Causa cierta gracia en estos días la
discusión acerca de si el PRO debe o no incorporar peronistas y cómo eso
afectaría a su principal aliado, el Partido Radical. La realidad que corre por
debajo de estas alianzas e incorporaciones continúa, mientras tanto, invisible
y no accede, como materia de discusión, ni al periodismo ni a la opinión
pública. Se especula con que el PRO puede ser el tercer nuevo partido que
renueve la tradicional oposición entre el Partido Radical y el Partido
Justicialista o Peronista, sin advertir que estos dos partidos esperan, desde
fines del 2001 una chance de reorganización democrática, limpia y sin
ingerencias, ni judiciales ni de proscripción implícita. El radicalismo se ha
reorganizado tanto como para poder entrar en una alianza con el nuevo PRO, pero
su reorganización no ha tenido aún su cabal dimensión en tanto su tradicional
opositor, el PJ, no se reorganice también, brindando una clara opción a los
ciudadanos.
Mientras tanto, en la realidad profunda,
el PRO continúa siendo lo que es, el instrumento político de un dirigente nuevo
y, a la vez, renovador de las estrategias políticas, Mauricio Macri. ¿Puede
Macri, ya desde el poder, construir un partido sólo suyo, que no absorba al
radicalismo o, cambiando la alianza, al peronismo, y expresar el antiguo
conservadorismo liberal que, post-radicalismo y post-peronismo tuvo poca cabida
en el escenario electoral argentino? Fuera de los experimentos militares que
pretendieron representar esta vertiente, sólo se conoce el intento de numerosos
partidos chicos que siempre tuvieron que ir a elecciones adheridos a fracciones
del peronismo, o del radicalismo, como Macri. Volver a los comienzos de la vida
democrática argentina, cuando la Nación todavía giraba en la órbita del
globalizador Imperio Británico aunque comenzando su separación, tiene la ventaja de hacernos
pensar el práctico sistema bipartidista al que aspiramos, actualizando las
ideas que los dos partidos deberían representar y el lugar del liberalismo, retaceado después de un siglo de casi exclusivo estatismo.
Ya bien adentrados en el siglo XXI,
y aunque las recientes noticias de los Estados Unidos pongan una cierta pausa
en esta cuestión, es inimaginable discutir al sistema republicano como el
sistema hasta ahora más avanzado de representación política. Este puede ser
perfeccionado, adaptado incluso a las oportunidades de representación que
ofrecen las nuevas tecnologías, pero continúa siendo muy funcional en su
división de poderes y sus límites constitucionales. Lo mismo cabe decir del
liberalismo global que promueve el libre comercio y lo mismo del avance
cultural de la humanidad en el tema de las libertades personales. Ni lo primero
es ya patrimonio de las derechas ni lo segundo de las izquierdas. En la
Argentina, ni lo uno ni lo otro, y mucho menos el sistema democrático, pueden
ser ya materia doctrinaria para cualquier partido. Es imposible reinventar el
radicalismo o el peronismo de acuerdo a estas categorías: tanto los radicales
como los peronistas han pasado a título individual por estas actualizaciones
políticas y culturales, y es justamente por esto que han podido incluso
mezclarse y aliarse en formaciones electorales puntuales como la Alianza, el
Frepaso, el Frente para la Victoria, Cambiemos, etc. Si los partidos no se
hubieran prácticamente disuelto en 2001, lo que hubiéramos visto en estos años
es una sucesión de dirigentes nuevos, como Carrió, Macri, Kirchner, Massa,
tratando de imponer sus líneas e interpretaciones históricas internas dentro de
los dos grandes partidos. Que esto no haya sucedido representa la gran tragedia
de la Argentina: esta falta de desarrollo institucional es lo que ha creado la
desconfianza hacia los políticos dentro del país y del mundo y es hoy el gran
tema a resolver. A resolver bien, claro, para lo cual hay que ubicar los
verdaderos términos del conflicto, que por cierto no es derrotar al peronismo
en una conjunción del antiguo radicalismo y la novedosa línea PRO, sino derrotar
al estatismo en un mundo que avanza hacia un liberalismo infinitamente más
extendido que el de los antiguos conservadores locales o el de los más
republicanos radicales. El peronismo de los años 90 ya dio una muestra de su
permeabilidad al progreso universal, una permeabilidad que aún hoy,
incomprensible e ignorantemente, le sigue siendo reprochada.
