Hay demasiados personajes en el Gobierno y fuera de él ofreciendo reinterpretaciones del peronismo con el objetivo de apoderarse de algo que se percibe como una herencia valiosa siempre mejor en manos propias que en las ajenas. Un valor simbólico que, sin embargo y bien mirado, se asienta hoy sobre personas reales con poder territorial más que sobre un aparato político conservado a través del tiempo, personas preocupadas en conservar ese poder personal más que en servir a los intereses del pueblo y de la Nación. Y, justamente, esto es lo que hace toda la diferencia entre aquellos peronistas que se creen herederos de una tradición que debería expresarse convenientemente en una institución que la continuase en el tiempo y aquellos pseudo-peronistas que sólo quieren aprovecharse de la “marca”, como logo apto para competir electoralmente con las ventajas populares y masivas adquiridas a través de un tiempo histórico preciso.
Para seguir el rastro del peronismo, el baqueano aficionado se fija primero en esta sustancial diferencia que delimita campos e identifica aquellos que hoy toman la herencia peronista como una tradición a continuar, adaptando lo instrumental de la doctrina al presente, respetando conservadoramente la historia y, sobre todo, reconociendo la revolución justicialista como una revolución terminada, hoy patrimonio de todo el pueblo argentino, y entendiendo cabalmente la etapa plenamente institucional de ésta. Es el reconocimiento o no de la etapa institucional de la tradición, lo que hoy divide, no sólo al peronismo sino a la Nación. Esta etapa está hoy perturbada por aquellos que no entienden el peronismo ni en el tiempo ni en la tradición. Estos últimos, hoy en un gobierno elegido –aparentemente—por una gran mayoría de argentinos, son los que mantienen congelado y apartado de las reglas democráticas de representación el Partido Justicialista, que debería ser justamente el depositario de una tradición y que hoy es sólo un instrumento al servicio de intereses personales o ideológicos que poco tienen que ver con la tradición que en tanto “marca” pretenden representar. Se distinguen además por persistir en vender a una juventud muy alejada ya generacionalmente del peronismo germinal, la idea de una revolución inconclusa en vez de enlazarlos con corrección en el devenir histórico real en el tiempo del peronismo. Un peronismo que hace ya un buen tiempo viene llamando a institucionalizar una revolución terminada hace tiempo y que no puede concluir con felicidad esa etapa por falta de claridad conceptual y habilidad política de sus dirigentes.
El renacer de un cierto odio gorila hacia el peronismo se explica por esta doble cara que el peronismo muestra: la del odio renovado en una supuesta revolución que poco tiene, además, en común con la original, creando un nuevo juego de enfrentamiento entre los “unos” del gobierno y los “otros” de la oposición, y la otra cara, institucionalista y asimilada a la totalidad del pueblo argentino que hoy no tiene ni liderazgo ni poder institucional dentro del partido.
Importa poco que la “marca” sea usada por tecnócratas “blancos” o por sindicalistas “negros”; en tanto el peronismo sea una “marca” al servicio de la corrupción o de los negocios o el poder personales, no será ni peronismo ni fiel a su tradición de lealtad a los intereses de la Nación y de los argentinos. Hoy, en quien se define peronista, lo que importa es la conciencia de la tradición proyectada a lo institucional y a la totalidad del pueblo argentino, entendido como una unidad nacional justamente integrada por aquella revolución peronista.
El rastro peronista orienta allí donde hoy se origina la confusión acerca de la continuidad histórica de los argentinos y esclarece acerca de las características y posibilidades de esta continuidad. No sólo describe un camino político, basado en la recuperación de una tradición dentro de una institución, pero se pronuncia por un instrumental moderno y renovado a la vez que fiel a la doctrina, en todas las áreas políticas, desde la economía a las relaciones exteriores.
Como este peronismo tradicional lanzado a la recuperación de su institucionalidad es patrimonio de todos los argentinos, no hace diferencias en cuanto a la pertenencia histórica de sus integrantes, como hace un par de décadas, sino que incluye y aglutina a todos aquellos sectores que se identifican ya con su historia, ya con su permanente vocación de real servicio al pueblo argentino a través de un instrumental renovado. El peronismo tradicional institucionalista, heredero de las revueltas generaciones de antaño, hoy es la expresión más amplia y cabal de la totalidad del pueblo argentino.
El gran problema político de la Argentina es que los argentinos, y en especial los más jóvenes, ignoran esto porque, sin representación institucional ni liderazgo, y abrumados por la historia falsa de la “marca” usurpada, no podrían saberlo. Apenas intuir lo real dentro de lo invisible, esta persistente sensación de que debe haber algo mejor, más fiel a nuestra imagen; algo que no sólo se desea sino que se cree debe estar en alguna parte, madurando, esperando su momento. Ya no esa revolución inconclusa, sino esa tradición inconclusa que no encontró aún ni su adecuado liderazgo ni reconquistó su representación institucional.
martes, diciembre 20, 2011
martes, diciembre 13, 2011
DECEPCIÓN Y ABURRIMIENTO
¿Qué otras palabras pueden aplicarse al curso actual de la política argentina sino éstas? No se trata ya del desgastado conjunto de ignorantes que ha reasumido en bloque un segundo mandato, como si lo que los caracterizara fuera el éxito y no la deplorable cantidad de tierra barrida bajo la alfombra, sino la opacidad de la oposición. Lo que más decepciona, a esta altura, es la persistente falta de valentía para reivindicar el camino emprendido en los años noventa, y lo que aburre hasta la desesperación es que los opositores que hasta ayer no más reivindicaban una economía capitalista de libre mercado y un firme compromiso con el desarrollo de políticas continentales y globales en esa dirección, hoy parecen contagiados por las dificultades que esa posición enfrenta en el mundo, dudan de sí mismos y se resisten a jugar una opinión, transformándose así en un nuevo tipo de ignorantes ante una opinión pública tan confundida como ellos.
Como en tantas épocas argentinas del pasado, la falta de procesamiento adecuado de lo que sucede en el mundo en relación al desarrollo local obliga al país a marchar con retraso. Es lo esperable en un gobierno menos que mediocre y aferrado a ideologismos que le impiden incluso actuar para preservar su propia supervivencia, pero no es lo deseable en una oposición digna de ese nombre, en particular esa fracción del peronismo que hizo del liberalismo su mejor instrumento para encarar una economía auténticamente popular. La tibieza política de un de la Sota, entregando innecesariamente diputados que va a precisar a la hora de votar reales medidas federales, de un Scioli eternamente complaciente, o de un Menem que, perdido entre tantos aún vigentes casos de corrupción, cede su independencia cuando lo único que le quedaba para salvarse ante la historia era la tenaz defensa de sus acertadas políticas. Magro consuelo para ese peronismo que no consigue conformar un liderazgo decidido frente al hipócrita pseudo-peronismo gubernamental, es el ofrecido por Mauricio Macri, cuando con toda razón, recupera la iniciativa de las reformas de la administración argentina, declarando su intención de modernizar el Estado porteño.
No está ni en los genes ni en el destino del peronismo ser ocupado por una fuerza ideologista y básicamente anti-peronista, desde su ya característico desprecio por “el Viejo,” su permanente reivindicación del mediocrísimo “Tío”, y su marketing juvenil que poco tiene que ver con instruir a la juventud acerca de lo que Perón esperaba de aquella juventud maravillosa que los viejos de hoy creen aún encarnar, y también de las maravillosas juventudes del futuro, a las cuales seguramente esperaba dejarle líderes más fieles. Tal vez Mauricio Macri se pro-peronice, entendiendo el lugar histórico reservado a aquellos que quieren el bien de la Argentina dentro de un contexto en el cual el peronismo histórico aún no dijo la última palabra. La idea de un bipartidismo con un Partido Justicialista transformado en el partido de la izquierda populista y un PRO representando la derecha popular, en la cual el PRO ganará, suena un tanto voluntarista. Esa futura victoria se presenta difícil, en tanto los ocupantes actuales del PJ controlen los hilos electorales ---las pruebas a la vista--- y en tanto el PRO no entre en la arena peronista de la única competencia electoral que persiste en ser eludida dentro del mismo peronismo: la competencia por la mayoría trabajadora de los argentinos demostrando que sólo una política económica liberal, federal y descentralizada, brindará estabilidad y crecimiento permanentes.
Acabamos de salir de una elección que significó permanecer sin cambios. También de una elección donde el liderazgo del proyecto opuesto al dominante quedó vacante. ¿Serán las próximas elecciones más representativas de la lucha real que la Argentina precisa aún revelar ante propios y ajenos? ¿Habrá algún valiente que salte al ruedo, levante la alfombra, muestre la basura y traiga además consigo la aspiradora para limpiar la mala política? Sería muy bonito terminar uno de estos días con tantos años de mentiras, falsedades y usurpaciones diversas de la realidad. Ya que es fin de año, brindemos por que este deseo comience a cumplirse y emerja como un sol prometedor en esta hora de angustia y bostezos. Con el grito más alegre y entusiasta de nuestro himno: ¡Salud!
