Mientras el kirchnerismo continúa absorbiendo puestos en el
Estado para sus militantes y manteniendo la macroeconomía lo más aletargada
posible con la ilusión de llegar a las elecciones en un falso clima de
estabilidad, el país entero se pregunta dónde vamos y cuándo alguien va a hacer
finalmente lo que corresponde. Se desea una estabilidad macroeconómica real y se
anhela una economía de la producción y del comercio libre, pujante y próspera,
pero nadie asume ni la descripción cabal que abarque todos los sectores y mucho
menos el liderazgo de una propuesta realista e innovadora.
Quizá lo que más sorprende en estos días es la apatía
sindical: siendo la clase trabajadora tradicionalmente la columna vertical del
peronismo, se esperaría de sus dirigentes, en todos los niveles sindicales, una
mayor participación en el debate y una enérgica iniciativa para aportar y
exigir soluciones. Es decir, lo que proveía el mismo General Perón: pensamiento
eficiente y liderazgo.
El problema es que, como buena parte de la dirigencia peronista,
la dirigencia sindical ha quedado atrapada en la comodidad de las fórmulas del
pasado y no se ha animado—con la excepción del período conducido por Carlos
Menem en los años 90—a examinarlas, reverlas y, sobre todo, a entender el rol
fundamental de las organizaciones sindicales en una nueva economía liberal del
siglo XXI.
Lejos de percibirse, como es habitual, en el lado opuesto de
los empresarios, ya sean rurales, industriales, comerciantes, grandes, medianos
o PYMES, los modernos dirigentes sindicales peronistas, deberían más bien asumir
su inevitable rol de socios en la estructuración de una economía productiva que
prospere, creando paulatinamente más y nuevos trabajos. Los empresarios no
quieren tampoco a los sindicatos y los economistas liberales quisieran que
desaparecieran, del mismo modo en que quisieran que desparezca el peronismo.
Toca entonces a la dirigencia sindical, la grandeza y la inteligencia de
proponer no la oposición, sino la integración, funcionando armónicamente con el
empresariado para posibilitar el crecimiento. Lo que el antiperonismo no ve, el
peronismo lo ve, y debe anticiparlo.
Desde un punto de vista estrictamente peronista, lo que un
dirigente sindical debe hacer es proteger al trabajador y la primera protección
es asegurarse de que la economía funcione en su máximo potencial como modo de
mantener los puestos de trabajo existentes, crear otros nuevos y mejorar cada
vez más las condiciones de trabajo y salariales. El General Perón concibió a
las organizaciones sindicales como organizaciones libres, es decir
independientes tanto del Estado como de los empresarios y como un poder político
autónomo destinado a crear el progreso ascendente de las clases trabajadoras.
Esta condición de libertad, que permitió, por ejemplo, la creación de un
excelente sistema de obras sociales—que hoy debería ser mejorado para contener
a los sindicatos con menos aportantes y actualizado en su gestión—y de una gran
hotelería y servicios de turismo, ha quedado congelada en el tiempo, como si la
libertad inicial no hubiese podido ser renovada. Ningún dirigente o equipo
técnico de la CGT o de alguno de los grandes sindicatos reparó todavía en el
nuevo lugar que las organizaciones sindicales pueden tomar para proteger a los
trabajadores en una economía de libre mercado, abierta al mundo, altamente
competitiva y proveedora de bienes y servicios de la más alta calidad.
Desde la experiencia de loa años 90, mucha dirigencia
política y sindical ha visto a este tipo de economía 100% liberal, como enemiga
de los trabajadores Apoltronados en ese razonamiento izquierdista--que tan
cómodo resulta al kirchnerismo y al peronismo ortodoxo tradicional de un Duhalde
o un Lavagna, por sólo mencionar a dos de los resistentes a una economía
100%liberal--tanto la CGT como una buena mayoría de los dirigentes sindicales han
quedado apaciblemente instalados en esa aparente “verdad”. Allí están los innumerables
desocupados de los años 90 para dar testimonio y ofrecer la mitad de la verdad,
siendo la otra mitad, la enarbolada por los liberales, la del fracaso de
empresas poco competitivas o productoras de bienes y servicios de peor calidad
que los importados.
Impresiona que la única respuesta sindical a este dilema
haya sido la sistemática oposición a una reforma laboral y la constante defensa
de empresas inviables—incluyendo en estas empresas a grandes porciones del
Estado, saturadas de ñoquis e inútiles sin formación—para “conservar el trabajo
de los trabajadores”. La posición correcta sería más bien conservar el ingreso
de los trabajadores y asegurar la movilidad laboral, y con esto se inicia el
cambio que debe operarse en el pensamiento sindical.
