domingo, diciembre 18, 2016

LOS DOS PARTIDOS: FINAL ABIERTO


Causa cierta gracia en estos días la discusión acerca de si el PRO debe o no incorporar peronistas y cómo eso afectaría a su principal aliado, el Partido Radical. La realidad que corre por debajo de estas alianzas e incorporaciones continúa, mientras tanto, invisible y no accede, como materia de discusión, ni al periodismo ni a la opinión pública. Se especula con que el PRO puede ser el tercer nuevo partido que renueve la tradicional oposición entre el Partido Radical y el Partido Justicialista o Peronista, sin advertir que estos dos partidos esperan, desde fines del 2001 una chance de reorganización democrática, limpia y sin ingerencias, ni judiciales ni de proscripción implícita. El radicalismo se ha reorganizado tanto como para poder entrar en una alianza con el nuevo PRO, pero su reorganización no ha tenido aún su cabal dimensión en tanto su tradicional opositor, el PJ, no se reorganice también, brindando una clara opción a los ciudadanos.

Mientras tanto, en la realidad profunda, el PRO continúa siendo lo que es, el instrumento político de un dirigente nuevo y, a la vez, renovador de las estrategias políticas, Mauricio Macri. ¿Puede Macri, ya desde el poder, construir un partido sólo suyo, que no absorba al radicalismo o, cambiando la alianza, al peronismo, y expresar el antiguo conservadorismo liberal que, post-radicalismo y post-peronismo tuvo poca cabida en el escenario electoral argentino? Fuera de los experimentos militares que pretendieron representar esta vertiente, sólo se conoce el intento de numerosos partidos chicos que siempre tuvieron que ir a elecciones adheridos a fracciones del peronismo, o del radicalismo, como Macri. Volver a los comienzos de la vida democrática argentina, cuando la Nación todavía giraba en la órbita del globalizador Imperio Británico aunque comenzando su separación, tiene la ventaja de hacernos pensar el práctico sistema bipartidista al que aspiramos, actualizando las ideas que los dos partidos deberían representar y el lugar del liberalismo, retaceado después de un siglo de casi exclusivo estatismo.  

Ya bien adentrados en el siglo XXI, y aunque las recientes noticias de los Estados Unidos pongan una cierta pausa en esta cuestión, es inimaginable discutir al sistema republicano como el sistema hasta ahora más avanzado de representación política. Este puede ser perfeccionado, adaptado incluso a las oportunidades de representación que ofrecen las nuevas tecnologías, pero continúa siendo muy funcional en su división de poderes y sus límites constitucionales. Lo mismo cabe decir del liberalismo global que promueve el libre comercio y lo mismo del avance cultural de la humanidad en el tema de las libertades personales. Ni lo primero es ya patrimonio de las derechas ni lo segundo de las izquierdas. En la Argentina, ni lo uno ni lo otro, y mucho menos el sistema democrático, pueden ser ya materia doctrinaria para cualquier partido. Es imposible reinventar el radicalismo o el peronismo de acuerdo a estas categorías: tanto los radicales como los peronistas han pasado a título individual por estas actualizaciones políticas y culturales, y es justamente por esto que han podido incluso mezclarse y aliarse en formaciones electorales puntuales como la Alianza, el Frepaso, el Frente para la Victoria, Cambiemos, etc. Si los partidos no se hubieran prácticamente disuelto en 2001, lo que hubiéramos visto en estos años es una sucesión de dirigentes nuevos, como Carrió, Macri, Kirchner, Massa, tratando de imponer sus líneas e interpretaciones históricas internas dentro de los dos grandes partidos. Que esto no haya sucedido representa la gran tragedia de la Argentina: esta falta de desarrollo institucional es lo que ha creado la desconfianza hacia los políticos dentro del país y del mundo y es hoy el gran tema a resolver. A resolver bien, claro, para lo cual hay que ubicar los verdaderos términos del conflicto, que por cierto no es derrotar al peronismo en una conjunción del antiguo radicalismo y la novedosa línea PRO, sino derrotar al estatismo en un mundo que avanza hacia un liberalismo infinitamente más extendido que el de los antiguos conservadores locales o el de los más republicanos radicales. El peronismo de los años 90 ya dio una muestra de su permeabilidad al progreso universal, una permeabilidad que aún hoy, incomprensible e ignorantemente, le sigue siendo reprochada. 