Como en tantas épocas argentinas del pasado, la falta de procesamiento adecuado de lo que sucede en el mundo en relación al desarrollo local obliga al país a marchar con retraso. Es lo esperable en un gobierno menos que mediocre y aferrado a ideologismos que le impiden incluso actuar para preservar su propia supervivencia, pero no es lo deseable en una oposición digna de ese nombre, en particular esa fracción del peronismo que hizo del liberalismo su mejor instrumento para encarar una economía auténticamente popular. La tibieza política de un de la Sota, entregando innecesariamente diputados que va a precisar a la hora de votar reales medidas federales, de un Scioli eternamente complaciente, o de un Menem que, perdido entre tantos aún vigentes casos de corrupción, cede su independencia cuando lo único que le quedaba para salvarse ante la historia era la tenaz defensa de sus acertadas políticas. Magro consuelo para ese peronismo que no consigue conformar un liderazgo decidido frente al hipócrita pseudo-peronismo gubernamental, es el ofrecido por Mauricio Macri, cuando con toda razón, recupera la iniciativa de las reformas de la administración argentina, declarando su intención de modernizar el Estado porteño.
No está ni en los genes ni en el destino del peronismo ser ocupado por una fuerza ideologista y básicamente anti-peronista, desde su ya característico desprecio por “el Viejo,” su permanente reivindicación del mediocrísimo “Tío”, y su marketing juvenil que poco tiene que ver con instruir a la juventud acerca de lo que Perón esperaba de aquella juventud maravillosa que los viejos de hoy creen aún encarnar, y también de las maravillosas juventudes del futuro, a las cuales seguramente esperaba dejarle líderes más fieles. Tal vez Mauricio Macri se pro-peronice, entendiendo el lugar histórico reservado a aquellos que quieren el bien de la Argentina dentro de un contexto en el cual el peronismo histórico aún no dijo la última palabra. La idea de un bipartidismo con un Partido Justicialista transformado en el partido de la izquierda populista y un PRO representando la derecha popular, en la cual el PRO ganará, suena un tanto voluntarista. Esa futura victoria se presenta difícil, en tanto los ocupantes actuales del PJ controlen los hilos electorales ---las pruebas a la vista--- y en tanto el PRO no entre en la arena peronista de la única competencia electoral que persiste en ser eludida dentro del mismo peronismo: la competencia por la mayoría trabajadora de los argentinos demostrando que sólo una política económica liberal, federal y descentralizada, brindará estabilidad y crecimiento permanentes.
Acabamos de salir de una elección que significó permanecer sin cambios. También de una elección donde el liderazgo del proyecto opuesto al dominante quedó vacante. ¿Serán las próximas elecciones más representativas de la lucha real que la Argentina precisa aún revelar ante propios y ajenos? ¿Habrá algún valiente que salte al ruedo, levante la alfombra, muestre la basura y traiga además consigo la aspiradora para limpiar la mala política? Sería muy bonito terminar uno de estos días con tantos años de mentiras, falsedades y usurpaciones diversas de la realidad. Ya que es fin de año, brindemos por que este deseo comience a cumplirse y emerja como un sol prometedor en esta hora de angustia y bostezos. Con el grito más alegre y entusiasta de nuestro himno: ¡Salud!
domingo, noviembre 13, 2011
DE ESPERANZAS, ALUCINACIONES Y MILAGROS
La súbita esperanza, hoy encarnada en la voz de muchos periodistas antes opositores y en aquella parte de la opinión pública opositora al oficialismo aún confundida por el revés electoral, de que este gobierno en su tercera versión cambie el rumbo económico de la Argentina y su inserción internacional a partir de diciembre tiene fundamentos muy frágiles.
Pensar que la realidad tiene sus leyes y que la realidad va a doblegar finalmente a la ignorancia y a los ideologismos resulta un poco ingenuo a la luz de lo que ha sido la última década argentina en materia de decisiones políticas. Siempre hay una vía de escape para no hacer lo que hay que hacer y, desde Menem y Cavallo, nadie se atrevió aún a profundizar el cambio macroeconómico necesario para el progreso real de la Argentina y a reafirmar los lazos internacionales dentro de su mejor interés. Imaginar que este gobierno por asumir pueda siquiera avanzar en la senda de algunas de las reformas pendientes es soñar despierto. ¡Ojalá lo hicieran! Nos evitaríamos cuatro años más de desazón y encontraríamos el camino perdido a fines del 2001.
Como soñar no cuesta nada más que el riesgo de seguir dormidos, recordamos a modo de despertador cómo debería expresar el cambio el nuevo gobierno para convencernos de que ya no son ellos, sino nosotros.
1) Una integración al total del continente americano –con Estados Unidos y Canadá incluidos- para permitir un despliegue de la Argentina acorde a sus posibilidades de liderazgo de la América Hispánica, creciendo así por encima de su posición actual de segundona de Brasil, cuando no de Cuba y Venezuela, en su voluntaria y errada reclusión en América del Sur.
2) Adhesión total a los principios de libertad económica, tanto en el mercado interno como en el externo, minimizando la intervención del Estado en la economía privada.
3) Reorganización fiscal del país en un esquema totalmente federal y que abandone el centralismo como modelo de avasallamiento y control de las provincias.
4) Reorganización y refinanciación de las fuerzas armadas y de seguridad, con restitución a sus integrantes del orgullo y razón de ser nacional.
5) Reorganización y refinanciación del Poder Judicial.
Es posible que asistamos a un refulgir de vistosas luces de artificio sobre el escenario orientándonos a creer que éste es el cambio que viene. Una reunión con el Presidente de los Estados Unidos por aquí, una audaz reformita por allá, no alcanzarán sin embargo esta vez para sacar un conejo de la galera. La magia se rige por leyes tan duras como las de la realidad y es cualquier cosa menos mágica.
También están los milagros, que las recientes sonrisitas a la Iglesia Católica legitimarían a esperar, pero de esos se ocupa Dios y suceden sólo cuando a Él le parece.
Podemos rezar, eso sí.
Pensar que la realidad tiene sus leyes y que la realidad va a doblegar finalmente a la ignorancia y a los ideologismos resulta un poco ingenuo a la luz de lo que ha sido la última década argentina en materia de decisiones políticas. Siempre hay una vía de escape para no hacer lo que hay que hacer y, desde Menem y Cavallo, nadie se atrevió aún a profundizar el cambio macroeconómico necesario para el progreso real de la Argentina y a reafirmar los lazos internacionales dentro de su mejor interés. Imaginar que este gobierno por asumir pueda siquiera avanzar en la senda de algunas de las reformas pendientes es soñar despierto. ¡Ojalá lo hicieran! Nos evitaríamos cuatro años más de desazón y encontraríamos el camino perdido a fines del 2001.
Como soñar no cuesta nada más que el riesgo de seguir dormidos, recordamos a modo de despertador cómo debería expresar el cambio el nuevo gobierno para convencernos de que ya no son ellos, sino nosotros.
1) Una integración al total del continente americano –con Estados Unidos y Canadá incluidos- para permitir un despliegue de la Argentina acorde a sus posibilidades de liderazgo de la América Hispánica, creciendo así por encima de su posición actual de segundona de Brasil, cuando no de Cuba y Venezuela, en su voluntaria y errada reclusión en América del Sur.
2) Adhesión total a los principios de libertad económica, tanto en el mercado interno como en el externo, minimizando la intervención del Estado en la economía privada.
3) Reorganización fiscal del país en un esquema totalmente federal y que abandone el centralismo como modelo de avasallamiento y control de las provincias.
4) Reorganización y refinanciación de las fuerzas armadas y de seguridad, con restitución a sus integrantes del orgullo y razón de ser nacional.
5) Reorganización y refinanciación del Poder Judicial.
Es posible que asistamos a un refulgir de vistosas luces de artificio sobre el escenario orientándonos a creer que éste es el cambio que viene. Una reunión con el Presidente de los Estados Unidos por aquí, una audaz reformita por allá, no alcanzarán sin embargo esta vez para sacar un conejo de la galera. La magia se rige por leyes tan duras como las de la realidad y es cualquier cosa menos mágica.
También están los milagros, que las recientes sonrisitas a la Iglesia Católica legitimarían a esperar, pero de esos se ocupa Dios y suceden sólo cuando a Él le parece.
