Una de las picardías menos mencionadas de Milei, cuando
desde sectores antiperonistas se lo acusa de acarrear supuestos defectos
peronistas—autoritarismo, verticalismo, populismo—es la de haber registrado el
inmenso vacío de conducción dejado por el peronismo leal a la doctrina
peronista frente al arrasador y omnipotente kirchnerismo. Haciendo suya la
herencia de Menem-Cavallo, no disputada por ningún peronista, se alzó con los
votos suplementarios a los del PRO y llegó a la presidencia. Podría haberle
ganado Massa, si este se hubiera animado a aggiornar
al kirchnerismo y reivindicar una herencia que, con mucho más derecho, era
suya.
Ahora que al actual gobierno, que hace rato renunció a
cualquier herencia peronista vociferando contra la justicia social, se le puede
achacar el otro tradicional defecto del peronismo, revivificado y magnificado
por el kirchnerismo, la corrupción, conviene repasar qué es el peronismo leal. En
las antípodas del kirchnerismo, expresa un peronismo genuino, no corrupto, que
puede ayudar a lograr una verdadera transformación nacional.
El peronismo leal es, como siempre, el peronismo que
brega por la justicia social. Opuesto a cierto peronismo ortodoxo propulsor de
una continuidad estricta con las políticas del primer peronismo y al
kirchnerismo—una versión socialista que poco tiene que ver con la doctrina
peronista—el peronismo leal se esforzó por adaptar a esta a la nueva realidad
económica global con nuevos instrumentos. Carlos Menem lo comprendió bien, y la
economía liberal que implementó Cavallo quedó incorporada a la doctrina para
permitir un real crecimiento y modernización.
Faltaron nuevos instrumentos para asegurar una completa justicia
social y lograr un real federalismo, pero, otros prestigiosos y leales dirigentes
como José Manuel de la Sota, continuaron la reflexión sobre la doctrina y
ayudaron a modernizarla. Hoy el peronismo leal, además de sostener la necesidad
de una economía liberal, propone un seguro sindical de desempleo, una reforma
laboral que permita que todos los trabajadores hoy informales, puedan acceder a
sus derechos sin perjudicar el desenvolvimiento de las empresas, y una reforma
fiscal que dé una genuina autonomía y responsabilidad a las provincias para permitir
el máximo desarrollo nacional.
Finalmente, el peronismo leal, tras la enormidad de la
corrupción kirchnerista que manchó su nombre, tiene la obligación de defender
la transparencia y el rechazo absoluto a la financiación de la política a través
de coimas recibidas por proveedores del Estado. Mientras la práctica corrupta
continúa, el peronismo leal tiene en claro que, fuera de la codicia personal,
ya nada justifica que la política se financie con sobornos cuando hoy podría
hacerlo con donaciones privadas—personales o empresariales—al partido,
fundación u organización de su preferencia. Cuando el peronismo estaba
proscripto y no había otra forma de financiarse, el uso del Estado o de los
sindicatos era el único recurso: una ilegalidad generaba otra ilegalidad. Hoy
la libertad política es absoluta y la práctica corrupta es solo el camino corto
a la fortuna personal.
El movimiento Provincias Unidas, encabezado por el exgobernador
Schiaretti, un ejemplo de peronismo moderno y leal a la doctrina, y otros gobernadores,
junto a otras fuerzas de centro liberales, como Somos Buenos Aires, opuestas a
muchas de las prácticas de este gobierno, constituye hoy un refugio seguro para
el votante peronista leal.
El peronismo leal es el que está tan opuesto al mileísmo
como al kirchnerismo.
El que en un futuro cercano, antes de las próximas
elecciones presidenciales de 2027, deberá recuperar el instrumento electoral
perdido a manos del kirchnerismo, el hoy maltratado y usurpado PJ.
El que deberá, por fin, concluir la etapa institucional
anunciada por el General Perón antes de su muerte, con un Partido Justicialista
totalmente institucionalizado que permita la permanente actualización de
instrumentos de gestión para una efectiva justicia social y grandeza de la
Nación, y la emergencia automática y meritoria de los dirigentes más dotados y
representativos.
Cumplida esta etapa, los argentinos no peronistas no
deberán temer nunca más al peronismo y, por el contrario, podrán contarlo como
uno de los pilares más sólidos del sistema político.