(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
Mientras cada día queda más clara la
vocación kirchnerista por el fracaso, la destrucción de la Nación y el
hostigamiento a su pueblo, la oposición, sin prisa y sin pausa, va construyendo
sus candidaturas presidenciales en la certeza de que, más tarde o más temprano,
habrá elecciones. No será esta una elección más, sino una elección cuyo
resultado deberá asegurar un dramático cambio de rumbo en el país para
restablecer una vida normal para las personas, empresas e instituciones. Entre
los candidatos posibles para asumir esta tarea, sobresale Mauricio Macri, aún
no del todo asentado en la tradición histórica que viene a representar y muy
preocupado, en cambio, por aclarar que él es lo nuevo, alguien que nada tiene
que ver con el pasado, en especial con un peronismo que, según él, ha gobernado
muy mal durante las últimas décadas.
En un país dividido desde hace más
de 70 años en dos grandes partidos, el Partido Justicialista y el Partido
Radical, la afirmación del dirigente porteño suena por demás audaz. Podría
resultar cierta, si consideramos que los dos grandes partidos han sufrido
diversos desmembramientos y que uno de ellos, el PJ, paralizado por el
kirchnerismo no peronista y transformado por éste en aliado de ese partido del
estatismo totalitario llamado Frente para la Victoria, ha casi dejado de
existir. Podría Macri, en efecto, tener razón si los dos grandes partidos
fueran a mantenerse en ese estado y, además, indiferenciados en su tradición,
ideas y recorrido histórico, y convertidos en un conjunto amorfo al cual el
PRO, con su novedosa impronta, vencerá y sustituirá.
En un país donde todas las instituciones han
dejado de funcionar a partir del golpe institucional de Duhalde y Alfonsín a de
la Rua en 2001, también los partidos políticos
han perdido su forma, función y contenido y, mientras no se
reinstitucionalicen, habrá lugar para todas las fantasías de nuevos partidos y nuevos
dirigentes que crean que, porque las instituciones y los partidos se licuaron,
también se licuaron las ideas y la memoria de los votantes.
A pesar de lo que sostiene Macri,
las tradiciones históricas y el conjunto de creencias profundas están muy
arraigados en una población que, sin embargo, y por falta de adecuados
dirigentes políticos que inspiren y eduquen teniendo en cuenta esas tradiciones
y creencias, no puede encuadrar con facilidad su pertenencia en el panorama
político. Es esta dificultad la que hay que tener en cuenta, no para crear
fantasías sino para lograr adhesiones concientes y convencidas.
Hace muy poco, la Jueza Servini de
Cubría confesó en un reportaje de La Nación que si en 2003 hubiera autorizado
las internas que le reclamaban en el PJ, hubiera ganado Menem, y que para
evitar eso, no las autorizó. Ese fue el inicio del dedo de Duhalde que señaló a
Kirchner como el candidato y el comienzo del siniestro capítulo de nuestra
historia que aún padecemos.
Para entender este desorden que aún
vivimos, convendría darse cuenta de dos cosas: la primera, que si se hubiera
respetado la institucionalización del PJ y su vida democrática interna, otro
hubiera sido el cantar; y la segunda, que el peronismo liberal de los 90, aún
después del fracaso de Cavallo con de la Rua, hubiera tenido una segunda etapa,
legal y votada. En este desorden, hay que entender que a uno de los dos
partidos más importantes de la Argentina le fue negada su libre existencia
democrática y constitucional, por una conjunción de intereses expresados por un
Duhalde representante de un peronismo anticuado e ignorante de la
globalización, enemigo más que de Menem, de las políticas liberales y de libre
mercado de éste, y por aquellos que influyeron en la Jueza Servini de Cubría,
los grupos empresarios enemigos de esta liberalización, los radicales y otros
grupos socialdemócratas y de izquierda con gran interés en restablecer el
estatismo ya superado en los 90.
Hay que comprender, también, que el mismo radicalismo sufrió un proceso
semejante aunque más acotado, pero basado igualmente en la lucha entre
radicales más liberales y radicales más estatistas, todos en un idéntico y
costoso esfuerzo de adaptación a las nuevas reglas del mundo global.
Si el marco institucional y el
respeto a la vida democrática en los partidos hubiera permitido a dirigentes y
votantes organizarse en aquellos días de 2003, rápidamente hubiéramos tenido
una gran lucha interna en cada uno de los dos partidos, con las diferentes
líneas de pensamiento económico y administrativo tratando de predominar y de
ganar la voluntad de afiliados primero y votantes después. Junto a los dos
partidos, habríamos tenido también algunos partidos pequeños, ya de derecha, ya
de izquierda, funcionando como independientes o como aliados frentistas de
alguno de los dos grandes. Como ciudadanos, podríamos haber escuchado los debates
y elegir a conciencia y no como sucedió, ser obligados a elegir entre variantes
del mismo estatismo predominante.
En la debacle de los dos grandes
partidos, Mauricio Macri creó uno nuevo, el PRO, visualizado primero como uno
de los tantos pequeños partidos liberales de derecha (al estilo de la UCD o de
Acción por la República), luego como un notable partido vecinal, y hoy como un
partido nacional que aspira a nutrirse tanto del radicalismo como del
peronismo, con una vocación de alianza que zigzaguea del radicalismo al
peronismo, para detenerse quizá más de la cuenta en un antiperonismo
oportunista que toma al kirchnerismo como expresión legítima del peronismo,
quizá para ignorar al peronismo más moderno y liberal, ese al cual el PRO se
parece como un hijo se parece a su padre.