Cuando uno mira lo que hoy hace Cambiemos, ve no el genuino liberalismo personal de Macri, jefe del PRO, sino el estatismo gradualista de la Coalición Cívica y de su antepasado, hoy también aliado, el radicalismo. Cuando uno mira lo que está enfrente como oposición ve a Massa con las huestes estatistas de Duhalde—personificadas en Lavagna y Pignanelli, entre otros. Con el aún no reparado desprestigio de los años 90 y con éxitos que nadie se anima aún a asumir como propios, el bipartidismo actual parece expresar una variante liviana de estatismo (que risueñamente muchos califican como el “kircherismo cheto” de Macri) y una variante más contundente de estatismo representada por Massa y la socialista Margarita Stolbitzer. La frutilla de la torta del confusionismo electoral es que el actual embajador de Cambiemos en Estados Unidos, Martín Lousteau, socio de Stolbitzer, aún no sepa que va a hacer en el próximo año electoral. Es que en la Argentina, nadie parece saber que la opción verdadera está entre ser liberal o ser estatista. 

Ante esa realidad, en la cual el liberalismo, como ideología necesariamente dominante del siglo XXI, aún no tiene una representación electoral franca y cabal, las preguntas acerca de cuál será el final bipartidismo de la Argentina, cambian.

Hay que preguntarse, por ejemplo, por qué el peronismo en general no ha hecho aún un esfuerzo para adaptar su sindicalismo a las nuevas realidades del mundo, de modo de poder asegurar a la vez crecimiento a la nación y protección a los trabajadores. La respuesta a esta pregunta es simple: por su tradicional rechazo a una economía capitalista y los modos en que las empresas--con fines de lucro o no--deben moverse dentro de ésta. Los sindicatos deberán finalmente actuar como lo que son, instituciones privadas sin fines de lucro, capaces, sin embargo, de formar grandes consorcios para la provisión de seguros, vivienda, salud y educación profesional. Igualmente, hay que preguntarse por qué, desde el lado del pensamiento liberal, se persiste en ignorar el enorme efecto transformador y modernizador de la Argentina de los años 90—una línea del peronismo—prefiriendo en cambio anclar el peronismo en la expresión estatista y autoritaria del kirchnerismo, ignorando deliberadamente que éste fue sólo una línea autogenerada que jamás enfrentó elecciones democráticas internas. 

Por lo tanto, el bipartidismo del inminente futuro, hoy compuesto por diferentes líneas personales, tanto de extracción radical como de extracción peronista, deberá obligatoriamente salir del actual monopartidismo estatista expresado en varias líneas y dar lugar a partidos que, actualizando fielmente su historia, enarbolen las imprescindibles propuestas liberales que harán a la nación grande y a su pueblo feliz, retomando la inmejorable frase peronista. 

Debemos imaginar entonces un Partido muy liberal y un Partido menos liberal, con una cierta inclinación estatista. Por cierto, antiguos radicales y antiguos peronistas, según sus preferencias y convicciones personales adherirán a uno o a otro, como hoy lo hacen a las igualmente mezcladas formaciones, junto a los liberales de siempre sin partido. No es posible imaginar el título final de esta confrontación: si serán otra vez los partidos radical y justicialista los que asuman esta nueva actualización o si el PRO podrá crecer como partido nacional, definitivamente liberal, y, engullendo al antiguo partido radical, dejar enfrente a un peronismo republicano y ligeramente liberal pero con su mismo actual atraso ineficiente de estatismo. O viceversa, ya que bien puede surgir un nuevo líder peronista que, como Menem en su etapa Cavallo, encarne no sólo el liberalismo sino la actualización peronista y entonces quede el Partido radical como el fiel custodio de un estatismo social demócrata.

Quién será quién está basado en lo que cada uno de los aspirantes de estas líneas históricas y Macri, actual presidente y nuevo ingresado a la arena del vasto conglomerado estatista nacional, hagan. El final está abierto.