Podemos rezar, eso sí.
lunes, octubre 24, 2011
LA CONVALIDACIÓN DEL ERROR O LA NUEVA LUCHA
Las falsas y fraudulentas internas de agosto consiguieron instalar la idea de una inesperada aprobación popular al oficialismo y las elecciones de ayer, con una oposición diezmada, confusa y derrotada de antemano, confirmaron la aprobación de una contundente mayoría. Un 54% de argentinos convalidó a este gobierno y sólo un 46% se declaró disconforme y, aún en la pobreza de la oferta opositora, prefirió valientemente a otros candidatos. Del 54% de aprobadores, aproximadamente un 30% conforma esa masa crítica guiada por su propia dependencia económica del Estado y un 10% se nutre de genuinos adherentes ideológicos a la socialdemocracia totalitaria y anti-norteamericana que expresa este gobierno. El restante 14% fue aportado por argentinos cautelosos, miedosos de perder alguna ventaja económica circunstancial y con mala conciencia en cuanto a la importancia de la legalidad, ya sea en las instituciones, las manipulaciones económicas o políticas de diverso tipo, y la corrupción. Ese 14% de argentinos de dudosa envergadura ciudadana y, seguramente, privada, no puede hacer perder de vista, a la hora de juzgar los resultados de estas elecciones que ese 14% definió en gran parte con su cobardía, una carencia aún más grave: la de un liderazgo opositor.
Faltó este liderazgo, no en el señalamiento de las fallas democráticas e institucionales –que fueron sistemáticamente denunciadas por toda la oposición- sino en la exposición ante la opinión pública de un modelo de país diametralmente opuesto al vigente en sus políticas exterior, económica, interior y de seguridad. Este modelo opuesto tuvo apenas una tibia representación en la figura de Alberto Rodríguez Sáa y representa hoy la tarea pendiente del conjunto de peronismo antikirchnerista, del PRO y de los partidos liberales menores que esta vez no se presentaron, ni siquiera como aliados, en la competencia.
El nuevo modelo consiste básicamente en cuatro ideas sencillas:
1) Una integración al total del continente americano –con Estados Unidos y Canadá incluidos- para permitir un despliegue de la Argentina acorde a sus posibilidades de liderazgo de la América Hispánica, creciendo así por encima de su posición actual de segundona de Brasil, cuando no de Cuba y Venezuela, en su voluntaria reclusión a América del Sur a la cual las recientes elecciones han vuelto a condenarla.
2) Una adhesión a los principios de libertad económica, tanto en el mercado interno como en el externo, minimizando la intervención del Estado en la economía privada, una intervención que estas elecciones han convalidado.
3) La reorganización fiscal del país en un esquema totalmente federal y que abandone el centralismo, al cual estas últimas elecciones han vuelto a confirmar como el modelo de avasallamiento y control de las provincias.
4) Una reorganización y restitución del orgullo y razón de ser nacional a las fuerzas armadas y seguridad, en lugar de un aliento a su permanente destrucción y autodestrucción en la búsqueda de supervivencia a través de negocios corruptos e ilegales, aliento que estas elecciones han aprobado, quizá por ciudadanos que no quieren saber demasiado acerca de estas cuestiones.
El trabajo que los aspirantes a líderes de este modelo opuesto deberán iniciar desde ahora es enorme. No sólo debe atender a ese 14% de acomodaticios capaz de dar vuelta una elección y de hundir con el peso de su miedo un país, sino a buena parte del 46% de la oposición, todavía no segura de cuales fueron los aciertos y los errores de los 90, cuales los severísimos errores económicos de este gobierno y cuál es la alianza internacional que nos conviene cultivar. Igualmente, deberán tener un plan consistente de inserción y educación para el 30% de los hoy subsidiados, que forme parte del mercado.
También convendrá que recuerden a los más jóvenes la verdadera historia del peronismo de los años 70, y decirles que, sí, que Perón siempre confió en los jóvenes de aquel momento para llevar adelante sus banderas pero que esos jóvenes no fueron sólo estos que hoy van a intentar gobernarnos según su particular modo de entender la historia, que no era el modo de Perón. Hubo otros, muchos jóvenes, hoy gente ya mayor, que bajo el liderazgo de Perón y sin discutir su autoridad, se entrenaron para buscar la verdad en la realidad y, después de él, continuar pensando en el qué y el cómo para colocar a la Argentina en el buen camino. De ellos será el futuro si son capaces de recuperar el PJ como la casa común, sin ceder ante el kirchnerismo fratricida.
Y sí, como ya muchos han advertido, terminada la elección, comenzó la batalla por el peronismo.
Faltó este liderazgo, no en el señalamiento de las fallas democráticas e institucionales –que fueron sistemáticamente denunciadas por toda la oposición- sino en la exposición ante la opinión pública de un modelo de país diametralmente opuesto al vigente en sus políticas exterior, económica, interior y de seguridad. Este modelo opuesto tuvo apenas una tibia representación en la figura de Alberto Rodríguez Sáa y representa hoy la tarea pendiente del conjunto de peronismo antikirchnerista, del PRO y de los partidos liberales menores que esta vez no se presentaron, ni siquiera como aliados, en la competencia.
El nuevo modelo consiste básicamente en cuatro ideas sencillas:
1) Una integración al total del continente americano –con Estados Unidos y Canadá incluidos- para permitir un despliegue de la Argentina acorde a sus posibilidades de liderazgo de la América Hispánica, creciendo así por encima de su posición actual de segundona de Brasil, cuando no de Cuba y Venezuela, en su voluntaria reclusión a América del Sur a la cual las recientes elecciones han vuelto a condenarla.
2) Una adhesión a los principios de libertad económica, tanto en el mercado interno como en el externo, minimizando la intervención del Estado en la economía privada, una intervención que estas elecciones han convalidado.
3) La reorganización fiscal del país en un esquema totalmente federal y que abandone el centralismo, al cual estas últimas elecciones han vuelto a confirmar como el modelo de avasallamiento y control de las provincias.
4) Una reorganización y restitución del orgullo y razón de ser nacional a las fuerzas armadas y seguridad, en lugar de un aliento a su permanente destrucción y autodestrucción en la búsqueda de supervivencia a través de negocios corruptos e ilegales, aliento que estas elecciones han aprobado, quizá por ciudadanos que no quieren saber demasiado acerca de estas cuestiones.
El trabajo que los aspirantes a líderes de este modelo opuesto deberán iniciar desde ahora es enorme. No sólo debe atender a ese 14% de acomodaticios capaz de dar vuelta una elección y de hundir con el peso de su miedo un país, sino a buena parte del 46% de la oposición, todavía no segura de cuales fueron los aciertos y los errores de los 90, cuales los severísimos errores económicos de este gobierno y cuál es la alianza internacional que nos conviene cultivar. Igualmente, deberán tener un plan consistente de inserción y educación para el 30% de los hoy subsidiados, que forme parte del mercado.
También convendrá que recuerden a los más jóvenes la verdadera historia del peronismo de los años 70, y decirles que, sí, que Perón siempre confió en los jóvenes de aquel momento para llevar adelante sus banderas pero que esos jóvenes no fueron sólo estos que hoy van a intentar gobernarnos según su particular modo de entender la historia, que no era el modo de Perón. Hubo otros, muchos jóvenes, hoy gente ya mayor, que bajo el liderazgo de Perón y sin discutir su autoridad, se entrenaron para buscar la verdad en la realidad y, después de él, continuar pensando en el qué y el cómo para colocar a la Argentina en el buen camino. De ellos será el futuro si son capaces de recuperar el PJ como la casa común, sin ceder ante el kirchnerismo fratricida.
Y sí, como ya muchos han advertido, terminada la elección, comenzó la batalla por el peronismo.
jueves, octubre 06, 2011
LA CLAUDICACIÓN DEL PERONISMO
El deterioro del peronismo, que aún no ha encontrado su nuevo líder de la modernidad democrática, ha sido visible desde los días finales de 2001, cuando buena parte de su dirigencia encabezada por Duhalde aportó al golpe institucional a de la Rua y cuando Rodríguez Sáa anunció en el Congreso y entre aplausos el no pago de la deuda externa. Continuó luego con la designación a dedo, por Duhalde, de Néstor Kirchner y la ocupación del Partido Justicialista por éste sin que la justicia pestañeara. Luego soportamos la consiguiente designación, también a dedo, de la actual presidenta, la cual, cuatro años más tarde, sin haber habilitado internas en el partido –siempre ocupado e inmovilizado de facto— volvió a transformarse en la única candidata, esa que ahora aparentemente los argentinos van a elegir otra vez.
Que el deterioro del peronismo encanta a todos aquellos que no han sido nunca peronistas, incluyendo al kirchnerismo que hoy se desvela haciendo un mausoleo a Kirchner cuando no supo acompañar con respeto los restos del General Perón en su traslado a San Vicente, no es una novedad. Tampoco que el proceso de cooptación y destrozo del PJ pertenece al proceso más vasto de destrucción y desguace de todos los partidos políticos, como si los argentinos no hubiéramos descubierto aún, después de treinta años de democracia, para qué sirven y prefiriéramos que alguien se haga cargo de nuestro destino, en vez de tomarlo en nuestras manos. En un régimen democrático, esas manos son los partidos políticos.
En las elecciones primarias generales del 14 de agosto faltó un dirigente: aquel peronista que se negase a participar en estas falsas internas, en protesta porque se le hubiere negado la posibilidad de participar en una interna en su propio partido, el Justicialista, aún hoy cerrado y en manos del kirchnerismo. Un dirigente que no claudique ante el avasallamiento gubernamental y que llame a organizar la etapa final institucional del peronismo con el más absoluto respeto por la libertad de afiliación y participación popular, necesarias para obtener representantes limpia y democráticamente elegidos.