Si la vida institucional regular
hubiese continuado sin interrupciones, ¿hubiera Mauricio Macri inventado un
partido o, más bien, hubiera lanzado su línea personal PRO dentro de alguno de
los dos grandes partidos? Me caben pocas dudas que su actitud hubiera sido la
misma de los muchos hombres semejantes, valiosos y exitosos en la actividad
privada, que ingresaron durante los 90 a la vida pública dentro de un PJ amplio
y abierto, democrático y recogiendo a la vez las dos grandes tradiciones
conservadoras de la Argentina, la liberal y la peronista. Los ejemplos de
Cavallo, Scioli, Reutemann, más los que entregó masivamente la UCD, sobran.
Macri hubiera sido el mismo que es hoy, sólo que dentro de un partido grande,
nacional, ya instalado y organizado. Un partido en el cual hubiera podido dar
las mismas batallas que da hoy en contra de los peronistas estatistas,
antirrepublicanos, totalitarios, antidemocráticos, antiguos en sus ideas
económicas, poco profesionales en la gestión, improvisados y sin éxitos para
mostrar en la actividad privada, esa actividad a la cual todos los politicos
deberían volver cada tanto para hacer allí su fortuna y no en el Estado, como
es la triste costumbre nacional.
Este juego de ficción sirve para
comprender un poco mejor el casillero político en el cual, a pesar de todo, Macri está ubicado. Los partidos están dibujados,
pero la tradición histórica profunda y las tendencias en pugna, aunque
invisibles, continúan su existencia en las profundidades. El radicalismo ha
podido organizarse medianamente bien, formando incluso un frente con partidos
igualmente republicanos y mayoritariamente socialdemócratas. El peronismo aún
no se ha organizado, dividido entre un PJ sometido y uno disidente, y quizá no
llegue a organizarse a tiempo, si el PJ no es rápidamente restituido a la
normalidad por dirigentes peronistas que se decidan a rebelarse contra el autoritarismo
de un pequeño grupo de kirchneristas antiperonistas, encabezado por la actual
presidente, y restablecer reglas democráticas para la elección de sus
dirigentes.
Por otra parte, el peronismo,
después de doce años de duhaldo-kirchnerismo, es decir, de un estatismo
socialdemócrata o de un estatismo totalitario, tampoco se ha dado la
oportunidad de confrontar sus ideas modernizadoras de los 90 con aquellos que,
no pudiendo derrotarlas en las urnas (del la Rua le ganó a Duhalde con promesas
liberales, no olvidemos), las aniquilaron por la fuerza de un golpe
institucional. Esta discusión debe darse con franqueza antes de las próximas
elecciones, porque la ignorancia pública es masiva a la hora de evaluar
correctamente tanto los años del peronismo liberal de los 90, como la gestión
económica del período de la Rua, como la reinstalación del estatismo dirigista
y anticonstitucional de Duhalde, y su variante totalitaria con los Kirchner.
El PRO, lo quiera o no, expresa la
línea interna liberal, republicana y modernizadora en un Partido Justicialista
amordazado e invisible, pero no por ello menos real. Cuando Mauricio Macri dice
ser “el nuevo” frente a los que nos gobernaron antes, no dice toda la
verdad—esperemos que no esté construyendo un nuevo relato a su medida—porque
omite decir que representa, como idea, lo mismo que expresaron los exitosos
peronistas liberales de los noventa y sus menos exitosos continuadores
radicales liberales en el fin de siglo. Aunque sí podría decir, con más
exactitud histórica, que expresa a la segunda generación de peronistas
liberales, corregida, mejorada y, por cierto, aumentada con las nuevas
generaciones hastiadas del estatismo y de la falta de libertad. Exactamente
como los jóvenes y no tan jóvenes peronistas liberales después de la
experiencia alfonsinista.
La historia es la historia, y muy de
tanto en tanto, alguien inventa algo realmente nuevo, como la generación del
80, Yrigoyen o Perón. Esperamos que Mauricio Macri, el peronista a pesar de él,
pueda encontrarse con sus votantes peronistas hoy un tanto huérfanos y
obligados a esperar la demorada rebelión liberal y republicana de un Scioli que
no quiere hacer caso a de la Sota, o a entregarse a las nuevas elucubraciones
socialdemócratas de Lavagna, Massa y Duhalde. Esperamos también que Macri trate
a tantos peronistas sueltos como lo que son, de los suyos, y no como a enemigos
que en el pasado hicieron todo mal, porque no es cierto. La Argentina fue
modernizada por ese peronismo liberal que hoy pretende ignorar.
También, claro, a la hora de buscar refuerzos, están
disponibles el Partido Radical y el Frente UNEN, antiperonistas de ley y
estirpe, pero como ellos mismos dicen de Macri, ¡nada que ver! Lo perciben como
lo que es: un peronista a pesar de él. Para algunos, esto sonará como un
insulto. En esta página, es el mejor elogio.