La
inutilidad de las próximas primarias, en las que no se cumplirá el objetivo
de elegir un único candidato entre varios aspirantes del mismo partido, hace
que volvamos a interrogarnos acerca, ya no de esta anormalidad, sino de la aún
mayor anormalidad de que hayamos perdido las antiguas referencias partidarias
que nos sirvieron durante medio siglo.
La primer gran ruptura la produjo Alfonsín en
el Partido Radical, llevando al radicalismo un poco más a la izquierda de lo
acostumbrado, novedad que fue seguida por un Menem realizando el movimiento
opuesto y uniendo al Justicialismo no sólo con los Conservadores que ya habían
acompañado al Gral. Perón en su regreso, sino con los antiguos enemigos
liberales. Co éstos, el peronismo conservador entró en una estrecha y ya
indisoluble alianza, posiblemente la que hoy es menos reconocida como vigente, recoge
menos prensa, tiene menos expresión formal y aparece como una forma de
peronismo replegada. Para muchos el peronismo conservador-liberal sólo pertenece
a la era menemista, fue liquidado en el 2001, y en el mejor de los casos, se lo
percibe absorbido y superado por el macrismo.
El
peronismo conservador, sin embargo, merece una mirada más atenta, ya que
contiene lo mejor y más avanzado del pasado peronista, y, suficientemente hecho
conciencia, o más bien, regresado a la conciencia, en una población hoy sin
suficiente liderazgo político de envergadura—hablamos de la envergadura de un
Perón estadista—puede ser la llave que termine de colocar a la Argentina en su
definitivo sendero.
Si
Alfonsín y Duhalde no hubiesen conspirado para acelerar la caída de de la Rúa y
del ministro Cavallo, el mismo que había hecho el milagro de la modernización
argentina, antes de que Menem le pidiese la renuncia, deteniendo con este hecho
el proceso modernizador—faltaba lo que aún falta, reforma fiscal federal y
descentralización plena—el proceso de modernización hubiese continuado. Aunque
fuese a los tumbos, con sucesivas elecciones, se hubiera avanzado en el mismo
camino, logrando el éxito final que aún hoy debe perseguir con infinito
esfuerzo el continuador de aquella modernización, el presidente Macri. En
cambio, Alfonsín y Duhalde retrocedieron en la modernización, arruinaron lo que
se había logrado y abrieron a puerta a los Kirchner con los resultados ya
conocidos.
Estos
dos grandes cambios hacia fines del siglo pasado y comienzo de éste producidos
por el Radicalismo y el Peronismo nos dicen mucho acerca de lo que
verdaderamente está sucediendo en términos políticos dentro de la Argentina
profunda. No se trata tanto de que en 2001 estallase el sistema de partidos
políticos sino, más bien, del avance lento y tortuoso pero inevitable de las corrientes
históricas tradicionales, requeridas de una nueva formulación adecuada a la
época.
En
realidad, tenemos a los mismos actores de siempre, el Radicalismo, el
Peronismo, el Conservadurismo local, Liberal o no y las izquierdas, pero todos combinados
de modos disfuncionales. La disfuncionalidad de las PASO es el reflejo de esta
disfuncionalidad. Por esa
disfuncionalidad, el dedo. ¿Cómo resolver si no con el dedo autoritario quién
debe ser el candidato en cualquiera de los partidos donde una fracción que poco
y nada tiene que ver con la tradición de ese partido lo controla y anula toda
expresión de quienes podrían representarlo con mayor fidelidad en la
interpretación de la historia?
El
Partido Radical encorseta al Presidente Macri en una lenta y parsimoniosa social-democracia,
impidiéndole la necesaria velocidad liberal para volver al camino abandonado de
los 90 y el kirchnerismo residual hace todo lo posible para mantener paralizado
un Partido Justicialista que debería ser, por historia, representado por el
peronismo más genuino. Ese peronismo conservador hoy ausente en el escenario
político como entidad consistente, el que supo tanto hacer la productiva
alianza con los liberales como asegurar un verdadero progresismo hacia el siglo
XXI, y el que, abrazando tanto el crecimiento nacional como la globalización,
la revolución de las costumbres como el avance tecnológico, nos dio como
argentinos un lugar en el Grupo de los 20 países más relevantes del mundo.
