jueves, diciembre 21, 2017

PRESIDENTE MACRI: ¿ADMINISTRADOR O CONDUCTOR?

La razón por la cual el peronismo—por más corrupción, desacierto o ignorancia que haya en cualquiera de sus gobiernos—suele terminar sus mandatos, es porque tiene claro un tema que los demás partidos, basados en y con estructuras de partidos tradicionales, ni consideran: la conducción política.

El peronismo, hijo de un militar que se preciaba de saber poco de política pero todo de conducción, podrá fallar en muchas cosas, pero difícilmente falle en la conciencia de la relación entre líder y liderados, y de que en la Argentina, toda la comunidad tiene siempre una expectativa de ser liderada hacia alguna parte, y que el conductor nominado para ese cargo es, invariablemente, el o la Presidente.

Poco importa que muchísimos pensadores rechacen la idea misma de líder, o que casi todos abjuremos de las deformaciones de los muchos liderazgos que han resultado fatales en el mundo, y que muchos de los populismos más despreciables se originen justamente en un exceso de liderazgo que termina en dictadura.

La realidad es que, cuando hay un proceso colectivo de cambio—como el que atraviesa hoy la Argentina—hay que conducir ese cambio, y conducir significa contar un conductor confiable y legítimo, emergido desde los mismo potenciales  conducidos. El conductor debería ser hoy el Presidente elegido Mauricio Macri, con su poder reafirmado además en las elecciones legislativas de octubre de este año. Sin embargo, el Presidente insiste en presentarse como un administrador o un gestor, antes que como un conductor.

Los episodios recientes de violencia surgidos con el pretexto de una ley insuficientemente explicada y discutida y el desánimo general frente a este escenario no tienen otra explicación que la escasa vocación del Presidente Macri para una conducción masiva.

Tiene un excelente entrenamiento empresarial como conductor de equipos profesionales, pero aún no ha descubierto su veta de conducción de masas. Por personalidad y temperamento no tiene aquello que el General Perón llamaba “el óleo de Samuel”, el don nato y carismático para empatizar con multitudes. Pero la conducción de masas es también una técnica que se aprende, y una técnica imprescindible en un país convertido en una masa enemistada consigo misma, fanatizada y violenta, interior o exteriormente.

En su programa de cambio, el Presidente Macri se ha aferrado a la idea de que con el buen rumbo, la buena gestión y la consolidación gradual de esta buena gestión, el cambio económico y la revigorización de las instituciones republicanas están asegurados. Hasta ahora, no parece ser así. Por más que las encuestas continúen favorables—en un voto de confianza que el honesto y valioso proyecto presidencial por cierto merece—se percibe, cada vez con mayor claridad, un vacío. No es un vacío de poder. Es un vacío de conducción. Un vacío de ausencia.

Un presidente que no está allí donde se espera que un presidente esté, en ese espacio invisible entre la realidad y el proyecto, allí donde hay que explicar, acompañar, crear identidad e identificación con el rumbo y el proyecto, allí, en fin, donde se encuentran el conductor y los conducidos.

Es en ese vacío que se instala el desorden de una cámara legislativa, es en ese vacío que los familiares de las víctimas del ARA San Juan se desesperan, es en ese vacío que unos pocos aprovechan para incendiar y destruir el centro de la ciudad. Es en ese vacío donde uno querría que (además de la voluntariosa conductora no oficial Elisa Carrió que intenta conducir pero no puede ni debe), el Presidente y su equipo de gobierno más cercano aprendieran algunas de las buenas lecciones del peronismo. Para que dure, para que lleve a cabo su proyecto con éxito y acompañamiento, para que la Argentina entera marche, unida en la aceptación o en el disenso, por el camino elegido por el voto popular.

La conducción política no es pasiva: es una actividad de tiempo completo. Tan demandante como la gestión y, aunque a muchos todavía no les parezca así, justamente la única garante posible del éxito de una gestión. Y más aún, en una gestión tan compleja como la actual, con tanto cambio pendiente.

Hace dos años, los argentinos dijimos que sí al cambio, y esa tarea de conducción se cumplió acertadamente porque el cambio no era sólo el deseo de un pequeño grupo de políticos visionarios, sino el deseo profundo de la gran mayoría. Desde entonces, sin embargo, el cambio anda solito por su camino y los argentinos no somos invitados a participar activamente en la realización de ese cambio y hasta dudamos, a veces, de si éste era el cambio que queríamos. Por eso el desánimo, cuando no el enojo e incluso la violencia, expresada o silenciosa.

Y el peronismo, que tampoco lidera y menos aún tendría hoy idea de hacia dónde liderar después de su reciente exitoso liderazgo al barranco, parece ser, en estos días de furia, el que está liderando, creando una confusión aún más atroz. En el vacío, cualquier espejismo es posible.

¡Conducción, Presidente Macri, conducción!

sábado, noviembre 18, 2017

GENERACIONES Y DEGENERACIONES

En sus primeros discursos tras la victoria de Cambiemos en las elecciones de Octubre de este año, el Presidente Macri hizo varias veces mención a su generación como “la generación que va a cambiar la historia”, aclarando que su generación comprende a todos los que estamos vivos en este momento, tengamos noventa o quince años, y que acompañamos el cambio.

La curiosidad sociológica de una generación tan amplia quizá tenga arraigo en las declaraciones simultáneas de varios de los principales exponentes de Cambiemos, que sí conforman claramente una generación, y que hoy tienen alrededor de 40 años, una generación más joven que el propio presidente. Pero es también posible que, de un modo menos oportunista y más profundo, esta apelación generacional del presidente tenga su origen en lo que se percibe hoy de un peronismo aparentemente moribundo, con su historia épica terminada y sin recambio generacional visible.

En este sentido, el grito generacional de Macri puede ser interpretado como el de quien levanta una antorcha histórica y se propone continuar y aprovechar los buenos legados del pasado, eliminando a la vez el cúmulo de vicios y taras que, a lo largo del tiempo, se han ido enquistando en el aparato del Estado y, por ósmosis, en la sociedad.

Mientras el Presidente Macri hace este amplio llamado generacional y confía en su tecnología de gestión estatal para lograr el milagro, el peronismo—lejos de revisar su historia generacional y de asegurar su continuidad y renovación—parece sumergido en la suma de sus varias degeneraciones. Entre estas, debemos sumar, sin agotar la lista:

1) la degeneración dirigencial del último gobierno ejercido en nombre de un supuesto peronismo que, corrupción mediante, logró una nueva oligarquía de ignorantes mandamás enriquecidos y un 30% de argentinos pobres,

2) la degeneración partidaria, con un partido paralizado, sin elecciones y con dirigentes estáticos sumisos a la oligarquía gobernante,

3) la degeneración sindical, muchas veces igualmente asociada a e imitando los nuevos modos oligárquicos del supuesto peronismo gobernante y, finalmente,

4) la degeneración doctrinaria e ideológica, como producto de esa misma corrupción general y de un escaso pensamiento peronista capaz de alentar en la comunidad y al mismo tiempo, el resguardo doctrinario y la actualización a un mundo totalmente diferente al de los años 40-50 y 72-76.  

No es que el peronismo carezca hoy de posibles liderazgos—hay muchos gobernadores y aspirantes de toda laya—sino que el conjunto de peronistas carece de una clara idea de su historia y no entiende bien cómo continuarla. Después de la muerte de Perón, sólo hubo confusión y nadie sustituyó su incomparable liderazgo intelectual, claridad conceptual y adaptación a los tiempos.

La generación preparada para tomar el relevo post-Perón, la de los famosos niños de los años 40-50, optó, en una amplia mayoría en los años 70, por confundir el peronismo con el socialismo, marxista o democrático, poco importa, y aún en los mejores y más nobles intentos de esta generación, como fueron los del Frepaso en los años 90, tampoco se acertó con la continuidad de la matriz histórica del peronismo. En el mejor de los casos, se avanzó en la segura senda, bastante poco revolucionaria, de una social-democracia coexistente con un capitalismo controlado.