Algunas nuevas verdades justicialistas:
1) No es misión de los sindicatos ni de la CGT defender a
las empresas inviables ni a los sectores del Estado que consumen salarios y
recursos sin prestaciones eficientes. El foco sindical debe estar puesto en la
seguridad salarial del trabajador y en la movilidad laboral del trabajador,
garantizada por la pujanza de una economía próspera y en permanente crecimiento.
2) Tampoco es una misión sindical defender las empresas
estatales u oponerse a su privatización. Importan los puestos de trabajo y la
calidad y remuneración que éstos ofrecen al trabajador, no quién es dueño o
administrador del capital.
3) Es una misión sindical crear y administrar un seguro de
desempleo, del mismo modo que se crearon las obras sociales, sin fines de lucro
para asegurar la mejor salud del trabajador al mejor costo posible. Con un
seguro de desempleo, desaparece la mayor traba para lograr una nueva
legislación laboral en la cual el trabajador esté TOTALMENTE protegido contra
cualquier contingencia de desempleo. Un seguro administrado por los propios
trabajadores y basado en sus aportes (más quizá un fondeo simultáneo inicial de
las empresas) haría que esta protección no sea abusada como lo es en la
actualidad y eliminaría a toda la casta de abogados intermediarios y promotores
de juicios, hoy siempre en perjuicio de las empresas y, en última instancia, de
los trabajadores, por la distorsión inevitable en la creación de empleo y, más
aún, en la renuencia empresaria a emplear legalmente. El seguro de desempleo
sindical tiene su efecto colateral en el sistema de jubilaciones, favoreciendo
el empleo en blanco y legal.
4) Con un 50% de pobreza, este momento es aún peor que el
que encontró el General Perón en su primera concepción de la protección del
trabajador, excepto en que dejó la herramienta de la organización sindical para
ser usada con inteligencia. Es urgente que la educación y preparación para el
trabajo alcancen a todos aquellos en edad de ingresar al mercado de trabajo y a
aquellos que quedaron marginados por obsolescencia de sus conocimientos u
oficios. El rol de la CGT es indelegable para restaurar la justicia social,
creando pequeños núcleos de instructores en oficios y promoviendo entre los
jóvenes y adultos el ingreso a un rápido bachillerato sindical que los termine
de formar o los forme en lo esencial. Desde el Estado puede haber y habrá otras
iniciativas, pero ninguna tan contenedora y expeditiva como la de los mismos
trabajadores experimentados formando a los inexperimentados para que puedan
acceder a un trabajo semejante, e incluso promoviendo las pequeñas cooperativas
y micro-emprendimientos con los trabajadores en formación.
5) Por último, entender que el rol de los sindicatos puede
ser tan libre y eficiente como la misma economía libre y ser capaz de defender ahora
a los trabajadores con nuevos e imaginativos instrumentos. La dirigencia
sindical podría muy bien dar esa sorpresa que el país está esperando del
peronismo y promover ya mismo y con toda la fuerza de que las organizaciones
sindicales son capaces, el gran cambio. Este cambio implica: asociarse con las
equivalentes entidades empresarias para reclamar el inmediato reordenamiento de
la macroeconomía con la libertad de elegir una moneda estable que permita la
certeza en transacciones y salarios, y estudiar en conjunto la reforma
impositiva y la reforma laboral, con la mira puesta en la inversión y la
prosperidad.
Muy atrás debería quedar el tiempo en que los sindicatos y
el peronismo eran vistos por el liberalismo como los enemigos a destruir,
guerra que está en el origen de tanta distorsión sindical, con dirigentes permitiéndose
sin culpa extraer fondos de los
sindicatos y poniéndolos a su nombre, como modo de poder seguir haciendo
política.
En una sociedad libre, en esa misma sociedad libre en la que
van a ser ellos mismos los aportantes de su seguro de desempleo sindical y también
los mentores y padrinos de la educación laboral de los nuevos trabajadores o aspirantes
al trabajo, los trabajadores pueden y deben también hacer un mínimo aporte a
una auditoría, independiente del Estado y de los sindicatos, que audite a la vez las
finanzas sindicales y la limpieza de las elecciones. El no robarás, debe otra
vez enseñarse de abajo hacia arriba.
La dirigencia política se resiste a describir la realidad
con verdad. La dirigencia sindical, en cambio, ubicada en el mismo centro
político de la realidad, allí donde la ubicó el General Perón y no precisamente
para que se enriqueciera o disfrutara gratuitamente de un poder que no es suyo,
puede hacer el milagro del cambio que todos esperamos. Despertarnos una mañana
y escuchar que alguien reclama con firmeza y poder lo que hay que reclamar: una
moneda sana en la que se pueda operar libremente, una macroeconomía sana que
liquide la inflación y otorgue toda la libertad e incentivo posibles a la inversión
y producción, como forma certera de crear prosperidad.
Y sí, para los eternos objetivos peronistas: la grandeza de
la Nación y la felicidad del pueblo.
¿Se enderezará la columna vertebral y pondrá de pie el
cuerpo nacional?