Como por arte de magia, mientras los
más despistados hablaban de un paro en contra del Gobierno, el peronismo hizo
un traslado incruento de su conducción. De las manos de la ex presidenta Fernández
a las manos de los dirigentes de la CGT, capaces de unir, además, a todas las
centrales obreras. Ese peronismo, el viejo peronismo de los trabajadores
desprendido de los oportunistas de un PJ nunca cabalmente democratizado, se ha
transformado así en la nueva fuerza con que el Gobierno puede contar, tanto
para oponérsele, si equivocase o se debilitase su plan económico, como para
aliarse y contar con la fuerza necesaria para hacer las reformas que el país
urgentemente precisa. El peronismo como el socio y legítimo hermano mayor del
PRO, la alianza postergada por el kirchnerismo y que terminó volcando al PRO
hacia el radicalismo.
De ahí la otra novedad, el salto que
ahora debe hacer ese peronismo más genuino que, con las otras centrales
obreras, representa al total de la fuerza laboral de los argentinos. Un salto
postergado, paralizado por la última y larga gestión del kirchnerismo, y que
nunca terminó de encontrar, después de los años 90, el liderazgo necesario para
hacer de los trabajadores una fuerza útil de la globalización, capaz , en
primer término de beneficiarse de ésta, dejando de esperar todo del Estado.
Los sindicatos tienen la posibilidad
individual de repensar su rol en una economía capitalista, de libre mercado y
abierta al mundo, y de imaginar formas útiles de reemplazar a un Estado incapaz
de proveer los beneficios que los trabajadores merecen, sin incurrir en un
gasto inflacionario. Los trabajadores,
además, precisan adecuar su propia economía individual a la economía capitalista,
de modo de integrarse a ella con derecho propio. Participación en las ganancias
empresarias como forma de aumento de la productividad, gestión privada sindical
de los seguros de desempleo y de salud, reeducación laboral en escuelas
asociadas a los sindicatos: los enlaces posibles del trabajador, de su sindicato
y de las centrales obreras con la economía privada son infinitos. Baste entender
que los sindicatos son de por sí organizaciones libres y privadas y que pueden
ser autorizados para iniciar toda clase de emprendimientos para beneficiar a
los trabajadores asociados.
La Argentina es el país de América
Latina que, gracias al peronismo, más se benefició de este concepto de
iniciativa capitalista de los trabajadores. Las excelentes obras sociales del
pasado son un ejemplo de esto, un ejemplo para retomar en el área aún
inexplorada de seguros, educación y vivienda. Al no ser instituciones con fines
de otro lucro que no sea aplicado al beneficio de los trabajadores, los
sindicatos tienen un amplio registro de posibilidades para desenvolverse con la
misma eficacia de una empresa capitalista, con el capital y ganancias aplicados
a la mejora constante de sus asociados.
Un tema señalado por la otra
oposición radical, tradicionalmente antiperonista y encarnada en esta vuelta
por Elisa Carrió, es sin duda la presunta o posible corrupción de algunos dirigentes sindicales, inclinados
a enriquecerse con el dinero de los trabajadores. Este tipo de corrupción, muy
parecida a la corrupción de los políticos del Ejecutivo, del Poder Legislativo y
del Poder Judicial, tiene la misma cura a la cual los otros poderes están hoy
sometidos, a pedido de la voluntad popular manifestada en las elecciones: la
democratización y el control de las organizaciones gremiales por parte de sus
propios asociados. No es el Estado político el que debe entrometerse en la vida
privada de los sindicatos, aunque la Justicia sí deba ser el resorte necesario
de resolución de conflictos e intereses entre privados o entre los sindicatos y
el Estado.
Una nueva gesta de las
organizaciones obreras está por delante: ni enemigos del capital ni socios
corruptos del Estado, sino organizaciones libres buscando su propio interés y
beneficios con nuevos métodos compatibles con la economía global.
Por la enorme tradición de poder y
libertad de gestión de sus sindicatos, y
por el extraordinario poder político de la central de los trabajadores—que,
recordemos, fue la invención genial y fundante del general Perón desde su ya mítica
Secretaría del Trabajo—la Argentina puede dar nuevas e ingeniosas respuestas al
dilema global de los cambios en el trabajo debidos al nuevo paradigma tecnológico,
dar un giro productivo a la desocupación, y reemplazar al Estado en la prestación
de servicios básicos de seguros, salud, educación y vivienda, con una gestión más
eficiente, a la par de cualquier empresa privada.
¿Combatiendo el capital? No:
generando y multiplicando el capital y usándolo en beneficio de los
trabajadores. Una nueva forma de hacer
peronismo que los políticos no supieron explotar y que, sin duda, la dirigencia
sindical apostará a concretar. Una forma de peronismo que competirá con el
Gobierno sólo para mejorar el conjunto, compartiendo las premisas capitalistas,
ya no patrimonio exclusivo de una derecha liberal, sino compartidas por la más
libre y activa de las fuerzas productivas de la Argentina: sus trabajadores.