Durante los años 90, sin embargo, alguien mayor que esa generación, Carlos Menem, asociado al liberal Domingo Cavallo, acertó intuitivamente en el rumbo que debía seguir el peronismo. El escaso interés de Menem por una conducción intelectual del movimiento con la necesaria adaptación doctrinaria a los nuevos tiempos, buscando nuevos instrumentos peronistas (como hubieran sido los seguros de desempleo y dar un gran papel a los sindicatos en la recapacitación y educación de los desempleados por las reformas) hace que aún todavía hoy se dude del acierto de las medidas reorganizativas de la economía, a cargo de Cavallo y su afinadísimo equipo de la Fundación Mediterránea, entrenado no sólo en la actividad privada sino en el análisis de los problemas de gestión del Estado. Esta falla de un equipo que debería haber mezclado el peronismo con el liberalismo hasta obtener un resultado doctrinario y pragmático a la vez, todavía no ha sido lo suficientemente reconocida como para que se pueda hoy avanzar más allá, rescatando así los años 90—y no los presentes—como los años que, en rigor, sí cambiaron la historia, y, por ende, reafirmaron el sostenido protagonismo revolucionario e histórico del peronismo.

De la degeneración que siguió después de 2001 con el gobierno de Eduardo Duhalde, un hombre desinformado y con un pensamiento peronista congelado en los años 40, hasta llegar a la degeneración absoluta de los años 2003 a 2015, con el bastardeo utilitario de los contenidos peronistas por parte de lo peor de la generación setentista, el simultáneo descrédito del único gobierno que durante los 90 arrimó al peronismo y al país a su derrotero de éxito, y la ruina general que aún estamos padeciendo, poco queda para decir que no se diga hoy, en todas partes y todos los días.

Es bajo el peso de toda esta historia reciente, que ha ganado tantos y tan justos nuevos enemigos al peronismo, que se declara al peronismo terminado. A esta historia, además, se le suma una historia de base en la cual el peronismo ya tenía sus enemigos históricos—aquellos poco inclinados a aceptar la promoción económica de la clase trabajadora por medio de los sindicatos y las leyes de protección laboral y la promoción social de una masa mestiza y poco ilustrada hasta el advenimiento de Perón. Este conjunto sentimental de unos y otros, con las notas de frustración y fracaso predominando cuando no las de liso y llano odio, es el que hace que, casi de modo unánime, se perciba al peronismo como agotado, muerto, y casi enterrado.

Sin embargo, la historia del peronismo, con su etapa institucional no cabalmente y, mucho menos, exitosamente completada y con su hoy prorrogado mandato de defensa de los nuevos millones de pobres, no está aún terminada.

El liderazgo histórico peronista puede asumir:

1) la extraña forma de un liderazgo extra-partidario, cómo sería el caso de un Macri asumiendo los mandatos históricos peronistas,

2) la forma rigurosa y esforzada de un grupo reducido de peronistas que se ocupe de explicar y promover los nuevos instrumentos peronistas para la promoción económica, social y cultural de los trabajadores y sus sindicatos, y predominando en una interna partidaria, o,

3) la tradicional forma movimientista, laxa y líquida que, aprovechando errores de los adversarios y vacíos doctrinarios, vaya poco a poco reorganizándose alrededor de un partido democratizado y comprendiendo, en la práctica y por descarte, cómo debe ser el peronismo hoy.

Esto lleva a la pregunta de fondo: ¿cómo debe ser el peronismo hoy? Y la respuesta breve: debe ser un peronismo amigo de las mejores reformas liberales de este gobierno, empujando en ese mismo sentido para más reformas tendientes a lograr la mayor libertad para la iniciativa privada, para un menor rol del Estado en la manipulación de las reglas del mercado, y para una mayor e intensa participación de los sindicatos que, como organizaciones libres de los trabajadores, pueden y deben tomar a su cargo, en forma privada, todo aquello que el Estado no puede ni debe hacer.

El pseudo-peronismo del kirchnerismo remanente y el peronismo pseudo-ortodoxo no actualizado ni reformulado, serán enemigos o adversarios del gobierno del Presidente Macri, o incluso socios, allí donde muchos de los cuadros de PRO y sus socios Radicales prometan reformas social-demócratas.


El peronismo histórico, en cambio, ese peronismo que siempre supo estar a la vanguardia en la defensa de los trabajadores y la grandeza nacional, es ya hoy, aunque minoritaria, desorganizada, y oscuramente, un peronismo liberal y globalista, tan sindical como siempre, tan justo y soberano como antaño, y más libre que nunca. Ese peronismo será el socio esclarecido de este gobierno y, si Dios ayuda, su tábano liberal. 

jueves, octubre 12, 2017

¿LIDERAR HACIA DÓNDE?

 Las elecciones del corriente mes, donde ya se descuenta que ganará la coalición Cambiemos y donde prácticamente no se ha debatido, no han hecho demasiado por iluminar a los ciudadanos acerca de hacia dónde debe ir el país. Predomina en los ciudadanos sólo una sana y enérgica reacción contra la lamentable década pasada, sin que se discutan las alternativas que éste u otro gobierno puede o podría adoptar para asegurar el bienestar general al más corto plazo posible. Si bien ha quedado más claro el valor de las instituciones, en particular el de una justicia independiente (¡todavía estamos esperando la eliminación de la lista sábana, antes de hablar de institucionalidad legislativa!), las confusiones acerca de la economía son aún mayúsculas.

Aún no se comprende bien cómo funciona una economía de mercado y menos se acepta que no hay alternativas a ésta, por el mismo desarrollo de la economía global. Las muy atrasadas discusiones continúan basándose en si la Argentina debe tener una economía de mercado o plantear una alternativa a ésta, en vez de aceptar la economía de mercado como una regla global imposible de saltar (a menos que se quiera volver a fundir el país) y discutir, en cambio, cuáles son las alternativas posibles DENTRO de una economía de mercado.

 Mientras que el PRO tiene una orientación clara hacia la economía de mercado—aunque no enfrente aún mucho del estatismo a solucionar—tanto radicales(incluidos en Cambiemos o no) como peronistas, parecen seguir prendidos del pasado estatista de ambos partidos, sin poder innovar. Persisten, así, en el errado camino de enfrentar la actual conducción exitosa del PRO, proponiendo soluciones más o menos estatistas para “contrarrestar” la economía de mercado. En este sentido, tanto la conducción superior del PRO, instalada cómodamente en un conveniente estatismo electoral, como las diversas dirigencias aspirantes, en especial la del peronismo, harían bien en proponer un nuevo tablero de juego y discusión. La pregunta no es quién es más estatista en contra de quien es más liberal, sino quién se las ingenia para ser el más exitoso liberal, ese que pueda extender los beneficios de una economía de libre mercado al total de la población. Los peronistas, que deberían ser los primeros en subirse otra vez a este barco, donde se encuentra la única clave posible para su supervivencia, siguen sordos a toda sugerencia.

En efecto, más allá de mejorar las condiciones macroeconómicas de la economía, lo que la dirigencia actual, tanto la que está en el gobierno como la aspiracional del peronismo— que debería ser, en cambio, muy inspiradora en tanto el peronismo fue el ejecutor y garante de una economía de mercado durante los años 90—pueden hacer es aguzar la creatividad para lograr que el enorme déficit del Estado pase rápidamente a manos privadas bajo la forma de emprendimientos autosustentables. Al decir manos privadas, no nos referimos sólo al mundo empresario sino al mundo sindical y cooperativo.

La tarea que las organizaciones libres del pueblo—para usar la semántica peronista—pueden llevar a cabo por sí mismas, con la orientación creativa del Estado y la asistencia financiera de la banca pública y privada (nacional e internacional), es inmensa. Cuando en la ciudad de Buenos Aires se piensa en la urbanización de las villas y se incluye el aporte tanto de los habitantes como de las empresas privadas, se va por el camino correcto. Este camino es perfectible si se elaboran modelos a escala de colonias, pequeñas ciudades autosustentables a desarrollarse tanto en el área suburbana como en las provincias. De mismo modo, como ya hemos sugerido antes en otros artículos, muchas de las necesarias modificaciones a la ley laboral—incluso aquellas que el Gobierno jura no implementar—podrían llevarse a cabo con la participación intensiva de los sindicatos como gestores de sus propios seguros y de su propia red de capacitación profesional.

La imprescindible reforma fiscal, que debería ser hecha a fondo de modo de permitir que las provincias recauden y dispongan de sus propios fondos, es otro de los grandes temas pendientes asociados al saneamiento de la economía.

