En estos días, las diferentes líneas del peronismo parecen converger en
una única idea: regresar a un régimen intervencionista y estatista, como forma
de práctica oposición al actual gobierno de un Mauricio Macri que muchos peronistas
continúan describiendo como “neoliberal”.
Por otra parte el gobierno, ligeramente preocupado por la posibilidad de
que el peronismo se unifique, ya no bajo una candidatura de la ex presidenta
Cristina Kirchner, sino de un Lavagna, hace todo lo posible para despegarse de
la aparentemente desprestigiada imagen de “neoliberal”, insistiendo con un
déficit fiscal cero de cuño más bien radical y sin hacer mucho para modificar
el ya añoso estatismo y perpetuo intervencionismo que tanto han costado a la
Argentina post años 90.
Lo que ni unos ni otros parecen comprender es el inmenso deseo de la mayoría
de la población, agrandado por el fracaso de la actual gestión, de cambiar de verdad
y tener por fin una economía sólida y predecible. Mientras que el gobierno y la mayoría de los
peronistas tratan de olvidar la década de los 90, los unos para que no se crea
que han llegado para repetir lo que evalúan como un fracaso y los otros, porque
no tienen el coraje para asumir como propio el éxito de una década. La mayoría
de la sociedad, sin embargo, parece estar lista para que se le explique cómo
hubiera seguido la Argentina si Duhalde y Alfonsín no hubiesen dado el famoso
golpe institucional y destruido en pocos días el trabajo de modernización de la
Argentina, incompleto e imperfecto pero en marcha.
Esa detención histórica, que ahora el peronismo, otra vez con Duhalde y
Lavagna y presumiblemente también con Cristina Kirchner, pretende reeditar, es
la misma detención histórica que el gobierno de Cambiemos ha ido arrastrando a
lo largo de estos tres interminables e improductivos años, a la espera de ganar
una segunda elección presidencial para quizá ahí animarse a cambiar un poco más
o no, porque un poquito cada día estimula y sienta bien.
Unos y otros olvidan que el dúo Menem-Cavallo, un peronista de verdad y
un liberal de verdad, unidos, transformaron
y encaminaron la Argentina en menos de un año. No hace falta mucho
tiempo cuando se sabe lo que hay que hacer, se tiene el coraje y se conduce con
claridad a la población por el camino elegido, asociándola en el proyecto.
Todavía estamos a tiempo de que surja una candidatura peronista-liberal o
liberal-peronista, que una la economía de mercado con un despliegue de los
sindicatos sin intervención del Estado para asegurar las mejores condiciones
para los trabajadores, los desplazados del trabajo y los nuevos aspirantes sin
formación.
Todavía estamos a tiempo, también, de que el mismo Macri se desprenda de
su peso interior radical y, haciéndose más liberal, sepa cautivar al peronismo
hablándole en su histórico lenguaje de los años 90.
No hay otra posibilidad, en realidad, de éxito, que unir las dos partes
que hicieron grande a la Argentina en diferentes momentos y por diferentes
motivos. En términos políticos, no hay que inventar nada nuevo, tampoco, porque
ya se hizo y sólo hay que retomar el camino abandonado, mejorándolo con nuevos
instrumentos. Sólo las diversas izquierdas, incluyendo las radicales y peronistas, protestarán una vez que el nuevo
liderazgo resulte visible y convincente.
La comunidad argentina en su conjunto, más veloz, una vez más, que sus
dirigentes, está sola y espera.