el cerrojo del PJ y la caja cada día más chica del Estado. Se trata sólo de que alguien crea que esto es posible, porque ya fue posible y sólo se trata de volver a lo que sirvió, mejorándolo, perfeccionando la fusión y el instrumental.
Por lo tanto, mientras la revolución sin nombre late en el corazón de las gentes, y algunos recordamos la vieja doctrina y la vieja receta que hicieron una, a la Argentina socialmente justa, y la otra, rica (sí, hubiera sido lindo que Perón fuera liberal en su economía, pero en aquel momento los liberales eran, por odiosos motivos, enemigos de aquellos que Perón vino a levantar, y en una revolución, lo primero es lo primero), bueno sería que ahora las dos doctrinas se unieran en lo pragmático de lograr una Nación políticamente soberana, es decir, con sus instituciones políticas en correcto y autonómico funcionamiento para poder competir en el mundo.
Y qué decir de las cosas que unen a peronistas y liberales: el amor por las zapatillas y la cultura; la belleza en los techos de las casitas Eva Perón igualitas a las del country; el orgullo por lo que cada uno supo conseguir; la Patria con letra mayúscula, padre, madre, o la hija que veía con razón Marechal; el Ejército, a todos nos gustan los militares y queremos devolverles la buena prensa, al vigilante de la esquina también; en fin, esa Argentina medio campechana, inocente y pasándose de viva a veces; nosotros, peronistas y liberales, dados al odio y a los amores extremos, lo más espantoso de la Argentina y también lo mejor. Y después de tanto tiempo, y al fin de la telenovela, obligados al matrimonio político.
En los intervalos, vendrán los radicales de la mesura, del no positivo, el si negativo, ¿o era el si positivo y el no negativo? Eso. Muy necesarios para dejar respirar a la platea, después de un espectacular próximo capítulo en el cual los argentinos van a salir a decir, con todas las palabras, que lo que en realidad querían, era la unión de los dos mayúsculos protagonistas que enriquecieron la Nación y transformaron a la sociedad argentina en una colorida comunidad democrática capaz de hacer a una Nación grande, más grande aún.
Esa revolución que envuelve a las demás revoluciones y las ordena, llevó dos siglos, pero todavía no tiene un nombre que la identifique. El dirigente que la descubra, que la bautice. El pueblo ya puso lo suyo, y sigue poniendo su paciencia, esperando que alguien le cante la justa.