Pasadas las próximas elecciones, quizá llegue el momento de establecer una gran discusión acerca de adónde vamos y cómo llegar mejor y más pronto. La Argentina va por buen camino y tiene un excelente pronóstico, si se plantean los problemas con franqueza ante los ciudadanos, en sus términos exactos y reales.
El mayor problema de la Argentina son los argentinos ignorantes—dicho esto amablemente, argentinos que no han sido informados con exactitud de los límites entre los que discurre la realidad. Sin embargo, no hay que considerarlos culpables sino víctimas de su extrema confianza en líderes que parecen saber pero que, en muchos casos, saben menos que ellos aún, ya que ni siquiera tienen el sentido común de la vida cotidiana atada a hechos y no a ideologías.


La responsabilidad de los liderazgos actuales es hoy, entonces, extrema. En el Gobierno o en la oposición, deberán ser juzgados por su inteligencia, su cabal y total comprensión de los problemas y su aptitud para resolverlos creativamente. También, por su empatía genuina con la no confesada necesidad de los argentinos de, por fin, saber dónde están parados, dónde van y por qué. El que entienda a fondo el por qué y sepa comunicarlo, liderará.

miércoles, septiembre 20, 2017

SINDICATOS, PERONISMO Y LIBERALISMO


Aunque la mayoría de las agrupaciones políticas se resista a hacer una revisión completa de las políticas liberales ejercidas durante los años 90, convendría volver a poner sobre el tapete la discusión. En cierto modo, el reciente y provocativo libro de José Luis Espert, “La Argentina devorada”, acompañado por su casi diaria prédica televisiva, pone de modo directo y eficaz la discusión en su justo término: cómo deben ser las relaciones entre capital, Estado y trabajo, esas tres corporaciones hoy disfuncionales. Un tema, sin embrago, permanece poco explorado y, sobre todo, sumergido en el igualmente poco revisado tradicional anti-peronismo: la existencia y función de los sindicatos dentro de una economía liberal.

A pesar de lo que habitualmente se cree, peronismo y liberalismo tienen una veta en común, y esa es la que sorprendentemente se expresa en los sindicatos, entendidos como organizaciones libres e independientes del Estado—tal como fueron pensados originariamente por Perón—y no como existen hoy día. Las múltiples distorsiones acumuladas en muchos sindicatos y en la misma CGT justifican la ira de los pensadores como Espert que pretenden, con sobrada razón, una definitiva economía liberal para engrandecer la Argentina en su economía y productividad.

La famosa doctrina peronista no combate el liberalismo sino en un punto específico: su falta de interés en un proyecto comunitario. Sin embargo, el peronismo, lejos de ver a ese proyecto comunitario como una extensión del Estado—tal como hacen los socialismos, demócratas, cristianos, populistas o lisa y llanamente comunistas—lo ve como lo vería un liberal si un liberal considerase oportuno ocuparse de ese tema: como una elección voluntaria de individuos libres para agruparse en organizaciones colectivas o comunitarias por fuera del Estado.

En este sentido, no hay una herencia más sólida y valiosa del peronismo que las organizaciones sindicales, el instrumento de defensa de los trabajadores—columna vertebral de su organización política, además, como ya se sabe. Que los sindicatos y la CGT se hayan transformado muy frecuentemente, al igual que prácticamente todas las instituciones argentinas, en un antro de corrupción además de en una ocasional traba para el desarrollo de una economía liberal, no quiere decir que deban desaparecer. Muy por el contrario, los sindicatos y organizaciones sindicales deben ser fortalecidos, modernizados y sometidos a la misma regla de transparencia que las demás cuestionadas instituciones argentinas. 

Los mismos sindicatos deben hacer al mismo tiempo una revisión de su rol frente a la economía global, comprender que las reglas macroeconómicas obligatoriamente obedecen al régimen global de libertad y libre intercambio y colaborar así para que inversores y empresarios tengan la mayor libertad posible para emplear, contratar, despedir o contratar nuevamente a sus trabajadores sin que esta libertad se vea penalizada por juicios, leyes proteccionistas, y toda la serie de trabas que tradicionalmente políticos y sindicalistas han puesto en el camino como poco creativo método de proteger a los trabajadores. Esta confusión ha creado desempleo, empleo en negro y, peor aún, amenaza todos los días con una ruptura violenta entre trabajo y capital, tanto si se aprueban leyes con menos protección como si se opta por un mayor proteccionismo. Este conflicto de intereses puede ser resuelto de un modo bien diferente.

Por un lado, los sindicatos, como organizaciones libres de los trabajadores, tienen muchas capacidades no explotadas para ayudar a éstos a protegerse a sí mismos  a través de sus sindicatos, tal como lo hacen ya hoy por medio de seguros de salud colectivos gestionados a bajo costo por los mismos sindicatos (las actuales obras sociales, cuya recaudación debería ser autónoma y no a cargo del Estado, que no tiene nada que hacer dentro de organizaciones de la comunidad privada, tales como los sindicatos). Así, siguiendo este modelo, los sindicatos deberían ofrecer a sus trabajadores asociados un seguro de desempleo (¿estafaría un trabajador al capital de sus propios compañeros con demandas desubicadas o desmedidas?), seguros por licencia de maternidad y paternidad, seguro de capacitación (formación profesional, reciclaje de habilidades y pasantías a cargo de cada sindicato), programas de  estudio y primer empleo con formación profesional destinados a jóvenes sin formación de ningún tipo), etc. Como se puede apreciar, el modelo peronista sindical aún no comprendió su nuevo rol en la economía moderna que, lejos de apoyarse en el Estado (y permitiendo además que el Estado se entrometa allí donde no le corresponde, la organización privada de los trabajadores) prefiere asumirse como un actor libre, tan libre como pretenden ser el empresariado y el mundo financiero. Asumir en plenitud el rol de una organización libre permitirá a los sindicatos ampliar su esfera de protección y hacerlo de un modo genuino.

Entre los múltiples beneficios de esta mutua liberación de empresarios y financistas, por un lado, y de sindicalistas, por el otro, se cuenta otra  impensada liberación: la de un Estado con un déficit enorme acumulado por toda la mala gestión general que conocemos, pero, sobre todo, por entender muy mal cómo se debe proteger en estos días, tanto a quienes arriesgan capital e invierten, como a aquellos que sólo tienen como capital su capacidad de trabajo personal.

Los sindicatos sí pueden también ser empresarios, y deberán serlo para armar las diferentes aseguradoras, pero serán empresarios comunitarios, es decir, dedicados al bien común y no al lucro. Hay que repetirlo: los sindicatos son asociaciones sin fines de lucro. Los sindicatos manejan hoy enormes cantidades de dinero, y podrán manejar muchísimo más, con la misma pasión empresarial que hoy ponen muchos líderes sindicales para manejar negocios personales nacidos de la estafa a los trabajadores, pero ahora con trabajadores mucho más atentos a su voto y a la misión de control de sus propios fondos. Este progreso y protagonismo forma parte de la misma secuencia de transparencia que hoy comienza a ejercer la sociedad argentina en su conjunto en relación al control del Estado.

Una revisión de leyes laborales y ordenanzas sindicales caducas ayudará a desembarazarse con rapidez de las deformaciones del pasado. Los legisladores tienen también un importante rol junto a los mismos sindicalistas y trabajadores en la tarea de simplificar y modernizar el marco legal. Este nuevo marco, lejos de ser el mal temido por los trabajadores como lo es hoy, debería ser la oportunidad para transferir la protección de los trabajadores a los sindicatos, liberando al Estado y a los empresarios, y construyendo así un mundo laboral más estable, seguro, y bajo el control y usufructo de los mismos trabajadores.

No hay que dinamitar a los sindicatos, como sostiene con ironía Espert, sino apostar a que entiendan su posible y genuino nuevo rol, privadísimo, fuera del Estado, y fundado sólo en la libre asociación de los trabajadores para construir, dentro de sus comunidades sindicales específicas,  un futuro próspero y seguro.

El socialismo cristiano debería también tomar nota de la posible y necesaria evolución del peronismo hacia su forma más liberal—y a la vez más genuinamente comunitaria—y entender que no es el capitalismo lo que está mal, sino la forma de equilibrar las fuerzas entre el capital y el trabajo. A veces, hasta el mismo Papa Francisco se confunde, atravesado como está por un peronismo anticuado. Un peronismo sin liderazgo que hoy está haciendo su camino y repensándose, de modo de cumplir de verdad con los objetivos de siempre.