Que después de las elecciones de Octubre, el kirchnerismo se robe también el legítimo discurso nacional del bipartidismo y lo haga suyo nada significará sin embargo en cuanto a la democracia y apertura del PJ. Las elecciones, si el kirchnerismo las ganase, podrían equivocadamente significar también un título de posesión sobre el PJ, un partido de poderosa tradición y proyección nacional. Sería así, irónicamente, reivindicado ahora por aquellos a quienes Perón designó explícitamente como sus NO HEREDEROS. Bueno es recordar que la expulsión del peronismo se debió a la explícita negativa de aquellos jóvenes a obedecer no sólo a Perón sino a la ley, en una actitud que continúa, hoy como entonces, en contra de los más profundos y verdaderos intereses del pueblo.
Mucho se ha robado en esta Argentina de la democracia, igualando en niveles de delincuencia a la dictadura militar, como si los argentinos, asaltados impunemente por los gobernantes, tuviéramos que elegir siempre entre la bolsa o la vida. En la lista de las muchas cosas robadas, estarán también las próximas elecciones, al no haberse permitido la previa correcta selección de candidatos por sus mandantes, en el igualmente robado PJ, el mayor partido de la Argentina, hoy un fantasma institucional, sin afiliados que elijan ni dirigentes que propongan.
Queda el Partido Radical, el cual, aunque también en un proceso de reorganización todavía disfuncional, puede muy bien servir en esta instancia para marcar y recuperar un principio de orden legítimo en el necesario bipartidismo.
Habiendo una opción, ¿por qué votar a quien usurpa partido y elecciones para apoderarse del Estado y, a través de él, continuar controlando a todos los argentinos?
El himno argentino grita tres veces “¡Libertad!” Esperemos que las urnas canten también.
Que el deterioro del peronismo encanta a todos aquellos que no han sido nunca peronistas, incluyendo al kirchnerismo que hoy se desvela haciendo un mausoleo a Kirchner cuando no supo acompañar con respeto los restos del General Perón en su traslado a San Vicente, no es una novedad. Tampoco que el proceso de cooptación y destrozo del PJ pertenece al proceso más vasto de destrucción y desguace de todos los partidos políticos, como si los argentinos no hubiéramos descubierto aún, después de treinta años de democracia, para qué sirven y prefiriéramos que alguien se haga cargo de nuestro destino, en vez de tomarlo en nuestras manos. En un régimen democrático, esas manos son los partidos políticos.
En las elecciones primarias generales del 14 de agosto faltó un dirigente: aquel peronista que se negase a participar en estas falsas internas, en protesta porque se le hubiere negado la posibilidad de participar en una interna en su propio partido, el Justicialista, aún hoy cerrado y en manos del kirchnerismo. Un dirigente que no claudique ante el avasallamiento gubernamental y que llame a organizar la etapa final institucional del peronismo con el más absoluto respeto por la libertad de afiliación y participación popular, necesarias para obtener representantes limpia y democráticamente elegidos.
Que después de las elecciones de Octubre, el kirchnerismo se robe también el legítimo discurso nacional del bipartidismo y lo haga suyo nada significará sin embargo en cuanto a la democracia y apertura del PJ. Las elecciones, si el kirchnerismo las ganase, podrían equivocadamente significar también un título de posesión sobre el PJ, un partido de poderosa tradición y proyección nacional. Sería así, irónicamente, reivindicado ahora por aquellos a quienes Perón designó explícitamente como sus NO HEREDEROS. Bueno es recordar que la expulsión del peronismo se debió a la explícita negativa de aquellos jóvenes a obedecer no sólo a Perón sino a la ley, en una actitud que continúa, hoy como entonces, en contra de los más profundos y verdaderos intereses del pueblo.
Mucho se ha robado en esta Argentina de la democracia, igualando en niveles de delincuencia a la dictadura militar, como si los argentinos, asaltados impunemente por los gobernantes, tuviéramos que elegir siempre entre la bolsa o la vida. En la lista de las muchas cosas robadas, estarán también las próximas elecciones, al no haberse permitido la previa correcta selección de candidatos por sus mandantes, en el igualmente robado PJ, el mayor partido de la Argentina, hoy un fantasma institucional, sin afiliados que elijan ni dirigentes que propongan.
Queda el Partido Radical, el cual, aunque también en un proceso de reorganización todavía disfuncional, puede muy bien servir en esta instancia para marcar y recuperar un principio de orden legítimo en el necesario bipartidismo.
Habiendo una opción, ¿por qué votar a quien usurpa partido y elecciones para apoderarse del Estado y, a través de él, continuar controlando a todos los argentinos?
El himno argentino grita tres veces “¡Libertad!” Esperemos que las urnas canten también.
lunes, septiembre 12, 2011
LA VOZ DE LA DECENCIA
Una amplia mayoría de argentinos parece haberse sumergido en una apatía generalizada y, sea cuales fueren sus preferencias electorales, da por descontado un triunfo del oficialismo. Las comprobadas denuncias de fraude y estafa a la población por la manipulación de votos en las falsas elecciones primarias de agosto no parecen haber sido un dato suficiente como para despertar la indignación y han sido más bien consideradas como el lloriqueo de los perdedores. La bajada de brazos colectiva ante lo que se cree inevitable y ese fatalismo que los argentinos adoramos cuando regocijarnos en nuestra miseria resulta más cómodo que buscar la vuelta para mejorar las cosas, ciegan también a la dirigencia opositora. Desde la prematura deserción de Carrió tras un resultado ridículo para su potencial que debería, al menos, haber recibido el beneficio de la duda, hasta la falta de agresión de Alfonsín y el radicalismo todo ante lo que era un evidente atropello institucional por parte de un Ministerio del Interior juez y parte (al cual se le permitió erróneamente el control de las urnas) y la tardía y pronto acallada reacción de Duhalde, todo jugó a favor de convalidar de un modo u otro en la opinión pública los resultados exhibidos por el gobierno.
Sin embargo, no todo está perdido para octubre. La elección verdadera aún no se ha realizado y, sin bien es cierto que agosto puede repetirse en todos sus detalles, también es cierto que todo puede cambiar con que uno, sólo uno de los candidatos presidenciales levante la voz con el tono justo y haga oír la voz de esa decencia que aún vive en el corazón de los argentinos, como una aspiración, pero también como un deber hacia sí mismos y hacia la Nación, entendida como una comunidad de individuos embarcados en un destino común.
Se puede callar o se puede insistir en el valor de la verdad. No sólo la verdad acerca de un resultado electoral, en el cual no es lo mismo estafar a la comunidad con la idea de una victoria contundente e irreversible de un 51% que dar los más probables números correctos alrededor de un 40% en las cuales cabe, si no una victoria opositora en primera vuelta, la posibilidad de un ballotage. También la verdad de que a los argentinos no nos conviene de ningún modo la continuidad del oficialismo si queremos recuperar la verdad en la economía, hoy totalmente distorsionada a pesar de su apariencia de éxito. También la verdad de que precisamos muchas, muchísimas inversiones en crecimiento genuino y que ningún inversor va a invertir a largo plazo en condiciones de corrupción gubernamental generalizada, que hoy se quiere aparecer como un resabio de Néstor Kirchner, como algo que “ya fue,” y no como la columna medular del gobierno de su viuda, que no podrá continuar sin sostener las mismas prácticas, con otros personajes, por el sencillo motivo de que quien no quiere gobernar con la verdad, sólo puede mantener el poder con la mentira y esta requiere asociados pagos, por lo tanto, corruptos.
Hay una inmensa mayoría de argentinos que entiende claramente la diferencia entre la verdad y la mentira y que incluso está lista para entender por qué la mentira en la economía da una falsa impresión de éxito y cómo un éxito seguro y duradero sólo puede ser logrado con la práctica publica honesta y decente.
Hay varios candidatos opositores, pero todavía los argentinos no escucharon esta voz, la que hable de la institucionalidad, sí, como postura opuesta a la vocación dictatorial de este gobierno, y de la sanidad de una economía basada en la realidad, pero, más aún, la voz que defienda la verdad ante la mentira, el proceder decente ante el proceder deshonesto, como los únicos valores que nos permitirán construir un país seguro y estable. La voz que con claridad presente, ante todos y cada uno de los argentinos, la opción entre ser decentes o cómplices de la mentira y de la indecencia como una elección personal. La voz que hable a lo mejor dentro del corazón de cada argentino. La voz que haya comprendido que no se trata del bolsillo versus el corazón, como en décadas anteriores de valores más instalados, sino que hoy, arriba del bolsillo agujerado por la inflación y atemorizado, lo que tenemos son millones de corazones rotos, decepcionados, sin rumbo ni liderazgo.
