(Publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)
En estos días proclives a confundir lo superficial con lo esencial, conviene recordar que la Argentina continúa aún sumergida en la irresolución de su historia.
En términos políticos, a la revolución peronista liberal de los años 90 le sucedió una contrarrevolución, protagonizada por peronistas ortodoxos primero y de izquierda después. Al peronismo de los años 40-50 también le sucedió una contrarrevolución, protagonizada en aquella instancia, por conservadores liberales. Ambas contrarrevoluciones usaron el mismo modo de acallar el peronismo: suspender su actividad partidaria, por medio de la proscripción, en el primer caso, y por medio del bloqueo y usurpación del Partido Justicialista en el segundo. Del carácter antidemocrático de las dos revoluciones, impidiendo la libre expresión del pueblo peronista en su partido de filiación y pertenencia, surge el profundo carácter democrático del peronismo vivo y real, ese que hoy como ayer, permanece al margen de su institución natural, ese que hoy, como ayer, sabrá encontrar el camino para prevalecer.
En los años 40 y 50, contra viento y marea, y con métodos más bien totalitarios y prepotentes destinados a consolidar la democratización profunda del país (que llevaba casi un siglo de atraso en relación a los Estados Unidos, por ejemplo), el peronismo aseguró el acceso a su fracción de poder a los trabajadores y promovió los derechos civiles de acceso a la educación, vivienda y salud para toda la población. En los años 90, caracterizados por la revolución global en la economía y las comunicaciones, el peronismo aseguró la pertenencia de la Argentina al nuevo mundo emergente y el acceso de todos a la economía global y a la prosperidad. De esta nueva revolución, que modernizó a la Argentina y la colocó, mucho antes que Chile o Brasil, a la vanguardia de Latinoamérica (lo cual le valió su posición en el G20 por ejemplo), la contrarrevolución ortodoxo-izquierdista sólo ha querido retener sus fallas parciales y no sus logros.
Sus fallas parciales fueron: no instalar un seguro de desempleo y un programa de reconversión para trabajadores industriales; no federalizar por completo el país en el área fiscal de modo de evitar que deudas irresponsables arrastraran a la Nación; no respetar la Constitución, en nombre de ambiciones personales, y haber insistido en una reelección en vez de nombrar un delfín capaz de ganar la interna y continuar la tarea. Estas fallas de ejecución y de liderazgo no han sido suficientemente asimiladas por la población como las causas reales del fracaso parcial de los 90, entendido como fracaso en tanto no pudo perdurar como programa organizativo de la Argentina, aún con la yapa de la Rua- Cavallo, que no tuvo el suficiente poder como para completar el proceso. Este fracaso parcial, una parte que el peronismo ortodoxo y la izquierda peronista persisten en querer convertir en un todo --es decir, un fracaso total-- es lo que confunde a la mayoría de los argentinos, que tienen una gran dificultad para discriminar entre el bien y el mal en materia de organización económica, debido al sufrimiento colectivo que ese fracaso parcial trajo al conjunto de la población.
Por lo tanto, en estos días en que la izquierda peronista y el kirchnerismo están discutiendo tanto la sucesión de la conducción como la continuidad en la usurpación y control del Partido Justicialista, conviene no perder de vista que seguimos en el mismo punto: en el de la contrarrevolución peronista desde el poder y en la necesidad de una restauración de la revolución peronista de los 90. Como bien percibe el kirchnerismo, se trata de ellos o del liberalismo. Lo que no pueden comprender es hasta qué punto el peronismo real es hoy, liberal. Más aún, hasta dónde precisa serlo para reencauzar el país en un camino democrático y de progreso y prosperidad perdurables.
Quién conducirá la restauración liberal, desalojando al kirchnerismo del poder y de la usurpación del PJ, es el verdadero tema de discusión que anida en los infinitos editoriales políticos que no nos han dado respiro en estos días. La desaparición de una persona del centro de la escena política y su rápida sustitución por su equivalente, no alteran los términos de la discusión. La Argentina continuará en el error en la interpretación de su propia historia o, humildemente, dará la razón a quienes la tenían y retomará su camino.
Finalmente, la Argentina no tiene más enemigos que sus propias ficciones y autoengaños. Sólo habrá solución en la verdad y en el carácter que dirigentes y pueblo puedan tener para aceptarla y elegir su destino en base a ella.