La prueba de este derrotero está a la vista: los infinitos peronistas que hoy descansan en las manos aún tibiamente liberales del PRO, y lo votan a la espera de una nueva coalición que coloque con energía a todas las fuerzas de la libertad frente al añorado objetivo común: la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo, ya sea este trabajador o empresario.

lunes, agosto 21, 2017

EL PERONISMO AUSENTE


Si Jorge Asís tiene razón con su boutade acerca de que estamos viviendo el Tercer Gobierno Radical de la era democrática y no el gobierno de un partido nuevo, el PRO, apreciamos cómo el extraordinario triunfo de Elisa Carrió en la Capital Federal puede reafirmar el derrotero social-demócrata elegido por el actual gobierno. Un gobierno, debemos decir,  al cual muchos reprochamos su demasiado tibia apuesta por el liberalismo, su lentitud en cerrar de una vez las cuentas fiscales y su predilección por movilizar el Estado en vez de las fuerzas sociales—en particular las sindicales—para lograr una rápida salida de la condición estructural de pobreza.

La tragedia del votante liberal o del votante que, aún si estar demasiado informado acerca de las posibles opciones, reclama un programa comprensible y de resultados veloces, consiste en la ausencia en el horizonte político de un candidato específico que lo represente. A saber, un candidato capaz de reproducir el veloz cambio de rumbo de la economía tal como sucedió en los años 90 y capaz a la vez de corregir los dos errores que, desde un punto de vista liberal tuvo aquel programa y que fueron, por un lado,  no pasar a una moneda flotante en el momento oportuno y, por el otro, reformar el sistema impositivo de modo de lograr una justa federalización fiscal.

Si recordamos que aquel programa fue la justa combinación de un liderazgo peronista elegido en internas libres, Menem, con un equipo liberal altamente capacitado y dirigido por Cavallo, estamos quizá recordando la fórmula exacta para el éxito argentino. Un éxito que duró el tiempo que duró el equipo Menem-Cavallo, un éxito que ralentizó su marcha a partir del momento en que se separaron, con las reformas a mitad camino (faltaban sobre todo el ya mencionado paso a una moneda flotante, con la economía ya estabilizada, y la federalización fiscal que hubiese impedido que más tarde las provincias sin recursos hundiesen y arrastrasen a la Nación con ellas) y un éxito, finalmente, que quedó ante la opinión pública como el mayor de los fracasos y como una tragedia colectiva cuando todos los esfuerzos del gobierno radical de la Rua con un Cavallo regresado al gobierno pero impotente en esa ocasión, fallaron y sucumbieron a la presión de los anti-liberales, en la ocasión Duhalde y Alfonsín.

Por mucho que se cuente esta historia, ordenadamente, ni la opinión pública ni la mayor parte del periodismo ni la mayoría de los actuales dirigentes peronistas, parece terminar de comprenderla. Al no comprenderla, no se comprenden las opciones actuales y se sobredimensiona el anticuado, ineficiente y corrupto kirchnerismo.  Del mismo modo, el lugar del PRO se oscurece dentro de los límites de un radicalismo social-demócrata y el lugar del peronismo más genuino no termina de encontrar sus dirigentes, cayendo en la misma trampa de una social-democracia que nadie cuestiona y desdeñando, por lo tanto, su espacio electoral legítimo y su no tan remoto éxito plausible de ser continuado con las mejoras del caso.

El peronismo más genuino y el PRO, como demostraron el apoyo de de la Sota y Massa a Mauricio Macri en la elección presidencial de 2015, resultan aliados naturales frente a los diversos populismos y experimentos de izquierda. Ambos, sin embargo, se resisten a asumir la herencia de los años 90, a ampliarla y corregirla, muy en particular utilizando los instrumentos que ofrecen los sindicatos, por un lado, y , por el otro, la aún pendiente federalización fiscal.

El peronismo será revolucionario, o no será nada. La famosa frase de Eva Perón que no han dejado de reinterpretar las sucesivas generaciones peronistas, sigue teniendo hoy una vigencia insospechada. Si revolución en los años 60 y 70 quería decir para muchos, socialismo y, más tarde, otra vez peronismo estatista o socialismo democratizado, en el siglo XXI quiere decir acceso de las grandes mayorías a todos los bienes de la civilización, en particular al conocimiento, a través de los modos más eficientes y menos costosos. Es decir, a través de un Estado que empuje y facilite la actividad privada, incluyendo en esta actividad privada a las organizaciones sindicales y cooperativas. 

La revolución actual exige actualizar la revolución peronista de 1945 con los instrumentos disponibles en 2017, totalmente diferentes de los utilizados en aquel momento. Un 30% de argentinos extremadamente pobres exige otra vez aguzar el ingenio, al modo del Perón que de la nada logró la clase media más poderosa de América Latina, integrando a todos los postergados e incluyéndolos en el mundo de la educación y el trabajo.

El panorama electivo debe cambiar y quizá ya mismo, antes de las próximas elecciones legislativas de octubre, comenzando a dibujar el espacio del hoy peronismo ausente. Muy posiblemente, un conjunto de gobernadores y diversos representantes sociales, sindicales e intelectuales pueda emerger como una entidad nacional—informal por el momento—y representativa de la continuidad de la modernización de los años 90. De ese modo, las minorías más liberales en ambas cámaras podrán aliarse para concretar todas las reformas que la modernización exige, empujar al PRO hacia las soluciones correctas, y abrir al mismo tiempo el paso a una nueva dirigencia peronista, genuina y renovada.


Un peronismo hoy ausente no significa un peronismo muerto, sino un peronismo ignorante de sí mismo y de sus posibilidades. La única pregunta política que cabe hacer entonces en estos días es si este peronismo despertará a su única identidad genuina posible y empujará hacia el gran cambio, o si será el PRO el que tardía y trabajosamente, desprendiéndose de sus tendencias social-demócratas, ocupe finalmente el lugar que la historia reservó al peronismo.

miércoles, julio 26, 2017

LA GUERRA CONTRA LA POBREZA: ¿DÓNDE ESTÁ EL PLAN MILITAR?


