martes, junio 28, 2005

CAVALLO O EL TEST DE LA MODERNIDAD


En los últimos dos años, el fantasma de Cavallo reapareció cada tanto en los medios, con la versión de que asesoraba en secreto al gobierno de Kirchner, que lucía así para su ventaja un poco más cerca de la modernidad en oposición a su padrino Duhalde, encarnación misma de las políticas más anticuadas e ineficientes. En el castillo encantado de la Argentina durmiente, se oía el atemorizante tintinear de las cadenas de la siempre fugaz aparición y mientras algunos llamaban al escándalo –no fuese el ex Ministro a retomar su batalla por la modernidad- otros suspiraban aliviados: después de todo, quizá Kirchner fuese como el Menem preelectoral, que parecía Facundo y después dio la sorpresa. Hoy el fantasma se disolvió en el aire y quedó en escena el hombre que fue primero el más admirado y luego el más odiado de la Argentina contemporánea: Domingo Cavallo.

El hombre real, en carne y hueso, quiere presentarse ante los electores porteños y ser su representante. No se sabe qué sábana va a arrastrar ahora, en este país con dedos y sin internas, pero en su caso ésto no tiene importancia. Estarán allí sus colaboradores más ese otro gran cuadro político que es su mujer Sonia y muchos jóvenes, que son los que tienen el olfato para reconocer la modernidad y la realidad tras las sombras y las fantasías de una sociedad envejecida, y los que lo han convocado otra vez a la lucha. Ellos intuyen que del Cavallo exitoso de los 90 al Cavallo derrotado de Diciembre de 2001, pasó algo más que un cambio de siglo y que su caída y la de su proyecto fue también la de los argentinos. Sostenerlo o empujarlo: una prueba de carácter con las que el destino tienta a los pueblos en las horas difíciles y que los argentinos, en aquellos duros días del 2001, no pasamos.

Se puede contar a Cavallo como el hombre que, con el éxito de la convertibilidad de los 90, fue llamado a salvar el indeciso y débil gobierno de Fernando de la Rua, y fracasó, con una última medida fatal, el famoso corralito en el cual los argentinos se sintieron encerrados y sin salida. Pero también, con más realismo y madurez, se puede hacer el relato de una lucha desigual entre él y los que comprendían las reglas de la modernidad, y los que no entendían en absoluto los términos de la batalla que se estaba librando. En este relato, el corralito, lejos de ser una cárcel, era el arma de la liberación: se trataba de mantener, en forma temporaria, los dólares dentro de la circulación bancaria, sin expropiarlos, y para evitar que pudieran fugarse del país y perjudicar la convertibilidad, como los millones de dólares fugados antes del corralito por la falta de confianza de los argentinos en que la historia del país en vías de modernización terminase bien. Si los argentinos, en vez de escuchar la voz de los enemigos de la modernidad – que en ese momento eran enemigos de la convertibilidad, piedra fundamental de la estabilidad - hubiesen creído en Cavallo y tolerado el corralito como un mal menor o como lo que era, el episodio de una batalla entre antiguos y modernos, se hubiesen evitado y evitado al país el desfalco y la estafa que significaron el golpe de estado institucional, el corralón devaluador y expropiador y el retroceso a las políticas más inadecuadas e ineficientes para el país. Cavallo no fracasó solo, como sostienen los que lo han transformado en estos años en un chivo emisario. Fracasó también porque los argentinos no creyeron en sus propias fuerzas ni en la fortaleza y potencial de un pueblo cuando está en claro acerca de lo que quiere para sí mismo. Cavallo fue primero, en el imaginario colectivo de los argentinos descomprometidos, el mago que todo lo podía, y luego el cruel político que mató a la Argentina. En el gran jardín de infantes, María Elena Walsh dixit, hay siempre mucha emoción y poca cabeza y sería bueno en las próximas elecciones pasar, por lo menos, a primer grado y hacerse responsable por lo que se elige. La candidatura de Cavallo es el test colectivo de comprensión de la modernidad.

En estos días, la primera crítica absurda que su regreso a la política recibió provino de los que se creía, hasta media hora antes, eran sus compañeros de ruta, cuando la versión de una conspiración de Cavallo con el gobierno para derrotar a la incipiente coalición de centro derecha tomó la primera plana de los diarios. ¿Cómo vendría él a restar y no a sumar? La modernidad tiene ya suficientes enemigos como para que él, que fue el gran introductor de la modernidad en las relaciones exteriores, la economía y la administración pública, volviese para atacarla o a atacar a los pocos hombres públicos que la defienden. Una nueva interpretación interesada que vuelve a movilizar fantasmas en vez de apoyarse en realidades. La realidad es que en listas complementarias, juntas o separadas, Ricardo López Murphy, Mauricio Macri, Jorge Sobisch y Domingo Cavallo van a defender la misma idea de país. Importa poco que los votos se repartan, y que algunos piensen más que en la elección de diputados o senadores, en la presidencial del 2007. En la vidriera de la ciudad de Buenos Aires, importa que la modernidad gane – y es mejor que Elisa Carrió tenga más votos que Bielsa – y que gane de verdad – con los votos sumados de Macri, Cavallo y candidatos menos relevantes, como Patricia Bullrich, superando a los votos sumados de Carrió y Bielsa. Se eligen diputados y senadores y esto simplifica los términos de la batalla: se trata de que en las cámaras la modernidad tenga suficientes representantes como para reencauzar la Argentina. No importan las carreras personales, que encontrarán su escenario de competencia en el 2007, sino el destino del país. Hay que alegrarse de tener muchos calificadísimos políticos que defiendan las ideas correctas, que tengan experiencia y que sean aptos para el trabajo en los grandes equipos que va a precisar el país para ponerse otra vez en la órbita adecuada.

En octubre se vota por una idea de país moderno: una economía abierta, en igualdad de condiciones competitivas con el mundo libre, una administración nacional moderna y federalista y una inserción continental que acepte y use, en beneficio de la Argentina, el liderazgo de los Estados Unidos. La ventaja de Cavallo es que no tiene que demostrar quién es ni qué ideas defiende: todos saben que ha sido el principal promotor del país moderno y el artesano laborioso de su construcción. Para que el odio se transforme otra vez en el amor del pasado, sólo habrá que trabajar para que los argentinos que, sabiéndolo o no, anhelan la modernidad, tomen la decisión de defenderla y de elegir en consecuencia a sus representantes .

Las elecciones de octubre expresan un nuevo test colectivo: a favor o en contra de la modernidad. Que en estos días los medios y el público en general se presten a revisar o no su idea de Cavallo, dará una pista acerca de cuán cerca o cuán lejos estamos, como país, de un proyecto moderno.