Cuando uno mira lo que hoy hace Cambiemos,
ve no el genuino liberalismo personal de Macri, jefe del PRO, sino el estatismo
gradualista de la Coalición Cívica y de su antepasado, hoy también aliado, el
radicalismo. Cuando uno mira lo que está enfrente como oposición ve a Massa con
las huestes estatistas de Duhalde—personificadas en Lavagna y Pignanelli, entre
otros. Con el aún no reparado desprestigio de los años 90 y con éxitos que
nadie se anima aún a asumir como propios, el bipartidismo actual parece
expresar una variante liviana de estatismo (que risueñamente muchos califican
como el “kircherismo cheto” de Macri) y una variante más contundente de
estatismo representada por Massa y la socialista Margarita Stolbitzer. La
frutilla de la torta del confusionismo electoral es que el actual embajador de
Cambiemos en Estados Unidos, Martín Lousteau, socio de Stolbitzer, aún no sepa
que va a hacer en el próximo año electoral. Es que en la Argentina, nadie
parece saber que la opción verdadera está entre ser liberal o ser estatista.
Ante esa realidad, en la cual el
liberalismo, como ideología necesariamente dominante del siglo XXI, aún no
tiene una representación electoral franca y cabal, las preguntas acerca de cuál
será el final bipartidismo de la Argentina, cambian.
Hay que preguntarse, por ejemplo,
por qué el peronismo en general no ha hecho aún un esfuerzo para adaptar su
sindicalismo a las nuevas realidades del mundo, de modo de poder asegurar a la
vez crecimiento a la nación y protección a los trabajadores. La respuesta a
esta pregunta es simple: por su tradicional rechazo a una economía capitalista y los modos en que las empresas--con fines de lucro o no--deben moverse dentro de ésta. Los sindicatos deberán finalmente actuar como lo que son,
instituciones privadas sin fines de lucro, capaces, sin embargo, de formar
grandes consorcios para la provisión de seguros, vivienda, salud y educación
profesional. Igualmente, hay que preguntarse por qué, desde el lado del
pensamiento liberal, se persiste en ignorar el enorme efecto transformador y
modernizador de la Argentina de los años 90—una línea del peronismo—prefiriendo
en cambio anclar el peronismo en la expresión estatista y autoritaria del
kirchnerismo, ignorando deliberadamente que éste fue sólo una línea
autogenerada que jamás enfrentó elecciones democráticas internas.
Por lo tanto, el bipartidismo del
inminente futuro, hoy compuesto por diferentes líneas personales, tanto de
extracción radical como de extracción peronista, deberá obligatoriamente salir
del actual monopartidismo estatista expresado en varias líneas y dar lugar a
partidos que, actualizando fielmente su historia, enarbolen las imprescindibles
propuestas liberales que harán a la nación grande y a su pueblo feliz,
retomando la inmejorable frase peronista.
Debemos imaginar entonces un Partido
muy liberal y un Partido menos liberal, con una cierta inclinación estatista.
Por cierto, antiguos radicales y antiguos peronistas, según sus preferencias y
convicciones personales adherirán a uno o a otro, como hoy lo hacen a las
igualmente mezcladas formaciones, junto a los liberales de siempre sin partido.
No es posible imaginar el título final de esta confrontación: si serán otra vez
los partidos radical y justicialista los que asuman esta nueva actualización o si
el PRO podrá crecer como partido nacional, definitivamente liberal, y,
engullendo al antiguo partido radical, dejar enfrente a un peronismo
republicano y ligeramente liberal pero con su mismo actual atraso ineficiente
de estatismo. O viceversa, ya que bien puede surgir un nuevo líder peronista que, como Menem en su etapa Cavallo, encarne no sólo el liberalismo sino la actualización peronista y entonces quede el Partido radical como el fiel custodio de un estatismo social demócrata.
Quién será quién está basado en lo
que cada uno de los aspirantes de estas líneas históricas y Macri, actual
presidente y nuevo ingresado a la arena del vasto conglomerado estatista
nacional, hagan. El final está abierto.