La pobreza en la Argentina existe sólo por la enorme desorganización del país, por la haraganería en pensar en cómo solucionar los problemas, y por la escasa voluntad de ejecutar con eficiencia.
El tema del aumento de pobres en las últimas décadas aparece en forma muy insistente tanto en los discursos de campaña como en los periódicos, radio, televisión, y, en menor medida, en las redes sociales. Sin embargo, más allá de adjudicar los pobres a una política económica u a otra, aún intentando diferenciar la complejidad del tema, poco se habla o se dice de cómo comenzar a solucionar el problema.
El nuevo gobierno, del mismo modo que los anteriores, debe hacerse cargo de un territorio con aproximadamente 13 millones de pobres, es decir gente en condiciones de vida muy precarias, muchas veces sin una vivienda mínimamente digna, sin trabajo, sin educación y sin servicios de higiene o salud. Las soluciones que han aparecido son los planes sociales, dinero entregado directamente a esas personas, o la promesa de que las condiciones mejorarán cuando la economía crezca, haya más trabajos, etc. etc. Las opiniones y promesas, ya todos las conocemos.  Lo que no vemos, frente a un problema de esta magnitud es la voluntad de encararlo como un todo con una planificación adecuada que en unos pocos meses elimine lo endémico de la situación e invente rápidamente una solución primaria que vaya retroalimentándose hasta terminar con el problema y contar con 13 millones de personas más sanas, medianamente educadas y con un oficio o profesión. Si se trata de una guerra, como tantas veces se dice desde el Gobierno y la oposición, ¿no haría falta entonces un plan militar a ser ejecutado sobre el territorio que ocupa esa población? Es decir un plan semejante al que un ejército de ocupación eficiente organizaría en un territorio amigo devastado al cual se quiere ver progresar. Digamos, Alemania o Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
 Sí, la urbanización de las villas es el primer paso correcto, la creación de más redes de agua y cloacas que aquí y allá acompañan el proceso, también. Pero hace falta mucho más: enmarcar estas buenas políticas parciales dentro de un plan más general.
Cuando se piensa que si la economía mejora, la pobreza disminuirá no se piensa bien, ya que se omite todo lo endémico de esta pobreza y aquello  que en primer lugar llevó a esta situación:  la desatención básica original de algunos grupos de personas, a los que se fueron sumando inmigrantes de países vecinos, creando así una inmensa masa de desatendidos que no ha dejado de multiplicarse en el tiempo. ¿Cómo procedería un plan militar para crear orden y seguro progreso al servicio de estas masas, por un lado, y al servicio secundario del resto de la población que no tiene por qué padecer las consecuencias de esta masa abandonada a sí misma(salvo por la limosna de los planes) y sin organización? En primer lugar, a organizarla territorialmente, lo cual supone un plan descentralizado con unidades que funcionen independientemente de un plan nacional inspirador pero no ejecutor. 
Las reformas necesarias para poder llevar a cabo este plan son las siguientes:
1) Reforma tributaria federal, de forma que los recursos no sean administrados a nivel nacional—excepto aquellos que sean necesarios para asegurar la administración específicamente nacional—y con la cesión equitativa de recaudación e impuestos y capacidad de endeudamiento en los niveles provincial, municipal y—una novedad—las unidades de rescate.
2) Creación de las unidades de rescate, financiadas primariamente con préstamos nacionales o internacionales a escala provincial o municipal. Cada unidad de rescate es una entidad autosuficiente y cooperativa en la cual los participantes serán los encargados de la construcción de viviendas, gestión de comedores, y diversas tareas de mantenimiento y uso dentro del predio o territorio asignado, y obligados—todos—a asistir a una escuela de formación básica en distintos niveles para niños, adolescentes y adultos y a cursos breves de higiene y salud a impartirse en la obligatoria sala de primeros auxilios de cada unidad. Las unidades de rescate pueden funcionar dentro de barrios ya existentes que serán demarcados territorialmente para fijar tanto la unidad como los residentes que pertenecen a ella y las tareas que deben ejecutar.
3) Registro nacional, provincial y municipal de personas en la pobreza de modo de establecer el lugar y población de las unidades de rescate.
4) Eliminación de los subsidios y planes nacionales, provinciales y municipales, y creación de la tarjeta Pertenecer, a través de la cual cobrarán un sueldo por el trabajo realizado en la unidad, y--esto seguiría como en la actualidad--la asignación universal por hijo.
5) Creación de una primera línea de créditos en el Banco Nación alimentada en primera instancia con el dinero que actualmente se deriva a los subsidios. Estas líneas de crédito serán alimentadas inmediatamente después con el ahorro y recursos productivos de las unidades de rescate, con los impuestos de las personas y actividades y negocios  agregados a la economía general, con gestión de financiación genuina en la banca privada, nacional o internacional, etc.
6) Reforma laboral y sindical que permita que, lo que los afiliados a los sindicatos puedan perder por leyes más flexibles, puedan ganarlo a través de la cooperativización sindical de los seguros de desempleo y una economía más libre no sujeta a abusos laborales y, por lo tanto, más móvil y creadora de empleos.
7) Facilitar la colaboración entre las unidades de rescate y los sindicatos de modo que éstos puedan ofrecer formación profesional y primera inserción laboral con certificación formativa.
8) Alentar a las cámaras de comercio e industria a crear planes de formación para oficios en desuso que puedan ser rehabilitados como valor agregado (p.ej. bordadoras para industria textil y de la moda; carpintería fina, etc.) y a colaborar en general en la dignificación de todas las artes y oficios, en particular los de alta demanda, como los servicios de enfermería, cuidado de niños y adultos mayores, etc.
9) Alentar a las cámaras profesionales a crear sistemas de promoción y becas para aquellos jóvenes de las unidades de rescate que demuestren cualidades sobresalientes para el estudio.
10) Desalentar la inmigración desde los países vecinos hasta que nuestra economía pueda absorberlos, y compartiendo este plan y técnicas de ejecución con esos países de modo que ellos puedan absorber esos mismos potenciales inmigrantes.
Como todos los planes eficientes, el plan nacional de creación de centenares de unidades de rescate en el todo el país, requiere un comienzo fácil de ejecutar y sin demasiado costo, al cual puedan ir agregándosele armónicamente las diferentes capas de pertenencia, cuidado, formación y desarrollo:
1.    Registro de las personas que formarán parte de estas unidades y definición y ubicación territorial de estas unidades.
2.    Rápida ubicación o creación de las escuelas y centro de salud dentro de la unidad de rescate.
3.    Emisión y entrega de la tarjeta Pertenecer con la respectiva identificación y bancarización de la persona y firma del contrato con la unidad de rescate.

Este principio de organización pondría inmediatamente en marcha el plan que este gobierno podría llamar, como lo hacía en campaña, Pobreza Cero, integrando en modo simbólico a los 13 millones de pobres a un camino de progreso.
Conseguir las leyes para las reformas puede resultar un poco más arduo, pero no si las unidades de rescate se crean por decreto en los niveles provincial y territorial, donde se pueden obtener leyes locales que zanjen la posible lucha política en el Congreso Nacional.  

Aunque, claro, quien tenga la iniciativa y audacia para iniciar y liderar este plan, seguramente no carecerá de la habilidad política para encontrar los socios que, más tarde, también se beneficiarán con el progreso conseguido. 

viernes, junio 30, 2017

EL PERONISMO CONSERVADOR Y EL MACRISMO


La inutilidad de las próximas primarias, en las que no se cumplirá el objetivo de elegir un único candidato entre varios aspirantes del mismo partido, hace que volvamos a interrogarnos acerca, ya no de esta anormalidad, sino de la aún mayor anormalidad de que hayamos perdido las antiguas referencias partidarias que nos sirvieron durante medio siglo.

 La primer gran ruptura la produjo Alfonsín en el Partido Radical, llevando al radicalismo un poco más a la izquierda de lo acostumbrado, novedad que fue seguida por un Menem realizando el movimiento opuesto y uniendo al Justicialismo no sólo con los Conservadores que ya habían acompañado al Gral. Perón en su regreso, sino con los antiguos enemigos liberales. Co éstos, el peronismo conservador entró en una estrecha y ya indisoluble alianza, posiblemente la que hoy es menos reconocida como vigente, recoge menos prensa, tiene menos expresión formal y aparece como una forma de peronismo replegada. Para muchos el peronismo conservador-liberal sólo pertenece a la era menemista, fue liquidado en el 2001, y en el mejor de los casos, se lo percibe absorbido y superado por el macrismo.

El peronismo conservador, sin embargo, merece una mirada más atenta, ya que contiene lo mejor y más avanzado del pasado peronista, y, suficientemente hecho conciencia, o más bien, regresado a la conciencia, en una población hoy sin suficiente liderazgo político de envergadura—hablamos de la envergadura de un Perón estadista—puede ser la llave que termine de colocar a la Argentina en su definitivo sendero.

Si Alfonsín y Duhalde no hubiesen conspirado para acelerar la caída de de la Rúa y del ministro Cavallo, el mismo que había hecho el milagro de la modernización argentina, antes de que Menem le pidiese la renuncia, deteniendo con este hecho el proceso modernizador—faltaba lo que aún falta, reforma fiscal federal y descentralización plena—el proceso de modernización hubiese continuado. Aunque fuese a los tumbos, con sucesivas elecciones, se hubiera avanzado en el mismo camino, logrando el éxito final que aún hoy debe perseguir con infinito esfuerzo el continuador de aquella modernización, el presidente Macri. En cambio, Alfonsín y Duhalde retrocedieron en la modernización, arruinaron lo que se había logrado y abrieron a puerta a los Kirchner con los resultados ya conocidos.

Estos dos grandes cambios hacia fines del siglo pasado y comienzo de éste producidos por el Radicalismo y el Peronismo nos dicen mucho acerca de lo que verdaderamente está sucediendo en términos políticos dentro de la Argentina profunda. No se trata tanto de que en 2001 estallase el sistema de partidos políticos sino, más bien, del avance lento y tortuoso pero inevitable de las corrientes históricas tradicionales, requeridas de una nueva formulación adecuada a la época.

