Los lugares comunes acerca del peronismo se repiten sin que nadie tenga hoy
la autoridad suficiente para mostrar qué es peronismo y qué no, y como pasar de
la fidelidad a la doctrina a la innovación necesaria para continuar con su
vigencia en el tiempo.
Para la Argentina es importante conservar esa doctrina como patrimonio
político y cultural, en tanto ha sido y debería continuar siendo una guía
especial para permitir los objetivos mayores de esa doctrina: trabajar para la
grandeza de la nación y, simultáneamente, para la felicidad de su pueblo, organizando la
comunidad de tal modo de crear un permanente flujo ascendente y de mejora en
las condiciones de vida y prosperidad de todos.
Mientras tanto, y con más intensidad ahora, en tiempo de elecciones, el
kirchnerismo en el gobierno sigue irritando a los argentinos no peronistas con
un discurso que, vestido de peronismo, poco tiene que ver con los objetivos de éste.
Peor aún, continúa desilusionando y desconcertando
a los millones de argentinos fielmente
peronistas que no entienden cómo ese supuesto peronismo que debería mejorar sus
condiciones de vida, sólo consigue empeorarla.
La disociación no habla ya de una batalla cultural, ni de una interna del
peronismo—por ejemplo, entre ortodoxos peronistas y montoneros—ni de una batalla
externa, de antiperonistas en contra del peronismo. Tampoco se trata de un
proceso al final del cual se sabrá si el kirchnerismo puede o no ser peronista,
o cuánto más peronistas pueden ser vastos sectores de la oposición, o si debería
desaparecer para siempre el peronismo vetusto que en las últimas décadas
duhaldo- kirchneristas literalmente destruyó la nación que otro peronismo,
liberal y republicano, había construido con audacia y talento durante los años
90.
Se trata más bien de redefinir un enorme y poderoso cuerpo político hoy a
la deriva interior, que hoy no sabe dónde ni cómo ser fiel, ni cómo innovar
dentro de esa fidelidad. Un enorme cuerpo político que hoy no tiene conducción:
y no, NO, la Vicepresidente Cristina Kirchner no es la conductora del peronismo.
No lo conoce a fondo, no lo entiende, no sabe. Tampoco puede ser la conductora
del peronismo de un Perón al que siempre despreció. Esta importante
característica de NO CONDUCTORA del peronismo sería algo que el periodismo y la
oposición política deberían destacar en grandes titulares, en vez de hacer
juego a la fantasmal y errática creencia de que está conduciéndolo. La Vicepresidente
es, SÍ, la jefa del kirchnerismo, ese movimiento
de izquierda que abreva en la antigua izquierda montonera del peronismo de los
70, jefa de un kirchnerismo que se ha apoderado autoritariamente del Partido
Justicialista, y, lo más importante, jefa de un kirchnerismo que se ha dedicado
durante sus tres gobiernos a intentar adoctrinar a los fieles y tradicionales
seguidores de Juan y Eva Perón, con ideas que por cierto innovan pero no son
fieles a los objetivos del peronismo. El peronismo no crea pobres, los rescata
de la pobreza y los convierte en trabajadores.
La conducción del peronismo está vacante y la clarificación de cómo es la
innovación dentro de la fidelidad, sigue pendiente.
En los años 70 se decía, "Ni yanquis ni marxistas, peronistas". Durante la
Guerra Fría, la Argentina tenía una tercera posición para ofrecer y un mundo de
países no alineados con los cuales intentar algo en el medio de las dos
superpotencias. El slogan hubiera explicado mejor la tercera posición de
reivindicación nacional y antiimperialista, si se hubiera dicho, “Ni yanquis ni
soviéticos, argentinos”, ya que si bien
marxista y peronista quedaban bien claros como términos de definición ideológica,
no se sabe bien qué ideología se le atribuía a la palabra yanqui—y aún muchos
siguen usando la palabra como comodín indiscriminado—si la de un régimen
democrático de partidos, la del capitalismo, la liberal, etc.
Con el fin de la guerra fría
asistimos al fin simultáneo del imperialismo soviético y del imperialismo
norteamericano, este último disuelto en el multilaterismo financiero,
tecnológico, e industrial global donde todas las naciones tienen una posible
cuota de participación en la medida en que adhieran a las reglas de intercambio
global—monedas nacionales estables y fronteras abiertas al comercio en ambos
sentidos para permitir el desarrollo armónico del mercado global. Pero, con el
fin de la guerra fría, asistimos también al derrumbe del sistema de
administración comunista y a la clara victoria del sistema capitalista, no
percibido ya como instrumento de dominación imperial, sino como un conjunto de
técnicas de administración de las economías nacionales en su tránsito a la
economía global. Rusia transitó, China transitó (aún manteniendo una centralización
comunista), todas las antiguas repúblicas soviéticas transitaron, y la
Argentina transitó. En los años 90, el gobierno peronista de Carlos Menem y Domingo Cavallo, redefinió la innovación dentro
de la fidelidad y la Argentina fue grande y su pueblo razonablemente feliz
aunque faltasen un esfuerzo adicional en la reconversión de empresas y
trabajadores y más reformas que quedaron suspendidas con la salida de Cavallo a
mediados de la década.