Así,
estas inminentes primarias tienen como única ventaja dejar expuesta la única
brecha, el único divorcio importante que existe en la Argentina: el que existe
entre representantes y representados. Entre los muchos peronismos que se
presentan con sus propios partidos o frentes y sus únicos candidatos ya
elegidos—Massa (insistiendo con Stolbitzer en el tipo de alianza con el
radicalismo iniciado por Alfonsín y Duhalde, y luego por Kirchner-Cobos), la
inefable ex-presidenta, los ex ministros, etc.—hay uno, el más genuino, ese que
justamente no figura en la lista: el peronismo conservador.
Ese peronismo
está compuesto de una importante mayoría de argentinos fieles a la doctrina y a
la tradición a la vez que ya actualizados en una economía liberal desde los
tiempos de Menem y Cavallo, quienes, tras el inmenso desastre de Duhalde y los
Kirchner, continúan ofreciendo un punto de referencia, tal vez imperfecto pero,
sin duda, orientado en el sentido correcto.
Es
ese punto de referencia incorporado el que hoy hace que los peronistas
conservadores sin liderazgo nacional propio ni partido dónde crearlo, busquen refugio
en Macri, algunos bajo la forma de apoyo electoral y otros de modo más literal
colaborando con el PRO o el gobierno. Pero éste no es un esquema estable. Sigue
haciendo falta un partido que permita que los aspirantes al liderazgo de una
posición conservadora, nacional y liberal a la vez, compitan entre ellos para
consolidar y administrar mejores gobiernos. Hace falta consistencia—es decir,
dentro de una misma visión de país general, competir no por visiones opuestas cómo
en las últimas décadas, sino por diferentes estilos de gestión o diferentes
acentos o prioridades dentro de la visión general. Del mismo modo, del otro
lado, hace falta el otro partido que encarne, ahí sí, la visión opuesta.
Es
así como el peronismo conservador y liberal, hoy sosteniendo a Macri, debe ser reconocido,
observado y acompañado en su proceso, de modo de colocar una gran mayoría de
argentinos hoy desencaminados y escépticos en el camino de buscar y elegir a
quién los represente fielmente. Sólo una mente poco imaginativa puede creer que
esto perjudique las chances de éxito del actual gobierno. Muy por el contrario,
puede transformarse en la mejor garantía de su sostén y progreso y, si la
historia continúa siendo lo que es, pura evolución hacia algo mejor, siempre y
a pesar de todo. Este peronismo hoy desorganizado constituye quizá la base para
la recuperación de uno de los dos grandes partidos nacionales que los
argentinos perdimos cuando una combinación de usurpadores, antiguos enemigos
gorilas y una jueza electoral decididamente antiperonista, lograron que durante
casi veinte años el Partido Justicialista no volviera a tener elecciones
internas, ni a tener un nuevo liderazgo realmente elegido por los afiliados y
simpatizantes ni a expresar una genuina continuidad histórica.
El germen
de este futuro promisorio está sin duda en el conjunto de gobernadores
peronistas conservadores que hoy apoyan a Macri, aún con las diferencias, en
los peronistas que eligieron ayudar directamente a Macri (y tenemos que
recordar al Momo Venegas, que lamentablemente acabamos de perder, y que fue un
modelo para la actualización de las organizaciones gremiales) y en los muchos
peronistas dispersos que aún creen—y fervientemente—en un final feliz para esta
larga y triste etapa de la Argentina.
Una etapa que debe su desdicha no a “la
política de los 90 y al desastre del 2001” como repiten aún muchos ignorantes,
sino a la confusión intelectual de muchos dirigentes políticos--extraviados en
el sentido de la historia—y, más aún, a la creación de conjuntos políticos formados
por opuestos, totalmente disfuncionales y mentirosos.
Entramos
en la etapa final de la disfuncionalidad y en el aún brumoso comienzo de una
nueva organización política, funcional a las ideas e intereses genuinos de los
argentinos, sean cuales sean estos intereses, con los nuevos partidos renacidos
de sus cenizas. Y, entre esas mismas cenizas, la misma Argentina de todas las
herencias y tradiciones, está también lista para renacer, después del caos, en
pura continuidad.