Nadie parece saber, indefinitiva, qué vamos a elegir en octubre. La respuesta del voto plasma o del statu quo frente a una oposición poco convincente es una pobre explicación frente al dilema que nos aqueja en realidad: ¿vamos a apañar y mantener a un grupo de estafadores y mentirosos en el gobierno o vamos a ungir con la bandera de la lucha por la decencia y la verdad al líder de la oposición que encarne a ésta? Si es cierto que nuestra mayor preocupación comunitaria es la delincuencia y la inseguridad, ese líder también es el que recordará que las fuerzas del orden y de la seguridad tampoco fueron creadas para servir mentiras.
¿Quién es? El que Dios quiera, y será aquel al cual se le abra el corazón a lo que es la real aspiración colectiva, que sólo aceptará dejar el poder en manos de quienes ya lo tienen, si lo único que escucha es el silencio de los cómplices.
Sin embargo, no todo está perdido para octubre. La elección verdadera aún no se ha realizado y, sin bien es cierto que agosto puede repetirse en todos sus detalles, también es cierto que todo puede cambiar con que uno, sólo uno de los candidatos presidenciales levante la voz con el tono justo y haga oír la voz de esa decencia que aún vive en el corazón de los argentinos, como una aspiración, pero también como un deber hacia sí mismos y hacia la Nación, entendida como una comunidad de individuos embarcados en un destino común.
Se puede callar o se puede insistir en el valor de la verdad. No sólo la verdad acerca de un resultado electoral, en el cual no es lo mismo estafar a la comunidad con la idea de una victoria contundente e irreversible de un 51% que dar los más probables números correctos alrededor de un 40% en las cuales cabe, si no una victoria opositora en primera vuelta, la posibilidad de un ballotage. También la verdad de que a los argentinos no nos conviene de ningún modo la continuidad del oficialismo si queremos recuperar la verdad en la economía, hoy totalmente distorsionada a pesar de su apariencia de éxito. También la verdad de que precisamos muchas, muchísimas inversiones en crecimiento genuino y que ningún inversor va a invertir a largo plazo en condiciones de corrupción gubernamental generalizada, que hoy se quiere aparecer como un resabio de Néstor Kirchner, como algo que “ya fue,” y no como la columna medular del gobierno de su viuda, que no podrá continuar sin sostener las mismas prácticas, con otros personajes, por el sencillo motivo de que quien no quiere gobernar con la verdad, sólo puede mantener el poder con la mentira y esta requiere asociados pagos, por lo tanto, corruptos.
Hay una inmensa mayoría de argentinos que entiende claramente la diferencia entre la verdad y la mentira y que incluso está lista para entender por qué la mentira en la economía da una falsa impresión de éxito y cómo un éxito seguro y duradero sólo puede ser logrado con la práctica publica honesta y decente.
Hay varios candidatos opositores, pero todavía los argentinos no escucharon esta voz, la que hable de la institucionalidad, sí, como postura opuesta a la vocación dictatorial de este gobierno, y de la sanidad de una economía basada en la realidad, pero, más aún, la voz que defienda la verdad ante la mentira, el proceder decente ante el proceder deshonesto, como los únicos valores que nos permitirán construir un país seguro y estable. La voz que con claridad presente, ante todos y cada uno de los argentinos, la opción entre ser decentes o cómplices de la mentira y de la indecencia como una elección personal. La voz que hable a lo mejor dentro del corazón de cada argentino. La voz que haya comprendido que no se trata del bolsillo versus el corazón, como en décadas anteriores de valores más instalados, sino que hoy, arriba del bolsillo agujerado por la inflación y atemorizado, lo que tenemos son millones de corazones rotos, decepcionados, sin rumbo ni liderazgo.
Nadie parece saber, indefinitiva, qué vamos a elegir en octubre. La respuesta del voto plasma o del statu quo frente a una oposición poco convincente es una pobre explicación frente al dilema que nos aqueja en realidad: ¿vamos a apañar y mantener a un grupo de estafadores y mentirosos en el gobierno o vamos a ungir con la bandera de la lucha por la decencia y la verdad al líder de la oposición que encarne a ésta? Si es cierto que nuestra mayor preocupación comunitaria es la delincuencia y la inseguridad, ese líder también es el que recordará que las fuerzas del orden y de la seguridad tampoco fueron creadas para servir mentiras.
¿Quién es? El que Dios quiera, y será aquel al cual se le abra el corazón a lo que es la real aspiración colectiva, que sólo aceptará dejar el poder en manos de quienes ya lo tienen, si lo único que escucha es el silencio de los cómplices.
viernes, agosto 19, 2011
LA MANSEDUMBRE ARGENTINA
En las falsas internas del domingo 14 de agosto los partidos no sometieron sus candidatos a una puja primaria por la representación ciudadana sino a una convalidación de candidatos elegidos por ellos mismos o por reducidas cúpulas partidarias y sin participación ciudadana.
Con la esencia de la democracia representativa alterada desde el vamos, los sorprendentes resultados encajaron además muy mal con la percepción general de la ciudadanía, bastante más disconforme con las sucesivas sucesiones de los Kirchner que lo que los resultados quisieran.
Sin embargo, lejos de protestar primero por la distorsión de la primera regla de la democracia representativa, la ciudadanía, respetuosa en sí misma de los jirones de esta democracia y necesitada de participar de algún modo, se presentó a indicar sus preferencias entre las opciones exhibidas, a falta de una oportunidad de seleccionar ella misma los candidatos participantes. Manso y generoso, el pueblo argentino votó, y luego, aunque los resultados distaron de coincidir con la percepción generalizada del rechazo a la gestión kirchnerista, una vez más, manso y generoso se rindió a los resultados sin reparar esta vez en algunos detalles que deberían haber sido resaltados por uno o todos de los candidatos oficialistas. Entre estos “detalles” el hecho de que por tratarse de elecciones primarias, no se contara esta vez con veedores y controladores internacionales, como se estila en elecciones generales para garantizar la no ingerencia del gobierno.
La creciente sospecha de que los apabullantes resultados del oficialismo puedan deberse a una manipulación informática por parte de la empresa contratada por el gobierno comienza a circular con mayor insistencia entre la mansa y generosa ciudadanía y a coincidir con la percepción anterior a estas elecciones acerca de un gobierno capaz de sobornar a la mayoría de las encuestadoras de opinión para crear una opinión favorable y capaz de alterar a través de un instituto gubernamental, el INDEC, las estadísticas de la inflación para lucir como un gobierno confiable en la economía. Un INDEC electoral suena como algo posible por parte de un gobierno acostumbrado a salirse con la suya, sin que le importen los medios para alcanzar sus propósitos.
La idea de que la percepción generalizada de la población acerca de un gobierno corrupto, mentiroso, y, fundamentalmente ineficiente (ya que los logros no se deben a la gestión sino a factores exógenos) transmutó súbitamente en una adhesión valorativa de las virtudes del “modelo” es una idea basada sólo en la contundencia de un resultado electoral. Si dicha contundencia fuese fruto del fraude informático sumado al habitual fraude hormiga de robo de boletas y otras trapisondas del cuarto oscuro, posiblemente la ciudadanía perdiese su habitual mansedumbre frente al poder y guardase su generosidad para quienes realmente la merecen.
¿Por qué suponer que los argentinos aceptan la mentira, la corrupción y el statu quo sólo pensando en el “bolsillo” y aún así de modo bastante poco informado, como si inflación y el uso desenfrenado de las reservas del Banco Central para pagar el gasto gubernamental galopante fuesen un indicador de un rumbo económico certero?
Corresponde a la realidad reconocer que entre un 30 y 40% de la población depende de un modo u otro de los subsidios del gobierno, ya se trate de empresas con sus trabajadores, organizaciones políticas o desempleados sin otro recurso de supervivencia. Pero también corresponde reconocer que los argentinos constituyen a esta altura una mayoría culta políticamente y, que aún sin un liderazgo que la represente en modo genuino, difícilmente entreguen otra vez el poder a quienes los engañan y continúan engañando usando ese poder en contra de los más duraderos y genuinos intereses de los argentinos.
¿Los argentinos seríamos entonces empanadas que se comen con sólo abrir la boca? La firmeza de la ciudadanía en auditar qué es lo que ha hecho el gobierno en la organización de estas elecciones y en reconsiderar su propia mansedumbre y mal entendida generosidad en aceptar elecciones internas falsas primero y resultados muy posiblemente manipulados después responderá esta pregunta.
La debilidad de los líderes de oposición, que expresan de un modo u otro esa misma mansedumbre y falta de iniciativa, no es el problema mayor. El problema reside más bien en cuánto los argentinos se valoran a sí mismos, cuánto a su propio destino y cuánto están dispuestos a participar en la búsqueda de liderazgos genuinos y competentes, en vez de ceder el poder, una y otra vez, por puntos o por abandono.
La situación de fondo de la Argentina, tanto institucional como económica en el corto plazo, es tan terrible que requiere esta vez un knock-out popular. El certero golpe del final que restablezca la realidad en toda su verdad.