El mismo General Perón había abierto antes de morir la etapa
institucional del peronismo: si la palabra "yanqui" significaba régimen
democrático y republicano de partidos, ya no era lo opuesto a ser peronista,
sino lo mismo. El abrazo Perón-Balbín dejó claro que había dos grandes partidos
dentro de un mismo sistema, ya no enemigos enfrentados con golpes de estado,
sino adversarios electorales. En el
siglo XXI, la distinción sigue vigente, y a “yanqui” o “peronista”, que son lo
mismo en términos republicanos, se le opone “populista autoritario” o “kirchnerista”.
Por fin, si la palabra “yanqui” quería significar “Capitalista” o “Liberal”
o “Neoliberal” como le gusta decir al kirchnerismo, después de los años 90 en
la Argentina, tampoco se opone al peronismo, que quiere a la Argentina grande
en el mundo y a su pueblo feliz en su máxima productividad. En el siglo XXI, es imposible pensar un
peronismo que intente hacer grande a la Argentina y satisfacer todas las
necesidades de su pueblo, sin recurrir, para lograr estos objetivos, al
capitalismo—atraer inversiones productivas de argentinos y extranjeros con
fronteras abiertas, moneda estable, justicia independiente y leyes favorables a
la inversión.
A los desconcertados pobres de hoy día, ese país multitudinario y fielmente
peronista dentro del país de todos, hay que actualizarlos en sus derechos y
restablecer esa doctrina a la que le son fieles en sus nuevos y más eficaces términos.
Esa doctrina los pone en primer lugar no sólo otra vez como pobres, como en
aquellos días iniciales del peronismo, donde eran los grandes olvidados de la
política y el poder, sino como los trabajadores que supo formar y organizar el
fundador del peronismo y que hoy ya no
son más trabajadores, o lo son en la sombra y sin derechos. El General Perón hoy
se horrorizaría de que la innovación kirchnerista sea crear más estatismo y
dependencia de los pobres del Estado, ejercer cada vez más control político
sobre grandes masas de pobres privadas de lo que es elemental, la soberanía
personal, y que además los planes-dádiva
sean cada vez más insuficientes para ofrecer el progreso, la dignidad y las
mejoras de vida constantes que proporciona el trabajo.
El peronismo se debe todavía la inmediata creación de una especie de Plan
Marshall contra la pobreza. Para comenzar con lo básico, que es una vivienda
digna con agua y servicios públicos, vale la pena leer el extraordinario
trabajo de Pascual Albanese, El conurbano bonaerense como desafío político de
la Argentina (https://www.notiar.com.ar/index.php/mas/informacion-general/112494-el-conurbano-bonaerense-desafio-politico-de-la-argentina-por-pascual-albanese), que recuerda cómo esa primera piedra basal de propiedad de la vivienda, inicia
un círculo virtuoso. En ese círculo virtuoso que abre la posibilidad de crédito, se inicia la casi inmediata inclusión de todas
y cada una de las personas que hoy no tienen ni formación ni trabajo, con la
oferta, a través de sindicatos ampliados, un plan de educación básica, de
formación de oficios y de primer acceso
al trabajo, con un seguro de salud y de desempleo anexado a la pertenencia
sindical y liberando a la vez al Estado y a los empleadores privados,
encargados a su vez de invertir, emplear y aumentar la productividad.
El peronismo, acostumbrado a crear rápido y bien—cuando antes dedica
tiempo a pensar, del mismo modo en que el General Perón pensó antes de hacer—ya
no recurriría a planes estatistas obsoletos, sino que, como siempre, se
apoyaría en la tecnología más moderna para identificar individualmente a cada
persona en necesidad, bancarizarla, orientarla en sus opciones para acceder a
una vivienda propia, a una educación veloz, formación o reconversión laboral y a un primer trabajo,
utilizando de un modo muy diferente los mismos recursos estatales que se usan
hoy, invirtiéndolos inicialmente para recuperar después y posiblemente gastando
menos recursos de los que se gastan hoy en infinitos programas repetidos,
injustos muchas veces e inconducentes a una mejora real en la mayoría de los
casos. En este marco, la estrategia del crédito, de la autoidentificación como
estudiante o trabajador, y la responsabilidad por todo aquello que se recibe, a
ser devuelto en trabajo o servicios, restituyen a la persona hoy
circunstancialmente pobre, su dignidad perdida y su valiosa libertad. Cada
persona argentina tiene así en sus manos la llave de salida de la pobreza y el
mejor futuro de sus hijos. El peronismo fiel a sí mismo puede pensar esta
salida, sólo porque es capaz de pensar lo necesario para proveerla: una moneda
estable que asegure inversiones el crecimiento y el aumento del trabajo, leyes
laborales donde la seguridad del trabajador corra a cargo de su sindicato y no
del empleador, y acceso a la propiedad por medio de uso de tierras fiscales
improductivas, trabajo de construcción y de servicios, y crédito a tasas
internacionales.
El peronismo fiel es hoy a la vez el peronismo innovador con aquellas innovaciones
que adelantarán velozmente el engrandecimiento de la Argentina y la felicidad
de todos, en especial de los hoy abandonados pobres. Es un peronismo republicano, un peronismo capitalista
y un peronismo liberal, con su misma doctrina y su instrumental renovado.
Falta la conducción peronista, que surgirá de entre los muchos
capacitados para cumplir ese rol, pero, mientras tanto, sería un gran avance y
una gran ayuda para quien aspire a conducir el nuevo proceso de innovación
peronista, trabajar inteligentemente en los detalles de un Plan Peronista contra
la Pobreza.