En realidad, tenemos a los mismos actores de siempre, el Radicalismo, el Peronismo, el Conservadurismo local, Liberal o no y las izquierdas, pero todos combinados de modos disfuncionales. La disfuncionalidad de las PASO es el reflejo de esta disfuncionalidad.  Por esa disfuncionalidad, el dedo. ¿Cómo resolver si no con el dedo autoritario quién debe ser el candidato en cualquiera de los partidos donde una fracción que poco y nada tiene que ver con la tradición de ese partido lo controla y anula toda expresión de quienes podrían representarlo con mayor fidelidad en la interpretación de la historia?

El Partido Radical encorseta al Presidente Macri en una lenta y parsimoniosa social-democracia, impidiéndole la necesaria velocidad liberal para volver al camino abandonado de los 90 y el kirchnerismo residual hace todo lo posible para mantener paralizado un Partido Justicialista que debería ser, por historia, representado por el peronismo más genuino. Ese peronismo conservador hoy ausente en el escenario político como entidad consistente, el que supo tanto hacer la productiva alianza con los liberales como asegurar un verdadero progresismo hacia el siglo XXI, y el que, abrazando tanto el crecimiento nacional como la globalización, la revolución de las costumbres como el avance tecnológico, nos dio como argentinos un lugar en el Grupo de los 20 países más relevantes del mundo.

Así, estas inminentes primarias tienen como única ventaja dejar expuesta la única brecha, el único divorcio importante que existe en la Argentina: el que existe entre representantes y representados. Entre los muchos peronismos que se presentan con sus propios partidos o frentes y sus únicos candidatos ya elegidos—Massa (insistiendo con Stolbitzer en el tipo de alianza con el radicalismo iniciado por Alfonsín y Duhalde, y luego por Kirchner-Cobos), la inefable ex-presidenta, los ex ministros, etc.—hay uno, el más genuino, ese que justamente no figura en la lista: el peronismo conservador.

Ese peronismo está compuesto de una importante mayoría de argentinos fieles a la doctrina y a la tradición a la vez que ya actualizados en una economía liberal desde los tiempos de Menem y Cavallo, quienes, tras el inmenso desastre de Duhalde y los Kirchner, continúan ofreciendo un punto de referencia, tal vez imperfecto pero, sin duda, orientado en el sentido correcto.

Es ese punto de referencia incorporado el que hoy hace que los peronistas conservadores sin liderazgo nacional propio ni partido dónde crearlo, busquen refugio en Macri, algunos bajo la forma de apoyo electoral y otros de modo más literal colaborando con el PRO o el gobierno. Pero éste no es un esquema estable. Sigue haciendo falta un partido que permita que los aspirantes al liderazgo de una posición conservadora, nacional y liberal a la vez, compitan entre ellos para consolidar y administrar mejores gobiernos. Hace falta consistencia—es decir, dentro de una misma visión de país general, competir no por visiones opuestas cómo en las últimas décadas, sino por diferentes estilos de gestión o diferentes acentos o prioridades dentro de la visión general. Del mismo modo, del otro lado, hace falta el otro partido que encarne, ahí sí, la visión  opuesta.

Es así como el peronismo conservador y liberal, hoy sosteniendo a Macri, debe ser reconocido, observado y acompañado en su proceso, de modo de colocar una gran mayoría de argentinos hoy desencaminados y escépticos en el camino de buscar y elegir a quién los represente fielmente. Sólo una mente poco imaginativa puede creer que esto perjudique las chances de éxito del actual gobierno. Muy por el contrario, puede transformarse en la mejor garantía de su sostén y progreso y, si la historia continúa siendo lo que es, pura evolución hacia algo mejor, siempre y a pesar de todo. Este peronismo hoy desorganizado constituye quizá la base para la recuperación de uno de los dos grandes partidos nacionales que los argentinos perdimos cuando una combinación de usurpadores, antiguos enemigos gorilas y una jueza electoral decididamente antiperonista, lograron que durante casi veinte años el Partido Justicialista no volviera a tener elecciones internas, ni a tener un nuevo liderazgo realmente elegido por los afiliados y simpatizantes ni a expresar una genuina continuidad histórica.

El germen de este futuro promisorio está sin duda en el conjunto de gobernadores peronistas conservadores que hoy apoyan a Macri, aún con las diferencias, en los peronistas que eligieron ayudar directamente a Macri (y tenemos que recordar al Momo Venegas, que lamentablemente acabamos de perder, y que fue un modelo para la actualización de las organizaciones gremiales) y en los muchos peronistas dispersos que aún creen—y fervientemente—en un final feliz para esta larga y triste etapa de la Argentina.

 Una etapa que debe su desdicha no a “la política de los 90 y al desastre del 2001” como repiten aún muchos ignorantes, sino a la confusión intelectual de muchos dirigentes políticos--extraviados en el sentido de la historia—y, más aún, a la creación de conjuntos políticos formados por opuestos, totalmente disfuncionales y mentirosos.

Entramos en la etapa final de la disfuncionalidad y en el aún brumoso comienzo de una nueva organización política, funcional a las ideas e intereses genuinos de los argentinos, sean cuales sean estos intereses, con los nuevos partidos renacidos de sus cenizas. Y, entre esas mismas cenizas, la misma Argentina de todas las herencias y tradiciones, está también lista para renacer, después del caos, en pura continuidad.

lunes, mayo 29, 2017

CÓMO ADUEÑARSE DE LA ARGENTINA O EL FIN DE LA DIVISIÓN


Las divisiones entre los argentinos vienen, ya lo sabemos, desde el inicio de su historia. Tironeados entre la tradición hispánica y la seducción del cada día más extenso e importante Imperio Británico, los argentinos fundadores tuvieron siempre ante sí el desafío de permanecer fieles a sí mismos e ingresar,  a la vez, en la ola más próspera y modernizadora. Otro hubiera sido el cantar si el Imperio Español hubiera generado los recursos, expansión y liderazgo de la modernidad mundial. Lamentablemente para nosotros, herederos de la Hispanidad, no fue así y—más allá de tener que conformarnos con las glorias del pasado remoto de nuestro propio Imperio—tuvimos que lidiar con nuestros sentimientos de envidia, desadaptación y, más tarde, con la necesidad de no perder el tren mundial, encontrando a la vez los recursos que nos permitieran mantener una identidad propia. La globalización no es un tema de hoy y bueno es recordarlo cuando hablamos de nuestras actuales divisiones entre argentinos,  ya no entre kirchneristas o anti kirchneristas, ya que el kirchnerismo, por suerte, es cada día más reconocido como lo que es, una fracción minoritaria de la izquierda anclada por conveniencia y no por convicción en el peronismo, sino de la división que ya lleva más de medio siglo, entre peronistas y antiperonistas.

Esta división atravesó diferentes etapas, donde predominaba una u otra fracción, luego de batallas siempre inconclusas en las cuales siempre se esperaba la próxima, la definitiva, en la cual el peronismo o el antiperonismo serían derrotados para siempre y la nueva historia de la Argentina quedaría lista para comenzar. Es bastante extraño que, después de tanto tiempo, en el cual ambas partes sufrieron desgastes y desprestigios inmensos, destrozando los partidos tradicionales en su lucha, no sean más numerosos los intelectuales y los dirigentes políticos que reparen en algo sencillo: la división existe porque se continúa alimentándola de manera artificial.

 En efecto, no existe en la realidad tal división. La división real que aportó el peronismo en los años 40 y 50, que fue la de introducir al poder a la clase trabajadora y organizarla, hace rato que fue absorbida por el total de la sociedad argentina, ya que absolutamente nadie discute ya el increíble aporte al ascenso social que realizó en aquel tiempo el revolucionario general Perón, y mucho menos discute la existencia de los sindicatos y de la CGT, aunque haya quejas fundamentadas acerca de su desempeño actual en la economía, un desempeño que debe ser, como tantas otras cosas, actualizado.

Tampoco nadie discute la necesidad de la inserción de la Argentina en el mundo, aunque muchos trastabillen ante los detalles de adaptación a la actual globalización,  sean peronistas o antiperonistas, un rasgo que habla de una dificultad nacional de adaptación y no de una división entre los argentinos.