Con la esencia de la democracia representativa alterada desde el vamos, los sorprendentes resultados encajaron además muy mal con la percepción general de la ciudadanía, bastante más disconforme con las sucesivas sucesiones de los Kirchner que lo que los resultados quisieran.
Sin embargo, lejos de protestar primero por la distorsión de la primera regla de la democracia representativa, la ciudadanía, respetuosa en sí misma de los jirones de esta democracia y necesitada de participar de algún modo, se presentó a indicar sus preferencias entre las opciones exhibidas, a falta de una oportunidad de seleccionar ella misma los candidatos participantes. Manso y generoso, el pueblo argentino votó, y luego, aunque los resultados distaron de coincidir con la percepción generalizada del rechazo a la gestión kirchnerista, una vez más, manso y generoso se rindió a los resultados sin reparar esta vez en algunos detalles que deberían haber sido resaltados por uno o todos de los candidatos oficialistas. Entre estos “detalles” el hecho de que por tratarse de elecciones primarias, no se contara esta vez con veedores y controladores internacionales, como se estila en elecciones generales para garantizar la no ingerencia del gobierno.
La creciente sospecha de que los apabullantes resultados del oficialismo puedan deberse a una manipulación informática por parte de la empresa contratada por el gobierno comienza a circular con mayor insistencia entre la mansa y generosa ciudadanía y a coincidir con la percepción anterior a estas elecciones acerca de un gobierno capaz de sobornar a la mayoría de las encuestadoras de opinión para crear una opinión favorable y capaz de alterar a través de un instituto gubernamental, el INDEC, las estadísticas de la inflación para lucir como un gobierno confiable en la economía. Un INDEC electoral suena como algo posible por parte de un gobierno acostumbrado a salirse con la suya, sin que le importen los medios para alcanzar sus propósitos.
La idea de que la percepción generalizada de la población acerca de un gobierno corrupto, mentiroso, y, fundamentalmente ineficiente (ya que los logros no se deben a la gestión sino a factores exógenos) transmutó súbitamente en una adhesión valorativa de las virtudes del “modelo” es una idea basada sólo en la contundencia de un resultado electoral. Si dicha contundencia fuese fruto del fraude informático sumado al habitual fraude hormiga de robo de boletas y otras trapisondas del cuarto oscuro, posiblemente la ciudadanía perdiese su habitual mansedumbre frente al poder y guardase su generosidad para quienes realmente la merecen.
¿Por qué suponer que los argentinos aceptan la mentira, la corrupción y el statu quo sólo pensando en el “bolsillo” y aún así de modo bastante poco informado, como si inflación y el uso desenfrenado de las reservas del Banco Central para pagar el gasto gubernamental galopante fuesen un indicador de un rumbo económico certero?
Corresponde a la realidad reconocer que entre un 30 y 40% de la población depende de un modo u otro de los subsidios del gobierno, ya se trate de empresas con sus trabajadores, organizaciones políticas o desempleados sin otro recurso de supervivencia. Pero también corresponde reconocer que los argentinos constituyen a esta altura una mayoría culta políticamente y, que aún sin un liderazgo que la represente en modo genuino, difícilmente entreguen otra vez el poder a quienes los engañan y continúan engañando usando ese poder en contra de los más duraderos y genuinos intereses de los argentinos.
¿Los argentinos seríamos entonces empanadas que se comen con sólo abrir la boca? La firmeza de la ciudadanía en auditar qué es lo que ha hecho el gobierno en la organización de estas elecciones y en reconsiderar su propia mansedumbre y mal entendida generosidad en aceptar elecciones internas falsas primero y resultados muy posiblemente manipulados después responderá esta pregunta.
La debilidad de los líderes de oposición, que expresan de un modo u otro esa misma mansedumbre y falta de iniciativa, no es el problema mayor. El problema reside más bien en cuánto los argentinos se valoran a sí mismos, cuánto a su propio destino y cuánto están dispuestos a participar en la búsqueda de liderazgos genuinos y competentes, en vez de ceder el poder, una y otra vez, por puntos o por abandono.
La situación de fondo de la Argentina, tanto institucional como económica en el corto plazo, es tan terrible que requiere esta vez un knock-out popular. El certero golpe del final que restablezca la realidad en toda su verdad.
viernes, julio 01, 2011
LA ALIANZA INVISIBLE
No todo está perdido: no es cierto que el oficialismo se apoderó de todas las cartas ganadoras ni que la oposición no existe. A pesar de la falta de un liderazgo explícito, una alianza invisible se está gestando. Una alianza muy poderosa, además, justamente por no responder a una persona sino por expresar la necesidad insatisfecha de una amplia mayoría de argentinos transformada hoy en virtual conductora de un proceso que, a primera vista, parecería sin solución en un esquema electoral clásico.
El aparente bipartidismo actual es falso ya que el kirchnerismo no es el peronismo y tampoco la izquierda peronista, representada mejor por el honesto Pino Solanas. La usurpación ilegal y facciosa del Partido Justicialista por el kirchnerismo se agregó a las previas malas decisiones del menemismo de intentar un tercer mandato en 1999, del duhaldismo de provocar un golpe institucional al radicalismo, y del duhaldismo, ya en el poder, de obviar elecciones internas y señalar a dedo a su sucesor Kirchner. Que éste designara a su mujer igualmente a dedo, y que ésta, también a dedo, se designara a sí misma en las últimas semanas al igual que a su extraño vicepresidente, no es más que el final de un largo proceso de corrupción de lo que, por voluntad del mismo Perón, debiera de haberse transformado en un sólido, democrático y muy institucionalizado partido. Es este proceso de corrupción el que se encuentra a la base del actual dilema electoral, con el agravante de que esa corrupción ha sido sostenida por los jueces de una Justicia electoral que no hace honor a los procedimientos democráticos que reclaman los argentinos.
Sin un Partido Justicialista democratizado, con elecciones internas auténticas organizadas dentro de una vida partidaria activa, cualquier elección es una farsa. Una farsa en la cual los argentinos deberemos ingeniarnos para reinventar la democracia dentro de la dictadura actual que, como las dictaduras militares de antaño, echó el cerrojo sobre la vida auténtica del PJ de todos. Es así que no debe descontarse, dentro de la oferta desperdigada y desorganizada de la oposición al kirchnerismo, con la creatividad espontánea de aquellos que tienen en primer término un interés en recuperar la legalidad y la democracia en el Partido Justicialista para poder, más tarde, concretar, en idéntico modo legal, las alianzas con los partidos afines.
Con las internas abiertas de agosto y las elecciones generales de octubre se abre una oportunidad para reestablecer en modo genuino, pasadas las elecciones, el sistema tradicionalmente bipartidista de la Argentina, con los dos partidos modernizados, el radical y el peronista; el primero según su tradición social-demócrata; el segundo, según su tradición nacionalista, continentalista y universalista, más funcional al capitalismo global.
La abstención de Mauricio Macri de la elección presidencial para dejar el lugar libre al candidato de un partido mayor, la alianza de Francisco de Narváez con Ricardo Alfonsín, el crecimiento de Miguel del Sel en Santa Fé, el salto de José Manuel de la Sota fuera del kirchnerismo, así como la probable adhesión del hoy muy minoritario Alberto Rodríguez Sáa posterior a las internas abiertas de agosto, dejan en pie una alianza invisible y sin embargo poderosísima, ya que sumaría la mayoría de voluntades de argentinos peronistas hoy sin partido, sin referente propio nacional y sólo con opciones locales, a una ya importante base radical encolumnada detrás de Ricardo Alfonsín. Expresiones peronistas menores como el terco duhaldismo residual quizá se vean igualmente obligadas a adherir a este esquema, para bien del conjunto.
No se trata sólo de hacer anti-kirchnerismo, como si éste fuera una expresión legal del peronismo y hubiera que combatirlo como tal, confusión en la cual entran muchos antiperonistas tradicionales. Se trata de derrocar a un autoritarismo que no sólo ha perjudicado las mejores chances económicas de la Nación sino, fundamentalmente, su estabilidad democrática al usurpar ilegalmente un partido mayoritario impidiendo la vida democrática en éste.
Ricardo Alfonsín cae bien en el peronismo. Se lo ve diferente a su padre, mucho más parecido al hombre bueno, gris y sencillo de las grandes mayorías argentinas, con una mirada más conservadora y, en este sentido, más afín al peronismo más visceral. Resulta creíble, porque está dentro de la más pura tradición radical –más que la del peronismo— su respeto total por las instituciones democráticas y como tal, es creíble suponer que hará todo lo posible por ayudar a la legalización y democratización definitiva del Partido Justicialista, el eterno adversario que una vez más precisa a su amigo.
