Para la mayoría de la población, alimentada frenéticamente
por la prensa oral, televisada, escrita y la prensa informal de las redes
sociales, las elecciones presidenciales de 2019 se juegan hoy entre Cambiemos y
un peronismo dividido entre los peronistas “potables” y un kirchnerismo al que
se persiste en considerar peronista, por cierto con la complicidad de muchos
peronistas “potables” ya embarcados en la tentadora idea de un peronismo unido
y ganador.
Basándose en esta hipótesis, se imaginan escenarios posibles
en los cuales el Presidente Macri vence a la ex presidenta, a la cual muchos
peronistas no votarían, o bien es derrotado en una segunda vuelta donde el vencedor es un peronista “potable” o donde es la temible ex presidenta la
que regresa victoriosa. Nadie imagina, y con buena razón, a un peronismo unido
en su totalidad al kirchnerismo.
Así, el panorama político real—ese donde se juegan
tendencias más genuinas y profundas, no siempre percibidas o manejadas por las
oficinas políticas de prensa y relaciones públicas—aparece con algunas grandes diferencias que vale la
pena señalar.
En primer lugar, dos realidades objetivas:
1) el Partido Justicialista está con la intervención de Luis
Barrionuevo bajo la supervisión y control de la jueza Servini (gran amiga de
Elisa Carrió) y por lo tanto, tan poco libre de democratizarse y reorganizarse
como durante las dos últimas décadas, a menos que esta democratización y
reorganización se enmarque dentro de un consenso político amplio y aceptable
para el gobierno y,
2) el kirchnerismo, que no es peronista aunque muchos
peronistas hayan girado bajo su órbita, no tiene por lo tanto tampoco ninguna
chance de formar parte de ese Partido Justicialista, ni de intentar una alianza
electoral con éste para fortalecerse, sino que más bien continuará su carrera
electoral bajo el nombre del auténtico partido kirchnerista, Unidad Ciudadana.
Si se resiste a la tentación de continuar tratando al
kirchnerismo como peronismo y si se comienza a reconocer que puede ser no sólo
una mala estrategia sino una estrategia muy inferior a otras para ganar sin
riesgo las elecciones, quizá tanto el peronismo “potable” como Cambiemos,
encuentren el modo de sacar ya mismo a la Argentina del marasmo.
En efecto,
ambas formaciones tienen en sus manos la posibilidad de asegurar un triunfo
electoral indudable, sin fisuras y con el potencial para dejar a la Argentina
democrática y republicana parada para siempre sobre sus pies. Con la ventaja
adicional de afirmar, por el mismo gesto, el plan macroeconómico y el gradual
regreso a un equilibrio fiscal, y el retorno de las inversiones, principalmente
de argentinos que estarían así en una contundente gran mayoría unidos por abajo
en la sociedad y, por arriba, en espejo, por un frente político representativo.
Hay que entender que los argentinos que hoy parecemos
terriblemente pobres somos inmensamente ricos, con un enorme ahorro nacional
privado en el exterior y, por lo tanto, con una capacidad intacta de
crecimiento. Tenemos además, en este momento, un gobierno que por lo menos ha
sabido quebrar la inercia del desorden y el fracaso, sentando algunas nuevas y
buenas bases. Lo que no tenemos, es un frente político amplio y representativo
que incluya a todos los que tienen una visión general semejante de hacia dónde debe
dirigirse la Nación. En esto, el gobierno persiste en su error inicial de haber
limitado su alianza al radicalismo y a partidos de extracción radical y de haber
hecho del peronismo y su supuesta encarnación kirchnerista, su principal
enemigo, renunciado así desde un inicio a ese plus que le podría proporcionar
el peronismo más genuino, y que haría del Cambiemos amplio, una fuerza imbatible.
El error de la conducción mayor del PRO es en realidad un profundo error de
percepción política de sí mismo y del verdadero lugar que está ocupando en la
historia. Desde ya que sus socios radicales o de extracción radical, como la
Coalición Cívica, alientan y colaborar con este error, eco de una persistente y
antigua batalla.
Junto a este error, también está la otra falsa
auto-percepción de muchos peronistas que no se dan cuenta tampoco de su lugar
particular en este momento de la historia y de cómo debería ser su relación con
Cambiemos. Si dejamos a los kirchneristas fuera del cuadro, como debe ser, podremos
ver con más claridad y sin distorsiones, lo que es hoy el peronismo.
Por un lado, tenemos a los peronistas rastreros, aquellos que,
desde que Perón fue derrotado en 1955, no dejaron de buscar todo tipo de
alianzas y acomodos en beneficio de su supervivencia personal. Sin ser leales a
la legítima conducción de aquel entonces, usufructuaron siempre de las
conquistas que esa misma conducción les había proporcionado. Hubo peronistas
que traicionaron no sólo a Perón sino a los intereses más genuinos de la
Argentina, desde la política, desde el partido, desde los sindicatos. Siguió
habiéndolos con el regreso de Perón (ahí también nacen las traidoras raíces del
kirchnerismo, en una confusión que ya sería hora de terminar) y también más
tarde, después de la muerte de Perón, con las sucesivas traiciones a su viuda,
la única garantía de unidad en aquel momento. Continuaron así durante los años
de la dictadura, y también durante los años de Menem que tanto hicieron por
equilibrar, modernizar y reubicar a una Argentina humillada. Los peronistas rastreros siguieron con las
sucesivas traiciones a la Nación con el golpe institucional de 2001-2002 y su escandalosa
ruptura de los contratos privados, para seguir hasta estos últimos años del
kirchnerismo que tenemos aún muy presentes. Este peronismo rastrero, el que
primero desobedecía a Perón y luego a los mejores intereses de la Argentina
sólo para satisfacer su conveniencia y predominio político personal está
vivo. Son esos que hasta no hace mucho
decían “Si, Cristina” para conservar sus cargos y son los que hoy le vuelven a decir lo mismo, en esta hora de incertidumbre, con la ilusión de ser
quienes derroten al Presidente Macri.
