El año 2023 se perdió inútilmente. Una oportuna asamblea legislativa podría haber adelantado las elecciones, si no hubiese prevalecido en la oposición la habitual pulsión antiperonista para desgastar al peronismo permitiendo que el kirchnerismo hiciera de las suyas durante el tiempo más largo posible.
La larga agonía terminó, sin embargo, con un balotaje que
dejó un kirchnerismo reforzado y rescatado tras la derrota de un Massa que hubiera
terminado para siempre con la hegemonía de Cristina Kirchner pero también como
ganador al más inesperado candidato, Javier Milei, y a la Argentina por fin encaminada
en una clara senda de economía liberal.
Que Javier Milei sea un declarado amigo del peronismo
republicano y liberal y no un liberal antiperonista clásico, agrega esperanza a
lo que hoy deberá ser un gran esfuerzo nacional de integración tras objetivos
comunes.
Después de muchas décadas de creciente deterioro, la Argentina frente al espejo no encuentra ya su imagen de adolescente prometedora sino la de una nación adulta que envejeció mal.
Sin la clase dirigente conservadora de las mejores tradiciones argentinas que el peronismo debió proveer, dada su condición de gran mayoría durante mucho tiempo, entre las muchas pérdidas hay que contar la de una clase dirigente que sirviese de modelo ejemplar.
El Gral. Perón fue un revolucionario para incorporar a la
clase trabajadora al poder, pero, por el
resto fue un militar católico y conservador, confiado en un ascenso social
basado en el trabajo, la educación, la buena alimentación y salud, y el acceso
a una vivienda digna. Gran parte de la tragedia argentina está en la falla de
muchos de sus seguidores—con la excepción de Carlos Menem, con mucha justicia
reivindicado por Javier Milei—en constituirse en esta clase ejemplar y en
asegurar las bases de un crecimiento sostenido aceptando la realidad de una
imprescindible economía liberal. Abrir a los dirigentes anclados en modalidades
del pasado a instrumentos modernos para los mismos propósitos de ennoblecer a
los desposeídos y ayudarlos a mejorar, accediendo al trabajo, y proteger a los
trabajadores, será una tarea política del primer orden. No de negociación, sino
de conducción.
Pero no es este el único mal a enmendar.
Hoy, frente al desolador paisaje, cabe otra vez la
esperanza, pero también las dudas acerca de que los actuales dirigentes en
todos sus niveles—Gobierno, empresas, sindicatos, movimientos sociales—tengan la
suficiente lucidez como para entender el concepto de modelo y ejemplaridad.
La delincuencia se adueñó de todos los ámbitos, desde el
Gobierno en sus más altas autoridades, hasta el peatón casual que roba las
zapatillas al ladrón que acaba de abatir la policía, pasando por todos los
niveles de las empresas, sindicatos, escuela, universidades, hospitales, casas
particulares. Robar es una costumbre, hoy parte del ADN nacional y requiere una
urgente intervención en ese nivel constitutivo: debe quedar MUY claro que nadie
debe robar, en ningún ámbito y castigar muy ejemplarmente incluso los pequeños
robos.
El espejo no perdona. Si los argentinos nos atrevemos a
mirarnos en él, nos veremos en nuestra doble categoría de Nación empobrecida y
en bancarrota, por la falta de libertad, y de Pueblo destruido en su educación
y buenas costumbres, por la falta de ejemplaridad.
En ambos sentidos, se trata de un trabajo de conducción
política y de un trabajo colectivo de acompañamiento en la misma dirección.
¿Podremos?