Quedará para más adelante la diferenciación de políticas. Si los social-demócratas de uno y otro bando –radicales y peronistas- creen en la intervención estatista, del otro lado-- y en cada partido-- tienen a aquellos radicales y peronistas liberales que creen más en la libertad y prefieren el libre mercado. Hoy no es esa la discusión, ni tampoco importa ya recalcar que no estamos creciendo porque tenemos un gobierno intervencionista sino que el éxito está en el precio internacional de la soja, —y tampoco que la devaluación y pesificación de comienzos de 2002 está en la raíz de ese éxito, cuando más bien está en la base del fracaso macroeconómico actual. Ya llegará el momento de demostrar cuánto mejor estaríamos con el mismo éxito del precio de la soja pero bien administrado, y cuánto mejor nos hubiera ido en inversión genuina directa sin destrozar los contratos privados y romper las reglas de la economía. Hoy lo que importa es otra cosa: recuperar el espacio donde discutir, dirimir y presentar a consideración de la población esas diferencias.
Con la alianza invisible en marcha, con la previsible visibilidad que ésta irá tomando a medida que avancen las campañas y cuando la necesidad de una auténtica recuperación institucional se transforme en la primera bandera de los argentinos, es posible que recuperemos las riendas de nuestro destino, en vez de entregarlo gratuitamente a aquellos que nunca tuvieron razón.
El aparente bipartidismo actual es falso ya que el kirchnerismo no es el peronismo y tampoco la izquierda peronista, representada mejor por el honesto Pino Solanas. La usurpación ilegal y facciosa del Partido Justicialista por el kirchnerismo se agregó a las previas malas decisiones del menemismo de intentar un tercer mandato en 1999, del duhaldismo de provocar un golpe institucional al radicalismo, y del duhaldismo, ya en el poder, de obviar elecciones internas y señalar a dedo a su sucesor Kirchner. Que éste designara a su mujer igualmente a dedo, y que ésta, también a dedo, se designara a sí misma en las últimas semanas al igual que a su extraño vicepresidente, no es más que el final de un largo proceso de corrupción de lo que, por voluntad del mismo Perón, debiera de haberse transformado en un sólido, democrático y muy institucionalizado partido. Es este proceso de corrupción el que se encuentra a la base del actual dilema electoral, con el agravante de que esa corrupción ha sido sostenida por los jueces de una Justicia electoral que no hace honor a los procedimientos democráticos que reclaman los argentinos.
Sin un Partido Justicialista democratizado, con elecciones internas auténticas organizadas dentro de una vida partidaria activa, cualquier elección es una farsa. Una farsa en la cual los argentinos deberemos ingeniarnos para reinventar la democracia dentro de la dictadura actual que, como las dictaduras militares de antaño, echó el cerrojo sobre la vida auténtica del PJ de todos. Es así que no debe descontarse, dentro de la oferta desperdigada y desorganizada de la oposición al kirchnerismo, con la creatividad espontánea de aquellos que tienen en primer término un interés en recuperar la legalidad y la democracia en el Partido Justicialista para poder, más tarde, concretar, en idéntico modo legal, las alianzas con los partidos afines.
Con las internas abiertas de agosto y las elecciones generales de octubre se abre una oportunidad para reestablecer en modo genuino, pasadas las elecciones, el sistema tradicionalmente bipartidista de la Argentina, con los dos partidos modernizados, el radical y el peronista; el primero según su tradición social-demócrata; el segundo, según su tradición nacionalista, continentalista y universalista, más funcional al capitalismo global.
La abstención de Mauricio Macri de la elección presidencial para dejar el lugar libre al candidato de un partido mayor, la alianza de Francisco de Narváez con Ricardo Alfonsín, el crecimiento de Miguel del Sel en Santa Fé, el salto de José Manuel de la Sota fuera del kirchnerismo, así como la probable adhesión del hoy muy minoritario Alberto Rodríguez Sáa posterior a las internas abiertas de agosto, dejan en pie una alianza invisible y sin embargo poderosísima, ya que sumaría la mayoría de voluntades de argentinos peronistas hoy sin partido, sin referente propio nacional y sólo con opciones locales, a una ya importante base radical encolumnada detrás de Ricardo Alfonsín. Expresiones peronistas menores como el terco duhaldismo residual quizá se vean igualmente obligadas a adherir a este esquema, para bien del conjunto.
No se trata sólo de hacer anti-kirchnerismo, como si éste fuera una expresión legal del peronismo y hubiera que combatirlo como tal, confusión en la cual entran muchos antiperonistas tradicionales. Se trata de derrocar a un autoritarismo que no sólo ha perjudicado las mejores chances económicas de la Nación sino, fundamentalmente, su estabilidad democrática al usurpar ilegalmente un partido mayoritario impidiendo la vida democrática en éste.
Ricardo Alfonsín cae bien en el peronismo. Se lo ve diferente a su padre, mucho más parecido al hombre bueno, gris y sencillo de las grandes mayorías argentinas, con una mirada más conservadora y, en este sentido, más afín al peronismo más visceral. Resulta creíble, porque está dentro de la más pura tradición radical –más que la del peronismo— su respeto total por las instituciones democráticas y como tal, es creíble suponer que hará todo lo posible por ayudar a la legalización y democratización definitiva del Partido Justicialista, el eterno adversario que una vez más precisa a su amigo.
Quedará para más adelante la diferenciación de políticas. Si los social-demócratas de uno y otro bando –radicales y peronistas- creen en la intervención estatista, del otro lado-- y en cada partido-- tienen a aquellos radicales y peronistas liberales que creen más en la libertad y prefieren el libre mercado. Hoy no es esa la discusión, ni tampoco importa ya recalcar que no estamos creciendo porque tenemos un gobierno intervencionista sino que el éxito está en el precio internacional de la soja, —y tampoco que la devaluación y pesificación de comienzos de 2002 está en la raíz de ese éxito, cuando más bien está en la base del fracaso macroeconómico actual. Ya llegará el momento de demostrar cuánto mejor estaríamos con el mismo éxito del precio de la soja pero bien administrado, y cuánto mejor nos hubiera ido en inversión genuina directa sin destrozar los contratos privados y romper las reglas de la economía. Hoy lo que importa es otra cosa: recuperar el espacio donde discutir, dirimir y presentar a consideración de la población esas diferencias.
Con la alianza invisible en marcha, con la previsible visibilidad que ésta irá tomando a medida que avancen las campañas y cuando la necesidad de una auténtica recuperación institucional se transforme en la primera bandera de los argentinos, es posible que recuperemos las riendas de nuestro destino, en vez de entregarlo gratuitamente a aquellos que nunca tuvieron razón.
viernes, febrero 25, 2011
ELECCIONES PRESIDENCIALES 2011: EL NUDO Y LA ESPADA
Ya en los umbrales de las definiciones de candidaturas presidenciales, la gran mayoría de argentinos teme que, a pesar de la oportunidad, todo siga igual y el kirchnerismo consiga ser reelegido. La oposición dividida en varios segmentos, algunos aptos para asociarse y otros incompatibles entre sí, permitiría este final, con ballotage e incluso si él. El problema de la Argentina política, secuestrada por la justicia manipulada por un Kirchner primero, y el siguiente después, continúa siendo el conjunto variopinto del peronismo sin la contención natural de su partido.
El Partido Justicialista ha sido paralizado a favor de los Kirchner, con el consentimiento de la injusta Justicia. No hubo internas para elegir a Kirchner (Duhalde llegó al gobierno por un golpe institucional protagonizado por él y otros con el pretexto de salvar al país de una economía que él, con su gasto irrefrenable en la Provincia de Buenos Aires, y otros habían contribuido a hundir) y mucho menos hubo internas o siquiera campaña a televisión abierta con su incompetente sucesora. El futuro éxito del kirchnerismo no se asentará en otra cosa que en esta anomalía: los peronistas desplazados por el kirchnerismo no tienen partido propio donde competir entre si y/o con el kirchnerismo por la candidatura presidencial de la totalidad del peronismo. Que esta anomalía no produzca un escándalo local e incluso internacional se debe a la escasa difusión del tema, en especial por la prensa no peronista que estima sus propios candidatos del radicalismo u otros se verían beneficiados.
Si allí está el nudo que en última instancia desordena la totalidad de la política argentina y crea el riesgo de dejar a la Argentina en las peores manos posibles, ¿dónde está la espada que lo desate? Sin lugar a duda, en el peronista que, ya dentro del Partido Justicialista y no fuera, se atreva a convocar a la Justicia a cumplir con su deber y tenga el coraje de enfrentar al kirchnerismo dentro del terreno que éste usurpó y la generosidad de convocar al resto del peronismo exiliado a una interna entre todos. Otro golpe institucional, pero esta vez para restablecer la legitimidad de la más importante de las instituciones del peronismo: el Partido Justicialista, ese creado para vencer al tiempo y también a los sinvergüenzas.
El Partido Justicialista ha sido paralizado a favor de los Kirchner, con el consentimiento de la injusta Justicia. No hubo internas para elegir a Kirchner (Duhalde llegó al gobierno por un golpe institucional protagonizado por él y otros con el pretexto de salvar al país de una economía que él, con su gasto irrefrenable en la Provincia de Buenos Aires, y otros habían contribuido a hundir) y mucho menos hubo internas o siquiera campaña a televisión abierta con su incompetente sucesora. El futuro éxito del kirchnerismo no se asentará en otra cosa que en esta anomalía: los peronistas desplazados por el kirchnerismo no tienen partido propio donde competir entre si y/o con el kirchnerismo por la candidatura presidencial de la totalidad del peronismo. Que esta anomalía no produzca un escándalo local e incluso internacional se debe a la escasa difusión del tema, en especial por la prensa no peronista que estima sus propios candidatos del radicalismo u otros se verían beneficiados.
