miércoles, junio 22, 2005

EL VACÍO Y LA APATÍA

En las elecciones de Octubre de 2005, no se eligen ni Presidente ni gobernadores. Que sólo estén en cuestión diputados y senadores, no parece conmover a la adormecida ciudadanía, dedicada más a sostener su vida privada que la decepcionante vida pública. El gobierno, que pretende hacer de la elección una campaña de apoyo al Presidente, y algunos candidatos que parecen agotados antes de salir a competir, animan sin entusiasmo la escena política. Entre el vacío de dirigentes carismáticos y la apatía de un pueblo golpeado por tantos fracasos y desilusionado hasta de sí mismo, se percibe sin embargo la huella del futuro, como siempre sigiloso y burlón amigo de las sorpresas.

No es que la Argentina fracasó en su proceso de modernización de los noventa y ahora cayó en la realidad de su propia mediocridad y nada puede hacer al respecto. La Argentina fracasó, más bien, en su información acerca de la realidad, de sí misma y del mundo. La Argentina siempre fue el resultado de la construcción de un pueblo inseguro y dubitativo, si no en el objetivo de construcción de una gran nación, sí en el conocimiento y sostén de la metodología para lograr ese objetivo. Desde el siglo XIX a la última década del siglo XX, la frustración de los argentinos nace en la falta de carácter para adoptar y sostener una metodología nacional eficiente. A comienzos del siglo XXI, la estrategia de consolidación y crecimiento aceptada durante más de diez años fue, una vez más, súbitamente cambiada y reemplazada por la opuesta. Lo que se disfrazó de un gesto adaptativo, fue sólo una actuación más de la misma neurosis colectiva: la búsqueda de la metodología fácil o la ilusión del atajo. Si el camino a la gran Nación luce largo y difícil, seguramente se trata del equivocado. Cambiar de camino y poner la esperanza en el nuevo y reluciente sendero, mejoró los ánimos colectivos durante un tiempo, hasta que la falta de resultados ciertos y un cierto vislumbre de que el pasado despreciado fue mejor, sumergen al pueblo inmaduro en esta apatía ya tradicional, posterior a las desilusiones políticas. Los actuales gobernantes, por otra parte, cumplen con su rol complementario y navegan en ese vacío de ideas que ya parece una impronta de la Argentina del último lustro, un vacío menos peligroso que lo demasiado lleno de un mundo del cual no comprenden las reglas.

No importa si esta vez no se puede elegir un líder con un gran proyecto de país que entusiasme otra vez o a gobernadores que puedan hacer el milagro, por lo menos, en sus provincias. Se puede elegir con conciencia y sin inocencia, diputados y senadores que pongan sobre la mesa ideas claras y, sobre todo, un dibujo prolijo del futuro al cual aspiran. Esto no es poco.

No se trata de una elección menor. Recordar como ejemplo la elección de Octubre de 2001, la del ausentismo casi masivo, que puso a Duhalde como senador y le dio una gran mayoría en la Cámara de Diputados. En aquella ocasión, grandes sectores de población, la clase media en particular, no se presentaron a votar porque ningún candidato estaba a la altura, sin advertir que no elegir, es elegir. Dos meses después, se sufría el golpe constitucional que engendró a Duhalde como Presidente. Y así el país, que luchaba desde hacía más de una década para ingresar en la modernidad, fue asesinado de un certero tiro en su sistema monetario y financiero. Un jaque mate que comenzó en una elección aparentemente menor y desdeñable.

Esta elección sin grandes partidos, con pocas internas y con las mismas listas sábanas de siempre, ofrece, sin embargo, una novedad: esta vez son decenas de pequeños partidos con un primer candidato decidido a pelear por sí mismo y a olvidarse de ocupar un cómodo lugar en una lista elegida a dedo por un amigo con más poder. Una elección donde las fuerzas que apuntalan al proyecto de la modernidad están dispersas y requieren ser unidas en el imaginario de los votantes. Hay una Argentina moderna posible y se la va a ganar en dos elecciones: en ésta de octubre y en la presidencial del 2007. La más importante es la próxima porque ofrece la ocasión de retomar el camino abandonado de la Argentina moderna. Moderna en su administración y en su economía, moderna en su concepción de la cultura y moderna en su visión del mundo y en su rol dentro de él. Hay que plantar en las dos cámaras diputados y senadores que defiendan esta visión y sostengan la metodología adecuada.

Octubre, más que una elección, expresa una gran interna abierta en la cual cada voto va a contar y en la cual conviene saber qué proyecto de país se quiere apoyar. Será, para los argentinos, la ocasión de dejar la apatía, para acelerar el futuro, y de llenar el vacío, para recuperar el sentido de una Argentina bella y ordenada. La patria soñada y la patria merecida, aunque haya algunos que persistan en creer que sólo merecemos el infierno.