Si la división no existe en la realidad y es artificialmente cultivada por líderes e intelectuales que buscan diferenciarse de este modo, ¿qué podemos hacer para superar este escollo y diferenciarnos de un modo más productivo? En primer lugar, ayudaría a unos y a otros asumir el total de la historia argentina como propia, sin importar el lado de la preferencia. La historia argentina es la que es, pasó lo que pasó, y somos, TODOS, lo que somos, es decir, la suma de TODOS los anteriores, más allá de quién sea nuestro héroe nacional favorito o de nuestro juicio personal sobre tal o cual período de la historia.  El efecto inmediato de asumir la realidad como lo que fue y es, será el de hacernos íntimamente dueños de la Argentina, integrando todas  sus partes del modo que mejor podamos. Personalmente, como peronista, admiro enormemente el período de colonia informal de Inglaterra que supimos tener y que puso a la Argentina a la cabeza de la modernidad en América Latina y nos dejó el esquema de una Argentina grande y productiva, globalizada (aún en términos coloniales, el flujo de riqueza hacia la Argentina fue enorme, también en capital humano) y lista para concretar la segunda parte de esta epopeya de grandeza, a la que admiro y con la cual, por contemporánea, simpatizo, cuando el General Perón levantó a todos los excluidos de la riqueza y los derechos a esta—una vez más, en esto, a la cabeza de América Latina—y dejó el país listo para lo que nunca volvió después, hasta el abortado intento de Menem y Cavallo en los años 90, una Argentina globalizada, moderna, altamente productiva y con una población integrada en términos de derechos e igualdad.  Tener esta visión y sentimiento integrados me ha permitido, desde hace mucho tiempo, comprender a la Argentina como una totalidad, en la cual mi identificación personal y mis preferencias no importan demasiado ya que lo que sobresale, siempre, es la necesidad nacional del momento, vista a través de TODA la historia del pasado y del futuro al cual queremos llegar, que no debe, nunca, desmentir los logros del pasado. A lo sumo, esta posición integradora me ha ganado el odio de todos aquellos que, peronistas o antiperonistas, prefieren seguir en el recorte de uno de los pasados antes que ver la realidad histórica total del presente.

Por eso la disyuntiva argentina no es entre peronismo o antiperonismo, ni entre el eufemismo de populismo o no populismo—ese comodín del lenguaje político que intenta mantener la misma división del pasado vestida con un nuevo y superficial ropaje. La actual división está justamente entre la gran mayoría de peronistas y antiperonistas que cae en esta trampa y la minoría que se ha dado cuenta de que la división es artificial e insiste en soluciones nacionales que atraviesen todo el arco ideológico. En el mismo gobierno del presidente Macri coexisten estas dos posiciones: unos insisten en alimentar las antiguas divisiones con el objeto de un predomino electoral, otros han dado el verdadero salto a la modernidad y el cambio y hablan de la Argentina y no de fracciones cuya inexistencia está demostrada en la carencia de partidos políticos organizados bajo claros liderazgos.  En todo caso, los incipientes movimientos y partidos políticos llaman a la organización bajo nuevas premisas, no abstractas, como Cambiemos—símbolo  cabal de esta etapa transicional de las divisiones caducas a divisiones que reflejen la necesidad del momento—sino concretas, alrededor de un proyecto específico.

El camino hacia una asunción de la Argentina como un patrimonio querido y común no será demasiado largo de recorrer una vez que la minoría que formula esta idea lo haga de manera clara y sencilla, de modo que llegue al total de la población y permita que lo que las grandes masas ya intuyen, sea un patrimonio colectivo consciente.

Adueñados todos de la Argentina, tendremos las divisiones normales en cualquier país pero no las de pulsión suicida o asesina que hemos tenido a lo largo de la historia más reciente. Los otros son también nosotros, y han hecho, también, algo bueno por el país, nos guste esto más o menos. Podremos entonces renovar nuestras energías, afinidades  y preferencias anotándonos en aquellas nuevas batallas que vale la pena dar: ¿debe ser la administración del país más bien social demócrata o liberal?, ¿cómo deben integrarse sindicatos y empresarios para obtener una mayor productividad que asegure una competencia global?, ¿cuáles son nuestras alianzas de mutua defensa en el mundo? Estas son algunas de las cuestiones importantes a resolver, hoy oscurecidas por una visión congelada de las divisiones del pasado que impiden ver la realidad con una mirada fresca y nuevamente tan creativa como la de la Generación del 80 o la del Gral. Perón.

Dueños de toda la historia argentina, finalmente asumida orgullosamente como propia en su totalidad, los argentinos habremos terminado con el lastre de las divisiones del pasado, y podremos encarar batallas más productivas.  Con la adrenalina y exagerada pasión de siempre, claro, porque en eso, como argentinos (y no como peronistas, según quería Borges) somos incorregibles.

miércoles, abril 19, 2017

MACRI Y LA LLAVE SECRETA


Con el viejo prejuicio que le hace preferir aliados radicales y un cómodo ideario desarrollista—aunque el desarrollismo haya gobernado apenas por un par de años y sólo haya podido hacerlo apoyado por el peronismo--el Presidente Macri se resiste a entrar en lo que quizá perciba como el barro de un peronismo al que hay mucho para reprocharle.

A pesar de los muchos peronistas que forman parte del PRO, no  existe en el gobierno una relación empática y  explícita con el peronismo más genuino. Más aún, por parte del actual gobierno existe una deliberada ceguera hacia los millones de peronistas hoy libres de ataduras. Esos peronistas que no se inclinaron nunca por el kirchnerismo, que miraron al PJ con espanto ante sus sucesivas agachadas ante la autocracia kirchnerista, y que terminaron depositando no sólo el voto sino una oscura esperanza en que el Macri de Boca sencillo y tenaz, por alguno de esos inesperados milagros argentinos, les devolviera la fe. Más allá de todas las distorsiones y dislates que sufrió el peronismo en las últimas décadas, esos mismos millones de peronistas continúan esperando un final feliz para un movimiento inconcluso, detenido en el tiempo, sin un liderazgo adecuado que actualice los instrumentos para el crecimiento de la Nación y real felicidad del pueblo, únicas metas aceptadas por el mismo General Perón como guía doctrinaria permanente.

Con una mirada sesgada, que desde la herida siempre viva del peronismo histórico incomprendido y perseguido, en ese peronismo tan masivo como huérfano de liderazgo, se ve con inmenso desagrado la siempre interesada confusión que desde el gobierno se persiste en hacer entre kirchnerismo y  peronismo, como si el primero fuera la cabal expresión del segundo y no su horrenda apropiación y distorsión. Todo esto sería, como a veces parece creerse desde el gobierno, un problema exclusivo de un peronismo que no supo hacerse valer o generar dirigentes inteligentes, si no fuese que, ignorado, ese peronismo queda como una inmensa masa boyante en el gran lago de los problemas irresueltos del país, transformándose por inercia en un obstáculo para el cambio. Esa masa informe y sin conducción asoma cada tanto bajo la forma de un peligro sobredimensionado e inminente, en especial durante las manifestaciones sindicales y de sectores marginales que no se sienten parte del cambio y que no saben ni qué pedir ni cómo negociar adecuadamente. Las conducciones alternativas al estilo de Sergio Massa y sus aliados social-demócratas sólo son aspirantes en un torneo en el cual el peronismo sólo busca a Macri o a un semejante, el Menem más perfecto, el Cavallo finalmente peronizado, promesas que la historia, hasta el día de hoy, no le cumplió. ¿Sólo el peronismo recuerda—y no siempre—que fue el primero en modernizar y reconciliar la Argentina, casi treinta años antes de Macri?

Semejante a la de los tiempos en que Perón irrumpió para equilibrar las fuerzas sociales y productivas, impidiendo que el país se deslizara hacia una izquierda sin retorno, la Argentina de hoy, con su más de treinta por ciento de pobres y en aumento—aunque más no sea por crecimiento demográfico—requiere de un nuevo Perón antes de que la suma de ojos cerrados y manos operando a medias en la economía cree una nueva inclinación hacia un inevitable estatismo donde se termine repartiendo la pobreza por igual. O sea, el socialismo a la cubana o en la versión Venezuela.

Si pudiera deshacerse del prejuicio histórico hacia el peronismo, el Presidente Macri quizá podría ver como potencialmente propio el peronismo de esos millones de peronistas sin liderazgo ni atención y hacer suya la llave secreta que siempre está a disposición de aquel que,  audaz en su visión, realmente desee el bien del país. Su estrategia de confrontar electoralmente con un kirchnerismo envuelto en la sábana del fantasma peronista seguramente se marchitaría aún más y algo nuevo sucedería bajo el sol argentino. La libertad de trazar una raya de justicia y legalidad, en primer término, sin oportunismos electorales, y la aún más preciada oportunidad de trazar la línea divisoria entre los que desean un libre mercado, nacional y global, con una gran participación privada de la inversión y el trabajo, antes que la acción estatal. Y aquí es donde el Presidente Macri debería enterarse de que no sólo existe la llave sino que hoy sólo él puede usarla.