Si allí está el nudo que en última instancia desordena la totalidad de la política argentina y crea el riesgo de dejar a la Argentina en las peores manos posibles, ¿dónde está la espada que lo desate? Sin lugar a duda, en el peronista que, ya dentro del Partido Justicialista y no fuera, se atreva a convocar a la Justicia a cumplir con su deber y tenga el coraje de enfrentar al kirchnerismo dentro del terreno que éste usurpó y la generosidad de convocar al resto del peronismo exiliado a una interna entre todos. Otro golpe institucional, pero esta vez para restablecer la legitimidad de la más importante de las instituciones del peronismo: el Partido Justicialista, ese creado para vencer al tiempo y también a los sinvergüenzas.
domingo, enero 30, 2011
CIRUGÍA SIN ANESTESIA
(publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)
A comienzos de los 90, Carlos Menem describió sintéticamente su proyecto de modernización de la Argentina como una cirugía sin anestesia: todos los cambios necesarios introducidos con la urgencia del caso y de modo simultáneo, aunque doliera. Esa decisión permitió una veloz actualización de la estructura productiva y de servicios y el fin de la inflación. A partir de 2001, Duhalde y sus seguidores, los dos Kirchner, optaron por el proyecto opuesto, que describieron de acuerdo a sus fantasías acerca de la realidad como proyectos productivos o progresistas, sin advertir que, justamente por ser el proyecto opuesto al de los 90, el nombre que mejor le cabía era el de anestesia sin cirugía (ver: Anestesia sin cirugía por Carlos Menem en Diario Los Andes (2006) )
Durmieron las inversiones, aunque la economía se viera beneficiada por un factor externo –el precio de los cereales y su efecto multiplicador en lo interno, en especial en los recursos del Estado por las retenciones. Durmieron la memoria de diez años sin inflación con índices distorsionados del INDEC. Durmieron las empresas privatizadas, que a raíz de los contratos quebrados y las tarifas pesificadas y fijas, desmejoraron cuando no congelaron sus servicios. Durmieron la conciencia de la ciudadanía, con la ayuda de los beneficiados por el cambio de las nuevas reglas –entre otros, los dos más importantes matutinos que aún hoy no se atreven a reivindicar los 90. Durmieron las relaciones exteriores con el principal aliado de la Argentina en los 90, los Estados Unidos—dentro del contexto del mayor ataque sufrido por éste y festejando el final de la única opción estratégica de la Argentina, un continentalismo pleno capaz de rescatarla de la hegemonía brasileña. Durmieron, finalmente, las instituciones de modo tal que los partidos políticos –principalmente el poderoso y democrático PJ de los 90—dejasen de funcionar, que las fuerzas de seguridad perdieran su capacidad de reacción y que la justicia olvidara, en medio del cómo y conveniente sueño, dónde está el mal a castigar, dónde la jeringa con el soporífero, y dónde la mano que lo administra. De la cirugía necesaria para poner el país de pie, para recuperar las inversiones y los buenos servicios así como las relaciones internacionales genuinamente productivas y beneficiosas y para contar con la seguridad jurídica y física imprescindibles y con instituciones adecuadas a las necesidades de los ciudadanos, ni noticias.
Ante la fantasía de que el ensueño colectivo, provocado por los efectos remanentes de la anestesia, pueda prolongarse eternamente, conviene advertir la aceleración progresiva de los abruptos espasmos del cuerpo comunitario, por ahora breves y acotados, pero que terminarán en un final despertar a la realidad. Durante la transición, la fiebre inflacionaria seguirá allí, cada día más alta. A la vez, el deterioro institucional se acelerará con el reinicio de los desequilibrados signos vitales, y la parálisis provocada por la incorrecta alineación externa dejarán en evidencia la necesidad de una nueva, posiblemente dolorosa, pero inevitable cirugía.
El próximo candidato a presidente que pretenda devolver la salud a la Argentina y ser capaz de decirle con total honestidad, como escribiera Béliz y recitara Menem, “Levántate y anda”, tendrá que haber pasado obligatoriamente por este curso de medicina política y ser capaz de explicar claramente al paciente que en los últimos diez años, sólo estuvo dormido, en un coma deteriorante y no en vías de recuperarse. También que para sentirse bien, no basta con doparse, sino que a veces hay que hacer algo más. ¿Una cirugía con anestesia, quizá?
Lecciones de cirugía gratuitas: http://www.cavallo.com.ar/
Cirujanos aprendices, aún no graduados: Daniel Scioli y Mauricio Macri
No inscripto en el curso: Carlos Reutemann
Alumno aventajado: Alberto Rodríguez Sáa
Rechazados en el curso: Julio Cobos y Ricardo Alfonsín (no comprenden de qué se trata)
A comienzos de los 90, Carlos Menem describió sintéticamente su proyecto de modernización de la Argentina como una cirugía sin anestesia: todos los cambios necesarios introducidos con la urgencia del caso y de modo simultáneo, aunque doliera. Esa decisión permitió una veloz actualización de la estructura productiva y de servicios y el fin de la inflación. A partir de 2001, Duhalde y sus seguidores, los dos Kirchner, optaron por el proyecto opuesto, que describieron de acuerdo a sus fantasías acerca de la realidad como proyectos productivos o progresistas, sin advertir que, justamente por ser el proyecto opuesto al de los 90, el nombre que mejor le cabía era el de anestesia sin cirugía (ver: Anestesia sin cirugía por Carlos Menem en Diario Los Andes (2006) )
Durmieron las inversiones, aunque la economía se viera beneficiada por un factor externo –el precio de los cereales y su efecto multiplicador en lo interno, en especial en los recursos del Estado por las retenciones. Durmieron la memoria de diez años sin inflación con índices distorsionados del INDEC. Durmieron las empresas privatizadas, que a raíz de los contratos quebrados y las tarifas pesificadas y fijas, desmejoraron cuando no congelaron sus servicios. Durmieron la conciencia de la ciudadanía, con la ayuda de los beneficiados por el cambio de las nuevas reglas –entre otros, los dos más importantes matutinos que aún hoy no se atreven a reivindicar los 90. Durmieron las relaciones exteriores con el principal aliado de la Argentina en los 90, los Estados Unidos—dentro del contexto del mayor ataque sufrido por éste y festejando el final de la única opción estratégica de la Argentina, un continentalismo pleno capaz de rescatarla de la hegemonía brasileña. Durmieron, finalmente, las instituciones de modo tal que los partidos políticos –principalmente el poderoso y democrático PJ de los 90—dejasen de funcionar, que las fuerzas de seguridad perdieran su capacidad de reacción y que la justicia olvidara, en medio del cómo y conveniente sueño, dónde está el mal a castigar, dónde la jeringa con el soporífero, y dónde la mano que lo administra. De la cirugía necesaria para poner el país de pie, para recuperar las inversiones y los buenos servicios así como las relaciones internacionales genuinamente productivas y beneficiosas y para contar con la seguridad jurídica y física imprescindibles y con instituciones adecuadas a las necesidades de los ciudadanos, ni noticias.
Ante la fantasía de que el ensueño colectivo, provocado por los efectos remanentes de la anestesia, pueda prolongarse eternamente, conviene advertir la aceleración progresiva de los abruptos espasmos del cuerpo comunitario, por ahora breves y acotados, pero que terminarán en un final despertar a la realidad. Durante la transición, la fiebre inflacionaria seguirá allí, cada día más alta. A la vez, el deterioro institucional se acelerará con el reinicio de los desequilibrados signos vitales, y la parálisis provocada por la incorrecta alineación externa dejarán en evidencia la necesidad de una nueva, posiblemente dolorosa, pero inevitable cirugía.
El próximo candidato a presidente que pretenda devolver la salud a la Argentina y ser capaz de decirle con total honestidad, como escribiera Béliz y recitara Menem, “Levántate y anda”, tendrá que haber pasado obligatoriamente por este curso de medicina política y ser capaz de explicar claramente al paciente que en los últimos diez años, sólo estuvo dormido, en un coma deteriorante y no en vías de recuperarse. También que para sentirse bien, no basta con doparse, sino que a veces hay que hacer algo más. ¿Una cirugía con anestesia, quizá?
Lecciones de cirugía gratuitas: http://www.cavallo.com.ar/
Cirujanos aprendices, aún no graduados: Daniel Scioli y Mauricio Macri
No inscripto en el curso: Carlos Reutemann
Alumno aventajado: Alberto Rodríguez Sáa
Rechazados en el curso: Julio Cobos y Ricardo Alfonsín (no comprenden de qué se trata)
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