A estos peronistas rastreros, por los cuales el votante
peronista más genuino no tiene ni cariño ni respeto, se les oponen, sin embargo,
los peronistas hidalgos, los que
levantan el crédito y el honor de un peronismo que los enemigos nunca
terminaron de comprender. Leales a una idea de Nación inculcada por Perón,
leales a una clase trabajadora y a unos sindicatos que no siempre fueron leales
a ésta, y leales a la verdad, los peronistas hidalgos manifiestan un tradicional
y específico rechazo a los hipócritas, los acomodaticios y los rastreros, y,
ni qué decirlo, a los que “meten la mano en la lata”. Son los votos de ese
peronismo hidalgo los que le hicieron ganar las elecciones al Presidente Macri
con la ayuda específica de un cordobés, José Manuel de la Sota, que dio sin
dudar lo que faltaba y fue, ya no leal a Macri, sino a una Argentina que
precisaba salir de la pesadilla kirchnerista
para siempre. Un comportamiento semejante se observó en las últimas
elecciones legislativas. Un peronismo sin partido activo ni conducción prefirió
votar a Macri.
Vemos entonces que no hay un único peronismo, ese peronismo
imaginario representado por el kirchnerismo y al cual podría vencer el Presidente Macri en
2019, derrotándolo para siempre y sustituyéndolo con la gloria de un nuevo
movimiento—esa permanente fantasía de los enemigos del peronismo—sino que aparte
de ese kirchnerismo que no es peronista, hay dos peronismos reales e incompatibles
entre sí . Es a estos a los que hay que prestar muchísima atención: al peronismo
rastrero impredecible e incontrolable y al peronismo hidalgo que quizá se canse
de ser ninguneado y nuevamente maniatado, en nombre no de una legítima lucha
política sino en nombre de un error de cálculo.
El peronismo rastrero es el peronismo que no va a vacilar
ante las más abyectas mezquindades para prevalecer, por ejemplo, aliándose con
el kirchnerismo y volviendo juntos a la carga contra el plan macroeconómico que
hoy no tiene el éxito esperado. Esta falta de éxito tiene su raíz en la carencia
de inversiones. Y estas no llegan, no tanto por la opción gradualista del
gobierno, sino por el gravísimo error político de Cambiemos en no entender su real
posición histórica y desdeñar a ese peronismo capaz de darle una y otra vez la
victoria, y con ella, ofrecer la certeza al mundo de que la actual política
económica y las actuales alianzas internacionales están aquí para quedarse.
Es
posible que la alquimia electoral de dividir al peronismo en varias partes transforme
a Cambiemos en un vencedor. Pero no estará jamás seguro de ser un vencedor absoluto
sin una gran parte de ese peronismo, el mismo que lo llevó al poder. La ambición—un
tanto rastrera ella también, convengamos—de “sustituir” al peronismo como
movimiento histórico anula la posible conquista real e inmediata de ser también parte y conducción de ese mismo
movimiento, del mismo modo en que hoy es parte y conducción del radicalismo.
En suma, lo que a este gobierno le falta es la sabiduría
inmediata de entender que el peronismo hidalgo es su aliado—tanto como el radicalismo
igualmente hidalgo (¡no el radicalismo rastrero que protesta!) que ya los
acompaña—y conformar ya y sin perder más tiempo, un conjunto compacto de unidad
asegurando así un 70% del total del poder político disponible. Esta unidad brindará, interna y externamente, la certeza y la confianza que hoy faltan. De este modo,
se podrá comenzar a progresar desde ahora calmando a la vez la ansiedad por el 2019,
con la certeza de ganar las elecciones por una mayoría abrumadora.
Al peronismo hidalgo, no hay que explicarle nada, porque
todo esto ya lo sabe y entiende. Y también sabe que, si Cambiemos no camina en
esta dirección y si no liquida de una vez su ineficaz y resistente gen
antiperonista, el peronismo hidalgo--con o sin PJ--se armará una vez más y
saldrá al ruedo con un nuevo liderazgo. Un liderazgo, peronista e
hidalgo, que ya no será el hoy todavía posible liderazgo de un Presidente Macri al que hay que sostener
para asegurar el más veloz crecimiento de la Argentina y la más cercana
felicidad de su pueblo, sino un nuevo liderazgo lanzado a buscar su suerte.
Después de un año y medio más de estrecheces e incertidumbres,
¿valdrá la pena haber persistido en el error, aun ganando? Un peronista hidalgo
diría que no, porque siempre están la grandeza de la Nación y la felicidad del
pueblo antes que el interés personal político. Hay que preguntarle al
Presidente Macri, un no peronista de todos modos igualmente hidalgo, si no cree
que ya es la hora de juntar explícitamente las hidalguías y renacer en la realidad.