El peronismo tiene siempre como guías para la acción dos metas: la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo. Podemos tener la certeza de que el equipo actualmente en el gobierno va a lograr nuevamente la grandeza de la Nación, al reestablecer las reglas de economía de mercado que se perdieron con la intervención de Duhalde a comienzos del año 2002. No podemos tener certeza, sin embargo, acerca de que estas medidas logren la felicidad del pueblo y, mucho menos, de que ese mismo pueblo que hoy votó con sensatez, no vuelva a reclamar una fuerte intervención de Estado para compensar las inequidades, echando todo por tierra una vez más.
El final traumático de los años 90 aún no tiene su explicación arraigada firmemente en la conciencia colectiva y la gente continúa erróneamente creyendo que el aparente fracaso de aquellos años estuvo en la elección de una economía de mercado y no, como en realidad sucedió, en la ruptura brutal de aquella por Duhalde, con su devaluación compulsiva, pesificación, y ruptura de los contratos seguidas por la secuencia de los tres gobiernos kirchneristas con sus estatizaciones e intervenciones en los mercados. Es importante entonces que todos los argentinos presten atención a lo que fue el verdadero desarrollo de aquellos acontecimientos, ya que hoy vamos a vivir los mismos aciertos y muchas de las mismas dificultades. En particular, es esencial que los peronistas aprendan a cuál de sus tradiciones obedecer: si a la estatista de los años 40-50 o a la liberal de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI.
En el siglo XXI no pueden obedecer a la tradición estatista: los resultados obtenidos por Duhalde y los Kirchner quedaron finalmente a la vista, aunque ocultos en los primeros años por una inusual bonanza de los precios internacionales de las exportaciones argentinas. Por lo tanto, el peronismo sólo puede obedecer a la tradición liberal comenzada por Menem y Cavallo, en un esfuerzo conjunto por poner el país en sintonía con la economía global del siglo XXI. La grandeza de la Nación fue el resultado, como ya se anticipa que lo será hoy. Lo que no quedó claro en aquel momento fue cómo compatibilizar las necesidades de los trabajadores con esa economía liberal, cómo y en qué ayudar al empresariado nacional indefenso en muchos casos para competir, y, sobre todo, como conseguir que las provincias se integrasen en forma positiva al cambio económico global. Estos tres temas siguen sin resolver y tampoco hubo demasiada creatividad para resolverlos en forma eficaz frente a la siempre fácil tentación del estatismo y/o las nacionalizaciones.
Hoy volvemos a comenzar y ya se escucha al kirchnerismo, ese populismo izquierdoso disfrazado de peronismo, oponerse al nuevo gobierno con sus recetas estatistas. El juego es claro: ante cualquier dificultad popular, empresarial o provincial, los que perdieron van a decir que la culpa la tiene la economía de mercado. El gobierno defenderá la economía de mercado pero quizá no pueda solucionar algunos de los problemas que ésta crea, no sólo en la Argentina, sino en todos los países. Entre el kirchnerismo y el gobierno, está el peronismo verdadero, más liberal que estatista, amigo del nuevo gobierno y con una misión específica: ayudar a recrear las buenas condiciones de los 90 y contribuir a solucionar los problemas que en el pasado no se supo reconocer, afrontar o resolver.
El peronismo posee un instrumento que ningún otro grupo político puede reclamar (y mucho menos el kirchnerismo): la autonomía del movimiento sindical. Ni empresarial ni estatista, el movimiento sindical, como conjunto de organizaciones libres del pueblo capaces de incidir en la economía tanto nacional como regional, está llamado a cumplir un importantísimo rol en la recreación de esta nueva economía de mercado.
A través del movimiento sindical, el peronismo puede iniciar diversas acciones para ir asegurando el bienestar del pueblo, liberando al Estado de una pesada carga que sólo puede crear más y más inflación. Entre ellas, reclamar una federalización efectiva de los impuestos de modo de dotar de autonomía de gestión a cada estado provincial para que acompañe al renacer de la actividad productiva; crear un registro nacional de aprendices-estudiantes e incluirlos en escuelas de formación laboral, como alternativa al estudio secundario tradicional; creación de seguros sindicales de desempleo con un funcionamiento semejante al de las obras sociales; ofrecer al empresariado tradicional y a los nuevos emprendedores, trabajadores calificados; ofrecer alternativas de gestión cooperativa sin fines de lucro a las empresas en dificultades; crear bancos sindicales para alentar la transformación de asalariados en emprendedores; formar consultoras sindicales de creación de empresas; etc.
En definitiva, se trata de que las organizaciones sindicales usen el mismo mercado que podría perjudicar a los trabajadores para fortalecerlos. Durante toda su historia, esa ha sido la misión del peronismo, una misión que muchos aspirantes a dirigentes del peronismo han desdeñado. Hoy esos mismos aspirantes, pueden impulsar el movimiento sindical en la dirección de la historia y lograr, con nuevos instrumentos, un mayor salto social para los trabajadores.
En otros países pro-mercado, donde los movimientos sindicales nacieron comunistas o socialistas, siempre anticapitalistas, esta conjunción no ha sido posible. En la Argentina, gracias al peronismo y a su movimiento sindicalista pro-trabajador pero no necesariamente anti-capitalista o anti-mercado, esto sí es posible.
El gobierno ya ha enunciado sus planes y, por cierto, la Nación está en buenas manos para recuperar su grandeza. El kirchnerismo, a su vez, seguramente concretará sus mejores sueños fundando su propio maravilloso partido nacional, el Frente para la Victoria, FPV, con sus propios héroes fundadores, Néstor y Cristina (ya no Perón y Evita), con su relato establecido y su horizonte de proyectos estatistas, y se opondrá al gobierno, iniciando una valiente resistencia para completar el regreso en farsa de una historia que nunca comprendieron.
Entre ellos, ¡el peronismo! Un peronismo que se verá forzado a aguzar su ingenio para renovar su rol histórico dentro de las nuevas e inevitables reglas de la economía global. Deberá ayudar al gobierno y ayudarse para tener una oportunidad más de servir, asegurando la felicidad del pueblo. El peronismo siglo XXI sabrá cómo hacerlo, con sus sindicatos de trabajadores y la inmensa red de nuevos emprendimientos que se puede llevar a cabo desde éstos por fuera del Estado, en total libertad, siguiendo todas las reglas y usando todos los beneficios de una economía de mercado con una sola diferencia: el lucro regresando en forma de beneficio para el trabajador.
A Marx no se le ocurrió. A Perón, y a sus más brillantes seguidores, sí.