La llave secreta no es otra que la que Perón supo usar en el pasado desde la Secretaría de Trabajo, aquel modesto invento desde el cual hizo una revolución que cambió la historia de por lo menos un país latinoamericano, el nuestro, poniéndolo a la vanguardia de la justicia social y logrando en pocos años transformar a una masa trabajadora sin formación y desorganizada, en una clase media educada y capaz de defenderse, no a través del Estado sino a través de organizaciones libres e independientes del Estado y del Gobierno. El peronismo, a pesar de haber concretado su revolución con mano férrea, autoritaria y muchas veces poco respetuosa de las libertades individuales, se preocupó por dotar a los trabajadores con entidades propias e independientes del Estado, comparables en poder a las entidades empresarias. Todo el resto dicho, esa fue su duradera e inextinguible revolución. El peronismo, llevado a su última instancia, no es otra cosa que los trabajadores organizados en sindicatos, con los sindicatos organizados en una gran Confederación General del Trabajo y apoyados por una organización política, las 62 organizaciones peronistas, útiles a la hora de construir poder electoral para asegurar, justamente, la representación sindical en el Congreso.

Así, la llave del peronismo no es otra que la llave de los trabajadores y la llave de los trabajadores está en las manos de cualquier gobierno que, en vez de temerles, decida asociarlos genuinamente a sus políticas. En su primer año de gobierno el Presidente Macri mostró una instintiva capacidad de conducción de los trabajadores organizados, asegurando la libertad de las paritarias y promoviendo la cláusula gatillo en la mayoría de las negociaciones de modo de proteger los salarios contra una inflación que sólo puede desaparecer gradualmente mientras se va ordenando el Estado. En este segundo año, el Presidente Macri parece haber renunciado a esta conducción indirecta del peronismo, creyendo erradamente que transformarlo en el enemigo elegido lo favorecerá en las elecciones.

La estrategia antes mencionada de confundir peronismo con kirchnerismo arrastra también a la CGT y a los trabajadores que se ven en la indeseable posición de oponerse a un gobierno al cual votaron y que les respondió bien en su primer año de gobierno, o permanecer invisibles e inmóviles. Ni siquiera piensan en líderes alternativos como Sergio Massa, que pretende muy específicamente conducir a ese peronismo huérfano, ya que los trabajadores tienen demasiados problemas como para esperar un fin de ciclo macrista y un nuevo liderazgo presidencial.  Desde ese peronismo huérfano, lo que se siente es que el momento es ahora y que el hombre de la decisión es el actual Presidente Macri.

 ¿Qué podría éste entonces hacer para, en vez de enemistarse con los trabajadores, amigarse y liderarlos? La principal política a la que el Presidente Macri debería esforzarse en asociar a los trabajadores es a la del cambio. No desde el discurso, sino desde la participación activa e interesada en ese cambio total de la economía y de los poderes del gobierno que el actual Presidente ha propuesto a los argentinos.  Sin los trabajadores enmarcados específicamente a través de sus organizaciones en nuevos programas que hagan ese cambio posible, no habrá cambio real y mucho menos cambio duradero, porque los problemas de los trabajadores permanecerán sin solución en la medida en que ellos mismos y sus organización no comprendan cuál es su participación en el cambio y contribuyan a éste de modo de beneficiarse en el tiempo. No hay entonces, como muchos desean, un final anunciado del peronismo sino una actualización pendiente e imprescindible de la columna vertebral del peronismo, sus trabajadores y sus organizaciones sindicales, una actualización que, increíblemente, y por su propia naturaleza, beneficiará tanto al gobierno y a su política de cambio como a las mismas organizaciones y trabajadores.

La llave secreta que el Presidente Macri puede usar es la de la continuidad de lo que fue la acción inicial del General Perón proyectada a las circunstancias actuales:
  •   Fortalecer la CGT y las organizaciones sindicales con un nuevo rol en la economía reconociéndoles su capacidad de liderar parte del cambio en tanto representan el capital humano productivo del país
  •  Conseguir que la CGT y las organizaciones sindicales apoyen nuevas leyes que bajen el costo laboral permitiéndoles gestionar y administrar un seguro de desempleo de sus afiliados, con compañías aseguradoras sindicales que funcionen a semejanza de las Obras Sociales en la atención de Salud.
  • Hacer que los sindicatos sean el primer lugar de referencia y contención de los millones de jóvenes hoy excluidos de la educación y el trabajo, ocupándose junto a otras organizaciones privadas de su formación (ver artículo El Plan Pertenecer)
  •  Aprovechar la experiencia de muchos líderes sindicales devenidos ellos mismos empresarios para crear un programa de Primera Empresa en la cual se ayude a los trabajadores con vocación emprendedora a formar su primera empresa
  • Dado el volumen de actividad económica que los sindicatos tendrán a su cargo en esta nueva etapa de una economía cien por cien capitalista y de libre mercado, considerar la creación sindical de un nuevo banco privado, el Banco Sindical, destinado a la concreción y solución de los problemas financieros de los trabajadores
  • Rescatar para los trabajadores la fortaleza de las organizaciones libres del pueblo, capaces de crecer hasta su mejor dimensión en una sociedad libre, en la cual el Estado tenga cada vez menos injerencia y obligación fiscal, trasladando estas obligaciones a los mismos trabajadores organizados en sindicatos, cooperativas y asociaciones sin fines de lucro
  • Confiar en que el único peronismo posible del siglo XXI es el peronismo de los trabajadores asociados en libertad para su propia protección y beneficio con nuevos instrumentos capitalistas (seguros, apoyo financiero, formación continua etc.) dentro de una economía libre,  como queda claro en los textos del General Perón actualizando La Comunidad Organizada, textos de un iluminado liberalismo visto desde el ángulo de los trabajadores, un punto de vista que muchos aún no pueden percibir y que, para bien de todos, convendría subrayar

Si pensamos que el Presidente Macri y Cambiemos ya tienen el apoyo implícito de las 62 Organizaciones conducidas por el Momo Venegas para llevar adelante un plan semejante al arriba descripto que pueda concretar el cambio en forma efectiva sin dejar afuera a lo que es en realidad su parte sustancial—los trabajadores actuales y los no trabajadores que desean trabajar—resulta  incomprensible imaginar una campaña electoral bienintencionada y honesta que no los incluya explícitamente y, con ellos, al verdadero peronismo.

Dejarlos sin liderazgo, o con el aparente liderazgo del kirchnerismo—al cual, es cierto difícilmente se vuelquen, justificando entonces que ignorarlos puede no ser demasiado peligroso—no alterará demasiado el resultado de las elecciones que, por descarte, ganará de todos modos Cambiemos. Pero, ¿es justo atrasar el progreso del cambio, no ser más enérgico y veloz, y más eficiente a la hora de terminar con la pobreza en nombre de relegar a un peronismo que se persiste en ver como molesto cuando se lo debería ver como socio principal?


No son las elecciones de Octubre 2017 las que están en juego, sino las de Octubre de 2019. Esas en las que se medirá cuán sintonizado está el Presidente Macri con las necesidades de todo el pueblo argentino y no sólo con las de una mitad. Porque esa famosa grieta de la que no termina de hablarse no tiene nada de nuevo. No se trata de la grieta entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, sino de la antigua grieta entre el antiperonismo y el peronismo, con el antiperonismo hoy encarnado tanto en el kirchnerismo como en el a veces limitado pensamiento macrista sumado al antiguo antiperonismo radical, todos aliados en el no poder reconocer al peronismo genuino, a ese peronismo flotante, aferrado a su eterna tabla de la justa ley, hoy sin liderazgo pero con la llave secreta colgada del cuello. Sí, allí está, solito, ese peronismo que ha resistido el naufragio, tantas tormentas y que aún espera abrir con su llave y para siempre, la puerta grande de la historia argentina. Si el Presidente Macri no recoge la llave, otro lo hará. ¿Vale la pena la espera?